Trabajos manuales
Cervantes ya nos advirti¨® muy agudamente de que el exceso de lectura y el ocio est¨¦ril pueden llevar a la locura a las imaginaciones peregrinas
En el encierro forzoso se hacen m¨¢s visibles los peligros que acechan a quienes por raz¨®n de su oficio tienden a pasar una parte considerable de la vida encerrados. Una gran parte de lo que yo hago para ganarme la vida sucede en una habitaci¨®n, y requiere un m¨ªnimo de actividad f¨ªsica, la suficiente para pulsar con las yemas de los dedos las teclas de un port¨¢til. Y tambi¨¦n las cosas que me gusta hacer cuando no estoy trabajando permiten, y hasta requieren, un cierto grado de inmovilidad. Miro pel¨ªcu?las en una pantalla, leo en la cama o en un sof¨¢, escucho m¨²sica y solo he de pulsar cada cierto tiempo un mando a distancia, o, como m¨¢ximo, levantarme para cambiar un disco de vinilo, o para darle la vuelta, y asegurarme de que la aguja desciende sobre los primeros surcos. La plena dedicaci¨®n digital simplifica todav¨ªa m¨¢s las cosas. Las modestas variaciones sensoriales del tacto del papel ¡ªde libro, de peri¨®dico, de revista, de cuaderno, cada uno con cualidades distintas¡ª o de las herramientas de trabajo ¡ªel l¨¢piz, la pluma, el rotulador¡ª quedan unificadas en la lisura de una pantalla t¨¢ctil.
Lo que antes se llamaba la vida del esp¨ªritu est¨¢ m¨¢s apartada de lo material y lo corporal cada d¨ªa. Esa es una fuente segura de irrealidad y de delirio. Lo viene siendo al menos desde que el trabajo manual adquiri¨® un estigma de vileza porque lo hac¨ªan los esclavos, y desde que los fil¨®sofos de tradici¨®n plat¨®nica inventaron la separaci¨®n radical entre el esp¨ªritu y la materia, entre la belleza pura de las abstracciones y la vulgaridad de las cosas reales, entre la actividad mental y el esfuerzo f¨ªsico, el cuerpo y el alma. Se trata de una superstici¨®n occidental. El yoga o la meditaci¨®n budista combinan inseparablemente el bienestar f¨ªsico con la claridad espiritual. El taichi es una disciplina m¨¢s cercana a la danza y a la contemplaci¨®n que a la educaci¨®n f¨ªsica, o a eso que ahora, sin duda por falta de nombre adecuado en la lengua espa?ola, no ha habido m¨¢s remedio que llamar fitness. La idea com¨²n sobre el zen es que se trata de una especie de oscuro misticismo oriental, dedicado a la b¨²squeda de un ¨¦xtasis vaporoso acompa?ado por m¨²sica new age. Pero lo que en el budismo zen se llama la iluminaci¨®n consiste sobre todo en aprender a ver las cosas tal como son, en el momento presente, sin veladuras de fantas¨ªa o de enga?o, de expectativa o de nostalgia, gracias al ejercicio sostenido de tareas casi siempre comunes que anclan en la realidad a quien las lleva a cabo. Un epigrama zen dice: ¡°Qu¨¦ es la iluminaci¨®n? Cortar la le?a, acarrear el agua¡±. La disciplina de una postura corporal es en s¨ª misma un acto del esp¨ªritu.
El equivalente de ese ¡°cortar la le?a, acarrear el agua¡± puede ser, m¨¢s a¨²n estos d¨ªas, preparar cuidadosamente el desayuno, fregar los platos, ponerlos en el lavavajillas, dedicar una o dos horas a una receta sabrosa, dar un paseo al perro, ir al supermercado. La idea com¨²n es que esas obligaciones interfieren en la dedicaci¨®n superior a la literatura, o a cualquier otra actividad que parezca m¨¢s noble porque se hace con las manos limpias y no requiere cansancio f¨ªsico, ni exposici¨®n a la intemperie. Mi padre, que amaba tanto su trabajo en el campo, pero que tambi¨¦n se cansaba de sus mezquinas recompensas, me aconsejaba, en momentos de des¨¢nimo, que me buscara un oficio que se pudiera hacer ¡°bajo techado¡±. Cavar con una azada al amanecer de un d¨ªa de agosto o cargar y descargar sacos de aceituna en un olivar embarrado en diciembre son experiencias que vacunan para siempre a cualquiera contra el romanticismo del trabajo campesino. Pero muchas de las labores que hac¨ªan a diario las personas con las que crec¨ª requer¨ªan m¨¢s destreza manual que puro esfuerzo f¨ªsico, y en ellas hab¨ªa una mezcla de sabidur¨ªa pr¨¢ctica y pura complacencia muy semejante a la que se encuentran en las creaciones prestigiosas del arte. La ignominia no estaba en el trabajo en s¨ª, sino en las condiciones de injusticia y pobreza en las que se ejerc¨ªa. Y en la cocina, la arquitectura, la m¨²sica popular se dilucidaban cotidianamente las mismas cuestiones fundamentales del arte condecorado de may¨²scu?las: c¨®mo lograr un m¨¢ximo de expresividad y eficacia exactamente con los materiales y en las condiciones que se tienen a mano; cu¨¢l es el lugar de la invenci¨®n personal en el repertorio de los saberes compartidos y heredados; c¨®mo a?adir placer y belleza a la vida.
Para que se reconociera la nobleza de su arte, los pintores espa?oles del siglo XVII ten¨ªan que demostrar que no trabajaban con las manos, sino con la inteligencia, y que no hac¨ªan el menor esfuerzo f¨ªsico, ni vend¨ªan sus obras en tiendas, como viles artesanos o comerciantes. Tambi¨¦n ahora los artistas de mayor cotizaci¨®n se ufanan de no tocar siquiera las obras que firman, puros conceptos que luego cobran forma material gracias al trabajo con frecuencia mal pagado de nubes de asistentes atareados en naves industriales, muy lejos de la nobleza as¨¦ptica de las galer¨ªas y m¨¢s lejos a¨²n de las viviendas de lujo de los coleccionistas.
Si yo paso m¨¢s de una o dos horas sin hacer algo pr¨¢ctico, inmediato, objetivo, mi fluidez mental se entorpece tanto como mi estado f¨ªsico, m¨¢s a¨²n ahora, que no puedo salir a correr, ni montar en bici, ni atravesar Madrid en una caminata. Para lo que necesito hacer cosas no es para relajarme o distraerme de mi trabajo: es para estar en el mundo, atento a lo real, alojado en el espacio del sentido com¨²n. La prueba de que la inactividad genera desvar¨ªo y trastorno son todas esas elucubraciones filos¨®ficas, ultrate¨®ricas, intraducibles a la lengua de todos los d¨ªas, que segregan los departamentos universitarios no dedicados a las ciencias, o las que manan estos d¨ªas, con motivo del coronavirus, de los cr¨¢neos privilegiados y las bocas de estrellas del ¡°pensamiento¡± a la manera de Zizek o Giorgio Agamben. Cervantes ya nos advirti¨® muy agudamente de que el exceso de lectura y el ocio est¨¦ril pueden llevar a la locura a las imaginaciones peregrinas, no sujetas a las limitaciones de la realidad. Mantener limpia y ordenada la cocina ayuda a lograr la limpieza y el orden de una p¨¢gina escrita. El golpe de inspiraci¨®n que se me hab¨ªa negado durante dos horas de inmovilidad frente a una pantalla ha llegado como un rel¨¢mpago un rato despu¨¦s, mientras hac¨ªa un sofrito o estaba concentrado pelando una patata.
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