Gracias por todo, se?or Connery
Su pinta, su personalidad, su expresi¨®n, su voz, sus andares, su gestualidad, la mitolog¨ªa que arrastraba despu¨¦s de tantas interpretaciones inolvidables.... Qu¨¦ grande era el escoc¨¦s
Solo le vi y escuch¨¦ de cerca una vez. En la rueda de prensa que dio en el festival de Berl¨ªn despu¨¦s de proyectarse Descubriendo a Forrester. Impresionaba. Su pinta, su personalidad, su expresi¨®n, su magnetismo, su voz, sus andares, su gestualidad, la mitolog¨ªa que arrastraba despu¨¦s de tantas interpretaciones inolvidables. Era Sean Connery, un icono con causa, un fulano del que se enamorar¨ªa la c¨¢mara aunque estuviera rodeado en el plano de un mont¨®n de gente. Y asist¨ª a dos reacciones espont¨¢neas y entusiastas del p¨²blico que hab¨ªa en la sala, aplaudiendo y coreando su nombre, cuando aparec¨ªa por sorpresa en los minutos finales del Robin Hood que protagonizaba Kevin Costner, donde encarnaba a Ricardo Coraz¨®n de Le¨®n. Tambi¨¦n se montaba un revuelo en la sala y era capaz de oscurecer a la megaestrella que era Harrison Ford cuando entraba en escena dando vida al ir¨®nico, templado e improbable padre de Indiana Jones en La ¨²ltima cruzada. Los espectadores le admiraban, le reconoc¨ªan como uno de los ¨²ltimos reyes del cine. Y sospecho que fascinaba a todas las mujeres en posesi¨®n de buen gusto. Qu¨¦ t¨ªo, qu¨¦ presencia, qu¨¦ actor.
Fue extraordinario siempre, aunque en su primera ¨¦poca algunos cr¨ªticos miopes creyeran bobamente que solo era eficiente actuando como el c¨ªnico y libertino James Bond, que su talento no daba para m¨¢s. Hitchcock, que era tan listo como intuitivo, le ofreci¨® protagonizar Marnie, la ladrona. Y por supuesto, no ha existido mejor Bond que el suyo, pero su carrera posterior, en pel¨ªculas magistrales y en otras convencionales y olvidables, lleva el sello del clasicismo. Era imposible desentenderse de su presencia, incluso cuando las cosas que ten¨ªa que hacer y que decir en la pantalla fueran mediocres o previsibles. Sin embargo, ¨¦l siempre desprendi¨® hipnosis, poder¨ªo, humor, vida, sensualidad, seducci¨®n. Nos compensaba pagar la entrada para verle exclusivamente a ¨¦l. Hace poco que se larg¨® al otro barrio el gran Kirk Douglas. Connery lo ha hecho a los 90 a?os. Gene Hackman est¨¢ muy viejecito y retirado del cine. Les estamos diciendo adi¨®s a los aut¨¦nticamente grandes. Que otros espectadores sigan disfrutando con el torturado Joaquin Phoenix, con los profesionales del psicologismo, con actores de ese tipo. Cada espectador a lo suyo.
Connery protagoniz¨® pel¨ªculas legendarias. Fue mi ¨²ltimo h¨¦roe del cine de aventuras. Tengo en un altar tres t¨ªtulos de los a?os setenta interpretadas por ¨¦l. Son El hombre que pudo reinar, Robin y Marian y El viento y el le¨®n. Son ¨¦picas, l¨ªricas, divertidas, tristes. Hablan de gente que conoci¨® el esplendor y que acaba fracasando. En la primera, un militar mas¨®nico y muy brib¨®n va buscando fortuna en compa?¨ªa de su entra?able colega a trav¨¦s de pa¨ªses ex¨®ticos y le acaban confundiendo con el dios que los monjes y el pueblo llevaban esperando tanto tiempo. Lo malo es que este pragm¨¢tico desvergonzado termina crey¨¦ndose su condici¨®n divina y el afrodisiaco que supone el poder absoluto. En la segunda, Connery es un Robin Hood viejo y cascado que regresa de las Cruzadas para encontrarse con Lady Marian, la esposa a la que abandon¨® sin explicaciones, ahora monja y retirada del mundo. Ella lo envenena por piedad y llena de amor, asegur¨¢ndole al estupefacto moribundo: ¡°Te amo m¨¢s que a la plegaria de la ma?ana, m¨¢s que a los ni?os, te amo m¨¢s que a Dios¡±. Es la maravillosa Audrey Hepburn la que recita esta preciosa declaraci¨®n de amor. Siempre se me saltan las l¨¢grimas. En la tercera interpreta a Raisuli, se?or del Rif, ¨²ltimo pirata berberisco. A lomos de su caballo y ante los ojos hipnotizados de un cr¨ªo, se despide de la mujer que ama dici¨¦ndole: ¡°Nos veremos en el cielo, se?ora Pedecaris, cuando seamos dos gotas de lluvia flotando entre nubes¡±. Reviso estas tres joyas frecuentemente. Cuando estoy arriba y cuando estoy abajo. Y me siguen conmoviendo.
Connery tambi¨¦n dej¨® para el mejor recuerdo al monje Guillermo de Baskerville en El nombre de la rosa. Buscaba la luz, la tolerancia y la verdad en un monasterio medieval lleno de tinieblas, mentiras, cr¨ªmenes e inquisidores. Y c¨®mo olvidar al viejo y sabio polic¨ªa, ataviado con gorra y chaqueta de pana, que ejerce de tutor de Eliot Ness en el volc¨¢nico y corrupto Chicago de Los intocables. Solo consigui¨® un Oscar al mejor actor secundario. No le hac¨ªa falta. Su imagen va a permanecer imborrable para espectadores de toda condici¨®n. Porque le quer¨ªamos, porque las mujeres flipaban l¨®gicamente con su elegancia y su morbo, porque a todos los t¨ªos con paladar nos gustar¨ªa parecernos a ¨¦l, ser como Sean Connery.
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