El baile de Mar¨ªa Moreno agita la Bienal de Flamenco

Se podr¨ªa recurrir a aquello del estado de gracia, ese momento en el que todo es favorable y las cosas parecen salir bien de forma natural. Trasladada esa idea al arte, se concretar¨ªa en el instante en que observas que una artista, como la que nos ocupa, parece ser capaz de dar todo lo que lleva dentro y luciendo, adem¨¢s, su mejor versi¨®n.

Obviamente, se hace necesaria una explicaci¨®n: la bailaora gaditana Mar¨ªa Moreno no es una desconocida y ha llegado a esta cita despu¨¦s de que sus dos obras anteriores en solitario recibieran sendos reconocimientos en Jerez y aqu¨ª, en Sevilla, donde obtuvo el premio Giraldillo Revelaci¨®n en la pasada edici¨®n de la Bienal de Flamenco. Su proyecci¨®n es, pues, m¨¢s que conocida, y el estreno de su nuevo trabajo la ha venido a confirmar de una forma que sorprende de apote¨®sica: que el personal salga en un estado tan enfervorecido de un espect¨¢culo solo se explica por un excepcional episodio de transmisi¨®n o de enamoramiento. La artista hab¨ªa trasladado tal intensidad a su audiencia que esta termin¨® llev¨¢ndosela a la calle.

Es cierto que la obra estuvo bien planteada, en tono ascendente y con tramos diversos y contrapuestos, que condujeron al cl¨ªmax final: su baile de la sole¨¢ y el remate por buler¨ªas, un sinf¨ªn de formas y figuras. Pero, antes de ello, el espect¨¢culo ya hab¨ªa ofrecido momentos de mucha enjundia y mantenido una sostenida tensi¨®n, que sorte¨® las inevitables transiciones gracias a un elenco que estuvo al m¨¢ximo nivel y a una direcci¨®n de escena que encaden¨® los cuadros de forma precisa e inteligente.

Resulta obligado rese?ar que la artista gaditana, en una decidida apuesta generacional, hab¨ªa incorporado a su proyecto al joven y premiado director oper¨ªstico Rafael R. Villalobos en su primera incursi¨®n en el flamenco, y al dise?ador de moda Palomo Spain. No cabe duda de que las aportaciones de ambos contribuyeron a la bondad del resultado final. Ha quedado dicho c¨®mo de ordenada result¨® la puesta en escena. Del vestuario dise?ado para la ocasi¨®n bastar¨ªa con decir que no constri?¨® en ning¨²n momento los movimientos y mudanzas de la bailaora. La enorme bata blanca de cola que luci¨® fue, por ejemplo, veh¨ªculo de unas preciosas estampas est¨¢ticas que prolongaban su peque?a figura, descalza en ese cuadro.

Pero, ante todo, en el espect¨¢culo se impone el baile que Mar¨ªa Moreno despliega de forma incesante y con una inagotable multiplicidad de formas. Podr¨ªamos detenernos en su interpretaci¨®n del taranto de Pepe de Pura, pleno de fuerza y fantas¨ªa, o en su juego con el mant¨®n, donde acumula instantes de gran plasticidad. Y est¨¢ su expresividad, que en Mar¨ªa se extiende a todo su cuerpo, especialmente a los ojos, en los que, adem¨¢s de disfrute, transmite por momentos diversi¨®n y juego, travesura casi. Ocurri¨®, c¨®mo no, con las alegr¨ªas, a las que entr¨® con una fuerza especial y, sobre todo, durante el di¨¢logo que estableci¨® con Roberto Ja¨¦n, figura recurrente en sus espect¨¢culos, todo arte y comp¨¢s, al que roba su caj¨®n para marcarse un impetuoso juego de baile y comp¨¢s sentada sobre ¨¦l.

En el juego, la obra cobr¨® un ritmo casi fren¨¦tico impulsado por la fuerza de los pies de Mar¨ªa Moreno y por la gracia de su braceo. En el anunciado juego de contrastes, la sole¨¢ supuso la pausa, la concentraci¨®n para, de nuevo, volver al frenes¨ª con la buler¨ªa. La iluminaci¨®n final del espect¨¢culo nos ofrece la sombra engrandecida de la artista, met¨¢fora quiz¨¢s visual de su crecimiento art¨ªstico.