¡°As¨ªn no majest¨¢, con los dedos¡±
Los chiringuitos nacen a fines del XIX en M¨¢laga, donde se llaman merenderos. El Tintero, uno de los m¨¢s famosos, carece de carta y sus camareros cantan los platos en subasta
Paseando por la playa del Palo, en M¨¢laga, uno no puede creer que a¨²n no haya sido destruida por el progreso. Una dejaci¨®n de funciones de generaciones de especuladores y concejales patosos. Una largu¨ªsima hilera de casitas bajas, dos pisos como mucho, de arquitectura m¨¢s bien improvisada, de colores seg¨²n el gusto de cada cual, que se extiende un par de kil¨®metros y termina donde acaba la ciudad, y justo all¨ª est¨¢ El Tintero, un gran chiringuito que es un espect¨¢culo teatral. Porque los camareros son artistas, cantan los platos. No hay carta y no se piden, van saliendo a escena y los gritan, los subastan, para quien los quiera: ¡°?Chanquetitooo, el chanqueteee!¡±, ¡°?zamburi?aa, qu¨¦ buenaa, no engorda ni da colesterool!¡±, ¡°?llevo la ca?a¨ªlla grande, en malague?o, el ca?all¨®n!¡±, ¡°?gordo y coloraoo, el mejill¨®n!¡±, ¡°?gambaaa, tengo gamba!¡±. Uno se lo pasa bomba, y es muy barato. Es una idea perfecta, no hay que pensar.
La playa del Palo, que en este extremo se llama del Dedo o del Chanquete, es un antiqu¨ªsimo y humilde barrio de pescadores, que lo ha seguido siendo aunque ya no haya pescadores, y culmina en este chiringuito secular. Parece que es aqu¨ª, en esta playa, donde inventaron el chiringuito a finales del XIX, si es que es algo que pueda inventarse y no ha existido siempre, un techado de ca?as donde los pescadores tomaban un trago al regresar a tierra. Gran Parada, abierto en 1882 por Miguelito, tiene el honor de ser el primero, aunque otro de Sitges defiende ser el primero que us¨® tal nombre, chiringuito. Y de todas maneras en M¨¢laga se llaman merenderos. Cuentan que Alfonso XII pas¨® por aqu¨ª en un viaje al sur en 1885, para visitar las zonas afectadas por un terremoto, y le sirvieron un espeto de sardinas. Cuando fue a comerlas con los cubiertos, parece que el hombre le corrigi¨®: ¡°As¨ªn no majest¨¢, as¨ªn no, con los dedos¡± (pron¨²nciese "deos"). La familia abri¨® en 1927 Casa Pedro, que cerr¨® en 2009. El edificio sigue ah¨ª, abandonado, y da un poco de pena.
El Tintero naci¨® tambi¨¦n hace casi un siglo, y con la actual gesti¨®n, en los ochenta. Se llama as¨ª porque el abuelo del due?o, Eduardo de la Torre, El Nono, se dedicaba a tintar redes. Eran de algod¨®n, se romp¨ªan con el salitre y el tinte las reforzaba. Pero cuando lleg¨® el nylon se acab¨® el negocio y abri¨® el merendero. Un d¨ªa de mucha gente empezaron a cocinar como locos y sacar todo lo que ten¨ªan para que lo cogiera quien quisiera, y as¨ª se invent¨® el sistema de subasta. En este ej¨¦rcito de camareros artistas hay mucho se?or mayor, alguno bien grandote, y entre los j¨®venes solo hay uno de barba hipster. A ojo, caben 400 personas.
Hay familias de todas las edades, mucha alegr¨ªa. Todo gente de aqu¨ª, muy pocos extranjeros, pero los que hay alucinan, como si hubieran ca¨ªdo en un lugar muy ex¨®tico que cuando lo cuenten no les van a creer. ¡°?Bogaavantee, el bisshoo, 25 euros!¡±, y le piden al camarero que se pare para ver de cerca el bicho. Comprendes que Espa?a sea todav¨ªa un pa¨ªs del que los extranjeros se enamoran, porque como otros del sur a veces a¨²n mantiene un punto aut¨¦ntico y popular, aunque est¨¦ empe?ado en erradicarlo desde hace a?os, por un complejo cr¨®nico de no ser suficientemente moderno. El sur salvar¨¢ el mundo.
Una gitana pasa vendiendo loter¨ªa: ¡°Lleva un decimito, ni?o¡±. En las mesas se habla de que este a?o el agua est¨¢ helada. Tambi¨¦n se quejan de la invasi¨®n de madrile?os, que no saben conducir: ¡°Es que van todos por el carril izquierdo, siempre metiendo prisa¡±. Hablan de conocidos y casi todos tienen mote: La Pocahontas, El Metete¡ Pasa una senegalesa vendiendo pulseras y la saludan: ¡°Hola, rubia¡±. Ella responde: ¡°Hola, moreno¡±. Se r¨ªen todos. Tras pasar media hora oyendo cantar platos, desata risotadas la aparici¨®n de un camarero con un dat¨¢fono, escena culminante de la comedia, que grita: ¡°?Y yo cobro!¡±. Si no, mandan a buscarlo: ¡°Oye, llama al yo cobro¡±. Cuenta los platos y los vasos de la mesa y hace la cuenta en el mantel de papel. Cada plato, 7,50 euros. Luego, seg¨²n lo que sea, puede subir. ¡°Antes la gente escond¨ªa los platos en la arena para pagar menos¡±, cuenta la se?ora que se ocupa de postres y caf¨¦s, en una barra aparte. El d¨ªa m¨¢s multitudinario que recuerda fue un mitin-comilona de Javier Arenas, cuando dieron de comer a 2.000 personas.
Pasear a lo largo de la playa al atardecer es otro espect¨¢culo. Se mezcla el olor a mar y el de la le?a de los espetos, asados en barquichuelas convertidas en braseros. En la arena se juegan partidos de f¨²tbol que se alargan hasta que el que meta gana. Sigue siendo una playa de barrio, familiar. Las casas tienen la ropa tendida fuera y les ves el sal¨®n con la tele por la ventana. No hay un solo hotel, porque en realidad aqu¨ª, por ley, no podr¨ªa haber nada. Estas casas se han permitido porque est¨¢n de siempre. Eran de los abuelos de los abuelos. La se?ora del n¨²mero 35 recuerda c¨®mo era hace d¨¦cadas: ¡°Eran casas de pescadores, muy pobres, se te met¨ªa el mar en casa, y eran todo rocas, no hab¨ªa playa¡±. Luego fueron ampliando las casas y cuando hicieron el paseo mar¨ªtimo todos aprovecharon para echarse unos metros m¨¢s all¨¢, y poner la terracita.
Ahora en esos los zaguanes hay animadas tertulias o, al rev¨¦s, grandes reuniones silenciosas rotas de repente por alguna interjecci¨®n incomprensible. Otros muchos vecinos sacan sillas a la calle y se sientan a charlar, hay hasta una mecedora. Se?oras vistosas con vestidos de flores. Se?ores en camiseta interior blanca mirando al infinito. Se ven muchas sillas de ruedas, ancianos cojos, la salud m¨¢s tocada de la gente humilde que se ha matado a trabajar. Un hombre sale de su puerta con la toalla al hombro, anda 20 metros, se lanza al agua, sale y vuelve a casa. Esta gente en realidad es millonaria.