Los mosquitos que nos mandaron a Urgencias
Fil¨®sofos y exploradores prometen silencio interior y libertad en el camino. En la ruta hacia Morata de Taju?a, pol¨ªgonos, f¨¢bricas y un incidente insisten en llevarles la contraria
Al alba todav¨ªa centellea el delf¨ªn de ne¨®n que corona la gasolinera. Nos saluda azul y rosa cuando salimos del hotel, que como todo en este pol¨ªgono de Arganda est¨¢ hecho para entrar rodando. Los outlets, los drive-ins. Los ex¨®ticos almacenes que podr¨ªan estar en cualquier sitio: Plaza China, Embargos brutales, Love Sof¨¢. En las empresas ¡ªFedesa, Mhidesa, Lo que sea SA¡ª? empiezan a entrar hombres cabizbajos que acaban de aparcar. Mientras, nosotros caminamos.
¡°Me asombra la capacidad de resistencia, por no mencionar la insensibilidad moral, de mis vecinos, que se confinan todo el d¨ªa en sus talleres y sus oficinas [...] No s¨¦ de qu¨¦ pasta est¨¢n hechos, sentados ah¨ª ahora¡±, escribi¨® Thoreau. El decimon¨®nico pensador dec¨ªa que no pod¨ªa mantener la ¡°salud ni el ¨¢nimo¡± si no caminaba al menos cuatro horas diarias, sinti¨¦ndose ¡°libre por completo de cualquier atadura mundana¡±. ?l que pod¨ªa. Yo no me siento superior moralmente a esta gente, no s¨¦ si soy m¨¢s libre, si acaso, m¨¢s privilegiada.
De todas formas, LIBRE es una palabra muy grande para sentirla a las seis de la ma?ana en la rotonda de un Mercadona. De all¨ª sale la V¨ªa Verde hasta Morata de Taju?a, plana y roja sobre el recorrido de un antiguo tren. Thoreau la odiar¨ªa, era m¨¢s de ir campo a trav¨¦s.
Nosotros iremos m¨¢s suave que el de Walden porque el fot¨®grafo, 24 a?os, no se encuentra bien. Ayer sali¨® a buscar una foto. Hab¨ªa visto por la ma?ana un cartel tirado sobre un arbusto. Le gust¨®, ten¨ªa poes¨ªa, pero la luz no era buena. As¨ª que por la tarde, mientras yo escrib¨ªa, volvi¨®. La luz, perfecta. Millones de mosquitos pensaron lo mismo. En el cartel pon¨ªa: ¡°Amo la libertad¡±. Treinta piquetes ¡ªhinchad¨ªsimos, pinta de reacci¨®n al¨¦rgica¡ª fueron el precio de la suya.
En Caminar, las ventajas de descubrir el mundo a pie, el intelectual/explorador Erling Kagge dice que todas sus caminatas ¡ªun abanico, de cruzar los Polos a pelo a andar de su casa a la prestigiosa editorial que dirige en Oslo¡ª tienen dos cosas en com¨²n, el silencio interior y una sensaci¨®n de libertad que ¡°es lo contrario de ¡®m¨¢s deprisa, m¨¢s alto, m¨¢s fuerte¡±. A m¨ª sus excursiones a la Ant¨¢rtida me parece bastante plus ultra, pero bueno. Desde su foto de contraportada, el superventas Kagge te mira ojiazul, canosamente despeinado, con cuello vuelto. Desafiante: t¨² tambi¨¦n puedes ser libre. Dice, como Thoreau, que caminar es radical porque es gratis y no aporta al PIB, pero hay algo en su discurso que huele a triunfador. No s¨¦ si son sus expediciones (tambi¨¦n escal¨® el Everest), su insistencia en el af¨¢n de superaci¨®n o que hable varias veces de Steve Jobs y de c¨®mo esto de andar dispara tanto la creatividad que en Silicon Valley los CEO ya se re¨²nen mientras pasean.
Camino a Morata de Taju?a no hay consejeros delegados. Hay:
1) J¨®venes deportistas decathlonizados. Antonio y Cristina, 43 y 40, currantes de supermercado. Ella lleva un puls¨®metro con los tiempos, ritmos cardiacos, calor¨ªas consumidas (se lo regal¨® ¨¦l). ¡°Para ir mejorando un poco d¨ªa a d¨ªa¡±. En los cascos, David Guetta.
2) Jubilados sin camiseta. Luis Carrasco, exelectricista: ¡°Camino por el colesterol y las grasas, pero luego me pongo morado as¨ª que en realidad lo hago para nada¡±. Se toca la panza y recomienda que probemos las palmeritas de chocolate de Morata (¡°?Son internacionales!¡±). Su ¨²nico apoyo tecnol¨®gico es un m¨®vil que va derramando bachata a todo trapo por el campo. ¡°Desde que me jubil¨¦, ni reloj llevo¡±, dice se?al¨¢ndose la mu?eca desnuda y desapareciendo endiabladamente deprisa porque le da la gana. Es lo m¨¢s libre que ver¨¦ en todo el d¨ªa.
Adem¨¢s de libertad, Kagge promete que encontraremos silencio interior. El exterior me est¨¢ volviendo loca. Llevamos una hora andando y a¨²n se escuchan los coches de la autopista. Durante los kil¨®metros que la senda atraviesa el Parque Regional del Sureste se dejan de o¨ªr, pero cada vez que pasas bajo una torre el¨¦ctrica escuchas su inquietante zumbido como de Chernobyl (la serie) y pienso en el fin del mundo. Luego inunda el camino la m¨²sica de Cementos Portland, que tiene nombre de banda indie pero es una orquesta de rechinares y cadenas, motores y volquetes de yesos y limonitas.
Es un lugar sacado de un c¨®mic: la f¨¢brica que so?ar¨ªa un villano de Batman. Un mecano ocre de tuber¨ªas, tanques, embudos gigantes, andamios y toboganes transportadores... Me faltan las palabras para describirlo. Literalmente: no s¨¦ c¨®mo se llaman las partes de lo que veo. Me pasa lo mismo con la naturaleza. Reconozco lo que como: los frutales, las vides, los almendros... Pero m¨¢s all¨¢ veo solo ¨¢rboles, arbustos, hierbas. No s¨¦ describir con detalle lo industrial ni lo salvaje. En caso de cataclismo, no podr¨ªa reconstruir nada. No s¨¦ c¨®mo funcionan las cosas, ni cu¨¢ndo sembrar las plantas. No tengo claro qu¨¦ es un marjal ni un cilindro hidr¨¢ulico.
Viendo al fot¨®grafo subido a un olivo para retratar la apocal¨ªptica belleza de Cementos Portland pienso en todas las infraestructuras que hemos visto en tres d¨ªas de camino. Estaciones el¨¦ctricas, incineradoras, f¨¢bricas ocultas en el campo. No hay una senda en Espa?a sin su depuradora de aguas negras. Y entonces caigo. El cartel de marras ¡ªAmo la libertad y tambi¨¦n lo hacen los mosquitos¡ª estaba a la salida de una especialmente pestilente. Esos bichos que le han picado iban cargados de mierda.
El pobre llega con tan mal cuerpo a Morata que la farmac¨¦utica lo manda a Urgencias, donde le dan antihistam¨ªnicos y antiinflamatorios y le dicen que si ma?ana est¨¢ peor vaya al hospital de Rivas. ¡°?Pero si llevo dos d¨ªas viniendo de all¨ª!¡±, suspira. ¡°Todo esto lo vas a escribir, ?verdad?¡±, me pregunta. ¡°?T¨² qu¨¦ crees?¡±. ¡°Vale, si te hubiese pasado a ti, yo te habr¨ªa hecho una foto¡±.? ?Hermanito!
En uno de los Polos, Kagge narra un encontronazo: ¡°Cuando estoy cara a cara con un oso polar hambriento me invade la sensaci¨®n de estar en el centro de mi propia vida¡±. Menudo flipado, me cuesta empatizar. Comprendo mejor al fot¨®grafo, que fue a retratar algo triste y hermoso, y cuando las bestias que comen caca le miraron cara a cara, tir¨® la foto y sali¨® pitando.