Derrumbes y manjares
Las casas tambi¨¦n pueden tener pedigr¨ª. Y se puede sobrevivir a las comilonas de Navidad
1. Casas
Las casas, los lugares m¨¢s ¨ªntimos donde uno vive (y, eventualmente, muere), tambi¨¦n pueden tener pedigr¨ª. Y no solo por los arquitectos que las construyeron, o por las celebridades que las habitaron, sino tambi¨¦n por sus secretos, sus fantasmas, sus miserias. El piso que Marguerite Duras (1914-1996) tuvo alquilado m¨¢s de 50 a?os (los propietarios nunca quisieron vend¨¦rselo) en la calle de Saint Beno?t, 5, de Par¨ªs, es uno de esos lugares con mucha historia pol¨ªtica y literaria entre sus muros. En aquel apartamento convenientemente ubicado entre el Caf¨¦ de Flore y la librer¨ªa La Hune (hoy desaparecida) se conspir¨® mucho: sobre la revoluci¨®n, sobre Argelia, sobre Mayo del 68, sobre todas las causas que abraz¨® la gran escritora francesa. Aquellos muros escucharon tambi¨¦n las voces de Genet, Michaux, Bataille, Malraux, Merleau-Ponty o Blanchot, por solo citar a algunos de sus visitantes. All¨ª ¡ªo en las buhardillas que Duras s¨ª pudo adquirir en el mismo edificio o en otros cercanos¡ª tambi¨¦n vivieron escritores (Vila-Matas, por ejemplo; recu¨¦rdese Par¨ªs no se acaba nunca; DeBolsillo) y militantes de la LCR, como Daniel Bensa?d o Henri Weber, que se beb¨ªan el beaujolais de su amable anfitriona. Me he acordado de ella y de su piso porque he le¨ªdo recientemente El dolor, un relato tremendo y hermoso que ha recuperado Alianza en traducci¨®n de Clara Jan¨¦s.
Pero hay otras casas con historias menos pintorescas. Como aquella (Maldonado, 65) en uno de cuyos pisos viv¨ª durante largos a?os, y cuya siniestra historia he vuelto a recordar leyendo el interesante Tipismo franquista (Arzalia) ¡ªun t¨ªtulo desafortunado, por cierto¡ª, de David Pallol, quien ha recogido la historia del hoy agotado Madrid en la posguerra (S¨ªlex) del cronista Pedro Montoli¨². Aquel edificio, ahora tan s¨®lido como una monta?a de granito, se convirti¨® el 14 de enero de 1944 ¡ªel mismo a?o en que Duras alquil¨® su residencia parisiense¡ª en el primer gran esc¨¢ndalo inmobiliario que salt¨® a la prensa tras la victoria franquista, a pesar de la agobiante censura.
Aquel d¨ªa infausto, el edificio entonces en construcci¨®n se derrumb¨® como un castillo de naipes, llev¨¢ndose consigo las vidas de un centenar de operarios que se encontraban trabajando entre sus muros, y cuyos cuerpos tardaron ocho d¨ªas en ser rescatados de entre los escombros. La codicia fue la culpable: materiales baratos, inseguridad en las estructuras, falta de escr¨²pulos. Los chivos expiatorios ¡ªel juicio tuvo lugar 10 a?os m¨¢s tarde¡ª fueron el arquitecto, el aparejador y el encargado, que fueron condenados a una pena de prisi¨®n menor. El constructor, Jos¨¦ Entrecanales ¡ªde una familia muy querida por el r¨¦gimen¡ª no solo no fue nunca procesado, sino que la propiedad de la finca le fue restituida a los pocos d¨ªas de la cat¨¢strofe; como corresponde a un emprendedor profundamente cat¨®lico, don Jos¨¦ entreg¨® mil pesetas a cada una de las familias de las v¨ªctimas. Y luego, aprendida la lecci¨®n con sangre ajena, pudo (re)construir su edificio casi a prueba de bombas en la misma esquina de la calle del comunero Maldonado con la que entonces se llamaba de los Hermanos Miralles, en honor a tres m¨¢rtires de la cruzada. En cuanto a los muertos de esta historia, de los que ya casi nadie se acuerda, no hay que preocuparse demasiado porque, como afirmaba el t¨ªtulo de la pel¨ªcula de Elio Petri (1971), sabemos que, con o sin mil cochinas pesetas, la clase obrera va al para¨ªso.
2. Comilonas
El inagotable refranero no cesa de advertirnos de los peligros de las grandes cenas: que si quieres morir, cena cordero asado y ¨¦chate a dormir; que de op¨ªparas cenas est¨¢n las tumbas llenas; que quien cena y se va a acostar, mala noche quiere pasar; que si cenas cuervos sobre una mesa de disecci¨®n, te sacar¨¢n los ojos con un paraguas (este ¨²ltimo me lo he inventado un poco borracho e inspirado en Lautr¨¦amont, un autor perfecto para las resacas).
Estos d¨ªas, repletos de tentaciones gastron¨®micas de ¨²ltima hora, son los m¨¢s proclives del a?o a producir esas pesadillas a las que soy tan propenso. Quiz¨¢ por eso, y por la presi¨®n medi¨¢tica de pactos, sentencias, dict¨¢menes, euro¨®rdenes y d¨®nde diablos se habr¨¢ metido Iglesias que est¨¢ tan calladito, ayer tuve una verdaderamente peculiar y protagonizada exclusivamente por damas, sin cuota masculina. Ah¨ª va: asist¨ªa sin ser visto, en plan Eyes Wide Shut, de Kubrick, a una sesi¨®n de espiritismo en la que interven¨ªan, un poco incongruentemente, las se?oras Monasterio, Borr¨¢s, Vilalta y Rahola, cuya rotunda presencia es bastante habitual en mis malos sue?os. De repente, y sin venir a cuento, la se?ora Lastra hac¨ªa su aparici¨®n con un tablero de g¨¹ija en la mano con el objetivo de convocar a qui¨¦n sabe qu¨¦ o qui¨¦n. En un momento dado, y como si respondieran a una orden del m¨¢s all¨¢, todas menos Lastra ¡ªque contemplaba estupefacta la metamorfosis¡ª comenzaron a quitarse la m¨¢scara sint¨¦tica que se superpon¨ªa a sus respectivos rostros, como suele hacer Tom Cruise (pero tambi¨¦n alg¨²n malote) en la saga Misi¨®n imposible.
Lo que me despert¨® con temblores de espanto y sudores fr¨ªos fue la visi¨®n de lo que hab¨ªan ocultado las falsas caras: otros tantos rostros verduzcos y escamosos, tan repulsivos como los de los extraterrestres reptiloides que invad¨ªan la Tierra en la serie V (Kenneth Johnson; 1983-1985), uno de cuyos episodios hab¨ªa vuelto a ver en la tele unos d¨ªas antes. En todo caso, y ya recuperado de la pesadilla, les deseo que coman y cenen con moderaci¨®n, saboreando los manjares. Y si necesitan teor¨ªa de apoyo, no dejen de leer el bien documentado y ameno Comer y beber. Una historia de la alimentaci¨®n en Espa?a (C¨¢tedra), de la historiadora Mar¨ªa ?ngeles P¨¦rez Samper, en mi opini¨®n, la mejor y m¨¢s asequible en su g¨¦nero actualmente en librer¨ªas.
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