Lee el comienzo de ¡®El mapa de los afectos¡¯
EL PA?S ofrece un adelanto de la primera novela de Ana Merino, ganadora del Premio Nadal y que sale a la venta ma?ana
EL PA?S adelanta las primeras p¨¢ginas de El mapa de los afectos, la novela con la que la escritora Ana Merino gan¨® el Premio Nadal a inicios de enero. La poeta madrile?a se estren¨® en este g¨¦nero con la obra galardonada que sale a la venta este martes 4 de febrero.
1. Todos los secretos
Escond¨ªa sus tesoros en el bosque, dentro del hueco de un tronco del que sal¨ªa una gran rama a la que sol¨ªa subir en su infancia para contemplar el horizonte o espiar a los cazadores que se adentraban en esa espesura de ¨¢rboles entrelazados. Algunas veces, al volver a casa se cruzaba con los ¨²ltimos cazadores del d¨ªa y en m¨¢s de una ocasi¨®n le hab¨ªan rega?ado: ?Chaval, ?de d¨®nde sales? Ten cuidado y no andes solo por ah¨ª, que un d¨ªa vamos a tener un disgusto?.
A Samuel no lo intimidaban esas amenazas; los cazadores nunca pasaban demasiado cerca de su ¨¢rbol. ?l se sent¨ªa seguro abrazado a aquel tronco grueso de ramas anchas y frondosas. Era su lugar favorito, su observatorio de estrellas en verano y su rinc¨®n de rabia en invierno. Incluso en los d¨ªas m¨¢s fr¨ªos hab¨ªa subido al ¨¢rbol para estar tranquilo y fumar en secreto cigarrillos sin filtro, cortando la densidad helada del aire con el humo picante que paladeaba en su boca antes de expulsarlo. Su refugio era la s¨¦ptima rama ancha, en una escalera de brotes inmensos y exuberantes. Un nido abandonado de p¨¢jaro carpintero que hab¨ªa agrandado con su navaja se transform¨® en el escondrijo perfecto para lo prohibido. All¨ª guardaba desde ni?o una caja met¨¢lica donde met¨ªa los cigarrillos que con sigilo les quitaba a los adultos. Ya entonces le gustaba imaginarse como uno de ellos mientras daba unas cuantas caladas y contemplaba desde su escondite la extensi¨®n del bosque, los m¨¢rgenes de la carretera y los caminos forestales. Espiaba con atenci¨®n meticulosa todo lo que se mov¨ªa y lo anotaba en peque?as agendas llenas de dibujos esquem¨¢ticos. En esos cuadernitos registraba detalladamente, como en un diario, los movimientos de los cazadores, los encuentros furtivos de los amantes o la cautela de los diferentes animales al caminar por la espesura.
Samuel era el gran observador del bosque, el vigilante de los murmullos. Con su peculiar instinto se transformaba en una especie de duende invisible capaz de metamorfosearse entre las ramas de su ¨¢rbol gigantesco. ?l supo mejor que nadie de la historia de amor de Tom con la se?orita Valeria, la maestra de primaria. Una aventura secreta que dur¨® tres veranos y de la que Samuel aprendi¨® a interpretar las curiosas texturas del cari?o. A?os despu¨¦s todav¨ªa sent¨ªa un extra?o y excitante pudor cuando se cruzaba con Tom en el supermercado. A Valeria le hab¨ªa perdido la pista despu¨¦s de que esta se casara con un compa?ero, un maestro tambi¨¦n muy joven con el que se traslad¨® a vivir a una ciudad grande del sur. Muchos dijeron entonces que esos dos eran demasiado ambiciosos para conformarse con la vida tan poco sofisticada de las poblaciones del Medio Oeste americano, de esa Iowa rural donde el paisaje de las llanuras agrarias de granjas y cultivos se mezclaba con algunos bosques densos como el que cobijaba a Samuel. Valeria se fue, pero al ni?o nunca se le olvid¨® el rastro secreto y sensual que dibuj¨® su existencia en aquellas tardes del verano, cuando se dejaba amar por Tom convencida de que nadie sab¨ªa absolutamente nada de sus encuentros.
El amor furtivo de Tom con Valeria tuvo mucho de desigual iniciaci¨®n y ocup¨® varios apartados en los cuadernos de Samuel, con bosquejos y anotaciones en clave. Coincidi¨® a su vez con ese paso ansioso de la ni?ez a la adolescencia que fue brotando en el muchacho como un nido de anhelos silenciosos desde aquel mirador de ramas frondosas. Fantase¨® durante horas sobre la misteriosa Valeria y su sumisa relaci¨®n con Tom, un hombre demasiado viejo para ella; se llevaban treinta a?os. Al principio, en aquel verano de 2002, ese descubrimiento fue en sus notas un anexo confuso y sorprendente en una tarde calurosa en la que un par de zorros hab¨ªa merodeado cerca del tronco de su ¨¢rbol. Samuel los sigui¨® con la mirada, ayudado por los prism¨¢ticos de caza que hab¨ªa heredado de su abuelo; sol¨ªa llevarlos a muchas de sus incursiones escondidos en la mochila, para cuando jugaba a ser vig¨ªa del bosque en esas tardes infinitas del est¨ªo. Tom y Valeria estaban relativamente cerca, paseaban a ritmo sosegado deteni¨¦ndose a mirar el camino. No advirtieron la presencia de la pareja de zorros que los rode¨® entre los matorrales. Valeria escuchaba ensimismada el relato de Tom, pero a Samuel solo le llegaban murmullos de voces inconexas. ?Qu¨¦ har¨ªan esos dos caminando por el bosque? Al chico le sorprendi¨® mucho descubrir a Valeria con Tom.
Valeria con esos vestidos de algod¨®n floreados, el talle fin¨ªsimo ce?ido por un cintur¨®n grueso de charol, y sus zapatos de tac¨®n fino con un lazo grande al lado, tambi¨¦n de charol. Acababa de salir de la universidad y llevaba varios meses como maestra sustituta en el pueblo. Causaba sensaci¨®n cuando entraba en el restaurante familiar de la se?ora Dolan y ped¨ªa un batido de vainilla en la barra. All¨ª la hab¨ªa visto Samuel por primera vez. Se hab¨ªa fijado en ella por los comentarios de su t¨ªo David y el amigo de este, Greg.
Casi todos los mi¨¦rcoles, David lo llevaba a merendar al restaurante de la se?ora Dolan. Se sent¨ªa mal por su hermana mayor, la madre de Samuel, que ten¨ªa al marido casi siempre ausente, pescando la mayor parte del tiempo en alta mar, y ella trabajando de secretaria recepcionista para Garth Tickled, un abogado impresentable que hac¨ªa de las desgracias ajenas un gran negocio. As¨ª que David estableci¨® una merienda semanal con su sobrino Samuel. Le agradaba esa rutina, aunque estuviera regada de pensamientos intrascendentes y aburridas an¨¦cdotas escolares que su sobrino describ¨ªa como sucesos ¨¦picos. A veces se sumaba a la merienda Greg, su compa?ero en la oficina, al que le gustaba aferrarse a cualquier excusa para alargar la jornada laboral tomando cervezas y conversando desenfadadamente sobre cualquier mujer menor de treinta a?os que entrara en el restaurante. David se burlaba del temperamento de macho desbocado de su amigo, que le hac¨ªa celebrar, sin ning¨²n tipo de verg¨¹enza, a todas las mujeres.
¡ªGreg, qu¨¦ cosas dices, calla, que tenemos aqu¨ª a Samuel.
Greg los miraba con suficiencia y se limpiaba con la manga los tragos de cerveza.
¡ªSi es que la muchacha est¨¢ para com¨¦rsela.
Samuel mir¨® fugazmente a la maestra, una chica menuda con un vestido de flores y el pelo recogido en una coleta. Pens¨® literalmente en el comentario de Greg. ?A qu¨¦ sabr¨ªa la nueva maestra que tanto le gustaba al amigo de su t¨ªo? El sabor de las chicas ten¨ªa que ser rico si a Greg siempre se le hac¨ªa la boca agua. Adem¨¢s, el disimulo de su t¨ªo le resultaba gracioso. Samuel sab¨ªa de buena tinta que a David le gustaban mucho las chicas, porque en su ba?o escond¨ªa revistas er¨®ticas debajo de la monta?a de las toallas dobladas. Un d¨ªa las descubri¨®, eran revistas llenas de mujeres desnudas con pechos gigantescos. A Samuel le pareci¨® rid¨ªculo que a su t¨ªo le gustaran esas cosas. Eran fotos aburridas y algo cutres de cuerpazos femeninos mal iluminados donde la piel morena contrastaba con la marca grimosa y blanquecina del ba?ador. Aquel descubrimiento no estimul¨® nada la imaginaci¨®n de Samuel, al contrario, le hizo mirar con profundo desagrado la desnudez femenina. Su madre le rega?aba porque se quedaba ensimismado leyendo durante horas c¨®mics de superh¨¦roes; si supiera lo que hac¨ªa su hermano y lo p¨¦simas que eran sus revistas...
¡ªHijo, pero ?no te aburres de leer siempre lo mismo?
¡ªNo, mam¨¢ ¡ªrespond¨ªa Samuel entusiasmado¡ª, este es el ¨²ltimo n¨²mero, lo que pasa es que la portada se parece mucho a otras, pero este es nuevo, eh.
¡ªPara m¨ª son todas iguales. Y adem¨¢s creo que es hora de que empieces a leer otras cosas m¨¢s interesantes que esas ni?er¨ªas, ?no?
¡ªMam¨¢, t¨² no lo entiendes.
En aquellas vi?etas que tanto le gustaban suced¨ªan cosas fabulosas y sorprendentes, sus personajes eran invencibles, ten¨ªan sentimientos y luchaban por un mundo mejor. Dibujados con un trazo que le encantaba, muchas veces los copiaba meticulosamente en hojas sueltas o en las solapas interiores de sus libros de texto. ?Por qu¨¦ su t¨ªo perd¨ªa el tiempo con esas revistas llenas de se?oras feas cuando hab¨ªa mujeres formidables en los c¨®mics, como Sue, capaz de volverse invisible y crear campos de fuerza? Samuel no necesitaba verla desnuda para emocionarse y sentir el poder de su energ¨ªa mental. Un d¨ªa puso sobre la mesa del restaurante algunos ejemplares de sus preciados c¨®mics, esperando encontrar la empat¨ªa de los que saben apreciar cada vi?eta, pero descubri¨® con mucho desagrado que ni a su t¨ªo ni a Greg les interesaban lo m¨¢s m¨ªnimo.
¡ª?No me digas que te gustan los superh¨¦roes! ¡ªexclam¨® Greg con sorna¡ª. Como al cretino de Ronald, que solo lee esa mierda.
David torci¨® el gesto.
¡ªYa te vale, Greg, el chaval no tiene la culpa de tus malos rollos del trabajo.
¡ªAh, David, perdona, se me hab¨ªa olvidado que a ti te va fenomenal con el susodicho cabronazo, que, aparte de ser deleznable, lee esta misma porquer¨ªa como si tuviera la edad mental de tu sobrino.
Samuel apenas tuvo tiempo de reaccionar para proteger sus ejemplares y meterlos r¨¢pidamente en la mochila. Greg hab¨ªa proyectado sobre ellos sus frustraciones profesionales d¨¢ndoles un manotazo y arrugando una de las portadas.
¡ªVamos a dejarlo. ¡ªDavid trat¨® de cambiar de tema¡ª. Mira qui¨¦n llega.
Valeria hab¨ªa entrado en el restaurante y la luz de la tarde se filtraba por su melena rubia, que Samuel le ve¨ªa suelta por primera vez, d¨¢ndole un matiz m¨¢gico y misterioso. Su tez casi transparente contrastaba con la camisa azul celeste y los pantalones a juego. ?Es Sue?, pens¨® Samuel con sorpresa. ?Puede que sea la chica invisible?, volvi¨® a imaginar mir¨¢ndola con fascinaci¨®n y ruboriz¨¢ndose levemente.
Las palabras de Greg interrumpieron sus pensamientos.
¡ªEn mala hora decid¨ª sentar cabeza ¡ªse lament¨® el amigo de su t¨ªo.
¡ªAunque no lo hubieras hecho, no tendr¨ªas ninguna posibilidad ¡ªle dijo David.
¡ªAl menos d¨¦jame so?ar ¡ªrespondi¨® Greg, dando un sorbo profundo a la jarra de cerveza para luego emitir un desagradable eructo.
Cuando Samuel crey¨® ver en Valeria la personalidad secreta de la Sue de los Cuatro Fant¨¢sticos, la relaci¨®n entre ella y Tom todav¨ªa no hab¨ªa prosperado, aunque ya paseaban bastante juntos. Sus encuentros eran aparentemente inocentes, recorridos circulares por el bosque que Samuel anotaba. Sin embargo, a partir de aquella entrada estelar de Valeria en el restaurante, el ni?o fue haciendo un diario m¨¢s elaborado, insertando dibujos de Sue que copiaba de sus c¨®mics. ?Qu¨¦ se traer¨ªan esos dos entre manos?
Un d¨ªa lleg¨® el primer beso y Samuel tuvo que aceptar que Valeria no siempre albergaba a la Sue de sus sue?os. Tom no se parec¨ªa en nada a ninguno de los personajes de su c¨®mic favorito, ni tan siquiera a alg¨²n malo que mereciera la pena mencionar. Cuando la relaci¨®n se volvi¨® m¨¢s ¨ªntima, a Samuel le costaba espiarlos porque se escond¨ªan muy bien en la espesura de los arbustos. Sab¨ªa que algo estaba pasando, pero no fue capaz de verlo con todo lujo de detalle hasta dos veranos despu¨¦s. Se atrevi¨® entonces a esconderse en un ¨¢rbol cercano a ese lecho de agujas de pino y yedra. Samuel hab¨ªa perdido el miedo a ser descubierto, porque la curiosidad de la incipiente adolescencia era una energ¨ªa superior a cualquier otro sentimiento. As¨ª fue testigo de un amor apasionado con aletazos de profundos silencios que le resultaban tediosos y dif¨ªciles de entender. Obviamente, Valeria y Tom no quer¨ªan que nadie supiera de estas relaciones furtivas que hab¨ªan encontrado en el bosque el cobijo de su m¨¢xima expresi¨®n. Al final del tercer verano, la maestra anunci¨® a todos su compromiso con uno de sus colegas de la escuela, y a los pocos meses se casaron y se fueron.
Samuel vivi¨® con inquietud y mucha sorpresa estos acontecimientos. Jam¨¢s hab¨ªa o¨ªdo a Valeria mencionar planes vitales de esa magnitud. Es m¨¢s, nunca le dijo a Tom lo que pensaba; fue desde el principio una relaci¨®n apasionada, pero sumisa y silenciosa. Samuel acudi¨® a la iglesia con su madre para ver la boda. Se sinti¨® extra?¨ªsimo porque la casualidad hizo que le tocara sentarse en uno de los ¨²ltimos bancos junto a Tom. Lo observ¨® con disimulo, ten¨ªa el gesto tranquilo y miraba fijamente a la joven pareja. Samuel sinti¨® v¨¦rtigo al pensar que ¨¦l era el ¨²nico que conoc¨ªa los detalles del amor entre Tom y Valeria. Tres veranos de besos densos y suspiros leves que sus cuadernos recogieron con minuciosa precisi¨®n.
Valeria estaba preciosa el d¨ªa de su boda. Vestida de blanco, llevaba el pelo recogido en un tocado adornado con diminutas flores silvestres. ?Qu¨¦ guapa est¨¢ y qu¨¦ sencilla va, qu¨¦ bien le queda el peinado?, murmur¨® la madre de Samuel cuando pas¨® por delante de ellos. Es verdad, le favorec¨ªa mucho, porque dejaba ver su hermoso cuello sin adornos. Samuel la mir¨® fascinado y sinti¨® una leve punzada de culpa. En una de aquellas intensas reuniones en el bosque, Valeria hab¨ªa perdido su colgante de oro fino, un crucifijo de brillantitos de cristal que le hab¨ªa regalado su abuela por la primera comuni¨®n. La joven lo busc¨® muchas veces mencion¨¢ndola, levantando el colch¨®n de agujas de los pinos y rastreando el camino. Nunca lo hall¨®. Samuel lo hab¨ªa escondido en el hueco de aquel tronco donde todav¨ªa a?os despu¨¦s sub¨ªa a fumar cigarrillos y recordaba con delicado placer las texturas invisibles de Valeria.
2. Luna de miel
A Valeria se le pas¨® el ataque de rabia a los setenta kil¨®metros. Se puso a llorar en silencio mientras contemplaba el paisaje de la carretera retorcerse en cada curva. Hab¨ªa pasado de la furia infinita a una inquietante serenidad en la que lloraba para desahogarse. Pens¨® en sus alumnos, en los peque?os para los que la vida era una monta?a rusa de emociones. Pasaban de la risa al llanto y se dejaban llevar por una pataleta explosiva. La de veces que hab¨ªa contemplado los lloros desdichados de los ni?os de parvulario. El hipo tartamudo de la desolaci¨®n infantil aunarse en un grito interminable. Pero cuando creces sabes que no puedes hacer lo mismo, que aunque te sientas igual que ellos, tienes que controlar esa amargura desgarradora.
Valeria era consciente de que hab¨ªa tenido un impulso alimentado por la frustraci¨®n de un viaje infernal lleno de gritos y reproches. Su periplo id¨ªlico hab¨ªa terminado en huida. La sensaci¨®n de libertad, de min¨²scula libertad macerada en ese impulso, en ese gesto contundente de salir corriendo y desaparecer. El ¨¢rea de servicio hab¨ªa sido la compuerta a un universo paralelo en el que ahora estaba sumando kil¨®metros hacia lo desconocido. En cuanto Paul fue al ba?o, Valeria se subi¨® al primer autocar que se dispon¨ªa a arrancar, pag¨® diez euros y se sent¨® al final junto a una mujer con velo que daba cabezadas y murmuraba entre ronquidos. Nunca hab¨ªa tenido una visi¨®n tan clara de su propia vida y de lo que necesitaba en aquel momento. Solo quer¨ªa estar tranquila, sin sentir la perenne negatividad de Paul martillear su cabeza. La pasi¨®n se hab¨ªa condensado y vuelto f¨¦tida en un viaje lleno de discusiones. El aire denso y caliente de la infelicidad la arrastr¨® a un autocar casi en marcha.
?A d¨®nde la estaban llevando sus diez euros? Jugaba con ese pensamiento y con la moneda de dos euros que le hab¨ªa devuelto el conductor. No se atrev¨ªa a preguntar porque su espa?ol era bastante precario, aunque la gente que la acompa?aba tampoco parec¨ªa espa?ola. Todas las mujeres iban cubiertas y hablaban en una lengua musical. Obviamente, eran de alg¨²n pa¨ªs del norte de ?frica. Los velos de las mujeres y las chilabas de algunos hombres los delataban. Valeria hab¨ªa cruzado a otro mundo sin darse cuenta de que su aspecto, con pantalones cortos, sandalias de tiras que mostraban sus u?as primorosamente pintadas de rojo y la camiseta azul celeste con escote, chirriaba en ese escenario. Era ella la que se delataba como una aut¨¦ntica turista. El conductor parec¨ªa espa?ol y le hab¨ªa vendido el billete con absoluta naturalidad. Nadie la miraba, no despertaba ning¨²n tipo de reacci¨®n entre el resto de los viajeros.
El que deb¨ªa de estar de los nervios era Paul busc¨¢ndola por los alrededores de la tienda del ¨¢rea de servicio. Pero eso a Valeria no le importaba, en su gesto impulsivo estaba condensado un hartazgo real de mujer cansada. No hab¨ªan pasado ni tres semanas y el matrimonio le pesaba ya como si llevaran tres d¨¦cadas. No se ve¨ªa envejeciendo con Paul. No se ve¨ªa en esa nueva vida que hab¨ªan iniciado juntos. Las ilusiones de los comienzos se desvanecieron. Diez d¨ªas en la carretera y todo se romp¨ªa en pedazos.
Ella no eligi¨® visitar el sur de Espa?a. Hab¨ªa sido el regalo envenenado de su suegra. Valeria crey¨® vislumbrar en el viaje un complot siniestro para que su matrimonio apenas durase. Otra vez brotaba en ella la ira y le hac¨ªa morderse los labios. Su rabia ya no era fruto de una escalada de reproches en un coche de alquiler. Su nerviosismo se mezclaba con una cascada de sentimientos contradictorios. Este viaje era un periplo t¨®xico. Un laberinto enrevesado planeado por la madre de Paul. La se?ora Estella Valna, con sus largas u?as postizas, hab¨ªa dise?ado la ruta. Su pose de suegra encantadora era parte del plan para que Paul y ella se separaran. Lo hab¨ªa conseguido. Diez d¨ªas de convivencia en otro pa¨ªs bajo una fuerte ola de calor hab¨ªan sido suficientes para que Valeria abandonase.
?C¨®mo dar marcha atr¨¢s? El autocar segu¨ªa su camino por la autov¨ªa y Valeria ya no se imaginaba a un Paul perplejo busc¨¢ndola por el ¨¢rea de servicio. Ahora estar¨ªa llamando a Estella, cont¨¢ndole los detalles de su abrupta desaparici¨®n, explicando c¨®mo lo hab¨ªan plantado en medio de la autov¨ªa del sur a la altura de Arcos de la Frontera rumbo a M¨¢laga.
?Paul era consciente de lo harta que estaba Valeria de ¨¦l en este viaje? ?C¨®mo reaccionar¨ªa Estella ante la llamada de su hijo? ?Pensar¨ªa que su desaparici¨®n podr¨ªa ser un secuestro?
Estella Valna se hab¨ªa divorciado tres veces y ahora estaba casada con un viejo amigo de la adolescencia que criaba cerdos y cultivaba campos de soja. Se hab¨ªa casado con un granjero despu¨¦s de probar fortuna con un vendedor de seguros, el padre de Paul, con el que convivi¨® casi una d¨¦cada; y con un fontanero al que aguant¨® seis a?os y con un militar con el que dur¨® menos de uno. Estella Valna se cre¨ªa glamurosa por coleccionar maridos y hablar abiertamente de su vida privada. Adoptar¨ªa una actitud tr¨¢gica ante la llamada de Paul. Con lo que le gustaba exagerarlo todo, alimentar¨ªa la posibilidad de un secuestro. Algo tan siniestro como la extra?a desaparici¨®n de Lilian, la madre de Adam. Adam era uno de los alumnos de Valeria, un ni?o del taller de arte de preescolar. Aquel ni?o pelirrojo ten¨ªa fuertes ataques de rabia y pegaba patadas y escup¨ªa a sus compa?eros. Esa era la forma en la que trataba de digerir la repentina ausencia de su madre. Valeria record¨® con tristeza la impotencia del pobre ni?o, que lloraba inconsolable despu¨¦s de romper las hojas en las que hab¨ªa estado dibujando. La pena en hilos gruesos de l¨¢grimas recorriendo su peque?o rostro. Cuando Valeria lo abrazaba para tratar de calmarlo, pod¨ªa sentir la angustia temblorosa de la existencia misma en aquel cuerpecito de ni?o asustado. Era como asomarse a un precipicio y contemplar el vac¨ªo.
Valeria se sinti¨® culpable. Lo valiente hubiera sido decirle a Paul que estaba harta y que el viaje se hab¨ªa terminado. Explicarle que las conversaciones en bucle llenas de gritos y de reproches no eran lo que ella esperaba. ?Por qu¨¦ discut¨ªan? Ni siquiera era capaz de recordar exactamente lo que motivaba esas absurdas y exaltadas peleas donde se contradec¨ªan, se provocaban y terminaban aborreci¨¦ndose. Valeria intu¨ªa que en aquellos momentos el aborrecimiento era mutuo. Una luna de miel llena de rabia, distorsionada por el descontento general y el calor. Incluso las se?ales de tr¨¢fico daban pie a una incongruente escalada de improperios. Paul era buen conductor, pero parec¨ªa que en las carreteras espa?olas sent¨ªa el doble de motivaci¨®n para pisar el acelerador. Valeria, que odiaba la sensaci¨®n de estrechez de aquellas carreteras y sobre todo detestaba los camiones avasalladores, se pon¨ªa nerviosa:
¡ªPaul, no corras tanto.
¡ªMira, Valeria, s¨¦ muy bien lo que hago.
¡ªSimplemente, me gustar¨ªa que fueras un poco m¨¢s despacio.
Entonces Paul se pon¨ªa iracundo, como si en los comentarios de una Valeria asustada por las curvas y la velocidad habitara un orden represor que le imped¨ªa conducir a su aire. La situaci¨®n se agravaba porque ella era incapaz de conducir con marchas. Acostumbrada a los coches autom¨¢ticos, las carreteras anch¨ªsimas y la conducci¨®n tranquila, aqu¨ª no pod¨ªa turnarse con su marido y aliviarle un poco el trayecto. A Paul le dol¨ªa el cuello y le aburr¨ªa estar al volante en tensi¨®n tantas horas, aguantando la agresividad de los otros conductores, aderezada por los comentarios de Valeria sobre su manera de conducir. El viaje hab¨ªa dejado de ser ilusionante y cuando llegaban a los hoteles Paul estaba demasiado cansado y no quer¨ªa hacer nada. Valeria, frustrada, se iba a dar una vuelta sola, sin entender el perpetuo mal humor de su compa?ero. Tal vez eso era la simple convivencia que va construyendo la vida en pareja. Tener que aguantar las malas caras y los gru?idos. Pero se supon¨ªa que estaban de luna de miel, era est¨²pido vivirla en esos t¨¦rminos. Por eso Valeria se hab¨ªa largado en aquel autocar y ya llevaba quince kil¨®metros m¨¢s de pensamientos que ahora sumaban ochenta y cinco kil¨®metros de distancia real con su reci¨¦n estrenado marido.
?Por qu¨¦ se hab¨ªa casado con ¨¦l? ?Entend¨ªa realmente lo que significaba estar casada con alguien? Su boda hab¨ªa sorprendido a muchos, Paul y ella se comprometieron y celebraron su enlace a toda velocidad. Es verdad, a ella de pronto le entraron las prisas y las ganas de dar un giro radical a su vida. Cambiar de vida y que Paul la siguiera en esa transformaci¨®n. Cerrar un cap¨ªtulo y comenzar de nuevo en otro lugar. Reinventarse para aprender nuevas rutinas y descubrirse de otra forma. Valeria, con su matrimonio, hab¨ªa querido planear su reci¨¦n estrenada vida al mil¨ªmetro, sin darse cuenta de que la vida hay que experimentarla m¨¢s all¨¢ de tu propio pensamiento. Estar casada significaba compartir la existencia cotidiana con otra persona y aceptar que no podemos controlar a los dem¨¢s. Los adultos no son como los ni?os de las clases de educaci¨®n infantil, que suelen tener curiosidad, prestan atenci¨®n, disfrutan con cada actividad y casi siempre obedecen. Los adultos se olvidan de que fueron ni?os, se olvidan de la capacidad de inventar y ser felices. Valeria intentaba ayudar a sus peque?os a sentirse a gusto y protegidos en las clases. A veces no era consciente de que su personalidad de maestra organizadora, pedag¨®gica, demasiado repetitiva y algo repipi afloraba en todas partes. Las clases de Valeria funcionaban muy bien y era capaz de trabajar e integrar a ni?os problem¨¢ticos, pero con los adultos su vida se complicaba. El choque de temperamentos con Paul era la muestra.
Diferentes teor¨ªas del amor bull¨ªan en la cabeza de Valeria mientras el autocar se iba alejando cada vez m¨¢s del ¨¢rea de servicio donde hab¨ªa dejado a Paul. Ahora le tocaba decidir c¨®mo resolver esa escapada. Ya no estaba furiosa, ni siquiera sent¨ªa pena de s¨ª misma. En circunstancias normales se hubiera ido a dar una vuelta, a desahogarse con sus pensamientos dando un largo paseo. Pero hoy se hab¨ªa montado en un autocar rumbo a lo desconocido, en un pa¨ªs en el que apenas hablaba el idioma. Aunque en circunstancias normales, probablemente Paul no hubiera sido tan desagradable. El viaje hab¨ªa sacado el lado m¨¢s oscuro de su compa?ero, y ella misma se sorprend¨ªa de haber consentido durante tantos d¨ªas esa din¨¢mica de tensiones absurdas.
El veh¨ªculo par¨®. Los pasajeros se levantaron y comenzaron a recoger sus cosas de los peque?os compartimentos superiores. Valeria se incorpor¨® y sigui¨® a las mujeres que descend¨ªan en silencio. Estaban en un aparcamiento gigantesco donde hab¨ªa un revuelo de coches y furgonetas con mucha gente que parec¨ªa ¨¢rabe. A su derecha hab¨ªa un puerto de mar con dos barcos de pasajeros preparados para zarpar. Valeria ya no sent¨ªa el impulso de subirse a uno de esos barcos. Simplemente quer¨ªa volver a su casa. Adelantar el regreso de esta luna de miel de dos semanas y olvidar todo lo que hab¨ªa pasado. Se puso a caminar hacia el puesto de vigilancia portuaria. Los polic¨ªas espa?oles estaban en una caseta de madera y chapa con letreros en espa?ol y en ¨¢rabe. ?Ojal¨¢ alguno entienda ingl¨¦s y pueda ayudarme?, pens¨® Valeria. Estaba sedienta y cansada. Quiz¨¢ Paul ya hab¨ªa dado parte de su desaparici¨®n y pudieran localizarlo. ?Sobrevivir¨ªa su amor a esta huida? ?Estaba realmente enamorada? Otra vez se le inundaba la cabeza de preguntas metaf¨ªsicas sobre el amor. Valeria pensaba en espiral y sent¨ªa el sol sobre los hombros y la cabeza. Un sol denso de ola de calor a destiempo. Un sol que le robaba la energ¨ªa, que la agotaba. Quer¨ªa volver a casa, pero todav¨ªa no ten¨ªa una casa. Paul y ella lo hab¨ªan metido todo en cajas. Sus muebles y sus cosas estaban en un almac¨¦n a la espera de concretar esa mudanza, planeada para despu¨¦s de la luna de miel. La ilusi¨®n de la gran ciudad a la que en breve se trasladar¨ªan, la ilusi¨®n del amor que estaba comenzando eran un espejismo en aquella explanada de coches, furgonetas y autocares. Valeria no supo si desvanecerse y perder la memoria o aceptar con naturalidad que no soportaba a su marido.
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