¡®The Crown¡¯ no desnuda a los Windsor, sino a nosotros
Al poner el foco en la familia real brit¨¢nica, la serie pone el foco en nuestra propia incapacidad de mirarnos
Seamos comprensivos: ninguna familia resistir¨ªa el foco permanente sobre cada uno de sus miembros, ni siquiera sobre los que parecen ejemplares. Ya lo dijo Colin Firth cuando interpret¨® a Jorge VI en aquella maravillosa El discurso del rey: a mis antecesores les bastaba montar a caballo con prestancia, a¨²n no hab¨ªa nacido la radio y, con ella, la era en que la voz tambi¨¦n iba a llegar a sus s¨²bditos y no solo su estampa.
El supo convertir la mala suerte de su tartamudez en tiempos de radio en fortaleza, en rasgo de superaci¨®n paralelo al que ten¨ªa que hacer el pa¨ªs entero en esos a?os aciagos.
Hoy, la mala suerte de la monarqu¨ªa es superar, no la tartamudez, sino la propia contradicci¨®n que alberga una instituci¨®n basada en los genes familiares en tiempos, no de radio, sino de paparazis, redes sociales, informaci¨®n veloz y escrutinio p¨²blico capaces de dejar al descubierto las porquer¨ªas dom¨¦sticas. Nos suena mucho.
La cuarta temporada de la serie The Crown es la mirilla por la que podemos contemplar la soledad de Diana en un matrimonio que no hab¨ªa desarbolado la relaci¨®n de Carlos con Camilla Parker Bowles, la rigidez familiar y la impenetrabilidad del muro que separa la apariencia de la realidad.
Fascina la calidad de esta serie, no solo por la capacidad de enfocar y centrarse en el alma de los personajes (brillantes Gillian Anderson como Thatcher, Helena Bonham Carter como Margarita, Tobias Menzies como Felipe y un largo etc¨¦tera) sino por la libertad envidiable con que aborda esos trapos sucios de la familia real sin escatimar en crueldad, hipocres¨ªa, trastornos y adicciones que han convivido en su seno con el indudable sentido de entrega.
Y al poner el foco en ella lo pone en nuestra desnudez, nuestra par¨¢lisis. Cierto que la historia no nos ha regalado un Churchill, una Thatcher, unas Malvinas o una Diana zumbando por los puentes de Par¨ªs hasta matarse en su huida de los paparazis. Pero no nos quejaremos de argumentos. La familia real espa?ola, icono de la Espa?a democr¨¢tica, ha ido perdiendo suficientes campanillas como para alegrar la vida a ej¨¦rcitos de guionistas.
No somos ingenuos, acaso sea demasiado doloroso, autolesivo y fr¨¢gil. Los Windsor han resistido hasta la p¨¦rdida del imperio sin cuestionamiento. Los Borbones, por el momento, han resistido una abdicaci¨®n, una caza de elefantes y un yerno en la c¨¢rcel, que no es poco. Lo que ha venido despu¨¦s es demasiado dif¨ªcil de digerir. Y lo han hecho solos. O lo ha hecho solo, el em¨¦rito.
Igual que el conflicto vasco necesit¨® d¨¦cadas para ser digerible en la ficci¨®n de Patria, acaso hay quien necesite d¨¦cadas para hacer digerible a Corinna Larsen, las comisiones, las cuentas en Suiza y la vergonzante mudanza a Emiratos. De momento envidiaremos a Inglaterra que, sabiendo desnudarse en series como The Crown, sabe desnudar, en realidad, nuestra incapacidad de mirarnos.
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