Dulce lucha contra el capital
'Honeyland', primer documental de la historia en optar tambi¨¦n al Oscar al mejor filme internacional, reivindica la vida sostenible de una apicultora en Macedonia
Hace una vida que Hatice Muratova conoce a las abejas. Son su pasi¨®n, su trabajo. Y, tambi¨¦n, sus ¨²nicas vecinas. Aislada en las monta?as de Macedonia, a kil¨®metros de la humanidad, la mujer resiste con su anciana madre y con lo justo: una casita, un plato caliente, unas palabras de vez en cuando, el silencio. No queda nadie m¨¢s en Bekirlija, un p¨¢ramo inh¨®spito sin electricidad ni agua corriente. Y sin embargo, bajo esta tierra implacable, se oculta un tesoro dulc¨ªsimo. Para encontrarlo, basta levantar las piedras correctas. Muratova lo sabe, ya que visita a menudo las colmenas escondidas. Y renueva, d¨ªa tras d¨ªa, su pacto con los insectos: de toda la miel que producen, solo se lleva la mitad; el resto lo deja a sus leg¨ªtimas due?as. Y eso que en el mercado de la capital, Skopje, pagar¨ªan una fortuna por ese oro cremoso. Pero ella no entiende de capitalismo: lo prefiere as¨ª, le parece m¨¢s justo.
Tal vez, ma?ana domingo, Muratova aproveche para explic¨¢rselo a los divos que la rodear¨¢n. Porque, desde un remoto pueblo anclado en otro tiempo, su lecci¨®n ha llegado hasta los Oscar. Y, de paso, ha regalado otra ense?anza a la gala: Honeyland, el filme que protagoniza, es el primer documental nominado tanto en su categor¨ªa como en la de mejor pel¨ªcula internacional. Probablemente pierda en ambas ¡ªafronta Dolor y gloria, de Pedro Almod¨®var, Par¨¢sitos, de Bong Joon-ho, o American Factory, producida por los Obama¡ª, pero al menos podr¨¢ dejar su huella. Abanderar una convivencia sostenible, que agoniza en v¨ªas de extinci¨®n; y defender otro mundo, y otro cine.
¡°Descubrimos la regla de la miel de Hatice durante la primera semana de rodaje y supimos de inmediato que ten¨ªamos un mensaje, y una tem¨¢tica. Nos faltaban una estructura narrativa y un conflicto¡±, explica Ljubomir Stefanov, codirector de Honeyland junto con Tamara Kotevska. El filme naci¨® como un encargo: el Proyecto para la Conservaci¨®n de la Naturaleza de Macedonia quer¨ªa un corto sobre biodiversidad y los dos cineastas fueron a buscarlo por el pa¨ªs. Acabaron as¨ª en la bella y aterradora soledad de Bekirlija, donde el encuentro con Muratova revolucion¨® sus planes. Ella confes¨® a varios medios que, tres d¨ªas antes, hab¨ªa pedido a Al¨¢ que le enviara alguien que resolviera sus problemas y aliviara su austera existencia. De ah¨ª que la llegada de los directores resultara providencial para todos. La apicultora hall¨® una esperanza; y ellos encontraron su pel¨ªcula. As¨ª que comenzaron a seguirla y filmarla all¨¢ donde fuera. Cuando, seis meses despu¨¦s, una ca¨®tica familia de n¨®madas turcos se mud¨® ah¨ª cerca, ya no faltaba nada: hab¨ªa llegado el conflicto.
Porque Hussein Sam tambi¨¦n quer¨ªa trabajar con las abejas, pero a otro ritmo: junto con su mujer, deb¨ªa mantener a siete ni?os. Por m¨¢s que Muratova le insistiera en que tanto af¨¢n productivo destruir¨ªa su fr¨¢gil equilibrio, el hombre necesitaba m¨¢s y m¨¢s miel. Chocaban dos personas, y dos modelos. ¡°Al principio la familia se mantuvo muy distante de nosotros¡±, recuerda Kotevska. Pero poco a poco, sobre todo a trav¨¦s de los cr¨ªos, se ganaron su confianza. Y, durante tres a?os, llegaron a formar parte de su cotidianeidad. ¡°Nuestro presupuesto era m¨ªnimo. Dos cineastas, dos directores de fotograf¨ªa y un coche¡±, relata Stefanov. Cada cierto tiempo, conduc¨ªan por una dura carretera, caminaban hasta la aldea perdida y ah¨ª plantaban sus tiendas. Pernoctaban tres o cuatro d¨ªas, intentando mezclarse con el ambiente y desaparecer tras sus c¨¢maras. Tal vez por eso en Honeyland no parecen existir filtros, como si en la pantalla desfilara la vida misma.
En realidad, los directores tampoco hubieran podido participar mucho: con su madre y sus vecinos, Muratova charlaba en turco otom¨¢n, un antiguo dialecto tambi¨¦n legado de otros tiempos. ¡°Debatimos qu¨¦ idioma deber¨ªan hablar para el filme, pero era mejor que les resultara espont¨¢neo. Aunque, al final, todos los obst¨¢culos de este rodaje acabaron siendo ventajas¡±, confiesa Kotevska. Condenados a la incomprensi¨®n verbal, los directores se fiaron de su instinto visual: grabaron lo que no necesitaba palabras para ser comprendido. Y, ante un atasco inicial en fase de montaje, insistieron: para resumir 400 horas de material en 90 minutos, crearon una l¨ªnea narrativa y eligieron las im¨¢genes que contaban esa historia. Solo m¨¢s tarde consiguieron tambi¨¦n una traducci¨®n y descubrieron qu¨¦ se dec¨ªan sus personajes. Modificaron algunas secuencias, pero ¡°el 90% de la estructura se mantuvo¡±, explica Kotevska.
Desde luego, la apuesta ha convencido a todos. Se estren¨® entre aplausos y premios en Sundance, y repiti¨® en DocsBarcelona. A. O. Scott, c¨¦lebre cr¨ªtico de The New York Times, la eligi¨® como mejor pel¨ªcula de 2019. Y luego lleg¨® la doble nominaci¨®n, in¨¦dita para un documental. ¡°Puede dar valor y motivaci¨®n a creadores que intenten hacer algo diferente. Todas las formas narrativas envejecen y debemos buscar otros caminos¡±, asevera Kotevska. Aunque quiz¨¢s el mejor resultado del filme fue conseguir una nueva casa para Muratova: su vida sencilla contin¨²a en el poblado de Dorfullu. Lejos de las abejas, pero tambi¨¦n del aislamiento. El ser humano m¨¢s cercano, ahora, vive en la casa de al lado.
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