Muere Javier Reverte, escritor de viajes, a los 76 a?os
El autor de ¡®Trilog¨ªa de ?frica¡¯ y ¡®Coraz¨®n de Ulises¡¯ ha fallecido en Madrid
Fue nuestro hombre en ?frica, el que nos llev¨® a muchos por primera vez al continente negro de la mano de los grandes cl¨¢sicos, y nunca se lo agradeceremos bastante. En las p¨¢ginas de sus libros, especialmente en el inici¨¢tico El sue?o de ?frica (1996), aprendimos nombres que resbalaban ex¨®ticos en la boca, como Bula Matari o Lobengula; conocimos a Selous, a Meinertzhagen, a Ionis, y descubrimos que la obra imprescindible sobre las guerras zul¨²es era The Washing of Spears de Donald R. Morris o que en el lago Victoria un cocodrilo hac¨ªa de juez: le arrojaban los acusados y los que no se com¨ªa eran inocentes.
Ha fallecido a los 76 a?os de un c¨¢ncer de h¨ªgado el escritor y periodista madrile?o Javier Reverte, decano de nuestros viajeros literarios, que parec¨ªa tan indestructible con sus pies llenos del polvo de mil caminos, su nariz de patata de secundario de pel¨ªculas de safaris de Hollywood, su humor (dec¨ªa que el ronroneo del le¨®n es como el jadeo de un hombre en el coito) y su enorme y generoso coraz¨®n. El viaje y la aventura est¨¢n de luto. La noticia correr¨¢ por las selvas y sabanas apesadumbradas viajando en el sonido de los tambores ¨Cesos tambores cuyo toque mgalumtwe, nos ense?¨® ¨¦l, significa ¡°un hombre ha sido devorado por un le¨®n¡±¨C, se recoger¨¢n silenciosos los can¨ªbales niam-niam y lanzar¨¢n al aire en se?al de luto sus flechas envenenadas los yarbari.
Siempre fiel al lema suajili ¡°panapo nia, pana njia" (donde hay un coraz¨®n hay un camino), Reverte, gran mit¨®mano, acu?¨® de ni?o su amor por el viaje y ?frica en los 11 tomos de las aventuras de Tarz¨¢n de los monos (al acabarlos los volvi¨® a leer una y otra vez, hasta que su padre le dijo: ¡°Hay otros libros, Javier¡±, y llegaron entonces, en la estela del targamani, Jack London, Melville, Hemingway, Dinesen).
Reverte, 30 a?os de corresponsal y enviado especial, m¨¢s de media vida viajando, referente fundamental de la literatura del g¨¦nero y pionero del mismo en nuestro pa¨ªs, escribi¨® tambi¨¦n novelas (dec¨ªa que el secreto de sus libros de viajes era aplicar t¨¦cnicas narrativas en ellos) como El tiempo de los h¨¦roes y Banderas en la noche, y tambi¨¦n poes¨ªa. Fue miembro fundador de la Sociedad Geogr¨¢fica Espa?ola y miembro de honor de la misma. Ha sido para una enorme cantidad de lectores en Espa?a el intermediario entre la gran tradici¨®n de los viajeros y nuestras vidas cotidianas, un incitador de lecturas y viajes.
Aunque vivi¨® peripecias asombrosas y peligros (no el menor de ellos, la ocasi¨®n en la que en un ni?o soldado le apunt¨® con su AK-47 a la barriga, decidiendo si lo mataba o no), no era en absoluto un aventurero sin m¨¢s; cargaba lecturas como Allan Quatermain llevaba colmillos de elefante. Sus lecturas eran la br¨²jula esencial de sus viajes, el motivo mismo de que los hiciera. As¨ª, recorri¨® ?frica siguiendo los relatos de los exploradores y cazadores cl¨¢sicos, dando un dif¨ªcil rodeo para visitar una tumba olvidada o encontrar el rastro del coraz¨®n de Livingstone, apart¨¢ndose del camino para recoger un testimonio sobre Finch Hatton o Bror Blixen, conocer a un hijo adoptivo samburu de Thesiger o ver en Kalenga el cr¨¢neo del rey de los wahehe, decapitado por un sargento alem¨¢n llamado Merkel.
Fund¨ªa como nadie viaje e historia, la experiencia personal y la de los grandes exploradores y escritores. Recorri¨® el r¨ªo Congo bajo la advocaci¨®n de Joseph Conrad, para ver el paisaje que inspir¨® El coraz¨®n de las tinieblas, y de ah¨ª sali¨® otro de sus libros m¨¢s conocidos, Vagabundo en ?frica. ¡°All¨ª el paisaje sigue igual que cuando Kurtz perdi¨® su alma¡±, dijo al presentar el libro en 1998 en la librer¨ªa Alta?r, que era como su casa, junto a Jordi Esteva. Cumpli¨® muchos sue?os, y en eso solo podemos envidiarle: como embarcar en el lago Tanganika en el antiguo barco de guerra alem¨¢n Liemba, convertido en ferry. La felicidad que le provocaban esas cosas era contagiosa en sus libros, como lo era su vitalidad y la alegr¨ªa de gran vividor. Dec¨ªa que no hab¨ªa nada comparable a caminar por ?frica donde ¡°todo huele a aventura¡±, un ejercicio de sensualidad desbocada.
Por supuesto, sus viajes no eran solo historia, se relacionaba mucho con la gente de los lugares que visitaba, en la tradici¨®n de los grandes viajeros. Ya fuera una mujer ranger (Fabiana, que, por cierto, le tiraba los tejos) o Ernest, un jefe de camelleros que hab¨ªa matado un le¨®n de un lanzazo. ?frica, aunque central en su vida ¨Cle fascinaba ese paisaje en claroscuro en el que, dec¨ªa, te encontrabas los lugares m¨¢s hermosos del mundo y la muerte m¨¢s atroz, la mezcla de la felicidad de la vida y la vecindad del horror¨C, no fue lo ¨²nico, ni mucho menos. Ten¨ªa el viaje ¡°metido en vena¡± y los pasos le llevaron a lugares muy distintos. Al ?rtico, sin ir m¨¢s lejos (!) donde rastre¨® la memoria de los exploradores del fr¨ªo y la Expedici¨®n de Franklin. A Centroam¨¦rica. O a Grecia, de donde se trajo otro libro precioso, lleno de luz y belleza, Coraz¨®n de Ulises, y donde se code¨® con otros grandes viajeros cl¨¢sicos, Byron, Lawrence Durrell o Henry Miller, y cumpli¨® otro de sus sue?os de ni?o: visitar Troya. En Suite italiana viaj¨® a Venecia, Trieste y Sicilia con Thomas Mann, Joyce y Lampedusa en el equipaje.
¡°Hay que viajar como sea¡±, dec¨ªa, ¡°la gente que viaja aprende tolerancia¡±. Y citaba a Aldous Huxley: ¡°Viajar es descubrir que todo el mundo se equivoca¡±. Cuando en Babelia le pedimos que escogiera su libro de viajes favorito sorprendi¨® con Gu¨ªa para viajeros inocentes, de Mark Twain, un periplo del escritor por Europa y Tierra Santa del que destac¨® su capacidad descriptiva del entorno y su agudo sentido del humor. Un libro del g¨¦nero, apunt¨®, ha de hacer reflexionar, so?ar con viajes y divertir, ¡°una dif¨ªcil mezcla solo al alcance de los genios¡±, remach¨®. Y se?al¨® una frase de Twain: ¡°El Arno en Florencia ser¨ªa un r¨ªo agradable si se le a?adiera agua¡±. Otra frase que le encantaba, cuando se le preguntaba qu¨¦ hay que llevar cuando se viaja era de John Huston: ¡°Ya no meto en el equipaje nada que no se pueda beber¡±.
Siempre se preci¨® de tener muchas lectoras. ¡°Las mujeres son m¨¢s rom¨¢nticas, y disfrutan mucho con mis libros¡±, subrayaba, y recordaba que fue su madre la que le inicio en la literatura de aventuras africanas.
Hombre de grandes amigos, amante de la vida, conversador inigualable, Javier Reverte, hermano del tambi¨¦n escritor y columnista de EL PA?S Jorge M. Reverte, ten¨ªa un lado de una ingenuidad que desarmaba. Parec¨ªa llevar dentro a ese ni?o que lo condujo por esos mundos de Dios: ¡°Empec¨¦ a viajar por los libros que hab¨ªa le¨ªdo de ni?o, era un compromiso infantil con mis libros¡±. Uno de los viajes que nunca podr¨¢ ya hacer es el que planeaba con su amigo editor de Ediciones del Viento, Eduardo Riestra, y en el que figuraba como porteador y aprendiz de escopetero, quien firma estas l¨ªneas, a la India del Norte tras las huellas de Jim Corbett, el valiente que libr¨® al mundo del leopardo devorador de hombres de Rudraprayag y otros felinos funestos. Nunca iremos a Kuma¨®n juntos, Javier, pero t¨² ya tienes para ti todo el indome?able Reino de Opar, donde te recibir¨¢n, con el honor que mereces, los grandes viajeros y aventureros que nos regalaste.
Babelia
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