El alma de Sorolla no tiene luz ni color
El museo del pintor inaugura una exposici¨®n con un centenar de piezas, que descubren los dibujos en cuadernos que sacaba como si fueran una c¨¢mara fotogr¨¢fica para inmortalizar la escena
Nunca dej¨® de dibujar. All¨¢ donde estuviera, all¨¢ donde fuera, con lo que tuviera a mano, dibujaba. En los tiempos muertos entre lienzo y lienzo, dibujaba. Si en el teatro le colocaban en primera fila se molestaba porque no pod¨ªa ¡°entretenerse¡± haciendo bocetos en su cuaderno. Si se encontraba con una escena que le interesaba sacaba su cuadernillo del bolsillo; mientras com¨ªa, en la hoja del men¨² del restaurante. Incapaz de detenerse, ni de aspirar a nada que no fueran estampas de la vida moderna que jam¨¢s llevar¨¢ a sus cuadros, porque ¨¦l era un pintor de la vida burguesa. El dibujo es como el tono de voz, cada cual tiene el suyo. El de Joaqu¨ªn Sorolla (1863-1923) es el¨¦ctrico y vibrante.
El pintor valenciano no dej¨® de producir hasta que dio su ¨²ltima pincelada, en julio de 1920, mientras pintaba el retrato de Mabel Rick, mujer de P¨¦rez de Ayala, director del Museo del Prado, cuando sufri¨® un derrame cerebral que lo conden¨® a la hemiplejia hasta su muerte, tres a?os despu¨¦s. Tambi¨¦n fue un ¡°dibujante sin descanso¡± y as¨ª se titula la exposici¨®n que se inaugura este lunes en el Museo Sorolla de Madrid. ¡°Dibuja lo que pasa constantemente delante de sus ojos¡±, comenta M¨®nica Rodr¨ªguez, comisaria de la muestra junto a In¨¦s Abril. ¡°Es muy f¨¢cil cogerle cari?o y ver el mundo como lo vio ¨¦l¡±, a?ade.
El acontecimiento urbano es uno de sus asuntos favoritos para los dibujos, que no explor¨® en sus lienzos
Han cribado un centenar de piezas -entre los 5.000 dibujos que conserva la instituci¨®n- para componer un friso biogr¨¢fico dibujado, con sus viajes a Par¨ªs, sus estancias en Nueva York o Chicago y su descubrimiento de Vel¨¢zquez, entre otros acontecimientos vitales. ¡°El dibujo como canal de experimentaci¨®n y disfrute parece alcanzar su m¨¢xima expresi¨®n en 1911, durante el segundo viaje del pintor a EEUU, en la serie de vistas de la ciudad de Nueva York, que realiza al gouache o en las escenas que recoge en los restaurantes de los hoteles en los que se hospeda¡±, explican las comisarias, que mostrar¨¢n por primera vez los 12 gouaches que conserva el museo de aquellas vistas a Manhattan desde la habitaci¨®n de su hotel. El acontecimiento urbano es uno de sus asuntos favoritos para los dibujos, que no explor¨® en sus lienzos. Los interiores de su vida ¨ªntima con su familia fueron otro de los motivos que m¨¢s trabaj¨® con papel y l¨¢piz. Y los colgaba en las habitaciones de cada uno.
Pintura Vs. dibujo
En la exposici¨®n se exhibe uno de sus cuadernos, m¨¢s peque?os que nuestros smartphones, en el que es imposible apoyar la mano y con el que practica la destreza y la seguridad del trazo. No son dibujos acad¨¦micos, son escenas de un mundo flotante. Trazos leves sin intenci¨®n de trascender o ser enmarcados, simples destellos en los que vive cuando vive fuera del lienzo. Basta ver el retrato de?Mar¨ªa Figueroa vestida de Menina (1901), escondido en los almacenes del Prado, para comprender que el dibujo es un calentamiento ajeno al cuadro. Ten¨ªa suficiente con el pigmento casi l¨ªquido para descubrir lo inmediato y construir los vol¨²menes s¨®lidos de sus figuras, sin atender tanto al contorno o los perfiles.
Hace de la pintura su dibujo, fiel a la tradici¨®n espa?ola. Goya, Vel¨¢zquez y Sorolla demostraron que lo m¨¢s verdadero no tiene que ver con los cimientos de la arquitectura pict¨®rica, sino con el desbordamiento del color. La tradici¨®n italiana dicta lo contrario, el dibujo es irrenunciable. Pero en Sorolla, como explican las comisaras, convivieron las dos caras, la del pintor y la del dibujante. ¡°Son complementarias¡±, asegura Rodr¨ªguez. En la exposici¨®n queda patente como el pintor necesita al dibujante, pero tambi¨¦n c¨®mo uno termina por rechazar al otro, como si fueran dos seres aut¨®nomos. Cuando lleva el lienzo al aire libre tantea y tienta a ciegas, a base de mancha y gesto, rematados en una sesi¨®n. A ese ritmo de producci¨®n el dibujo es un estorbo.
¡°A las ocho de la ma?ana entr¨¢bamos en clase; pues bien, a esa hora, Sorolla ven¨ªa ya de recorrer las afueras de Valencia, donde pintaba paisajes. Su actividad era extraordinaria; nos asustaba a todos¡±, cuenta Cecilio Pl¨¢ en sus memorias. El paseante que caza impresiones es un pintor port¨¢til, que junto a su caja de apuntes con pinceles y tubos de pintura, carga sus cuadernillos de dibujo, el l¨¢piz y el carboncillo. ¡°En esa ¡°rivalidad¡± entre color y dibujo, Sorolla mostr¨® desde muy temprano amplias aptitudes para ambos, siempre dentro del naturalismo¡±, escribe In¨¦s Abril en el cat¨¢logo de la muestra. ¡°Papel y l¨¢piz le permitieron una aproximaci¨®n m¨¢s directa al natural que la propia pintura, captar el instante con mayor rapidez, sin lo engorroso de preparar las pinturas en la paleta o las tablillas en las que iba a pintar¡±, a?ade la especialista. Un pintor menos conocido, m¨¢s ¨ªntimo, un alma sin luz ni color.
Enseguida saca su cuaderno, como si fuera una c¨¢mara fotogr¨¢fica, e inmortaliza de manera r¨¢pida la escena
El Sorolla que dibuja es el pintor que observa. Incansable. ¡°Como si fueran solo recuerdos de calles o rincones que le llaman la atenci¨®n: enseguida saca su cuaderno, como si fuera una c¨¢mara fotogr¨¢fica, e inmortaliza de manera r¨¢pida la escena¡±, dice Abril. Se conservan bastantes cuadernos de diferentes ¨¦pocas y tama?os, pero el que m¨¢s llama la atenci¨®n de las comisaras es el fechado en 1891, que contiene un viaje dibujado a Alemania, con escenas de Berl¨ªn y Colonia. Son bocetos alejados de todo clasicismo, hechos a pluma, aguada en tinta negra y manchas de las que emergen formas y reflejos. Si el Sorolla en lienzo no necesita dibujo para su color, el Sorolla en papel no requiere color para su dibujo.
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