Una nueva perspectiva
Tras siete d¨ªas a pie para cubrir la distancia de una hora y media en coche, el destino est¨¢ en lo alto de un monte. Los caminantes trepan a la sierra de Altomira ligeros y cargados de emociones
Son las seis y media de la ma?ana y a punto de subir al monte donde est¨¢ nuestro destino sigo sin saber si esto ha sido buena idea.
Llevamos siete d¨ªas caminando desde mi casa-casa en el centro de Madrid a esta otra casa en Albalate de Zorita (Guadalajara). No s¨¦ cu¨¢ntos kil¨®metros ni cuantas horas ni cuantos pasos. Solo que en este punto tenemos 8.215 palabras escritas y 916 fotos tiradas y dudo que este camino tan propio, que hemos disfrutado tanto, con los pies y con las manos, le pueda interesar a nadie m¨¢s que a nosotros.
El ¨²ltimo tramo para trepar a la sierra de Altomira?es corto pero empinado. Seg¨²n Google Maps, dos horas y media a pie. Lo haremos en m¨¢s de cuatro. Por las cuestas y porque como sabemos que ya acaba, vamos jugando. Cada vez que el sendero se bifurca, elegimos, crecidos, la opci¨®n dif¨ªcil, los trazos m¨¢s desdibujados. Nos perdemos por el bosque. Seguimos andurriales que mueren en arbustos que crecieron donde dej¨® de pisar la gente. Los caminos, si no se usan, se extinguen. Por eso, aunque ya no pase nadie, en vez de saltar los pinos carrascos ca¨ªdos, los arrastramos con esfuerzo liberando el paso. Son los ¨¢rboles del k¨an?ese budista: cu¨¢ndo cayeron en el bosque y no hubo nadie cerca para o¨ªrlo, ?hicieron alg¨²n sonido?
Ni idea. Mis reflexiones son m¨¢s pedestres: cuesta arriba se notan los 20 a?os de diferencia.
Hasta aqu¨ª todo fue plano y por primera vez en la semana el fot¨®grafo va por delante. En llano es un caminante lento. Y eso es bueno. Me apacigua. Es un centennial zen; dice que cu¨¢nto m¨¢s despacio va, m¨¢s se le estira el tiempo; y tambi¨¦n que hay que darse la vuelta para ver lo caminado. Los aimaras ven la vida as¨ª, como un paseo marcha atr¨¢s. El pasado es el camino que has recorrido, lo que ven tus ojos; el futuro, lo desconocido, lo que te queda a la espalda.
Me recuerda a Momo de Michael Ende, una novela que marc¨® mi infancia y de la que el centennial zen ni ha o¨ªdo hablar (aunque hubo hasta pel¨ªcula). Momo es una ni?a vagabunda y m¨¢gica que aprecia las cosas peque?as; tiene el arrojo de los inocentes frente al cansancio de los c¨ªnicos. Lucha contra los ¡°hombres grises¡± que han convencido a la gente de que hay que trabajar mucho y hacerlo todo muy deprisa para ahorrar tiempo. En realidad ese tiempo ahorrado se lo fuman ellos y la gente es infeliz. Hay una persecuci¨®n absurda en la que los hombres grises corren y Momo huye su-per-des-pa-cio; y luego, andando de espaldas. Al final gana, porque es un cuento.
Caminar es un metr¨®nomo nuevo. Mi conclusi¨®n m¨¢s gorda: hay que prejubilarse. La gente m¨¢s satisfecha y libre que hemos encontrado por el camino le hab¨ªa dado esquinazo a los hombres grises. Mi curro es un privilegio (hoy lo es tanto, que escribo al jefe para agradecerle el encargo); pero es simplemente demasiada vida para que se la fume otro durante 45 a?os.
Abro un par¨¦ntesis sobre el ir con prisas... En este camino escarpado no hay nadie, pero desde Madrid R¨ªo hasta la sierra vengo rumiando otra queja de b¨ªpeda lenta que no me quiero dejar dentro: amigos ciclistas, en cuanto desaparecen los coches, los chungos sois vosotros. Es la ley del m¨¢s fuerte, la cadena alimenticia. En las veredas m¨¢s rec¨®nditas nos han silbado, timbrado, gritado, azuzado y chirriado con los frenos en los talones para que nos quit¨¢semos de en medio. Pensadlo la pr¨®xima vez que os arrincone un coche que no quiere aflojar.
Caminar, pienso, adem¨¢s del tiempo cambia el espacio. Es raro, a pie, el mundo es m¨¢s vasto pero a la vez m¨¢s asequible. Saliendo de Madrid, bajo las autov¨ªas, sent¨ª que nunca hab¨ªa estado tan cerca de ellas, sin caer en que hab¨ªa estado encima mil veces metida en un coche. Ayer, cuando me alejaba de Zorita, mir¨¦ hacia atr¨¢s el castillo y supe que estaba a una hora. Una semana antes no habr¨ªa sabido decir si eso que ve¨ªa era una hora o un d¨ªa y medio.
Estamos cerca.?Avanzamos solos-sin-prisa por un pinar que reconozco. El olor seco a bosque caluroso, el ruido de la pinocha crujiendo. Los grillos que suenan son m¨ªos. En la medida que un grillo puede ser de alguien.
Cada vez m¨¢s cerca y no se me ocurre nada muy profundo¡ ?F¨ªsicamente? Una diosa. No me he sentido mejor en a?os. Ni un humillante chiste he podido escribir sobre la mediana edad o lo de estar gordita. Andar es lo m¨¢s f¨¢cil, barato y bueno que puedes darle a tu cuerpo, Macarena. Lo ¨²nico duro ha sido? el calor. En primavera u oto?o esto habr¨ªa sido un paseo.?
En la ¨²ltima cuesta arriba la anticipaci¨®n me puede. Llevo siete d¨ªas de proleg¨®menos para llegar a un destino que alcanzo cada fin de semana en hora y media de coche. Ya veo la valla de madera. Las tejas, las paredes blancas. Nunca en 30 a?os que lleva esta casita en mi familia he llegado as¨ª, tan ligera. Y entonces, en la puerta del campo donde he sido hija de mis padres y madre de mis hijos, lloro un poco. A ver, dos lagrimillas idiotas, pero claro que lloro. Luego choco los cinco con el fot¨®grafo como en cada fin de etapa. Nos habr¨ªa gustado que viniese alguien a recibirnos con una paella heroica. Como no, nos damos un abrazo. Despu¨¦s, como siempre, nos tumbamos y ?pum! nos dormimos. Bot¨®n reinicio del sistema. Son siestas del cuerpo no del alma. Para esta me pongo una camiseta sucia del padre de mis hijos que encuentro por ah¨ª tirada y siento que ahora s¨ª, he llegado a casa.
?Por qu¨¦ caminamos? Al despertar en lo alto del monte busco una perspectiva nueva. Recuerdo de memoria y sin contexto una cita de Roland Barthes sacada de alg¨²n ensayo: ¡°Es posible que caminar sea mitol¨®gicamente el gesto m¨¢s trivial y por lo tanto el m¨¢s humano¡±. Caminando, fil¨®sofos y poetas pensaron en nuevos ¨®rdenes sociales, se comprendieron m¨¢s solos y al tiempo m¨¢s universales, llamaron a la desobediencia, encontraron al buen salvaje, dieron con Dios o lo mataron, sintieron la libertad, el silencio, todo el carajo.? A Dios y a la Libertad, as¨ª en may¨²sculas, no los he visto camino de Albalate. Me desperezo y ah¨ª siguen mis minucias, pero siento un escalofr¨ªo feliz. La emoci¨®n revuelta, como m¨¢s viva, m¨¢s cerca del temblor resplandeciente de mi insignificancia. M¨¢s trivial y m¨¢s humana.
Vamos, un pajote. Ya acabo. Preparo espaguetis. Hablamos de la gente que encontramos en el camino: el peregrino, el cabrero, los ecologistas, los exadictos, los domingueros... ¡°Me parecen ahora como los personajes que se iba encontrando Alicia en el pa¨ªs de las maravillas¡±, dice el fot¨®grafo. No s¨¦ ¨Cestamos bebiendo vino¨C yo nos veo m¨¢s como Dorothy al final del camino de baldosas amarillas, cuando solo le quedaba chasquear tres veces los chapines de rub¨ªes para volver a Kansas.
Uno. Llamamos a nuestra gente para que sepan que hemos llegado.
Dos. Me entrego al ritual de ¡°la otra casa¡±, a esa que vas, pero en la que no vives: limpiar un poco, estirar camas, arriar persianas, bajar los plomos, echar la llave, cerrar el agua.
Tres. Estamos listos. Y entonces recibimos la llamada: ¡°Se?ora, ya est¨¢ aqu¨ª su taxi¡±.