El ¨²ltimo presidente de la Rep¨²blica
Jos¨¦ Maldonado entr¨® en Espa?a de puntillas, por la puerta falsa y se instal¨® en un pisito en los altos de Fuencarral. No recibi¨® ni un saludo, ni una llamada
El asturiano Jos¨¦ Maldonado, nacido en Tineo en 1900 y muerto en Oviedo en 1985, fue el ¨²ltimo presidente de la Segunda Rep¨²blica. Cuando lo conoc¨ª vest¨ªa un traje marengo y una corbata negra sin nudo en forma de lengua. Ten¨ªa la piel fina, de lim¨®n tostado, con los p¨¢rpados oblicuos detr¨¢s de los lentes. Se mov¨ªa con modales antiguos, de arom¨¢tica cortes¨ªa mas¨®nica, esencia de un frasco que se rompi¨® en 1936.
"Al salir de Espa?a hacia el exilio me instal¨¦ en un pueblecito al sur de Par¨ªs, donde ten¨ªa un amigo. Y desde all¨ª fui reculando a medida que avanzaban los alemanes, primero a Burdeos, despu¨¦s a Toulouse, con toda la familia a cuestas. Luego los franceses me confinaron, sin un duro, a Bagn¨¨res de Luchon. Yo era subsecretario de la Presidencia del primer Gobierno de Albornoz, que ten¨ªa que ganarse la vida cubicando madera en una serrer¨ªa. Cuando termin¨® la guerra mundial sub¨ª a Par¨ªs y all¨ª me dediqu¨¦ a dar clases de espa?ol en un liceo y en la nueva Universidad de la Sorbona. Ahora puede que resulte grotesco, pero despu¨¦s de ser subsecretario de la Presidencia, pas¨¦ a ministro de Justicia en el segundo Gobierno de Albornoz. En 1966 fui nombrado vicepresidente de las Cortes republicanas en la sesi¨®n que se celebr¨® en M¨¦xico con sesenta diputados vascos, catalanes, socialistas, amigos de Bayo, de Negr¨ªn y de Llopis. A la muerte de Jim¨¦nez de As¨²a, en 1970, ocup¨¦ autom¨¢ticamente la presidencia de la Rep¨²blica espa?ola. Ya s¨¦ que era un t¨ªtulo arbitrario, puramente testimonial y simb¨®lico; me daba cuenta de las pocas posibilidades que ten¨ªa nuestra posici¨®n, pero hab¨ªa que tener levantada a toda costa la bandera de la legitimidad. Despu¨¦s de todo, hab¨ªa una l¨®gica. Desde la renuncia de Aza?a, la Presidencia de la Rep¨²blica se hab¨ªa sucedido a s¨ª misma en un perfecto orden legal: Mart¨ªnez Barrios, Jim¨¦nez de As¨²a y un servidor, seg¨²n el escalaf¨®n de las Cortes. Por razones biol¨®gicas, cada vez ¨¦ramos menos, la muerte nos iba dejando en cuadro. Al final, todo qued¨® reducido a un Gobierno min¨²sculo, con un ministro de Justicia, que era notario mayor y levantaba las actas; un ministro de Hacienda, que llevaba las cuentas, y un ministro de Econom¨ªa, que administraba el poco dinero".
Era un Gobierno que mandaba sus decretos por medio de un ciclista. Ten¨ªa embajadores en M¨¦xico y en Yugoslavia. Celebraba Consejo de Ministros en un bistr¨®, en la tertulia del caf¨¦ o paseando por la acera, arriba y abajo, cualquier ma?anita de sol en Par¨ªs. El presidente de. la Rep¨²blica evacuaba consultas con el primer ministro despu¨¦s de la clase y el titular de Justicia llevaba ¨¦l mismo su ropa a la lavander¨ªa. Se condecoraban, se relevaban en los cargos, se repart¨ªan carteras, cab¨ªan en un taxi.
"Primero tuvimos un local espl¨¦ndido que nos cedi¨® gratuitamente el Gobierno franc¨¦s. Estaba en la avenida del Bosque. Despu¨¦s nos trasladamos a un pisito muy humilde, en una planta baja, en Boulogne de Vignancourt. Ten¨ªa tres habitaciones, comedor, cocinita y ba?o. Hab¨ªa unos ficheros. Una secretaria llevaba la correspondencia y se editaba una hoja de propaganda. Yo no iba al despacho a diario, pero Fernando Valera, presidente del Gobierno, acud¨ªa invariablemente all¨ª todas las ma?anas. Cada uno ten¨ªa su habitaci¨®n. Por aquel pisito pasaba gente de la oposici¨®n del interior. Dionisio Ridruejo vino muchas veces a vernos. Y tambi¨¦n Gil Robles, cuando se estaba preparando lo que se llam¨® el contubernio de M¨²nich, en 1962. Por su lado, Tierno Galv¨¢n trataba con los socialistas de Llopis y el conde de Motrico estaba en relaci¨®n estrecha con los vascos del exilio. Nos mov¨ªamos en un c¨ªrculo de intelectuales franceses de la izquierda. Mitterrand nos quer¨ªa mucho, pero nuestro mejor amigo era Albert Camus. Mientras vivi¨® no dej¨® de acudir a nuestras reuniones y de intervenir en los actos p¨²blicos. Nosotros hab¨ªamos creado un t¨ªtulo que se llamaba Orden de la Liberaci¨®n de Espa?a. A los que nos ayudaban, les condecor¨¢bamos. Uno de ellos fue Albert Camus. Era muy cordial, exuberante, apasionado y, en otro aspecto, muy fr¨ªo. Ten¨ªa algo de anarquista espa?ol. ?l me contaba que de ni?o, en su casa de Argelia, se guardaban todav¨ªa las formas del machismo levantino. Los hombres com¨ªan primero, todos a la vez, y las mujeres esperaban de pie a que terminaran para sentarse a la mesa.. Ese era nuestro ambiente en Par¨ªs. Jean Casou tambi¨¦n se port¨® agradablemente con nosotros. No as¨ª Jean-Paul Sartre, que se distanci¨® en cuanto se hizo famoso. Por aquel pisito pas¨® mucha gente. Tambi¨¦n vino a verme el escritor Juan Benet, que quer¨ªa presentarme a un amigo republicano. Me dijo: "?nimo, que en el partido de Dionisio ya somos treinta'. Me reun¨ªa con Leizaola y Tarradellas. A este le tuve que soportar el car¨¢cter agrio y esquinado, aunque reconozca que tiene un gran temperamento pol¨ªtico".
Tarradellas lleg¨® a Barcelona en olor de multitud. Leizaola fue recibido con ikurri?as, txistus y tambores. Jos¨¦ Maldonado, ¨²ltimo presidente de la Rep¨²blica, entr¨® en Espa?a de puntillas, por la puerta falsa y se instal¨® en un pisito en los altos de Fuencarral. No recibi¨® ni un saludo, ni una llamada, como si fuera un espa?ol an¨®nimo que volv¨ªa de la vendimia.
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