?Geopol¨ªtica del arte?
Las dos dimensiones vuelven con gran contundencia a los espacios de las principales galer¨ªas internacionales
Un amigo comentaba que este a?o la FIAC ¡ªferia de arte en Par¨ªs¡ª estaba de lo m¨¢s anticuado: no hab¨ªa artefactos instalativos, ni siquiera mucho v¨ªdeo. All¨ª, como en la reapertura de la temporada neoyorquina, reinaban las dos dimensiones. De hecho, en los nuevos y espectaculares edificios de las galer¨ªas Pace, Gagosian y hasta David Zwirner, hab¨ªa algunas piezas de escultura, pero parec¨ªan estar presentes sobre todo como f¨®rmula de ostentaci¨®n espacial. Era el caso Serra, cuya contundencia retaba al espacio infinito de la galer¨ªa: hab¨ªa sido necesario cerrarlo casi a la mitad para que la pieza formidable no se vulnerabilizara entre tanto metro cuadrado. Igual que en la FIAC tampoco hab¨ªa mucho v¨ªdeo en las galer¨ªas neoyorquinas de Chelsea, aunque francamente no s¨¦ si ha habido alguna vez mucho v¨ªdeo en las grandes galer¨ªas ni en las ferias, excepto en las especializadas en audiovisual o las que se presentan m¨¢s radical chic o cutting edge.
Pese a todo, las nuevas tendencias revisionistas del mundo arte, las que buscan visibilizar las mal llamadas minor¨ªas ¡ªmujeres, afrodescendientes, otros excluidos de las salas de los museos¡¡ª estaban presentes en las citadas dos dimensiones. Era el caso de la pintora Amy Sherald, en la galer¨ªa Hauser & Wirth, que hace un par de a?os saltaba a la fama como retratista de Michelle Obama. Era la primera vez que se encargaba a una afroamericana el retrato de una primera dama ¡ªpero tambi¨¦n era la primera vez que esta era afrocamericana¡ª.
Iba pensando en estas cosas de vuelta a casa, al salir del nuevo MoMA, donde otra artista afroamericana, Faith Ringgold compart¨ªa espacio con Les demoiselles de Picasso, confrontando y dislocando (o casi) la posici¨®n del pintor en el anterior discurso del museo respecto a las mujeres y el resto de exclusiones. Desde luego, algo estaba pasando si bien, en el fondo, nadie ten¨ªa ni idea de lo que era exactamente. Hab¨ªa cambios, sin duda. No obstante, si por un lado se hab¨ªa abierto el discurso, por el otro las dos dimensiones volv¨ªan con gran contundencia a los espacios de las galer¨ªas. Y no solo. Si Londres hab¨ªa tenido durante a?os cierto regusto a sucursal de Nueva York ¡ªcon sedes abiertas de algunas galer¨ªas importantes¡ª, recientemente David Zwirner abr¨ªa una peque?a pero bien estudiada galer¨ªa en Par¨ªs. Igual era cosa del Brexit, o igual la geopol¨ªtica obligaba a replantarse una nueva aproximaci¨®n a un mercado del arte en el cual los centros del poder de la transacci¨®n no se hab¨ªan trasladado en realidad a Delhi o Shangh¨¢i, como nos hizo creer la globalizaci¨®n a principios del XXI. Ni siquiera a R¨ªo o Bogot¨¢. Tal vez estaban regresando a Par¨ªs, centro oficial de la vanguardia anterior al final de Segunda Guerra cuando Nueva York robaba a la capital francesa la idea de modernidad. Qui¨¦n lo hubiera dicho, pens¨¦ de pronto.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.