Dreyfus, Polanski y la industria de la mentira
Artistas de sensibilidad admirable como Debussy o Degas mostraban su creencia en la culpabilidad de Dreyfus
En la ¨²ltima pel¨ªcula de Roman Polanski, entre los figurantes que pueblan los caf¨¦s, los salones, las salas de los tribunales, habr¨ªa sido posible reconocer fugazmente la presencia de un hombre joven, muy p¨¢lido, de bigote negro y ojos muy grandes, que se pareciera a Marcel Proust. Proust ten¨ªa 27 a?os cuando la carta p¨²blica de ?mile Zola en la primera p¨¢gina del diario L¡¯Aurore desat¨® el gran esc¨¢ndalo sobre la inocencia del capit¨¢n Dreyfus y las mentiras y las manipulaciones de los altos cargos militares que hab¨ªan propiciado su condena. Nadie mejor que un inocente para ser designado como el perfecto culpable. Al d¨ªa siguiente del art¨ªculo valeroso de Zola empez¨® a difundirse un manifiesto de intelectuales en su defensa, la primera vez que esa palabra se convert¨ªa en sustantivo para designar una profesi¨®n o una condici¨®n que hasta entonces no hab¨ªa tenido nombre. El affaire Dreyfus ha proyectado una influencia tan duradera que cuando en nuestra ¨¦poca se publican manifiestos pol¨ªticos firmados por personas que se califican a s¨ª mismas de intelectuales se trata de una resonancia de lo sucedido entonces. Marcel Proust, que hasta ese momento no hab¨ªa mostrado grandes inquietudes pol¨ªticas, fue de un lado a otro por Par¨ªs recogiendo firmas de celebridades de la literatura en apoyo de Zola y de Dreyfus. Con algo de exageraci¨®n, se enorgullec¨ªa de haber sido ¡°el primer dreyffusard¡±. Su activismo le cost¨® la amistad de algunos de los arist¨®cratas a los que hasta entonces hab¨ªa frecuentado, todos ellos nacionalistas, cat¨®licos y antisemitas, hostiles a aquella Tercera Rep¨²blica que estaba queriendo instaurar el universalismo de la ciudadan¨ªa por encima de la pertenencia del origen, y que para m¨¢s esc¨¢ndalo promov¨ªa la educaci¨®n p¨²blica, el laicismo y la separaci¨®n entre la Iglesia y el Estado.
En la pel¨ªcula de Polanski, m¨¢s que Dreyfus o que Zola, el h¨¦roe es el coronel Picquart, que est¨¢ dispuesto a sacrificar su carrera en defensa de la verdad y de la justicia. Polanski ha tenido siempre el don de levantar delante de nuestros ojos espacios completos del pasado: Los ?ngeles en los primeros a?os cuarenta, Varsovia durante la ocupaci¨®n alemana. Ahora un Par¨ªs interior, invernal y sombr¨ªo, de d¨ªas grises sin lluvia y de interiores alumbrados por l¨¢mparas de gas. Para lograr ese hechizo, la sensaci¨®n de haber ingresado en otra regi¨®n del mundo y del tiempo, hace falta algo m¨¢s que el dinero y el cuidado de la ambientaci¨®n: otros sentidos han de ser seducidos, adem¨¢s de la vista; uno ha de sentir que puede tocar con sus manos esas ropas, esas cortinas suntuosas y pesadas, abotonar esos uniformes; y tambi¨¦n notar en las yemas de los dedos la consistencia del papel de todos esos expedientes, y el cart¨®n de las carpetas y los archivadores, y tambi¨¦n olerlos, y oler el fr¨ªo en el aire, y notar la niebla del gas. En la fotograf¨ªa y la iluminaci¨®n de El oficial y el esp¨ªa esa niebla tenue se parece a la de los retratos colectivos en interiores que le gustaban tanto a Fantin-Latour. La historia tiene una textura de hojas manuscritas, de papel de formularios y de informes secretos, la materia misma de la desgracia que tortur¨® durante a?os al capit¨¢n Dreyfus, los pliegos de papel oficial en los que se escribieron las sentencias que una y otra vez lo condenaban, la duraci¨®n inhumana de un infierno administrativo. Los demagogos se quedan roncos clamando en las plazas p¨²blicas contra el traidor, el enemigo, el jud¨ªo, levantando clamores de unanimidades terribles: en el secreto de las oficinas, las plumas que escriben y raspan el papel timbrado aseguran el protocolo de la persecuci¨®n.
La falsificaci¨®n, la intoxicaci¨®n se han vuelto ya tan poderosas que tal vez ni el coraje combinado de Proust, de Zola, del coronel Picquart podr¨ªa actuar eficazmente contra ella
En la sala del tribunal donde se juzgaba a Zola y donde el coronel Picquart ejerc¨ªa gallardamente su hero¨ªsmo, en las gradas del p¨²blico, Proust tomaba notas como un periodista ferviente, envuelto en bufandas y abrigos, porque ten¨ªa fr¨ªo siempre y era muy sensible a las corrientes de aire. Las cr¨®nicas que escribi¨® entonces formaron parte de la novela que no lleg¨® a terminar, Jean Santeuil, el proyecto fracasado que precedi¨® a En busca del tiempo perdido. Para asistir al tribunal, Proust hizo lo que no hab¨ªa hecho ni volver¨ªa a hacer nunca, levantarse por la ma?ana a una hora razonable. Hasta entonces solo hab¨ªa publicado cr¨®nicas de alta sociedad y relatos m¨¢s bien preciosistas de amor¨ªos ambiguos. Los hab¨ªa reunido en un primer libro que fue recibido con curiosidad y condescendencia en los ambientes en los que se mov¨ªa, en los que le llamaban ¡°le petit Marcel¡±. Entre los libros que vemos leer al coronel Picquart en su celda, uno de ellos era Les Plaisirs et les Jours, y estaba dedicado calurosamente por Marcel Proust.
En una recepci¨®n mundana a la que asiste Picquart en la pel¨ªcula se ve a un hombre viejo de frac y patillas blancas que es Roman Polanski. Un grupo de c¨¢mara toca una m¨²sica que suena a Saint-Sa?ns. Es la clase de m¨²sica que escuchaba Proust en esos mismos salones, la que cobrar¨¢ una presencia arrebatadora en la novela que en esos a?os ya estaba gest¨¢ndose en su imaginaci¨®n y su memoria, aunque ¨¦l no lo supiera todav¨ªa. Proust admiraba a Picquart por su coraje moral y por su gallard¨ªa masculina, y tambi¨¦n porque compart¨ªa con ¨¦l aficiones literarias y musicales. El coronel Picquart frecuentaba a Ravel y a Debussy y fue amigo de Mahler. Por debajo de la atm¨®sfera culta y sobrecargada de perfumes y mobiliario de los salones se remueven como criaturas hediondas las fantas¨ªas criminales del antisemitismo. En los peri¨®dicos nacionalistas al capit¨¢n Dreyfus lo caricaturizaban como una serpiente con cabeza humana y nariz ganchuda a la que aplastaba sin misericordia la bota vengadora del ej¨¦rcito. Artistas de sensibilidad admirable mostraban sin ning¨²n reparo su creencia en una culpabilidad de Dreyfus sin otra prueba que su condici¨®n de jud¨ªo: Debussy, por ejemplo; Degas. Personas por lo dem¨¢s razonables y bien informadas aseguraban que se hab¨ªan encontrado cartas de pu?o y letra del Kaiser agradeci¨¦ndole al capit¨¢n Dreyfus sus servicios: un caso ¨²nico en la historia del espionaje.
No hay paralelismos f¨¢ciles, sino continuidades hist¨®ricas: el nacionalismo integrista y xen¨®fobo franc¨¦s que se ceb¨® contra Dreyfus se prolonga intacto en el r¨¦gimen de Vichy, que no tuvo empacho en mandar a muchos miles de jud¨ªos franceses a los campos de exterminio alemanes; y la industria de la mentira, la falsificaci¨®n, la intoxicaci¨®n se han vuelto ya tan poderosas que tal vez ni el coraje combinado de Proust, de Zola, del coronel Picquart podr¨ªa actuar eficazmente contra ella.
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