Cita con Tutankam¨®n y el sombrero de Hawass en Londres
La exposici¨®n sobre el joven fara¨®n en Saatchi permite admirar objetos magn¨ªficos de su tumba y observar la irreductible pervivencia del egipt¨®logo
La vida imita al arte (si es que El regreso de la momia puede considerarse as¨ª) y el otro d¨ªa llegu¨¦ a la exposici¨®n sobre Tutankam¨®n en la Saatchi Gallery de Londres (Tutanhamun, treasures of the golden pharaoh, hasta el 3 de mayo) a bordo de un t¨ªpico autob¨²s rojo de dos pisos, como en la escena de la pel¨ªcula de Stephen Sommers en la que a los buenos, con Brendan Fraser a la cabeza (¡° I hate mummys!¡±), los persigue un mont¨®n de momias malignas. La Saatchi, en Chelsea, cerquita de la librer¨ªa John Sandoe, la favorita de Patrick Leigh Fermor, ocupa desde 2008 un edificio espectacular (Duke of York¡¯s Barracks) y con pedigr¨ª militar pues hist¨®ricamente ha servido de cuartel general de diversas unidades y durante la II Guerra Mundial se celebr¨® all¨ª el consejo de guerra contra el esp¨ªa de la Abwehr Josef Jakobs, posteriormente fusilado en proximidad sobre una silla de estilo Windsor en la Torre de Londres.
El d¨ªa de mi visita a Tutankam¨®n, la semana pasada, era lluvioso y fr¨ªo, en chocante contraste con el tiempo habitual en el Valle de los Reyes, y la gente entraba en la galer¨ªa con paraguas, gabardinas y bastante mojada. La exposici¨®n estaba a petar, de hecho consegu¨ª milagrosamente en taquilla una entrada (28 libras del ala) pues se anunciaba que se hab¨ªan agotado para la jornada. Ten¨ªa verdadero morbo por visitar la muestra dado que Tut me hab¨ªa dado esquinazo en Par¨ªs el verano pasado (La Villette, donde estaba su muestra, me quedaba muy lejos) y dos veces ya me hab¨ªa encontrado en Londres con el cartel de ¡°sold out¡±. Luego va a Sidney, que me pilla un poco m¨¢s a desmano incluso que La Villette.
La exhibici¨®n es un blockbuster, como se dice ahora hasta para un asunto con antig¨¹edades de m¨¢s de tres mil trescientos a?os, y verla se ha convertido casi en un imperativo social (en Par¨ªs ha sido la m¨¢s vista de la historia de la ciudad, con 1,3 millones de visitantes, que es como si todos los ciudadanos de Valencia hubieran pasado dos veces). En la Saatchi, donde ocupa varias plantas conectadas por escaleras, la exposici¨®n queda un tanto constre?ida y el recorrido resulta un poco laber¨ªntico y claustrof¨®bico, lo que no deja de dar un ambiente adecuado a la visita si se piensa en que la tumba de Tutankam¨®n es peque?ita y pr¨¢cticamente hubo que embutir todo el ajuar funerario del rey en muy poco espacio. Antes de entrar te proyectan un v¨ªdeo muy generalista y efectista para situarte (y para pausar un poco el acceso). Pero una vez dentro todas las pegas que pudieras ponerle a la experiencia desaparecen: ah¨ª est¨¢, envuelta en una lograda atm¨®sfera preternatural, toda la magia de Tutankam¨®n, de su misteriosa ¨¦poca, de sus maravillosos tesoros -de una calidad y belleza sobrecogedoras-. La exposici¨®n presenta 150 objetos de la tumba del fara¨®n (con algunos a?adidos de otras procedencias, como la colosal estatua de cuarcita del final del recorrido, hallada cerca del templo de Medinet Habu en Luxor).
Son numerosas las piezas que no se hab¨ªan podido ver nunca fuera de Egipto y eso es as¨ª gracias a que los tesoros de Tutankam¨®n se encuentran en la actualidad a medio camino, como si dij¨¦ramos, entre el viejo Museo Egipcio de la plaza Tahrir (donde a¨²n puede verse parte de la colecci¨®n) y el acongojantemente nuevo y monumental Gran Museo Egipcio (GME) ¨Cdonde ya se encuentran otros objetos del ajuar-, pendiente de inaugurar a finales de este a?o, seg¨²n las previsiones, en Gizah, en la cercan¨ªa de las pir¨¢mides. Sorprende que en todos los objetos de la tumba expuestos en Londres figura ya anotado como su lugar, junto al n¨²mero de inventario, el ¡°Grand Egyptian Museum¡±. La exhibici¨®n se convierte as¨ª en una excelente embajada publicitaria del futuro museo, presentado como ¡°la nueva casa de Tutankam¨®n.
Las salas est¨¢n casi a oscuras, con las piezas concentrando toda la atenci¨®n iluminadas exquisitamente en sus vitrinas. Se ofrece informaci¨®n sobre Tutankam¨®n, su tiempo y su familia, y sobre el descubrimiento y caracter¨ªsticas de su tumba, as¨ª como de las creencias egipcias, pero el visitante se ve sobre todo absorbido por el magnetismo de los objetos. Entre lo m¨¢s notable e impresionante, una de las dos ic¨®nicas estatuas de guardianes (en realidad representaciones del ka del fara¨®n) de tama?o natural que montaban guardia en la antec¨¢mara ante la pared sellada de la c¨¢mara funeraria. El color negro del cuerpo de madera pintado de bet¨²n ¨Cs¨ªmbolo de la fertilidad y el renacimiento- contrasta con el dorado de la falda y el tocado nemes; los ojos, de caliza blanca con los iris de obsidiana muestran una mirada eterna hipn¨®tica. Otra estatua fascinante y rebosante de magia es la rutilantemente dorada del dios Ptah con un gorro de loza azul turquesa.
Ah¨ª est¨¢, envuelta en una lograda atm¨®sfera preternatural, toda la magia de Tutankam¨®n, de su misteriosa ¨¦poca, de sus maravillosos tesoros de una calidad y belleza sobrecogedoras.
Pero lo m¨¢s seductor, ep¨ªtome de todas las maravillas de la tumba, probablemente sea una de las cuatro cabezas de calcita de los vasos canopos donde se guardaban las v¨ªsceras de Tutankam¨®n. Bellamente modelada con delicados rasgos faciales subrayados en negro, la cabeza est¨¢ acompa?ada por otra maravilla: uno de los cuatro peque?os ata¨²des de oro con incrustaciones donde reposaban las entra?as del rey. Muchas cosas m¨¢s admirables: una silla de madera con patas en forma de garras, la misteriosa capillita dorada sin estatua dentro (quiz¨¢ robada por los ladrones que entraron en la tumba al poco de cerrarla), una extraordinaria selecci¨®n de joyas, incluido un brazalete con una amatista en forma de escarabajo; adornos de la momia (colocados sobre una efectista reproducci¨®n de la misma), ushebtis, una maqueta de barco, una de las trompetas de plata, el alto abanico dorado con escenas de caza de avestruces (sin embargo sin las plumas de esta ave que lo adornaban), un lecho, un bumer¨¢n, espadas y dagas, un escudo ceremonial, un arco y su estuche decorado, la famosa estatuilla del joven rey a lomos de una panteras (que, como otros objetos de la tumba, podr¨ªa haber sido hecha originalmente para otro miembro de la realeza, quiz¨¢, por los rasgos, Nefertiti).
La exposici¨®n, que incluye un espacio sobre la tutman¨ªa y permite escuchar la voz del propio Howard Carter en una grabaci¨®n de la ¨¦poca, se cierra con un evocador montaje audiovisual en el que una pantalla muestra desde dentro la puerta tapiada de la tumba, la abertura de un agujero que hacen Carter y Carnarvon y la entrada de luz que ilumina una ¨²ltima pieza excepcional, el famoso c¨¢liz de alabastro en forma de loto ¨Cbautizado como Copa de los Deseos por Carter- hallado en el corredor de acceso, recreando de manera muy emotiva el c¨¦lebre momento de la frase ¡°cosas maravillosas¡±.
Sorprende que el encuentro con Tutankam¨®n en Londres lo sea tambi¨¦n con Zahi Hawass, que pese a no tener en la actualidad ning¨²n cargo oficial y dedicarse a iniciativas privadas, es omnipresente en la exposici¨®n. Firma el cat¨¢logo (40 libras), sus libros son pr¨¢cticamente los ¨²nicos que se pueden adquirir en la tienda y est¨¢ hasta su sombrero (a 42 libras la unidad). La exhibici¨®n no hace ninguna referencia a la hip¨®tesis (recientemente reabierta) de que pudiera haber c¨¢maras desconocidas en o junto a la tumba de Tutankam¨®n y que Carter se dejase, por los pelos, otras ¡°cosas maravillosas¡± por descubrir.
En todo caso, la visita, con su fest¨ªn de historia, arte y misterio, alienta el deseo de saber m¨¢s y un profundo anhelo de m¨¢s belleza. Sales de la exposici¨®n envuelto en la melancol¨ªa de abandonar el dorado resplandor del rey para regresar a la bruma lluviosa de una tarde de invierno en Chelsea. Mir¨¦ atr¨¢s para ver si me segu¨ªa alguna momia; desgraciadamente, no.
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