La muerte del buscavidas
Andre Williams era el gran superviviente de una estirpe de vividores, siempre al filo de la legalidad
No se me ocurre otra forma de decirlo: es moda o, si lo prefieren, tendencia. Me refiero a nuestra morbosa curiosidad por la vida criminal en los guetos afroamericanos durante los a?os sesenta y setenta. Editoriales respetables publican las ense?anzas del proxeneta Iceberg Slim (Pimp, Capit¨¢n Swing), la novela primeriza del cantante Gil Scott-Heron (El buitre, Hoja de Lata) o la ficci¨®n del periodista Vern E. Smith (Los reyes del jaco, Sajal¨ªn). Una subcultura muy presente en el universo de Tarantino, amante del cine blaxploitation, que incluso se ha colado en HBO, con la serie The Deuce.
Semejante fascinaci¨®n explica la prolongada vida profesional de Andre Williams, que falleci¨® el domingo 17 en Chicago, a los 82 a?os. Figura menor en el R&B de Detroit, Williams tuvo ¨¦xito en la d¨¦cada de los cincuenta con canciones p¨ªcaras, como Bacon Fat y Jail Bait. En los sesenta, se col¨® en la periferia de Motown Records, colaborando con los Contours y (brevemente) con Stevie Wonder. Firm¨® como coautor de un llenapistas que ha tenido abundantes versiones,?Shake a Tail Feather, con la mala pata de que le arrebataron su parte.
Sabiendo que, m¨¢s adelante, trabaj¨® con Ike Turner, George Clinton y otros ilustres toxic¨®manos, no sorprende que se dejara arrastrar por el v¨¦rtigo del crack y que terminara convertido en un vagabundo por las calles de Chicago, ciudad cruel para los sin techo. Hubiera terminado engrosando alguna estad¨ªstica mortal pero Andre ten¨ªa recursos internos: logr¨® superar su adicci¨®n y decidi¨® reincorporarse al negocio musical.
Le salv¨® su personalidad. Elegante a pesar de su gusto por las ropas chillonas, experto en inventarse ¨¦pica a partir de lo que era meramente supervivencia, supo engatusar a chicos blancos ansiosos de autenticidad negra. A partir de 1990, public¨® discos regularmente, grabados con bandas revivalistas como The Sadies, The Dirtbombs, Jon Spencer, The Diplomats of Solid Sound. No era mala ¨¦poca para un francotirador, beneficiario de una espesa red de discogr¨¢ficas, tiendas y locales de actuaciones. Hasta que lleg¨® el t¨ªo Google con la rebaja.
Fue el protagonista de un documental aleccionador, Agile, Mobile, Hostile: A Year with Andre Williams (2007). Se puede ver ¨ªntegro en YouTube, con algunos vac¨ªos cuando -por problemas de derechos- se eliminan canciones de la banda sonora. La primera mitad presenta al personaje: un pillo irreprimible, verboso y l¨²cido. Capaz de grabar hablando m¨¢s que cantando, con melod¨ªas elementales y acompa?amientos simplones. Un veterano indignado cuando visita las antiguas oficinas de Motown, hoy convertidas en museo, y el vigilante no sabe qui¨¦n es.
Pero es la segunda parte la que convierte Agile, Mobile, Hostile en pel¨ªcula de visi¨®n obligada para cualquiera que aspire a envejecer en el mundo del espect¨¢culo. Girando por la antigua Yugoslavia, se evapora su energ¨ªa, su buen humor, su motivaci¨®n. De vuelta a EE UU, termina en un hospital, tras un susto que descalabra sus finanzas. Busca un apartamento que se ajuste a sus apuradas circunstancias; encuentra un lugar donde le proh¨ªben beber, fumar y tener visitantes despu¨¦s de medianoche. Ejercer de leyenda killer no resulta sencillo en los tiempos presentes.
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