La geograf¨ªa de la movida
Un nuevo libro estudia los espacios donde se desarroll¨® el movimiento en su vertiente madrile?a
Durante los a?os ochenta, contaban una curiosa an¨¦cdota. Se supone que un dignatario extranjero (una ministra, especificaban algunos) lleg¨® anhelante a Madrid y pregunt¨® d¨®nde estaba ¡°la oficina de la movida¡±. Nos re¨ªamos, claro, de la ingenuidad guiri: aquel movimiento ven¨ªa desde abajo, hab¨ªa superado el bache discogr¨¢fico de 1981-1982 y no necesitaba una legitimaci¨®n institucional (aunque s¨ª aceptaba sus dineros).
Est¨¢bamos equivocados. Tras a?os de sufrir la hostilidad municipal y la indiferencia ministerial, uno desear¨ªa que la m¨²sica pop hubiera aprovechado aquellos d¨ªas de vino y rosas para establecer alg¨²n tipo de v¨ªnculo oficial. Hay una deuda por pagar: la ¨²ltima vez que se habl¨® positivamente ¨Cy a escala global¨C de Madrid fue durante la d¨¦cada de la movida.
Ya, ya: todos los que leemos esto nos sentimos saturados de movida. Pero algo tendr¨¢ el agua cuando la bendicen: el tema sigue coleando. Esa fue mi primera reacci¨®n ante Gu¨ªa del Madrid de la Movida, un s¨®lido tomo publicado por una editorial especializada, Anaya Touring. Con una barbaridad de fotos, mapas, memorabilia, testimonios.
En comparaci¨®n con anteriores libros panor¨¢micos sobre el asunto, Gu¨ªa del Madrid de la Movida ofrece una visi¨®n desprejuiciada de la multiplicidad sonora de la capital. No se ignora al rock urbano o a los cantautores; se cubren los lugares donde se incubaba el nuevo flamenco (pero apenas se menciona la rumba barrial). Que no se altere nadie: sobre muchas p¨¢ginas flota la presencia del rey y la reina, Pedro Almod¨®var y Alaska. Al final del libro, cada uno de ellos expone su particular Ruta de la Movida y eso explica que se cuele el restaurante cubano Zara.
Ahora que prosperan tantos negacionistas de la movida, urge establecer la geograf¨ªa de aquel fen¨®meno, para recordar su variedad social y el dato de que no fue producto de las subvenciones (de hecho, impresionan los abundantes conflictos ¨Cfrecuentemente fatales¨C con el Ayuntamiento). Est¨¢ la c¨¦lebre invitaci¨®n de Tierno Galv¨¢n a ¡°colocarse¡±, cuando una m¨ªnima familiaridad con la jerga del momento revela que estaba destinado a los rockeros de extrarradio, donde el PSOE situaba un potencial caladero de votos.
Los autores, Patricia Godes y Jes¨²s Ordov¨¢s, dividen la ciudad en 11 cap¨ªtulos y entran a saco. Localizan los bares, las galer¨ªas de arte, los antros nocturnos, los grandes recintos, los vendedores de discos, los medios de comunicaci¨®n, pero tambi¨¦n los locales de ensayo, los estudios de grabaci¨®n, las tiendas de instrumentos y hasta algunos lutieres. A veces, la b¨²squeda parece obedecer a impulsos mani¨¢ticos: hay una entrada para un establecimiento de Carabanchel, cuyo nombre se desconoce, donde ¡°Manolo Campoamor encontr¨® unas chaquetas de cuerette forradas de imitaci¨®n de borrego¡± que, convenientemente tuneadas, fueron ¡°imprescindibles para la imagen punk de Kaka de Luxe¡±.
Al otro extremo, cualquier superviviente correr¨¢ a se?alar las ausencias que haya detectado. Las m¨ªas podr¨ªan ser el Teatro Mart¨ªn, escenario de conciertos significativos en ¨¦poca de sequ¨ªa, o la Cervecer¨ªa Grossmain, que funcionaba como antesala de la emisora Onda 2 FM; su posterior mitificaci¨®n nos hace olvidar que Onda 2 realmente se limitaba a un diminuto estudio en la planta de Radio Espa?a. El negocio de la hosteler¨ªa es inabarcable, aunque uno har¨ªa un hueco para el enloquecido Nairobi Club, gestionado por Rossy de Palma y dem¨¢s mallorquines de Peor Impossible.
Tranquilos: cualquier olvido se minimiza ante la avalancha de informaci¨®n. Con buen tino, Godes y Ordov¨¢s reconocen que la movida tuvo como levadura al underground de los setenta y no ignoran sus discretas conexiones con la bohemia bien y la far¨¢ndula del cine y el teatro. Los movidos, sin embargo, no aprendieron las ma?as de esos colectivos del teatro y el cine para hacerse escuchar. Y respetar.
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