El segundo esplendor del metraje encontrado
El v¨ªdeo y la fotograf¨ªa 'amateur', convertidos en fen¨®menos virales durante la pandemia, no pretenden contar nada sino fijar un instante rescatado del fondo de una vida
¡°Se vive desde la inminencia de una cat¨¢strofe que nunca ocurrir¨¢ y que, sin embargo, nos ha devastado¡±, afirm¨® Ram¨®n Andr¨¦s, pero la cat¨¢strofe s¨ª se ha producido y, cuando lleg¨®, no muchos parec¨ªan haber previsto su inminencia. Vivimos una situaci¨®n en la que derechos fundamentales como el de reuni¨®n y la libertad de circulaci¨®n han sido suspendidos, atrapados en la conciliaci¨®n imposible de libertad y seguridad. En la frase de Andr¨¦s resuenan el famoso dictum heideggeriano de acuerdo con el cual ¡°estar en el mundo es siempre estar ca¨ªdo, ya que es haber sido arrojado¡±, pero tambi¨¦n uno de Thomas Hobbes: ¡°El infierno es la verdad vista demasiado tarde¡±.
La destrucci¨®n de Pompeya tuvo lugar el 24 de agosto del a?o 79, seg¨²n Plinio el Joven, aunque es probable que se haya producido unos meses antes o despu¨¦s: seg¨²n Plinio, su t¨ªo, el militar y naturalista romano que conocemos como Plinio el Viejo, se dirigi¨® a la zona para observar el fen¨®meno de cerca y prestar ayuda, pero muri¨® asfixiado. Nuevamente, es posible que esto no haya sucedido as¨ª, pero la an¨¦cdota satisface nuestra necesidad de que los acontecimientos se articulen en relatos que los ordenen y les den sentido, como observ¨® en este peri¨®dico la ensayista Nora Catelli. La reclusi¨®n forzosa ha puesto de manifiesto una vez m¨¢s esa necesidad, que miles de personas satisfacen estas semanas en las redes sociales bajo hashtags como #babyfacechallenge, #tenyearschallenge o #20yearchallenge, con los que comparten im¨¢genes de su juventud en un juego al que subyacen el placer del reconocimiento, la idea de una comunidad y la promesa de que un d¨ªa volveremos a mirar el futuro con inocencia y arrogancia infantiles.
Quiz¨¢s los pompeyanos tambi¨¦n tuvieran un sentido de comunidad, pero, por supuesto, no tuvieron tiempo de intentar reconstruirlo, y adem¨¢s carec¨ªan de la tecnolog¨ªa de la que disponemos, aunque tampoco se ve¨ªan obligados a hacer frente a los sentimientos encontrados que esta suscita: por una parte, son el instrumento de una vigilancia que, en nombre de la ?seguridad?, puede acabar con el Estado de Derecho, pero, por otra, son una fuente de alivio as¨ª como un medio con el que continuar con algunas de nuestras pr¨¢cticas. Las ¨²ltimas semanas han visto c¨®mo esas tecnolog¨ªas eran el soporte de una oferta de libros, presentaciones y conciertos que muy pronto ha alcanzado el l¨ªmite de saturaci¨®n, pero tambi¨¦n de formas de escapar del ruido, y no parece accidental que se hayan multiplicado las descargas de aplicaciones para meditar y/o para hacer yoga, que la British Library pusiese a disposici¨®n de sus usuarios una selecci¨®n de sonidos de la vida cotidiana, que el core¨®grafo griego Dimitris Papaioannou publicase en l¨ªnea su extensa pieza Inside y que resurgiera el inter¨¦s por la filosof¨ªa estoica, con su mensaje de aceptaci¨®n de una vida que escapa a nuestro control.
Una situaci¨®n excepcional genera respuestas de excepci¨®n a veces: por mi parte, harto de las teleseries y de sus juegos habituales de repetici¨®n y diferencia, y decepcionado por la una oferta muse¨ªstica de recorridos virtuales cuya rigidez frustraba cada intento de avanzar por una galer¨ªa o de aproximarme a una obra, al tiempo que las obras mismas deven¨ªan im¨¢genes desprovistas de vida, perdida ya un aura sin la que alguien consider¨® err¨®neamente hace a?os que estar¨ªan mejor, yo comenc¨¦ a sentirme inexplicablemente atra¨ªdo por los archivos de metraje encontrado de plataformas como Archive.org, el National Film and Sound Archive de Australia, KinoLibrary, YouTube o la exposici¨®n Private Lives Public Spaces, que el MoMA de Nueva York ha adaptado, en versi¨®n reducida, a su p¨¢gina web: de pronto, todas esos fragmentos de pel¨ªculas y v¨ªdeos hogare?os hab¨ªa devenido una fuente de consuelo importante para m¨ª, algo parecido a una necesidad.
Este material nos recuerda que hubo un tiempo en que el otro no era fuente de contagio, en una sociedad de la que una vez fuimos parte
La utilizaci¨®n de registros audiovisuales dom¨¦sticos tiene una tradici¨®n breve pero especialmente rica, con ejemplos excepcionales como It Felt Like a Kiss de Adam Curtis (2009) y Senna de Asif Kapadia (2010), pero no se limita al ¨¢mbito audiovisual: el fot¨®grafo espa?ol Paco G¨®mez, por ejemplo, cre¨® un proyecto art¨ªstico en varios formatos tras encontrar las fotograf¨ªas de Los Modlin (2013), y en 2019 el poeta chileno Germ¨¢n Carrasco public¨® un libro de poemas en torno a filmes hogare?os hallados en mercadillos y ferias, Metraje encontrado. M¨¢s recientemente, muchos nos descubrimos fascinados con los v¨ªdeos del usuario de YouTube Rambalac, en los que ¨¦ste camina durante horas por suburbios de ciudades japonesas, a menudo de noche.
Es dif¨ªcil resumir el efecto que estos v¨ªdeos provocan en el espectador: inducen a algo parecido al trance, un estado meditativo con el que se flota sobre las im¨¢genes al tiempo que se penetra profundamente en ellas. Al igual que en otras muestras de filmaci¨®n hogare?a, la falta de montaje ofrece una pausa en la sucesi¨®n de argumentos y ¨®rdenes de nuestros d¨ªas a la vez que constituye una prueba de su autenticidad. En las im¨¢genes de j¨®venes en un festival de m¨²sica, en las de un cumplea?os, en unos ni?os cubriendo de hojas secas a un padre en un parque hasta que se acaba la pel¨ªcula en la c¨¢mara no hay narraci¨®n ni se produce la manipulaci¨®n de las expectativas inherente al relato. Nadie pretende contar nada, sino s¨®lo fijar un instante precioso rescatado del fondo de una vida alguna vez ajena a la ficci¨®n de las fases.
La erupci¨®n del Vesubio interrumpi¨® abruptamente la vida cotidiana de Pompeya, pero ninguno de los artefactos que dejaron atr¨¢s sus habitantes, ni siquiera los impresionantes moldes de yeso de sus figuras, me parece m¨¢s conmovedor que una peque?a peonza, un juguete infantil de cuyo propietario no tenemos nada a excepci¨®n de ese objeto. Las im¨¢genes encontradas son iguales a esa peonza, y giran en el vac¨ªo de unos momentos en los que no hay ambici¨®n ni codicia, sino una felicidad ¨ªntima y banal en un tiempo suspendido. En la sucesi¨®n de casas que desfilan al otro lado de la ventanilla de un tren de cercan¨ªas, en la escena de esos novios que tropiezan en su boda, en las im¨¢genes de australianos en una playa hay algo parecido a una trascendencia sin objeto. No sabemos nada de todas esas personas, pero lo que sabemos de ellas, que es s¨®lo lo que vemos, ya es suficiente: nos recuerda que hubo un tiempo en que el otro no era s¨®lo fuente de contagio, en una sociedad de la que alguna vez fuimos parte y que no es s¨®lo el sitio del que venimos, sino tambi¨¦n un lugar hacia el que ir, tan pronto como sea posible.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.