Los escritores ante el racismo
En el d¨¦cimo aniversario de su muerte, el premio Nobel de Literatura Jos¨¦ Saramago recuerda en este texto la importancia del compromiso pol¨ªtico de los autores frente a la injusticia social
Ah¨ª est¨¢ el racismo, aqu¨ª est¨¢n los escritores. La cuesti¨®n parece bastante clara a simple vista: al ser el racismo una expresi¨®n configuradora, y hasta ahora inseparable, de la especie humana, con ra¨ªces probablemente tan antiguas como el d¨ªa en que se encontraron por primera vez hom¨ªnidos pelirrojos y hom¨ªnidos negros; al presumir los escritores, a su vez, que son y merecen ser los gu¨ªas espirituales de nuestra confusa humanidad, incluso aunque, por haberles dado ella la espalda, hayan dejado de estar de moda los ma?tres-¨¤-penser, la respuesta a una interpelaci¨®n dirigida a ellos ser¨ªa, probablemente, la redacci¨®n del mil¨¦simo manifiesto, de la mil¨¦sima condena del racismo y de la intolerancia xen¨®foba, suscrita por todos los escritores de este prolijo mundo nuestro, del primero al ¨²ltimo, si es que para ellos tambi¨¦n existe, en alg¨²n lugar, una clasificaci¨®n por puntos, como la de los tenistas, que solo tienen que mirar la tabla para saber lo que valen¡
Desgraciadamente, estas cosas no son tan sencillas, por muy abundante que haya sido en los ¨²ltimos tiempos la producci¨®n de documentos condenatorios que, dejando invariablemente intacta e inalterada la causa de la protesta, sirven para poco m¨¢s que robustecer la buena imagen que queremos tener de nosotros mismos. El problema no est¨¢ tanto en discutir sobre la necesidad de proclamar a los cuatro vientos lo que deber¨ªan hacer los escritores contra el racismo y la xenofobia ¨Cestar¨ªamos, en ese caso, en el dominio de las puras obviedades¨C, sino en empezar a averiguar si el racismo y la xenofobia, en sus diferentes expresiones (desde la degeneraci¨®n violenta de aspiraciones nacionales justificadas hist¨®rica y culturalmente, hasta la amenazante resurrecci¨®n de doctrinas m¨¢s recientes de exclusi¨®n, persecuci¨®n y muerte), no se estar¨¢n beneficiando de los silencios de la tribu literaria, aprovechando el vac¨ªo resultante de la enajenaci¨®n social defendida por muchos escritores, en nombre de criterios de libertad e independencia intelectual alegadamente superiores, que los llevaron a lo que denominan su compromiso personal exclusivo con la escritura y la obra. En otras palabras: se trata de saber si los escritores de hoy que, por indolencia de esp¨ªritu o insuficiencia de voluntad, han renunciado a un papel interventivo, estar¨¢n decididos a mantenerse indiferentes ante lo que est¨¢ sucediendo a su puerta, viviendo por cuenta propia, tanto en las acciones como en las omisiones, la inhumana ¡°regla de oro¡± de Ricardo Reis, aquel otro yo neocl¨¢sico de Fernando Pessoa que un d¨ªa escribi¨®, sin que le temblase el pulso ni ponerse colorado de verg¨¹enza: ¡°Sabio el que se contenta con el espect¨¢culo del mundo¡¡±
Ya han sido identificadas todas las causas del racismo, desde la proposici¨®n pol¨ªtica de objetivos de apropiaci¨®n territorial, usando como pretexto supuestas ¡°purezas ¨¦tnicas¡± que con frecuencia no dudan en adornarse con las nieblas del mito, hasta la crisis econ¨®mica y la presi¨®n demogr¨¢fica que, sin tener la obligaci¨®n, en principio, de invocar justificaciones exteriores a su propia necesidad, sin embargo, no las desde?an si, en alg¨²n momento agudo de esas mismas crisis, se considera ¨²til el recurso t¨¢ctico a tan adecuados potenciadores ideol¨®gicos, los cuales, a su vez, en un segundo momento, podr¨¢n transformarse en m¨®vil estrat¨¦gico autosuficiente. Desdichadamente, los brotes de racismo y xenofobia, cualesquiera que sean sus ra¨ªces hist¨®ricas y sus causas cercanas, encuentran, por lo general, facilidades para sus operaciones de corrupci¨®n de las conciencias p¨²blicas y privadas, adormecidas, unas y otras, por ego¨ªsmos personales o de clase, disminuidas ¨¦ticamente, paralizadas por el temor cobarde a parecer poco ¡°patri¨®ticas¡± o poco ¡°creyentes¡±, seg¨²n los casos, en comparaci¨®n con la insolente propaganda racista o confesional que, poco a poco, va despertando a la bestia que duerme en nuestro interior, hasta hacerla salir a la luz. Nada de esto deber¨ªa sorprendernos y, sin embargo, una vez m¨¢s, con desconcertante ingenuidad, si no con censurable hipocres¨ªa, vamos por ah¨ª pregunt¨¢ndonos como es posible que haya vuelto la plaga que cre¨ªamos extinguida para siempre, en qu¨¦ mundo terrible estamos, al final, viviendo, cuando pens¨¢bamos haber progresado tanto en cultura, civilizaci¨®n y derechos humanos.
?Qu¨¦ es la tolerancia sino una intolerancia capaz a¨²n de vigilarse a s¨ª misma? ?Cu¨¢ntas personas, hoy intolerantes, eran ayer tolerantes?
Que esta civilizaci¨®n ¨Cy no me refiero solamente a lo que denominamos civilizaci¨®n occidental, sino a todas, desarrolladas o atrasadas, que est¨¢n sufriendo el choque de las r¨¢pidas transformaciones de nuestro tiempo, tanto las cient¨ªficas y tecnol¨®gicas como las morales y axiol¨®gicas¨C, que esta civilizaci¨®n est¨¢ llegando a su fin, parece no ofrecer dudas a nadie. Que entre los escombros y avatares de los reg¨ªmenes y sistemas ¨Csocialismos pervertidos y capitalismos perversos¨C empiezan a esbozarse nuevas recomposiciones de los viejos materiales, casualmente articulables entre s¨ª, o, aunque unidos por la l¨®gica f¨¦rrea de la interdependencia econ¨®mica y de la globalizaci¨®n inform¨¢tica, prosiguiendo con estrategias perfeccionadas los conflictos de siempre, todo esto parece estar, igualmente, bastante claro. De un modo mucho menos evidente, tal vez por pertenecer a lo que denominar¨¦, metaf¨®ricamente, las ondulaciones del esp¨ªritu humano, creo que es posible identificar en la circulaci¨®n de las ideas un impulso dirigido tendencialmente a un nuevo equilibrio, a una ¡°reorganizaci¨®n¡± axiol¨®gica que deber¨ªa suponer, junto al pleno ejercicio de los derechos humanos, una redefinici¨®n de sus deberes, hoy tan poco apreciados, pasando a situar, al lado de la carta de los derechos de los hombres, la carta imperativa e indeclinable de sus obligaciones. Pues bien, si no me equivoco demasiado, esta reflexi¨®n, que parece querer despuntar en medio de nuestras perplejidades, tendr¨ªa que empezar por proceder a la reevaluaci¨®n y cr¨ªtica de algunos conceptos corrientes, aunque espl¨¦ndidos y generosos, que forman parte, por contraste y en enga?osa antonimia, de ese universo del vocabulario en el que reinan, efectivamente, como sombr¨ªos y terribles astros, la xenofobia y el racismo. Me refiero, en concreto, a la tolerancia, esa palabra que ha hecho correr r¨ªos de tinta, tantos como su contraria e irreductible enemiga: la intolerancia.
Nos dicen los diccionarios que ¡°tolerancia¡± e ¡°intolerancia¡± son conceptos extremos e incompatibles entre s¨ª, y, defini¨¦ndolos as¨ª, nos conducen a situarnos, excluyendo otras alternativas, en uno de esos dos extremos, como si, adem¨¢s de ellos, no pudiese existir otro espacio, el espacio del encuentro y la solidaridad. De ese espacio no tenemos palabra que lo identifique, no tenemos, para llegar a ¨¦l, la br¨²jula, la carta de navegaci¨®n. Pero, si la palabra no est¨¢ en los diccionarios es solo porque no tenemos en el coraz¨®n el sentimiento que le conferir¨ªa una humanidad definitiva: parafraseando remotamente a Marx, dir¨¦ que los hombres no pueden, antes del tiempo justo, crear las palabras que, sin saberlo o no queriendo todav¨ªa saberlo, estaban ya necesitando vitalmente¡ Ponderadas las situaciones, observados los comportamientos, ?qu¨¦ es la tolerancia sino una intolerancia capaz a¨²n de vigilarse a s¨ª misma, pero temerosa de verse denunciada ante sus propios ojos, bajo la amenaza del momento en que las nuevas circunstancias se arranquen la m¨¢scara que otras circunstancias, de signo contrario, le hab¨ªan pegado a la piel, como si aparentemente fuese ya la suya? ?Cu¨¢ntas personas, hoy intolerantes, eran ayer tolerantes?
?Qu¨¦ papel podr¨¢ entonces desempe?ar el escritor, ese al que parece haberle sido retirada la antigua misi¨®n, t¨¢citamente comprendida y reconocida por la sociedad, de abrir camino a las verdades posibles? ?Qu¨¦ dir¨¢, qu¨¦ escribir¨¢, si cada vez se va haciendo m¨¢s obvia la impotencia de la literatura, de cada obra literaria y de todas ellas juntas, para influir de modo profundo y permanente en la vida social? Si las sociedades no se dejan transformar por la literatura, si, por el contrario, es la literatura la que se encuentra hoy asediada por sociedades que no le piden m¨¢s que las f¨¢ciles variantes de una misma anestesia de esp¨ªritu, es decir, la frivolidad y la brutalidad, ?c¨®mo podremos hacer intervenir socialmente la voz y la acci¨®n de los escritores, al menos de aquellos a los que el compromiso con la escritura, absoluto o relativo, no ha hecho perder sus obligaciones, relativas y absolutas, como ciudadanos?
Publicar art¨ªculos, hacer entrevistas, dar conferencias son tareas derivadas del acto central del escritor: escribir. Con independencia de la naturaleza, exigencia y singularidad de la obra a la que el escritor ha decidido consagrar su vida ¨Co, en palabras menos solemnes, el tiempo, el talento y la paciencia¨C, apetece decir que deber¨ªa aprovechar todas las ocasiones para glosar, ya con motivos pac¨ªficos, el dicho de Cicer¨®n cuando, al final de sus discursos, viniese o no a cuento, exig¨ªa la destrucci¨®n de Cartago. Las Cartago de hoy se llaman Intolerancia, Xenofobia, Racismo, y nunca ser¨¢n vencidas si no nos empe?amos en el combate, escritores y no escritores, con los mismos ingredientes con que se hace una obra literaria, paciencia, talento y tiempo, por este orden u otro cualquiera.
Tengamos la honestidad de reconocer que los escritores? han dejado de comprometerse y que algunas de las h¨¢biles teorizaciones con que hoy nos entretenemos son escapatorias intelectuales
Pero, entre los escritores, convoquemos sobretodo a esta lucha a la figura concreta de hombre o mujer que est¨¢ por detr¨¢s de los libros, no para que nos digan c¨®mo escribieron sus grandes o peque?as obras (lo m¨¢s seguro es que ni ellos mismos lo sepan), no para que nos eduquen y gu¨ªen con sus lecciones (que muchas veces son los primeros en no seguir), sino para que sencillamente se nos presenten todos los d¨ªas como ciudadanos de este presente, aunque, como escritores, crean estar trabajando para el futuro. No se pide que retomemos (si no encontramos para ello en nuestro fuero interno motivos ni razones) los caminos de naturaleza sociol¨®gica, ideol¨®gica o pol¨ªtica que, con resultados est¨¦ticos variables, llevaron a aquello que se llam¨® literatura comprometida, sino que tengamos la honestidad de reconocer que los escritores, en su gran mayor¨ªa, han dejado de comprometerse, y que algunas de las h¨¢biles teorizaciones con que hoy nos entretenemos han acabado por constituirse en escapatorias intelectuales, modos m¨¢s o menos brillantes de disfrazar la mala conciencia, el malestar de un grupo de personas ¨Clos escritores, precisamente¨C, que, despu¨¦s de haberse proclamado a s¨ª mismas como faro del mundo, est¨¢n a?adiendo ahora a la oscuridad intr¨ªnseca del acto creador las tinieblas de la renuncia y la abdicaci¨®n c¨ªvicas.
Traducci¨®n de Antonio S¨¢ez Delgado.
Los escritores ante el racismo se public¨® en la revista?La Ortiga en 1996, dos a?os antes de que Jos¨¦ Saramago ganara el Premio Nobel de Literatura.
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