El pastor y los 550 domingueros
Las cabras del rumano Dani Pudilic conviven con los turistas en Zorita de los Canes, donde Camilo Jos¨¦ Cela lleg¨® en coche en su 'Viaje a la Alcarria'. Las ancianas le recuerdan
En Viaje a la Alcarria, Camilo Jos¨¦ Cela llega a Zorita de los Canes en coche. Nosotros no vamos a ser menos. A ¨¦l lo trajeron en 1946 don M¨®nico y don Paco, alcalde y m¨¦dico de Pastrana. A nosotros nos recoge Leticia, que trabaja en la Posada de Zorita, porque hace un calor de muerte, llevamos desde las seis andando y en coche son 10 minutos.
Leticia conduce a toda velocidad (o a m¨ª me lo parece, la falta de costumbre) hasta el pueblo alcarre?o al que lleg¨® desde Montevideo (Uruguay) hace ya tres a?os. Tra¨ªa un ni?o peque?o y una beb¨¦ de ocho meses. ¡°Al principio, cuando la o¨ªan llorar, la gente, ?guau!, se sorprend¨ªa, hac¨ªa tanto que no escuchaban un ni?o¡¡±.
Entre tanta bibliograf¨ªa intensa sobre el caminar, Viaje a la Alcarria es un trago fresco del botijo. El costumbrismo socarr¨®n de Cela, que habla de s¨ª mismo en tercera persona (el viajero ¡°que es joven, alto y delgado¡±, tambi¨¦n un borde) describe un caminar muy¡ a su manera. En vez de cantimplora, lleva una bota de vino, un crack, porque se mete caminatas de cinco horas. Tras superar un repecho, siempre se fuma un pitillo. Echa muchas siestas. Y si no encuentra posada o fonda pide que le hagan de comer en las casas. Se pone morado nivel sopas de ajo con dos huevos escalfados, pescadilla frita y una pierna de corderito con ensalada. Corderito. Habla con decenas de personas. Mendigos y mozas, pastores y curas, viajantes y posaderas. Y con much¨ªsimos ni?os que siempre parecen recibirle ¡°en bandadas¡±.
Aquellos ni?os son las bandadas de abuelos que llevamos viendo seis d¨ªas. Porque lo que son ni?os, en Zorita 2019 hay cuatro, m¨¢s tres adolescentes (el pueblo tiene 70 habitantes, solo una treintena vive aqu¨ª de seguido).
Mercedes, 90 a?os, era ¡°mocita¡± el d¨ªa que lleg¨® Cela: ¡°?l llevaba polainas, botas y un morral. Tom¨® caf¨¦ en casa, eran otros tiempos y mi madre invitaba a todo el mundo... Hasta quiso sacarnos a las ni?as de la cama, para ofrecerle el cuarto, pero ¨¦l dijo que de eso nada¡±.
Mercedes naci¨® aqu¨ª, ¡°y de aqu¨ª no me he movido¡± dice. Ya no sale a caminar, pero ha caminado mucho: ¡°A Bolarque a vender conejos; a lavar al r¨ªo; a coger aceitunas¡ Casi descalza, no como van ahora con los aparatitos. Y si llov¨ªa, llov¨ªa... Mira, cuando o¨ªamos las campanas de Albalate tocar a fiestas, sal¨ªamos corriendo [siete kil¨®metros], ech¨¢bamos un baile y corriendo de vuelta, cantando todo el camino¡±.
Nos recita un poema que ha escrito (a cambio de que no apunte; y no insisto para que no me llame ¡°cazutera¡±, que aqu¨ª significa metomentodo). Trata sobre La Mojonera, una fiesta que celebraban padres e hijos el d¨ªa de San Jos¨¦ recorriendo los mojones de las lindes del pueblo. ¡°Hace la tira de a?os que se perdi¨® la tradici¨®n del paseo, nadie sabe bien por qu¨¦, ahora solo celebramos la comilona final de arroz con oveja¡±, explica Pedro, hijo de Mercedes y teniente de alcalde. Quiere reinstaurar el camino, ¨¦l lo hizo con su padre pero era muy chico y no se acuerda. Est¨¢ busc¨¢ndole la pista con su hijo, en archivos y por el campo. ¡°Los caminos si no se usan, se pierden¡±, dice.
Teniente de alcalde, ?qui¨¦n camina ya en este pueblo? ¡°Solo el pastor, que no le queda m¨¢s remedio¡±. Nos indica d¨®nde est¨¢ su casa con un ¡°coge la vega, sube la loma, gira en el almendro¡±. La mujer del pastor nos manda a ¡°los chopos¡±, la vereda por donde vuelve Dani Pudilic, 44 a?os, con sus quinientas cabras al mediod¨ªa.
Le ves llegar de lejos por el polvo que levanta el reba?o. Caminan juntos 15 kil¨®metros al d¨ªa; de 7 a 12 y por la tarde de 6 a 11. Pudilic tiene una vara de madera larga con goma negra en el mango, sobre la que apoya la axila mientras fuma. Parece un anuncio Marlboro. La piel curtida, los ojos clar¨ªsimos, el bigote casi rubio. Pantalones militares y una camiseta publicitaria del bibliob¨²s. Va con cuatro perros y el burro Lucero, a los que grita indistintamente en espa?ol y rumano. Y si grita vienen, vamos si vienen. Cuando se pone delante de las cabras, ellas no pisan la frontera invisible que marca su cuerpo. Rollo Jedi. Pudilic sonr¨ªe y habla poco.
?Le gusta ser pastor? ¡°Me gusta. M¨¢s en invierno, hay m¨¢s comida para las cabras. Mi padre era pastor, quedamos pocos¡±. ?Se aburre? ¡°Voy concentrado, a veces pongo la radio. Es tranquilo. Prefiero andar que ir en el burro, ¨¦l me lleva la comida¡±. A veces le acompa?an sus hijas, pero prefiere que estudien y ¡°no se levanten con el sol¡±. ¡°Yo, sin embargo, no podr¨ªa trabajar como t¨², encerrado¡±, dice. Y tampoco le saco mucho m¨¢s.
As¨ª que vamos al r¨ªo a ba?arnos. En el prado que Mercedes dejaba la ropa enjabonada sobre los juncos para que la blanquease el sol inauguraron el verano pasado un parque fluvial con c¨¦sped, merenderos y sombrillas. Est¨¢ petado. Vallaron el prado y empezaron a cobrar entrada (tres euros, cinco los fines de semana, aforo 550 personas en unos 250 metros por cinco o seis de ancho). En 2018, en mes y medio recaudaron 30.000 euros. ¡°Quer¨ªamos intentar que viniese menos gente y poder pagar la limpieza, porque lo dejaban hecho un asco¡±, cuenta el alcalde socialista Jos¨¦ Andr¨¦s Nadador. Pas¨® todo lo contrario. Vienen m¨¢s. Autobuses enteros de turistas (adem¨¢s de un espectacular castillo, junto al pueblo est¨¢ Rec¨®polis, un yacimiento visigodo, que en todo 2018 recaud¨® 40.000). Sobre todo vienen coches y m¨¢s coches de Madrid (aparcados de cualquier manera en medio del pueblo).
Los domingueros echan el d¨ªa con neveras port¨¢tiles y transistores. Sillas plegables y colchonetas inflables. En el agua, llena de gente, las hay con forma de donut y de unicornio, y eso que no es zona de ba?o; el r¨ªo lleva mucha corriente de una hidroel¨¦ctrica cercana y no hay socorristas. Es un sitio precioso pero no queda un hueco. Se come pollo frito y paella de t¨¢per. Hay familias latinas, pandillas de moteros tatuados, ni?os con el mismo cuerpo de se?or que sus padres, chicas con u?as de gel que las usan como pinzas para arrancarse pelos rebeldes de las piernas y las ingles. Es una foto de Martin Parr en un meandro del Tajo.
Nos alejamos andando del pueblo, los altavoces todav¨ªa soltando contra las piedras antiguas el ritmo de un reguet¨®n. En las lindes de Zorita conviven dos universos paralelos. Los ocupantes de un coche con la cara de Hello Kitty pintada en todo el cap¨® sacan los brazos por las ventanillas para darnos ¨¢nimos, como si nosotros fu¨¦ramos los raros. A lo lejos, en el monte, imaginamos la nubecilla de polvo que levantan las cabras del pastor Pudilic en su paseo vespertino.