No es lo mismo no salir que estar confinado en casa
?Para qu¨¦ puede servir este periodo de aislamiento a nivel personal y pol¨ªtico? La autora de 'En casa' propone liberar el uso del tiempo de la obsesi¨®n mercantilista por la productividad

Yo solo pensaba en la nieve. En ese momento que los ni?os que viven en el campo, al ver caer los primeros copos, ans¨ªan que no acabe nunca, que las carreteras queden bloqueadas y que se cierre el colegio. En lugar de tirarse de la cama a una hora inhumana, vestirse a¨²n medio dormidos, y pasar despu¨¦s todo el d¨ªa atrapados detr¨¢s de un pupitre, sin poder moverse ni comunicarse con sus compa?eros, obligados a encadenar hora tras hora de asignaturas que no les interesan lo m¨¢s m¨ªnimo, engullir la comida ins¨ªpida del comedor escolar y quiz¨¢ sufrir el acoso de algunos de sus compa?eros, se ven durmiendo hasta tarde, corriendo hasta quedar sin aliento por el jard¨ªn, o lanz¨¢ndose colina abajo en trineo, o tumbados boca abajo sobre la alfombra del sal¨®n, rodeados de dibujos animados, con una taza de chocolate caliente al alcance de la mano, o construyendo una caba?a en el centro de su habitaci¨®n.
Sea cual sea nuestra edad, todos fantaseamos con este tipo de alteraciones de una vida diaria demasiado aburrida y demasiado predecible, que nos permita dejar colgado en el armario nuestro viejo traje de sociedad y las limitaciones que lo acompa?an. Durante el breve periodo en que ejerce una actividad remunerada (o una actividad, sin m¨¢s), Oblomov, el h¨¦roe de Iv¨¢n Goncharov en la novela hom¨®nima, comprueba con pesar que se necesita ¡°al menos un terremoto para dispensar a un funcionario sano de ir a su trabajo¡±; sin embargo, mala suerte, ¡°la tierra no tiembla jam¨¢s en San Petersburgo, ni por casualidad¡±.
Al escribir hace seis a?os En casa, mi alegato a favor de los hogare?os, no pens¨¦ en un virus como una de las razones que nos pudieran autorizar a permanecer enclaustrados. La nieve es a la vez espectacular y suave, amable; el coronavirus es todo lo contrario: invisible a la vez que da?ino, posiblemente letal. Me alegra que algunos, en estos d¨ªas, encuentren este libro reconfortante, pero yo tambi¨¦n siento cierta amargura, cierta nostalgia, cuando pienso en el estado de inocencia en que lo escrib¨ª.
La preocupaci¨®n por los seres queridos y por uno mismo, la imposibilidad de abrazar a quienes amamos, la cat¨¢strofe que representa para muchos la p¨¦rdida de ingresos que conlleva el cese de su actividad, la sensaci¨®n de estar en equilibrio sobre lo desconocido, no son realmente las mejores condiciones para descubrir o redescubrir los encantos de la vida dom¨¦stica. Elegir no salir y no poder hacerlo son cosas muy diferentes. Cuando leo junto a la ventana de mi estudio parisiense, el animado bullicio que sube desde la calle, las conversaciones de los comensales en las terrazas de los restaurantes, el deambular de los transe¨²ntes que contemplo cuando me tomo un descanso, contribuyen a mi felicidad. En este momento, el mundo exterior est¨¢ enviando vibraciones mucho menos alegres¡
Y, adem¨¢s, durante la redacci¨®n del libro viv¨ªa en pareja, mientras que hoy vivo sola, lo que no es f¨¢cil en un contexto tan aterrador; mi colega brit¨¢nica Nicola Slawson lo explica muy bien en su bolet¨ªn The Single Supplement. Mientras tanto, otros tienen que lidiar con la exasperaci¨®n que engendra la promiscuidad, por no mencionar a las mujeres que se encuentran encerradas con un c¨®nyuge violento. El confinamiento convierte nuestras vidas en una extra?a imagen congelada. Una situaci¨®n muy dura, dada la curva que han seguido estos ¨²ltimos 20 a?os los precios de la vivienda en las grandes ciudades, que confina a muchos en ratoneras, solos o con otros.
Pero resulta que no tenemos otra opci¨®n, as¨ª que m¨¢s vale afrontar esta experiencia arrimando el hombro (al tratarse de una experiencia, est¨¢ permitido). En 1794, Xavier de Maistre, oficial de la guarnici¨®n francesa en Italia, pas¨® 42 d¨ªas bajo arresto domiciliario por haberse batido en duelo. Escribi¨® un libro sobre ello, Viaje alrededor de mi cuarto. ¡°Me han prohibido recorrer una ciudad, un punto; pero me han dejado todo el universo: la inmensidad y la eternidad est¨¢n a mis ¨®rdenes¡±, narraba.
Ni que decir tiene que estamos mal equipados para hacer frente a esta situaci¨®n. La mayor¨ªa de nosotros hemos adquirido el h¨¢bito de ir cada ma?ana a un lugar donde se nos dice qu¨¦ debemos hacer con nuestro d¨ªa. Estamos desconectados de nuestras aspiraciones ¨ªntimas, liberados de la responsabilidad de dar forma a nuestras vidas, lo que es infinitamente triste, pero tambi¨¦n muy c¨®modo. Cuando este sistema se detiene, muchos tienen la sensaci¨®n de estar cayendo al vac¨ªo.
Este periodo podr¨ªa ser una buena ocasi¨®n para explorar otra relaci¨®n con el tiempo, con la vida, con la actividad; pero hemos integrado hasta lo m¨¢s profundo de nuestro ser esta exigencia inflexible, esta dureza hacia uno mismo y hacia los dem¨¢s que la ¨¦tica protestante y el esp¨ªritu del capitalismo han extendido gradualmente a todo el planeta. Este mundo valora el ajetreo fren¨¦tico, la rentabilizaci¨®n del m¨¢s m¨ªnimo instante. No es imposible recuperar la autonom¨ªa, aprender a dar forma a nuestra vida interior, pero lleva tiempo, paciencia. Si no lo conseguimos, o no inmediatamente, evitemos convertirlo en otra raz¨®n para flagelarnos.
Para soportar el confinamiento, algunos sugieren que sigamos poniendo el despertador. Que cada uno decida en funci¨®n de lo que considere mejor para ¨¦l, faltar¨ªa m¨¢s. Pero, de todos modos, qu¨¦ pena no aprovechar para darle a nuestros d¨ªas una l¨®gica diferente a la del trabajo, y regalarnos todo el sue?o que el cuerpo reclama. Dormir mejora nuestra resistencia f¨ªsica y moral. Tenemos la oportunidad de comprender que el sue?o no es una p¨¦rdida de tiempo, sino un alimento esencial para nuestro cerebro, para todo nuestro ser. ?A qui¨¦n no le ha pasado alguna vez que, al abrir los ojos por la ma?ana temprano, encuentra la soluci¨®n a un problema ah¨ª mismo, ante ¨¦l, sobre la colcha, como un regalo dejado por un discreto mensajero?
El confinamiento nos libera de los horarios que habitualmente dan a nuestras vidas un ritmo jadeante y sincopado. Una amiga que ha estado al borde del agotamiento durante las ¨²ltimas semanas me dice, avergonzada, que quiere llorar de alivio; se siente liberada. El historiador Edward P. Thompson recuerda que, de forma espont¨¢nea, el ser humano tiende a alternar periodos de trabajo, dictados por la duraci¨®n de la tarea que debe realizar, con periodos de descanso. Fue la Revoluci¨®n Industrial la que estableci¨® la tiran¨ªa de los horarios, con campanas, relojes, m¨¢quinas para fichar. Y en aquella ¨¦poca la poblaci¨®n sab¨ªa identificar muy bien al enemigo: en Par¨ªs, durante la revoluci¨®n de julio de 1830, disparaban a los relojes de pared¡
Es el momento id¨®neo para realizar todas esas actividades que requieren largos periodos de tranquilidad: so?ar despierto, escribir, leer, dibujar. Ordenar, tambi¨¦n, siempre que no se considere un gesto pragm¨¢tico, sino la ocasi¨®n dar un vuelco a todo nuestro ser, una forma de remover las capas sucesivas de nuestra historia, de recuperar la identidad completa, de actualizarla. Xavier de Maistre aprovech¨® su reclusi¨®n para releer las cartas intercambiadas durante su juventud con sus amigos m¨¢s queridos: ¡°Cuando llevo mi mano a este reducto, es raro que la retire en todo el d¨ªa¡±.
Al cerrar la puerta de casa a sus espaldas, tienen la posibilidad de abrir otra, que da a las profundidades insospechadas de uno mismo. Si consiguen abrir esta puerta, les garantizo que olvidar¨¢n el coronavirus, al menos durante unas horas. Pero para hacerlo, deben vencer una especie de extra?a inhibici¨®n; soy la primera en notarlo. Anhelo esas experiencias intensas que me permite la soledad, pero tambi¨¦n me asustan. Quiero provocarlas, pero sigo aplazando el momento de permitir que ocurran. Permanezco indefinidamente en mis redes sociales en lugar de volver a abrir el archivo del libro que estoy escribiendo. Es cierto que, en este momento, necesitamos estar informados y tambi¨¦n estar conectados los unos con los otros. Tambi¨¦n es bastante conmovedor ver c¨®mo se despliega, en Twitter o Facebook, esa solidaridad elemental que surge cuando una comunidad entera se enfrenta al mismo peligro. En estos d¨ªas, las redes sociales me devuelven la confianza en la humanidad (nunca pens¨¦ que alg¨²n d¨ªa escribir¨ªa una frase semejante).
Lo que no impide que, con todo el tiempo que tenemos, tambi¨¦n podamos renunciar a nuestras pantallas. La otra noche me sumerg¨ª con deleite en una vieja colecci¨®n de cuentos de Elizabeth Gilbert. Adoro a esta autora, estoy atenta a cada uno de sus nuevos libros y, sin embargo, esta colecci¨®n ha estado esper¨¢ndome en la mesilla durante dos a?os y medio. ?Qu¨¦ dice eso de mi estilo de vida, de mi tendencia a permanecer en la superficie de las cosas, encadenada a la inmediatez? Tengamos el valor de alejarnos de los braseros virtuales. Puesto que se nos entumecer¨¢n forzosamente las piernas, desentumezcamos nuestras mentes y nuestras almas. No nos perdamos esta v¨ªa de escape y reunamos los tesoros que tanto necesitaremos el d¨ªa en que nos devuelvan las calles.
Mona Chollet es autora de los ensayos En casa (Hekht) y Brujas (Ediciones B). Traducci¨®n de News Clips.
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