Tres bailes
Todos seremos alguna vez un cuerpo viejo que se resiste a dejar de bailar
Estoy enamorado de dos bailes famosos de la historia del cine. El primero es el de Uma Thurman y John Travolta en la pel¨ªcula Pulp Fiction (1994), de Quentin Tarantino. En ese c¨¦lebre baile suena la canci¨®n de Chuck Berry titulada You Never Can Tell, una imparable invitaci¨®n a la alegr¨ªa.
El segundo baile pertenece a la pel¨ªcula Banda aparte (1964), de Jean-Luc Godard. Ah¨ª dos hombres y una mujer se ponen a danzar en un bar de un barrio de Par¨ªs. La mujer en el medio, con una falda antigua, y dos hombres a su lado. Un hombre lleva un traje cruzado, el otro un jersey con rombos. Se sabe que el baile de la pel¨ªcula de Godard inspir¨® a Tarantino para la escena de Travolta y Thurman.
Son dos bailes excepcionales porque son primitivos y representan la energ¨ªa de la vida en bruto, que es una energ¨ªa ciega y sin argumento posible. Se basa en el movimiento especulativo y enigm¨¢tico del cuerpo. Y en el movimiento de las manos. En la pel¨ªcula de Godard las manos son el s¨ªmbolo de la vida. En la de Tarantino tambi¨¦n. Pero me faltaba una tercera pel¨ªcula. Me faltaba un baile. Y di con ¨¦l de casualidad. Fue ayer, en la ciudad de Roma, donde me encontraba. Me enter¨¦ de que hab¨ªa una retrospectiva de Max Oph¨¹ls en la Casa del Cinema, en Villa Borghese. Y pon¨ªan Le plaisir, una pel¨ªcula de 1952, que no hab¨ªa tenido la ocasi¨®n de ver. Y encima era gratis.
La pel¨ªcula se basa en la adaptaci¨®n de tres relatos de Guy de Maupassant. Fue el primer relato el que me sedujo, pues en ¨¦l al fin hall¨¦ el tercer baile, del que me enamor¨¦. Otra vez el bailar¨ªn da especial importancia a las manos, como en los otros bailes, el de Tarantino y el de Godard. Las manos surcan el espacio, se alzan hacia el frente y descienden hacia el suelo. La m¨²sica invade la sala. Pero en la pel¨ªcula de Oph¨¹ls el bailar¨ªn es un fantasma.
La pel¨ªcula est¨¢ ambientada en el Par¨ªs del siglo XIX. Se adue?a de la pantalla un personaje que lleva una m¨¢scara. Comienza a bailar de una manera fren¨¦tica, es una danza que me record¨® a la que ocurre en la tauromaquia. Una danza en el abismo. Las mujeres se suben las faldas, como en el canc¨¢n. La m¨²sica retumba. Y de repente, el bailar¨ªn con m¨¢scara cae desmayado. Le ha dado un s¨ªncope. Llaman a un m¨¦dico. Lo conducen hasta su casa, en un barrio pobre de Par¨ªs. All¨ª al fin el m¨¦dico consigue arrancarle la m¨¢scara al bailar¨ªn portentoso, al bailar¨ªn que hace unos escasos minutos nos ha encandilado con la fuerza de sus manos, esculpiendo en el aire una fantas¨ªa deslumbrante. Le quita la m¨¢scara y contemplamos el rostro de un anciano, lleno de arrugas, con la cara casi rota. Me vi en ese anciano. Todos seremos alguna vez un cuerpo viejo que se resiste a dejar de bailar. La tercera danza, la que me faltaba, era la de la muerte.
Babelia
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