Emilio de Justo, un torero en estado de gracia
Gran dimensi¨®n del extreme?o y gris inicio de El Cid en la temporada de su despedida
Son muchas las expresiones que los aficionados a los toros usan en el transcurso de una corrida. Unas hacen referencia al toro, otras al torero, algunas al ambiente. La mayor¨ªa, muy certeras, son de gran utilidad a la hora de explicar el desarrollo de la lidia y la labor de los actuantes. Y una, ¡°estar en saz¨®n¡±, ilustra a la perfecci¨®n el momento que atraviesa Emilio de Justo, un torero en estado de gracia que se erigi¨® en triunfador indiscutible de la corrida celebrada este s¨¢bado en el Palacio Vistalegre de Madrid.
La fuerza con la que agarr¨® las dos orejas del ¨²ltimo toro del festejo, logradas tras una monumental estocada, similar a las que le abrieron la puerta grande de Las Ventas la pasada Feria de Oto?o, demuestran lo mucho que le ha costado al extreme?o llegar hasta aqu¨ª. Pese a caer en el olvido de empresarios y aficionados durante a?os, De Justo ha reivindicado aquella otra expresi¨®n que dice que ¡°el que la sigue, la consigue¡±. Un largo y dif¨ªcil camino, recorrido sobre todo en la Francia taurina, que le han llevado a convertirse en uno de los matadores con m¨¢s ambiente del escalaf¨®n actual.
TRES GANADER?AS/EL CID, EMILIO DE JUSTO
Dos toros de El Puerto de San Lorenzo (1? y 2?), bien presentados, nobles y mansos; dos de Victorino Mart¨ªn (3? y 4?), bien presentados, muy en tipo, encastados y exigentes; y dos de Parlad¨¦ (5? y 6?), bien presentados, nobles y el ¨²ltimo de gran calidad.
El Cid: estocada perpendicular y algo desprendida que produce derrame (silencio); estocada casi entera ca¨ªda _aviso_ y descabello (saludos tras petici¨®n minoritaria de oreja); estocada trasera y atravesada (saludos).
Emilio de Justo: media estocada ligeramente trasera y descabello (ovaci¨®n); cuatro pinchazos _aviso_ y descabello (saludos); estocada (dos orejas).
Palacio de Vistalegre. Feria de Invierno. Algo menos de media entrada. El toro 'Morisco', n¨²mero 96, de la ganader¨ªa de Victorino Mart¨ªn, lidiado en tercer lugar, fue declarado como el mejor del festejo.
Su tarde en ese triste y t¨¦trico complejo que es el Palacio Vistalegre, estuvo presidida por la firmeza. Una inquebrantable actitud sostenida a base de dos condiciones imprescindibles en el toreo: el valor y el oficio. Y la voluntad, c¨®mo no. Con sus tres oponentes, de juego muy diferente, se la jug¨® de principio a fin y acab¨® toreando a placer, entre el entusiasmo general. Y lo m¨¢s importante: Emilio de Justo brill¨® con el bueno y con el malo. En este caso, con un bomb¨®n del hierro de Parlad¨¦ y con una alima?a de Victorino.
Con este ejemplar, lidiado en cuarto lugar, libr¨® una emocionant¨ªsima batalla de la que sali¨® vencedor de milagro. Aunque el de Victorino acud¨ªa al enga?o como dormido, a la m¨ªnima opci¨®n reba?aba y buscaba la presa con sa?a. Un astado complicado, peligroso y muy incierto que tuvo en vilo a todo el mundo y que le dio m¨¢s de un susto al torero. Tras varios intentos infructuosos, pese a los cuales el matador sigui¨® poni¨¦ndose en el sitio y presentando la muleta con una pavorosa verdad, lleg¨® la voltereta, sin consecuencias, pero dram¨¢tica.
La otra cara de la fiesta la vivi¨® tambi¨¦n en sus carnes Emilio de Justo ante el sexto, un zambobo de Parlad¨¦ (segundo hierro de Juan Pedro Domecq) que, tras cumplir en varas, comenz¨® a blandear y lleg¨® al ¨²ltimo tercio con la fuerza y la casta justas para aguantar una treintena de muletazos. Frente a semejante manantial de nobleza y calidad, De Justo se abandon¨® y, por momentos, bord¨® el toreo en redondos y naturales pre?ados de temple y hondura. Los pases de pecho, ejecutados con gran verticalidad, a pies juntos y rematados en la hombrera contraria, fueron carteles de toros.
Muy firme anduvo tambi¨¦n ante su primero, un toro de El Puerto de San Lorenzo que lleg¨® a la faena de muleta muy agarrado al piso y desarroll¨® un molesto defecto: a la hora del embroque, giraba la cabeza lanzando un violento derrote. Su matador aguant¨® los parones con frialdad, no dio un paso atr¨¢s, y logr¨® algunos muletazos limpios de enorme m¨¦rito.
Muy diferente fue la actuaci¨®n de Manuel Jes¨²s El Cid, que comenz¨® su temporada de despedida sin despejar las muchas dudas que lleva sembrando en los ruedos desde hace ya demasiados a?os. Desconfiado siempre, -solo brill¨® en las ver¨®nicas que le cuaj¨® al manso primero de la tarde-, no estuvo a la altura de su lote, especialmente de su segundo, un gran toro de Victorino Mart¨ªn. ?Qu¨¦ casta la de ¡®Morisco¡¯! ?C¨®mo se com¨ªa la muleta por abajo, siempre humillado! Sin duda, uno de esos Albaserradas que han forjado la leyenda de esta grandiosa ganader¨ªa. Pronto y fijo, como buen toro de casta brava, ¡®Morisco¡¯ no fue f¨¢cil, exigi¨® y repuso de lo lindo.
Aunque su recordada mu?eca izquierda dibuj¨® algunos naturales largos y templados, el coraz¨®n de El Cid no resisti¨® la incansable embestida del victorino, ni tampoco la mansa movilidad de su primero de El Puerto, ni la sosa nobleza de su ¨²ltimo cartucho, de Parlad¨¦. La buena noticia es que, aquel torero que cautiv¨® a la afici¨®n m¨¢s exigente con su pureza y clasicismo, ya tiene un digno sucesor. Altern¨® con ¨¦l, mano a mano, y se lo llevaron en volandas de Vistalegre.
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