¡®Finnegans Wake¡¯ para multijugador
Hace ahora 80 a?os Joyce public¨® su ¨²ltima novela, a la que le cuadra la definici¨®n de hipertexto como abierta e interminable
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Si buscamos en Internet ¡°film noir¡± o ¡°cine negro¡±, quiz¨¢ terminemos encontr¨¢ndonos con la ¨²ltima novela de James Joyce, Finnegans Wake, aparecida en las librer¨ªas hace ahora 80 a?os, en mayo de 1939, casi a la vez que El sue?o eterno, de Raymond Chandler. No ser¨ªa por esa coincidencia, ni por las supuestas aventuras delictivas del tabernero Earwicker, h¨¦roe de la novela, que hizo algo en un parque de Dubl¨ªn y acab¨® ante un tribunal: si buscando a Finnegan llego al cine negro es porque el inventor en 1946 de la etiqueta ¡°film noir¡±, Nino Frank, colabor¨® con Joyce en la traducci¨®n al italiano de Anna Livia Plurabelle, episodio final del libro primero de Finnegans Wake.
Nunca he terminado de leer Finnegans Wake, novela escrita en un idioma inventado a partir del ingl¨¦s. La coja por donde la coja, siempre empiezo a leer de nuevo la vida del tabernero Earwicker y su esposa, Anna Livia; sus gemelos, Shem y Shaun, y su hija Issy, novelorrio o novela r¨ªo. Una sola frase puede exigir a?os para dejarse entender y las palabras cambian de significado en cuanto dejas de mirarlas: se invaden unas a otras, palabras solubles en otras palabras. Varias palabras en lenguas varias se condensan en una sola. Los personajes mutan de identidad en un p¨¢rrafo y resurgen en distintos lugares y ¨¦pocas. Finnegans Wake es un caosmos y leerlo puede resultar un drauma, por usar dos de las palabras-aleaci¨®n m¨¢s transparentes de la novela.
Pienso en Finnegans Wake como en un cibertexto que exige un lector suprapersonal, una multilectora formada por lectoras reales y virtuales interconectadas online
Aunque hay titanes que presumen de haberla le¨ªdo y publican libros resumiendo cap¨ªtulo por cap¨ªtulo lo que suponen que cuenta la novela, Finnegans Wake me parece imposible de leer: se tardar¨ªa mucho en dar por terminada una lectura fiable. M¨¢s que una historia, es una proliferaci¨®n de historias tan dislocadas como sus palabras: parodias de f¨¢bulas y leyendas, bromas cient¨ªfico-filos¨®ficas, pasatiempos geogr¨¢ficos, referencias a personajes hist¨®rico-m¨ªtico-literarios, canciones, oraciones blasfemas, acertijos, quejas y procacidades, citas, erudici¨®n recreativa, chismes, conversaci¨®n de bar, ocurrencias-rel¨¢mpago. Es un jerogl¨ªfico de palabras, un juego para pasar el tiempo sin l¨ªmite de tiempo, una cibernovela, esa ¡°textualidad abierta y nunca acabada¡± de la que hablaba George P. Landow hace ya un cuarto de siglo para definir lo que es un hipertexto.
Lo vaticin¨® Francisco Garc¨ªa Tortosa, traductor omnisapiente de Ulysses y de Anna Livia Plurabelle: alguna vez Finnegans Wake encontrar¨ªa un nuevo tipo de lector capaz de llegar al fondo de la novela sin fin, ilegible por antonomasia. Pero, en estos d¨ªas de bancos de datos, pantallas m¨²ltiples y mensajes simult¨¢neos y entrecruzados en una realidad multiling¨¹e, creo que ser¨ªa un multilector, m¨¢s que un lector. No estoy imaginando un videojuego multijugador online, Finnegans Wake, Los Finnegans despiertan. Pienso en Finnegans Wake como en un cibertexto que exige un lector suprapersonal, una multilectora (una multitud de miradas lectoras) formada por lectoras reales y virtuales interconectadas online que tratan de lograr lo que yo no he podido: leer bien la novela con el ordenador como m¨¢quina de lectura, de escritura y de traducci¨®n.
La multilectora se expandir¨ªa en un universo de pantallas a trav¨¦s de ventanas que la conducir¨ªan a otras pantallas: desde el Finnegans Wake de 1939 y todos los papeles en los que se fue haciendo la novela a lo largo de m¨¢s de 15 a?os hasta el mundo de las infinitas alusiones a documentos escritos, visuales y sonoros que Joyce incluy¨® en la historia de la familia Earwicker, m¨¢s todas las glosas, cr¨ªticas, interpretaciones y par¨¢frasis generadas por la novela, m¨¢s las traducciones existentes, todas te¨®ricamente imposibles, a distintas lenguas. La multilectora introducir¨ªa en el juego ventanas nuevas, multivideojugadora que trata de llegar sin fin al final de la partida y excava en palabras y frases de varias capas que componen historias de muchas capas. Cuando Nino Frank, futuro inventor de la etiqueta ¡°film noir¡±, traduc¨ªa con Joyce Anna Livia Plurabelle, comentaba: ¡°Avanzamos a tientas, muy despacio, como por las galer¨ªas de una mina¡±.
Frank recordaba a Joyce con gafas profund¨ªsimas, medio ciego, y con una m¨¢quina de escribir de caracteres enormes para ver mejor las letras, en bata y tendido en un sof¨¢ como el paciente de un psicoanalista. Inventaban un idioma, el italofinneganiano. Joyce le¨ªa en voz alta y la tarde ten¨ªa algo de encantamiento. Yo, en mi imaginaria cibernovela Finnegans Wake, enlazar¨ªa ahora con la ventana en la que Joyce recita un fragmento del episodio de Anna Livia. Y ahora, sin salir de la novela, oigo a The Dubliners cantar Finnegan¡¯s Wake, la canci¨®n del alba?il bebedor Finnegan, muerto en accidente laboral y resucitado al olor de la cerveza y el whisky durante la feliz celebraci¨®n de su velatorio: ¡°?No era verdad lo que os cont¨¦? ?Diversi¨®n a tope en el velatorio de Finnegan!¡±. En una de sus tardes de traducci¨®n Nino Frank le regal¨® a Joyce un disco entonces de moda: Je ne suis pas ce que l¡¯on pense, de Yvonne Printemps. Lo estoy oyendo. Tambi¨¦n forma parte de mi Finnegans Wake cibern¨¦tico.
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