La muerte del libro
La concepci¨®n del mundo que emana de la cultura escrita se diluye en la fragmentaci¨®n de Internet, un orden ca¨®tico cuyas contradicciones est¨¢n exacerbando el confinamiento
En El orden alfab¨¦tico Juan Jos¨¦ Mill¨¢s describe un mundo imaginario en el que los libros vuelan en libertad, pero acaban extenuados en su viaje y sus cad¨¢veres se despe?an sobre los transe¨²ntes aterrados. Semejante recreaci¨®n literaria de Los p¨¢jaros, de Hitchcock, entusiasm¨® a Francisco Ayala, con quien mucho pude especu?lar sobre el futuro del libro, cuesti¨®n que obsesion¨® a innumerables escritores a partir de la invenci¨®n de los medios electr¨®nicos, primero, y de Internet, despu¨¦s. La pandemia del coronavirus, que amenaza con romper el orden social, permite preguntarnos si acabar¨¢ tambi¨¦n con el orden alfab¨¦tico en el que aquel se apoya.
Poco antes de la publicaci¨®n de la novela de Mill¨¢s, en mi ensayo sobre La Red yo apostaba por la supervivencia de los libros con tal de que fueran capaces de adaptarse a la nueva civilizaci¨®n, aunque no obviaba los peligros que se cern¨ªan sobre ellos. Me convenci¨® sobre todo una reflexi¨®n temprana de Umberto Eco en la que dec¨ªa que tras 12 horas frente a la computadora sus ojos eran como dos pelotas de tenis y sent¨ªa la necesidad de arrellanarse para leer un peri¨®dico o incluso un poema. Luego se quej¨® en p¨²blico de que durante a?os la ¨²nica pregunta que le hac¨ªan en todas las entrevistas era sobre la muerte del libro. ¡°Como comienzo a tener alguna idea sobre mi propia muerte", dijo, "pienso que lo repetitivo de la pregunta expresa una verdadera y profunda inquietud¡±. La misma que plante¨¦ a Bill Gates en una entrevista para este peri¨®dico despu¨¦s que tuve la oportunidad de visitarle en su casa de Seattle, una mansi¨®n cuyo principal tesoro consist¨ªa en una ampl¨ªsima y espectacular biblioteca. Enseguida me explic¨® que los peri¨®dicos estaban condenados a desaparecer, pero los libros ten¨ªan valor por s¨ª mismos no solo por su contenido, sino tambi¨¦n como objetos, y perdurar¨ªan en el tiempo.
A?os m¨¢s tarde, ya avanzada la civilizaci¨®n digital, Roger Chartier, quiz¨¢s el m¨¢s eminente historiador de la lectura, intent¨® responder a id¨¦ntica inc¨®gnita en una conferencia. Parti¨® de la consideraci¨®n hecha por Borges de que lo ¨²nico que importa de un libro es ser le¨ªdo, pues si est¨¢ cerrado es solo ¡°un cubo de papel con hojas¡±. Chartier enfatiza que Internet acaba con el c¨®dex impreso y encuadernado, lo mismo que este acab¨® con los rollos de la Antig¨¹edad cl¨¢sica, escapando as¨ª de la obra ¡±unitaria¡± para convertirse en una textualidad infinita. Seg¨²n ¨¦l, el texto electr¨®nico supera la discrepancia entre la cultura impresa, que permite un orden de los discursos, con la lectura fragmentaria y en cierta medida dispersa a la que induce Internet. Me parece una afirmaci¨®n gratuita, tanto que ¨¦l mismo a continuaci¨®n se?ala: ¡°La revoluci¨®n digital nos obliga a reorganizar la cultura escrita¡±; en definitiva, a establecer un nuevo orden de los discursos y una renovada jerarqu¨ªa de los g¨¦neros. Literarios, bien entendido.
De momento este nuevo orden es en realidad un desorden, como sucede tambi¨¦n con la econom¨ªa y la geopol¨ªtica. Sus contradicciones con nuestro legado cultural se han exacerbado adem¨¢s por causa de la pandemia. En medio del confinamiento, casi todos los Gobiernos parecen haber coincidido en que la cultura no es un elemento de extrema necesidad. Mientras en Espa?a siguen abiertos los estancos y el Gobierno pretendi¨® hacer lo mismo con las peluquer¨ªas, las librer¨ªas permanecen cerradas. Parece l¨®gico desde el punto de vista, que comparto, de que todo el conocimiento est¨¢ en la Red, pero no toda la poblaci¨®n tiene el mismo acceso a ella y son los sectores m¨¢s vulnerables, por edad o por capacidad adquisitiva, los m¨¢s perjudicados. Este apag¨®n cultural que padecemos, por justificado que est¨¦ en lo que se refiere a evitar concentraciones humanas, tendr¨¢ secuelas considerables en el futuro de la cultura, el pensamiento y el acceso al conocimiento. No es lo mismo ver una obra de teatro en un local o asistir a un concierto en vivo que hacerlo en televisi¨®n. Tampoco lo es estudiar en una computadora en vez de con un libro de texto. El problema de la muerte del peri¨®dico, a cuyas exequias tampoco podremos asistir como dram¨¢ticamente sucede con los duelos personales, no es solo ni principalmente una cuesti¨®n comercial o econ¨®mica, sino que afecta a la jerarqu¨ªa del conocimiento. Un diario, como un libro, es una obra unitaria; ambos responden a una concepci¨®n del mundo, una Weltanschauung en la tradici¨®n germana, que desaparece en la ca¨®tica fragmentaci¨®n de Internet. Chartier apuesta, no sin voluntarismo, a que al final, al menos en la cultura, coexistir¨¢n los dos mundos: el antiguo orden de los discursos y la nueva epistemolog¨ªa. Estoy seguro de que durante alg¨²n tiempo ser¨¢ as¨ª, sobre todo si el poder pol¨ªtico llega a interesarse por ello y comprende las implicaciones en el terreno educativo. Pero el pensamiento dominante es ya el que emana de la Red, caracterizado por la ambig¨¹edad, la paradoja y el caos, en todo enemigos del orden alfab¨¦tico.
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