El esp¨ªritu de la novela
Puedes estar tan ocupado siendo escritor que no te quede tiempo para escribir. En la vida literaria pero sin calma para la vida

Cada verano, en cuanto dejo atr¨¢s las obligaciones m¨¢s o menos agobiantes de la temporada, compruebo la distancia, creciente para m¨ª, entre la literatura y lo que se llama la vida literaria, entre las tareas solitarias de escribir y leer y el espect¨¢culo de la presencia p¨²blica, entre la concentraci¨®n y la paciencia del hacer callando y la fatiga y la necesidad de explicar lo que se ha hecho, lo que mejor ser¨ªa dejar que se explicara por s¨ª solo. Cada verano aprendo de nuevo que al escribir y al leer, en grados distintos, disfruto tanto que llego a olvidarme de m¨ª mismo, pero que al publicar me vuelvo nervioso, inseguro, vulnerable, suspicaz, ansioso. Escribir es una afici¨®n y un trabajo que se vuelve soluble en las tareas y las distracciones de la vida diaria, en un fluir continuo que incluye caminatas, conversaciones, ocupaciones dom¨¦sticas, siestas lectoras, salidas gratas para tomar algo y no volver a casa demasiado tarde. Publicar es exhibirse. El libro es un producto fr¨¢gil que requiere un grado inevitable de apoyo, casi de militancia. Uno es consciente, cuando publica un libro, de que ha de hacer un esfuerzo para ayudar a su difusi¨®n, en una ¨¦poca en que la cultura lectora no cuenta con el apoyo de los poderes p¨²blicos, y en la que los medios, tambi¨¦n sumidos en la tribulaci¨®n, se inclinan a celebrar sobre todo lo que les parece que lleva el sello de la moda o lo que ya es tan celebrado que no tendr¨ªa ninguna necesidad de serlo m¨¢s a¨²n. De modo que el autor se siente en la obligaci¨®n de hacer de publicista de s¨ª mismo y viajante de su minoritaria mercanc¨ªa, y de dar todo tipo de explicaciones sobre ella, aqu¨ª y all¨¢, delante del p¨²blico o en una entrevista, y ahora adem¨¢s en el espacio histri¨®nico de las redes sociales.
Yo nunca s¨¦ en qu¨¦ medida o cu¨¢ntas veces se puede explicar algo sin abaratarlo, sin quitarle esa veladura de misterio que es el mayor atractivo de un libro cuando uno lo tiene por primera vez entre las manos, cuando lo abre y empieza a leerlo. Hay una soledad sin la cual el libro no podr¨ªa ser escrito, y para leerlo har¨ªa falta otra soledad equivalente: que el libro llegue al lector tan inopinadamente como fue llegando a quien lo escrib¨ªa. Es como la necesidad de una mesa despejada, de una habitaci¨®n limpia y desnuda con una ventana. En el interior del libro habr¨¢n de o¨ªrse los ruidos y las voces del mundo, pero el momento de escribir requiere un silencio absoluto, no m¨¢s riguroso que el que pide la lectura verdadera. Eso no quiere decir que uno ha de retirarse a una casa en un acantilado, encerrarse en una habitaci¨®n insonorizada. La primera capa decisiva de silencio la genera, como un campo magn¨¦tico, el acto mismo de escribir o leer. Esas lectoras ¡ªcasi siempre lo son¡ª que uno ve a veces en el metro tienen el mismo aire de sosegada concentraci¨®n que Erasmo de R¨®terdam en el retrato que le hizo Holbein.
Esas lectoras ¡ªcasi siempre lo son¡ª que uno ve a veces en el metro tienen el mismo aire de sosegada concentraci¨®n que Erasmo de R¨®terdam en el retrato que le hizo Holbein
La literatura es soledad, o conversaci¨®n muy privada. La vida literaria es compa?¨ªa y tumulto. El escritor en su trabajo est¨¢ tan gustosamente solo como el lector en su deleite. En la vida literaria se convierte en actor, y peor a¨²n, en miembro de una cofrad¨ªa, de una pandilla, de un grupo. A Simone Weil, tan apasionada defensora de la igualdad y la justicia, le provocaba rechazo cualquier frase que empezara por la primera persona del plural. Cuando alguien habla delante de m¨ª en primera persona del plural siento instintivamente el deseo de ponerme a salvo o de quedarme fuera. Y no hay primera persona del plural que me despierte m¨¢s incomodidad y extra?eza que la que empieza con ¡°los escritores¡±, y hasta con ¡°todos los escritores¡±: ¡°todos los escritores fuimos embusteros de ni?os¡±, por ejemplo; los escritores somos esto, o lo otro. Yo no soy qui¨¦n para hablar o escribir en nombre de nadie.
Siempre he huido de las pertenencias colectivas, m¨¢s todav¨ªa cuando se exhiben en p¨²blico. Desconf¨ªo de la facilidad con la que puede caer en la prepotencia quien se ve a s¨ª mismo en una tarima delante de una sala llena de gente favorable: la tentaci¨®n de la ocurrencia, el chiste seguro que ya ha funcionado otras veces, las competiciones de ingenio y de presunta agudeza con los colegas de mesa redonda, la calderilla de las an¨¦cdotas y las citas espurias. Mucho antes de lo que parece, el halago y el h¨¢bito de la exposici¨®n p¨²blica lo convierte a uno en algo peor que un personaje o un impostor: en un farsante. Uno puede estar tan ocupado siendo escritor que no le quede tiempo para escribir; tan sumergido en la vida literaria que no le queda calma suficiente para fijarse en la vida.
Son divagaciones de verano. Para m¨ª hay veranos de escribir y veranos de leer y de curarme la fatiga de haber escrito pero sobre todo la angustia y la incertidumbre de haber publicado. En los veranos de leer me embarco en novelas de larga traves¨ªa y recupero sin ninguna dificultad un fervor por la literatura que tiene algo de inocencia, como si estuviera descubri¨¦ndola en su gloriosa variedad y amplitud, como si tuviera toda una vida de lecturas por delante. En el tiempo dilatado de los veranos caben igual los regresos que los nuevos hallazgos. La literatura es el libro que tengo entre las manos y el cine en colores lujosos de mi imaginaci¨®n que por fortuna los a?os no han debilitado. Este verano vuelvo a Cervantes, que lleva acompa?¨¢ndome toda mi vida de lector, y leo por primera vez a Machado de Assis, dos novelas prodigiosas, una tras otra, Dom Casmurro y Mem¨®rias p¨®stumas de Br¨¢s Cubas. Tal vez no hay novela que yo conozca mejor que Don Quijote, y sin embargo siempre estoy encontrando en ellas sutilezas, iron¨ªas y profundidades nuevas. Nunca hab¨ªa le¨ªdo a Machado de Assis, que tiene una audacia y una desenvoltura cervantinas en la invenci¨®n de sus historias. Pero lo que reconozco en ¨¦l, desde las primeras p¨¢ginas, es el esp¨ªritu singular de la novela, su vocaci¨®n de indagar en los actos y en las conciencias de los seres humanos, su generosa ambici¨®n abarcadora, su desolaci¨®n y su humorismo. No nos importar¨ªa tanto la literatura si no aprendi¨¦ramos en ella tantas cosas que de otro modo no podr¨ªamos saber. Es eso lo que le exigimos. Todo lo dem¨¢s que hay a su alrededor carece de importancia.
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