Mart¨ªn Chirino: Volaba el hierro
All¨¢ por los sesenta, la mirada del escultor abarcaba desde su jard¨ªn modesto un horizonte que le anunciaba el mar inexistente
Mart¨ªn Chirino ¡ªfallecido hoy lunes a los 94 a?os¡ª hab¨ªa venido de Las Palmas de Gran Canaria a Madrid con el gran pintor Millares y el poeta Manuel Padorno. Hu¨ªan de la provincia hecha isla y buscaban un espacio m¨¢s abierto para que el arte renovador por el que se afanaban y su posici¨®n ante la vida y el mundo fueran entendidas; buscaban la complicidad de otros artistas para emprender en compa?¨ªa su propia aventura. El grupo El Paso naci¨® en Madrid con Millares y con Mart¨ªn, entre otros, venidos de Arag¨®n, de Toledo o de otras tierras, otras islas en la grisura ambiental de aquel tiempo.
Me parece estar oyendo en su casa la voz ir¨®nica del cr¨ªtico Jos¨¦ Ayll¨®n o la m¨¢s entusiasmada del poeta Manuel Conde, tan apresurado en el habla como pausado y sabio era el arquitecto Antonio Fern¨¢ndez Alba. Cuando Javier Solana llam¨® a Chirino para salvar de la quema el C¨ªrculo de Bellas Artes de Madrid, le quit¨® tiempo a su sue?o de espirales, abandon¨® un poco sus geometr¨ªas del viento, para entregarse a una tarea que dio excelentes resultados en la vida cultural de Madrid. Pero, afortunadamente, volvi¨® a la po¨¦tica de su obra que da vuelo al hierro y mete a los vientos a entenderse con el fuego para convertir la materia pesada en p¨¢jaro ligero.
En sus esculturas en las calles de las ciudades, tambi¨¦n en Madrid, hemos visto c¨®mo rejuvenec¨ªa Chirino estilizando sus ladies, desplumando a sus p¨¢jaros, dando m¨¢s intensidad a sus vientos, a medida que los amainaba. Acab¨® sus d¨ªas en Valgrande, aquella zona de Chinch¨®n donde las casas tienen sus nombres y la del escultor el preciso nombre de Valyunque. All¨¢ por los sesenta, la mirada de Mart¨ªn Chirino abarcaba desde su jard¨ªn modesto un horizonte que le anunciaba el mar inexistente.
All¨ª, en aquella casa en la que fui acogido durante bastante tiempo, con la generosidad que lo caracterizaba, tuvo el yunque su templo, el artista su eremitorio familiar y algunos activistas de las artes un generoso lugar de encuentro. Esto de la muerte le gust¨® siempre poco.
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