?tica de la prosa
De siglos de oscurantismo nos ha quedado una propensi¨®n a la palabrer¨ªa irresponsable disfrazada de brillos literarios
En el ¨²ltimo n¨²mero de la London Review of Books viene un largo ensayo de Colm T¨®ib¨ªn que corta el aliento. Est¨¢ escrito en una prosa tan sobria como la de un informe, como la de uno de los informes m¨¦dicos que T¨®ib¨ªn habr¨¢ le¨ªdo a lo largo de los meses de la enfermedad que cuenta el ensayo. Un d¨ªa, en medio de las tareas habituales de la vida, empez¨® a notar un dolor, poco m¨¢s de una molestia, una hinchaz¨®n en un test¨ªculo. Era una incomodidad tan trivial que T¨®ib¨ªn la atribuy¨® al principio al roce de las llaves que llevaba en el bolsillo. Al poco tiempo se encontr¨® con un diagn¨®stico de c¨¢ncer, y empez¨® un largo calvario de esperas angustiadas de an¨¢lisis, estancias en el hospital, sesiones de quimioterapia. El dolor f¨ªsico, la debilidad extrema alientan una desolaci¨®n abismal, agravada sin duda por la soledad, porque T¨®ib¨ªn est¨¢ en Dubl¨ªn y su compa?ero en Los ?ngeles. Con una lucidez que en ning¨²n momento deriva hacia la autocompasi¨®n o el sentimentalismo, el enfermo da cuenta de sus s¨ªntomas y de los efectos devastadores de la medicaci¨®n. Yo le¨ªa y me acordaba de una canci¨®n tenebrosa de Lou Reed en Magic and Loss, un disco tard¨ªo dedicado a la enfermedad y la muerte de un amigo: ¡°To cure you they must kill you¡±. Para curarse o al menos para no perder toda esperanza, T¨®ib¨ªn ha de someterse a un tormento que ya es en s¨ª mismo una completa agon¨ªa de inhumana duraci¨®n, al dolor crudo que no parece posible seguir sufriendo un solo minuto m¨¢s y a las diversas humillaciones que vuelven m¨¢s amarga la enfermedad aunque no la hagan m¨¢s grave, la p¨¦rdida del pelo, la del sentido del gusto, que vuelve de repente desagradable y ajeno cualquier alimento.
Me acordaba del tono de contenida eleg¨ªa de la canci¨®n de Lou Reed, y tambi¨¦n de esos pasajes en los libros de Primo Levi en los que se cuentan procesos qu¨ªmicos o en los que Levi se esfuerza a conciencia en aplicar la claridad y el detallismo de la escritura cient¨ªfica a la narraci¨®n de los espantos humanos, a la inflexible precisi¨®n testimonial de sus recuerdos sobre Auschwitz. Pero la semejanza m¨¢s pr¨®xima de este ensayo de T¨®ib¨ªn es con los fragmentos memoriales que fue publicando Tony Judt acerca de la enfermedad que estaba mat¨¢ndolo en The New York Review of Books. En el primero de todos, titulado simplemente ¡®Night¡¯, Judt contaba la sensaci¨®n de encontrarse, una noche de insomnio, en la prisi¨®n de un cuerpo que ya no le obedece, una mortaja anticipada, un ata¨²d que se va cerrando sobre ¨¦l a medida que el mal avanza, mientras su inteligencia se mantiene clara y activa, y las palabras que su boca ya no puede articular fluyen con vigor espl¨¦ndido en su imaginaci¨®n.
La enfermedad es una metamorfosis que el enfermo mismo tarda en advertir
La enfermedad es una metamorfosis que el enfermo mismo tarda en advertir. Al salir del hospital con una bolsa de pl¨¢stico llena de medicinas, T¨®ib¨ªn ve que el taxi que estaba a punto de tomar acelera cuando ya se hab¨ªa parado junto a ¨¦l: por la mirada de alarma del taxista se da cuenta de que su figura esquel¨¦tica, su andar arrastrado y su bolsa de pl¨¢stico le dan un aspecto de yonqui, en un vecindario donde hay una cl¨ªnica de metadona. Comete el error de mirarse a un espejo y lo que ve en ¨¦l es una de esas criaturas de delgadez cadav¨¦rica de Egon Schiele. Cuando por fin llega la curaci¨®n, acepta con melancol¨ªa que a partir de ahora la vida ya no ser¨¢ la misma.
Procuro fijarme en la prosa, tan seca que ara?a, tan clara siempre, tan contenida, tan aleccionadora, tan llena de franqueza en su misma concisi¨®n, hasta de un cierto sentido del humor. T¨®ib¨ªn no se permite ning¨²n juego literario, ni menos a¨²n esa autoindulgencia vanidosa con que muchos escritores hablan de s¨ª mismos, por una parte no mostr¨¢ndose tal como de verdad son, por otra dando por supuesta una confianza como de barra de bar con sus lectores, una postiza campechan¨ªa que sin duda favorecen m¨¢s ahora las redes sociales. Lo que hay en la prosa de Colm T¨®ib¨ªn, como en la de Tony Judt, y en tantos otros que escriben periodismo y no ficci¨®n en ingl¨¦s, es una naturalidad y un cuidado casi instintivo de la precisi¨®n que hacen de ella un instrumento de primera calidad para explicar y observar el mundo: como una lente limpia y muy bien pulida, un espejo que tuviera a la vez, adem¨¢s de su exactitud, una intensidad de mirada y de voz humana, una sugesti¨®n de presencia alerta y cordial. En castellano hubo una prosa as¨ª que dur¨® hasta Cervantes, y que despu¨¦s qued¨® ahogada por los contorsionismos verbales del Barroco y el miedo a la Inquisici¨®n. En reg¨ªmenes de despotismo y de ortodoxia eclesi¨¢stica la claridad es un peligro. La prosa clara y natural la conservan en espa?ol los cronistas de Indias y los bot¨¢nicos ilustrados del siglo XVIII. De muchos siglos de oscurantismo clerical y de una larga dictadura nos ha quedado una propensi¨®n a la palabrer¨ªa irresponsable disfrazada de brillos literarios.
No es una cuesti¨®n de estilo. Una prosa clara es una exigencia ¨¦tica, una necesidad civil, del mismo orden que la transparencia y la probidad en la Administraci¨®n p¨²blica. Gracias a la claridad de las palabras podemos discernir el grado de solvencia de los argumentos de un debate y adquirir informaciones rigurosas sobre los hechos, y distinguir en lo posible las fantas¨ªas de la realidad. Igual que un interventor somete a escrutinio los planes de gasto de un organismo p¨²blico, un ciudadano ha de juzgar la veracidad de las palabras que se le presentan en una informaci¨®n o en una columna de peri¨®dico y en un discurso pol¨ªtico. Es grave la proliferaci¨®n de lo que nos resignamos tontamente a llamar fake news, pero no lo es menos la de prosas de peri¨®dico o de mitin desorbitadas o injuriosas, destinadas exclusivamente a promover el odio, a hacer da?o, a echar gasolina al fuego, a sembrar discordia y confusi¨®n a trav¨¦s de la misma confusi¨®n de la escritura.
Nos hacen falta ejercicios de integridad expresiva como el de Colm T¨®ib¨ªn en la London Review: una mirada cabal sobre uno mismo es la condici¨®n necesaria para mirar y escribir sobre el mundo real con veracidad, sin trampa y sin ¨¦nfasis, con ese grado de templanza y de lucidez, hasta de humorismo, que son igual de necesarios para ejercer la ciudadan¨ªa. La democracia es una prosa limpia.
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