Nadie olvida nada
Tras a?os de silencio en Espa?a, el argentino Guillermo Kuitca vuelve a Madrid con nuevas pinturas y viejos teatros de ¨®pera
Dice que un d¨ªa se levant¨® cubista y que empez¨® a hablar una lengua que romp¨ªa con la estructura de la pintura. De pronto, un nuevo lenguaje flu¨ªa en sus obras de manera innata, como si siempre hubiera estado ah¨ª en formato silente. Era 2007 y Guillermo Kuitca (Buenos Aires, 1961) ten¨ªa 46 a?os. Llevaba pintando desde los 9 y exponiendo desde los 13, todo con ¨¦xito, pero aquel giro ling¨¹¨ªstico, justo cien a?os despu¨¦s de que Picasso pintara Las se?oritas de Avi?¨®n, fue una revelaci¨®n. Qui¨¦n sabe si fue esa idea de viaje circular tan recurrente en su trabajo, que recogen tan bien sus Diarios, lo que le llev¨® a celebrar inconscientemente el centenario del cubismo. O si fue su apego por el juego de planos de los teatros lo que le empuj¨® a despertarse con la cuarta dimensi¨®n en la punta de la lengua.
A ese cubismo viral lo llama cubistoid mientras recorre la exposici¨®n que tiene ahora en Madrid. Desde su gran individual en el Palacio de Vel¨¢zquez en 2003, firmada por su tambi¨¦n ahora comisaria, Sonia Becce, Guillermo Kuitca no hab¨ªa vuelto a exponer en la capital. Pocos artistas como ¨¦l aglutinan a partes iguales una alta calidad en su trabajo y la misma calidez de una trayectoria siempre precoz donde nunca ha esquivado los muchos intereses que se escapan de lo estrictamente art¨ªstico, desde la danza hasta la escenograf¨ªa pasando por el dise?o de telones. S¨®lo por eso esta cuidada exposici¨®n en la galer¨ªa Elba Ben¨ªtez merece ya una visita.
Tambi¨¦n para ver sus cuevas pict¨®ricas donde la pintura lo integra todo. Est¨¢n llenas de peque?os gui?os que remiten a pasajes de Torres-Garc¨ªa o Alfredo Hlito, as¨ª como Braque y los futuristas. Son cuadros con una superficie limpia y pulida, sin trazos de pincelada y que alimentan la impresi¨®n de perfecci¨®n. En las esquinas, el lugar preferido del artista, se esconden sus obsesiones: sillas, camas o puertas y los espacios arquitect¨®nicos que los contienen. A ratos, aparecen sombras, qui¨¦n sabe si de ¨¦l mismo. No niega que algo hay de autobiograf¨ªa en esa constante reflexi¨®n filos¨®fica de soledad que se ha convertido en el tema central de toda su producci¨®n.
Ah¨ª est¨¢n tambi¨¦n las cintas de equipaje. Cuando apareci¨® la primera, lo hizo como escenario, como si fuera una plataforma esc¨¦nica, como si te dijera que no tuvo que ver con la representaci¨®n. Las huellas de esas cintas lo llevan ahora a unas pinturas que parecen limbos y que aluden a un tipo de privacidad imprecisa, como si fuera una medida m¨¢s del arte, de dif¨ªcil acceso y extenso horizonte. Y es que Kuitca siempre ha colocado la experiencia pict¨®rica en un complejo hiato entre lo privado y lo p¨²blico, lo personal y lo institucional, un lugar donde muchas veces se diluyen las referencias al tiempo y el lugar.
Ocurre viendo las nuevas plantas de las gradas de los teatros, que en manos del artista se vuelven espacios de pura posibilidad. Son plantas inhabitadas, que remiten a series m¨¢s antiguas como Puro teatro (1995-1997) y donde Kuitca especula con las miles de posibles escenas. Habla de trastocar las convenciones que esconden los planos teatrales en tanto que organizaci¨®n de un grupo de gente, cual peque?as sociedades arbitrarias e imprecisas pero controladas y con un rol concreto. El foco est¨¢ puesto en el movimiento y en el dramatismo de los espectadores. Parecen ret¨ªculas estrelladas que alimentan el inter¨¦s del argentino por la funcionalidad de las estructuras.
El proceso comienza cuando el artista interviene el plano original alterando los colores de las secciones y mezclando al p¨²blico de la platea con el de la parte alta, como en el caso del Teatro Real de Madrid, presente en la exposici¨®n. El tratamiento agresivo con agua o vapor, la temperatura y los tiempos de exposici¨®n a los agentes, derivan en el deslizamiento de la imagen o en la ruptura en peque?os fragmentos. Parecen mapas en fuga, como los que tantas veces ha pintado a gran escala, y que se incluyen tambi¨¦n en esta muestra.
Incluyen los mismos miedos y las mismas curiosidades. Misma ilusi¨®n y desesperanza. El inter¨¦s por la expresividad del drama psicol¨®gico que se puso de manifiesto en el inicio de su trayectoria sigue muy presente aqu¨ª. Al investigar lugares lejanos, los mapas en sus manos disuelven las fronteras entre el espacio f¨ªsico y el emocional. Sobre todo, cuando los nombres de los lugares que proponen son siempre el mismo, como en el caso de Ich habe genug (en alem¨¢n, ¡°es suficiente¡±). Los mapas de Kuitca no son una herramienta para encontrar un lugar. Son im¨¢genes que reverberan en la conciencia como si fueran canciones, y hablaran de la realidad compleja de nuestras vidas.
La historia narrada por Guillermo Kuitca podr¨ªa resumirse en una saga de un progresivo an¨¢lisis del espacio, creado desde las peque?as camas vac¨ªas en su temprana serie Nadie olvida nada, a la pintura de plantas de departamentos, ampliando luego la escala a la representaci¨®n de mapas, hasta llegar a los celebrados mapas sobre colchones. El suyo es un vasto cat¨¢logo de especies de espacios con mucho de autobiograf¨ªa, el mejor escenario para un trabajo de causa y error que ¨¦l reivindica desde una experimentaci¨®n constante. En ese movimiento que descentraliza cualquier idea de estabilidad, Kuitca dispara caminos para entender lo que nos pasa, para imaginar y contemplar los grandes problemas de nuestro tiempo. Sus obras invitan a volver sobre nosotros mismos. Nos ofrecen un momento de privacidad. Un poco de aire emp¨¢tico. Oro puro en los tiempos que corren.
Guillermo Kuitca. Galer¨ªa Elba Ben¨ªtez. Madrid. Hasta el 31 de marzo.
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