No olvides que es comedia nuestra vida
El teatro enlatado es un 'fake', un cad¨¢ver excelso que puede llegar a subyugar pero que no es sino un reflejo de la caverna plat¨®nica
Cuando hace un tiempo, so?adores, imagin¨¢bamos la funci¨®n de las artes y de los artistas en nuestras sociedades, el mundo, al menos el mundo occidental en el que nosotros viv¨ªamos, era otro. La Covid-19 no exist¨ªa y no hab¨ªa llegado a nuestras vidas, a nuestras puertas, al primer mundo intocable. La idea de cientos de miles, millones de infectados, docenas o centenares de miles de muertes, la impotencia del sistema para salvar vidas y consolar a las v¨ªctimas, y una transformaci¨®n de nuestra vida, confinados por semanas, asustados, confundidos por una incertidumbre sin precedentes desde las Guerras Mundiales, era absolutamente impensable. Desde hace varias generaciones, el mundo no hab¨ªa sufrido un shock de tales dimensiones que hubiera cerrado fronteras y aniquilado, temporalmente al menos, el mundo global en el que hab¨ªamos vivido con una aparente libertad.
Las artes tambi¨¦n han sufrido, en medio de esta tragedia de dimensiones hom¨¦ricas, un golpe impensable que a¨²n no somos capaces de digerir. Estamos en un enigma total y absoluto sobre el futuro que no podemos todav¨ªa descifrar. Si la Revoluci¨®n Francesa supuso un cambio de r¨¦gimen que afect¨® a las artes y abri¨® un camino hacia el disfrute p¨²blico de las obras de arte exclusivas hasta entonces de la monarqu¨ªa y la aristocracia; si la Revoluci¨®n Industrial y sus innovaciones t¨¦cnicas y tecnol¨®gicas derivaron en un cambio absoluto en la creaci¨®n y difusi¨®n de las obras de arte de toda naturaleza e incluso a la aparici¨®n de un nuevo arte, el cinematogr¨¢fico; si la Segunda Guerra Mundial supuso un colapso art¨ªstico, ¨¦tico y moral producido por la aberraci¨®n de ver ad¨®nde hab¨ªa conducido a la humanidad una ¨¦poca esplendorosa de avances cient¨ªficos debido a su uso destructivo; si cada ¨¦poca y cada siglo tiene un golpe traum¨¢tico que cambia el mundo y el arte para siempre, es posible que nosotros estemos viviendo en estos d¨ªas aciagos nuestro punto de no retorno. La crisis humana y art¨ªstica del siglo XXI.
Hace apenas dos meses, incluso hace uno, nadie habr¨ªa dado cr¨¦dito a lo que vivimos en este momento en lo sanitario, en lo sociol¨®gico y tambi¨¦n en lo art¨ªstico. Las cifras de enfermos y muertos son propias de una pel¨ªcula de ciencia ficci¨®n, y tambi¨¦n las medidas de confinamiento, la limitaci¨®n de todas las libertades civiles, individuales y colectivas, en pro de la seguridad y de la salvaci¨®n de vidas con esas medidas extremas. Pero tambi¨¦n parece un escenario apocal¨ªptico, posnuclear, de hecatombe total, imaginar por primera vez en m¨¢s de un siglo todos los grandes templos del arte, de la m¨²sica, del teatro, de la ¨®pera¡ cerrados, habitados s¨®lo por sus propios fantasmas.
Nadie frente a La Gioconda, nadie frente a Las meninas, ni frente a El matrimonio Arnolfini, ni observando La victoria de Samotracia. Abandonados por igual los frisos del Parten¨®n del British Museum y la propia Acr¨®polis, las pir¨¢mides de Egipto y las de Teotihuac¨¢n, el Taj Mahal y Machu Picchu¡ Todas las ruinas m¨¢s ruinosas que nunca, abandonadas al deterioro del tiempo. Ninguna orquesta tocando la novena de Beethoven en el a?o del centenario del compositor, ninguna Pasi¨®n de Bach tocada en Viernes Santo, ninguna m¨²sica tocada en vivo para los espectadores, desde Palestrina a Stockhausen, muertos como nunca. Tambi¨¦n Calder¨®n de la Barca y Shakespeare, Ibsen y Brecht, alejados de los teatros vac¨ªos y silenciados en los escenarios como no consiguieron ni la inquisici¨®n ni los nazis. El lago de los cisnes seco como nunca, y La consagraci¨®n de la primavera abandonada y sola en primavera.
Aida, Tosca, Marina, Jenufa y todas las hero¨ªnas y h¨¦roes de la ¨®pera y de la zarzuela haciendo suyas las palabras de Violeta en La Traviata: "Povera donna, sola, abbandonata, in questo popoloso deserto che appellano Parigi¡". Si Violeta se asomara a las calles parisinas ver¨ªa ese desierto infinito del alma.
Nadie escuchando tocar o cantar en vivo, nadie viendo bailar en directo, nadie pensando y riendo en un teatro¡ Todo un patrimonio vivo y latente, que cre¨ªamos eterno y vigente, convertido en pocas semanas en s¨®lo una momia.
Todos muertos¡ Las artes esc¨¦nicas, las artes vivas, las artes todas, no tienen sentido y no existen sin un espectador que a trav¨¦s de ellas comprenda la belleza, la bondad y la verdad que encierran, como una maravillosa creaci¨®n humana que descifra los mecanismos profundos del ser humano y el universo. Si una obra de arte es una adivinanza po¨¦tica, un juego de ilusiones, mentiras y verdades, un desaf¨ªo ontol¨®gico, de nada sirve si no hay quien pueda jugarlo.
La historia de las artes, toda, de todas ellas, de todos los tiempos y lugares, todo, eso s¨ª, es hoy en d¨ªa accesible desde el ordenador, en la soledad de nuestros hogares, como un hecho no social, como una contemplaci¨®n privada del hecho art¨ªstico, un deleite de los sentidos, sin duda, y un alimento esencial para el esp¨ªritu. Tenemos acceso virtual a todo el arte, museos, conciertos, teatros, del presente y del pasado¡ En realidad no, en realidad ya todo ello es puro pasado, es el mundo que fue y no volver¨¢ a ser, nunca m¨¢s, nunca igual.
De igual forma que el animal disecado que vemos en un Museo de Ciencias Naturales no es el animal sino una pobre representaci¨®n, la exhibici¨®n fastuosa de un cad¨¢ver repugnante aromatizado, lo que vemos en nuestra computadora son cad¨¢veres excelsos de obras de arte, a veces sublimes, pero en ning¨²n caso las obras en s¨ª mismas. Son el reflejo contempor¨¢neo de la caverna plat¨®nica. El oso del museo nos parece hermoso, perfecto, pero no sentimos su instinto, su olor, su fuerza, el peligro de su presencia, la imprevisibilidad de sus actos. La obra de arte viva, enlatada, es un fake, un fraude enga?oso que nos puede llegar a convencer, que nos subyuga a veces (?qui¨¦n no ha sentido esa emoci¨®n en una grabaci¨®n musical excelsa? ¨CYo escucho con placer ahora el sublime 'Erbarme Dich' de La Pasi¨®n seg¨²n san Mateo¨C), hasta que nos damos de bruces con la realidad de la interpretaci¨®n en directo que convierte todo lo dem¨¢s en sombras, en ficciones devaluadas, en arte visto en la distancia desde lo m¨¢s profundo y oscuro de la caverna de Plat¨®n.
Vemos en nuestra pantalla todas las obras de arte vivientes como si fueran de otro tiempo, porque en realidad lo son cuando nos llegan por ese medio, sean representadas en ese momento o d¨¦cadas atr¨¢s. Son obras del pasado cuando no est¨¢n sucediendo en vivo frente a nuestros ojos y a nuestros o¨ªdos. Son recuerdos bonitos, como las fotograf¨ªas que nos transportan a lugares que visitamos y que nos hacen creer por un instante que estamos all¨ª¡ sin estar.
Nos queda el consuelo y la compa?¨ªa de la literatura y el cine, que no precisan de esa presencia viva del espectador para existir ni de la transmisi¨®n ef¨ªmera. Ah¨ª est¨¢ la historia del cine para poder ser disfrutada, y ah¨ª est¨¢ sobre todo la literatura, inmensa y eterna como nos fue dada, a la espera de que la leamos. El libro s¨ª es pasado y presente, y en el acto de leerlo vuelve a nuestros d¨ªas, como vuelve la m¨²sica en el int¨¦rprete, la danza en el bailar¨ªn y el teatro al actor que lo encarna, en el caso de la literatura sin intermediarios ni oficiantes. Y ah¨ª est¨¢n los valores de los cl¨¢sicos, perennes e inmutables pese a la tragedia. Ah¨ª pervive la justicia por la que Quijote sale a los caminos a luchar por ella sin encontrarla y ah¨ª est¨¢ el Ulises de Joyce tratando de regresar a casa, borracho de libertad. Est¨¢n ah¨ª, sin que el tiempo les haga mella, vivos cada vez que abrimos sus p¨¢ginas y nuestra mente. Vivos y orient¨¢ndonos.
¡°En todo el mundo no hay obra de ficci¨®n m¨¢s profunda y fuerte que ¨¦sa. Hasta ahora representa la suprema y m¨¢xima expresi¨®n del pensamiento humano, la m¨¢s amarga iron¨ªa que pueda formular el hombre, y si se acabase el mundo y alguien preguntase a los hombres: Veamos, ?qu¨¦ hab¨¦is sacado en limpio de vuestra vida, y qu¨¦ conclusi¨®n definitiva hab¨¦is deducido de ella?, podr¨ªan los hombres mostrar en silencio el Quijote y decir luego: ?sta es mi conclusi¨®n sobre la vida¡±. Eso dice Dostoievski en su Diario de un escritor y, en tiempos en que el mundo ha estado amenazado, brilla a¨²n su verdad.
¡°S¨¢bete, Sancho, que no es un hombre m¨¢s que otro si no hace m¨¢s que otro¡±, escribe Cervantes en presente continuo que sigue resonando igual hoy, y que nos remite a los que en estos d¨ªas aciagos demuestran con su esfuerzo, salvando vidas, que son m¨¢s y mejores. "Uno a uno, todos somos mortales; juntos, somos eternos", nos dice Quevedo, con otra verdad indiscutible hoy.
Abrir el libro es hablar con ellos en el presente, en el suyo y en el nuestro. Este valor eterno y sin caducidad de los cl¨¢sicos, esa capacidad movilizadora de los cl¨¢sicos, de la verdadera tradici¨®n cultural, la explica a la perfecci¨®n Igor Stravinski en su Po¨¦tica musical: ¡°Una tradici¨®n verdadera no es el testimonio de un pasado muerto; es una fuerza viva que anima e informa al presente¡±. Por eso necesitamos a los cl¨¢sicos, porque representan de manera l¨²cida y elocuente esa verdad y esa tradici¨®n que nos orienta en el caos.
La tradici¨®n en las artes esc¨¦nicas pasa por artistas comprometidos que sean capaces de liderar una vuelta a los teatros llena de sentido y capaz de mover a un p¨²blico asustado por los contagios despu¨¦s del confinamiento obligado.
Hasta hace pocas semanas, en tiempos de la tiran¨ªa de las redes sociales y de Twitter, parec¨ªa que la vanidad era el valor supremo, y la notoriedad p¨²blica (medida en likes) su ¨²nica posible valoraci¨®n. Otros de los valores de nuestros cl¨¢sicos, como la justicia de Quijote, la libertad de Segismundo o la dignidad de Laurencia en Fuenteovejuna estaban, en opini¨®n de muchos, trasnochados.
La banalidad, el consumismo y la ostentaci¨®n todo lo pod¨ªan, dejando a un lado valores aparentemente superados, como por ejemplo la compasi¨®n. ?sta es una cualidad que atraviesa nuestro teatro desde Edipo a Bernarda Alba, pasando por Lear, Ofelia y por nuestros cl¨¢sicos del Siglo de Oro. En estos duros tiempos en que hemos visto tantos y tantos inocentes morir solos, desasistidos, desamparados y sin una verdadera compasi¨®n que los consolara, descubrimos con fuerza inusitada la importancia de estos valores eternos de nuestros cl¨¢sicos. La compasi¨®n nunca ser¨¢ un valor pasado de moda, y en esta y cualquier ¨¦poca un individuo y una sociedad compasiva son y ser¨¢n mejores que otros que ignoren el dolor ajeno y no sean capaces de acompa?arlo.
Regresando de los cl¨¢sicos literarios a los textos teatrales, a las partituras y a las coreograf¨ªas, en estas artes representativas los cl¨¢sicos duermen en un letargo y no existen hasta que un int¨¦rprete contempor¨¢neo los asume. En el caso del teatro, de hecho, y con la exigencia de recreaci¨®n que supone una puesta en escena, deber¨ªamos pensar en el cambio de nombre y hablar de teatro contempor¨¢neo (siempre lo es) sobre textos cl¨¢sicos, y evitar as¨ª la nomenclatura de teatro cl¨¢sico, como si estuvi¨¦ramos aludiendo a una reproducci¨®n arqueol¨®gica de lo que fue un d¨ªa, ya que no es lo que hacemos.
Todas estas representaciones art¨ªsticas, por tanto, de m¨²sica, teatro, danza, ¨®pera, al contrario de la literatura, requieren del ritual y de la presencia, de los oficiantes y de los asistentes. Y la m¨²sica verdadera, la danza verdadera y el teatro verdadero solamente ser¨¢n posibles cuando pasada la emergencia sanitaria podamos volver a encontrarnos y replantearnos nuestra convivencia.
Es indudable que, con todo el dolor y las tragedias de estos meses, vivimos un tiempo nuevo, traum¨¢tico e incierto, en el que nos ha estallado frente a los ojos una pertinaz convivencia entre los vivos y los muertos. Qui¨¦n sabe si en esta nueva realidad que vivimos y que a¨²n tenemos que descifrar, y en esta injusticia manifiesta generacional contra nuestros mayores, encontremos una relectura de lo que significa el teatro y una nueva visi¨®n de nuestros cl¨¢sicos. En los teatros siempre existe esa convivencia entre lo presente y lo pasado, lo muerto y lo vivo como una alquimia extra?a y m¨¢gica, un milagro eterno.
Quiz¨¢s hoy en d¨ªa valores del Siglo de Oro que algunos pod¨ªan considerar demod¨¦s, como la prudencia, la justicia, la bondad o la compasi¨®n, vuelvan a adquirir su verdadero valor en estos tiempos de tanto sufrimiento, tanto dolor y tanta muerte, muchas veces en absoluta soledad. Nos toca reflexionar sobre ello en los escenarios, con la m¨²sica, la danza, la voz, el cuerpo y sobre todo con la palabra viva y comunitaria en el ¨¢gora ciudadana que es el escenario. El d¨ªa que volvamos a ensayar lo haremos transformados por esta realidad que vivimos y tendremos que encontrar nuevos caminos para contar lo mismo, lo eterno, y hacerlo a una sociedad que ya no ser¨¢ la misma despu¨¦s del virus. El d¨ªa que los telones se levanten, los bailarines se calcen sus zapatillas y las orquestas vuelvan a afinar para un concierto, estaremos m¨¢s cerca de ser de nuevo una sociedad no s¨®lo superviviente sino verdadera y plenamente viva.
Cuando nos subyugue la m¨²sica de Bach en directo y sintamos que todo lo anterior era una realidad paralela desenfocada; cuando veamos a los bailarines volar y contar con su cuerpo lo que nunca vimos en ninguna pantalla; cuando un actor o una actriz frente a nosotros, vivo como nosotros, piense y sienta en un escenario comprendiendo la vida y la muerte, el dolor y la compasi¨®n, la luz y la sombra, y nos haga re¨ªr y llorar con ¨¦l, ese d¨ªa entenderemos por qu¨¦ el teatro lleva siendo necesario veinticinco siglos. Y ustedes llorar¨¢n tambi¨¦n.
Ese d¨ªa este mal sue?o habr¨¢ terminado.
Ignacio Garc¨ªa es director del Festival Internacional de Teatro Cl¨¢sico de Almagro.
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