Misterios policiales
Lorenzo Silva retrata a la Guardia Civil con un cuidado semejante al de Le Carr¨¦ cuando escribe sobre el espionaje brit¨¢nico
Uno de los placeres inmemoriales de la novela es el de asomarnos al funcionamiento de un mundo cerrado que despierta nuestra curiosidad y del que sabemos muy poco. Las tramas de John le Carr¨¦ en sus mejores a?os a veces eran de una tortuosa complicaci¨®n en la que uno pod¨ªa perderse con facilidad: pero lo que de verdad nos atra¨ªa era la atm¨®sfera menos aventurera que administrativa del servicio secreto brit¨¢nico, ese Circus por el que deambula como un fantasma absorto George Smiley, y en el que David Cornwell hab¨ªa trabajado antes de hacerse novelista y adquirir otro nombre m¨¢s ex¨®tico. Smiley indaga en archivos, examina con sus gafas de aumento los expedientes que alg¨²n funcionario le ha tra¨ªdo en un carrito de ruedas. Es un mundo desconocido para nosotros y muy pronto se vuelve un mundo familiar, tanto como el de la polic¨ªa judicial de Par¨ªs, donde trabaja a su ritmo el comisario Maigret, lento e infalible, con la eficacia doble de la adivinaci¨®n intuitiva y de los protocolos de la burocracia francesa.
Nunca sabremos, ni nos importa mucho, en qu¨¦ proporci¨®n se mezclan la solidez documental y la voluble fantas¨ªa. Georges Simenon llevaba muchos a?os escribiendo novelas del comisario Maigret cuando visit¨® por primera vez las oficinas en las que al parecer trabajaba su h¨¦roe. Los profesionales del espionaje brit¨¢nico aseguraban no tomarse muy en serio esas novelas escritas por alguien demasiado imaginativo que en realidad hab¨ªa tenido una experiencia muy limitada del oficio, en un puesto poco importante. Lo que s¨ª nos importa es la sensaci¨®n indefinible pero muy precisa de estar deambulando por un mundo real, hecho de reiteraciones y de ocasionales sorpresas, en el que la quiebra de la normalidad acaba teniendo el efecto de fortalecerla una vez pasada la crisis: cuando el traidor es descubierto, cuando la operaci¨®n en territorio enemigo ha terminado, a veces con ¨¦xito o a veces con fracaso, siempre con la revelaci¨®n de algo que antes no se hab¨ªa sospechado.
Nos seducen los misterios, pero nos seduce m¨¢s todav¨ªa que acaben resolvi¨¦ndose, y no de cualquier manera, sino con arreglo a un procedimiento establecido, con el que tambi¨¦n nosotros estamos muy familiarizados, no de cualquier manera, no por una confesi¨®n repentina o, peor todav¨ªa, por un golpe de azar. Si cada novela contiene un proceso de descubrimiento, la novela policial o de esp¨ªas lo representa con mayor integridad. El lector cree que es la impaciencia de la revelaci¨®n final la que lo mantiene atado al libro: pero el final ser¨¢ satisfactorio, y persuasivo, si los pasos que conducen a ¨¦l est¨¢n bien organizados, del mismo modo que el ¨²ltimo verso de un poema o la ¨²ltima frase de una sonata de piano se vuelven memorables en la medida en que ofrecen a la vez una conclusi¨®n necesaria y una sorpresa.
La realidad de cualquier investigaci¨®n ser¨¢ sin duda m¨¢s desorganizada que la de una novela policial, y sus finales unas veces ser¨¢n del todo previsibles y otras quedar¨¢n en el aire. El lector, y m¨¢s a¨²n el espectador de series, est¨¢ ya muy estragado por un g¨¦nero en el que la norma narrativa se convierte en un rosario de clich¨¦s, y en el que los estereotipos de los personajes se repiten tanto como las situaciones y los argumentos. No estamos contentos con nada: si hay un exceso de realidad, a?oramos las reglas del g¨¦nero; si esas reglas se nos vuelven cansinas, buscamos el crudo estremecimiento de lo real.
En su ¨²ltima novela, El mal de Corcira, Lorenzo Silva ha logrado ese equilibrio elusivo entre la forma limpia de una trama policial y la consistencia en el retrato de un tiempo y de un mundo: el tiempo es el de la Espa?a de ahora mismo y la de los primeros a?os noventa, cuando m¨¢s sanguinario era el terrorismo etarra y m¨¢s infundada parec¨ªa la esperanza de vencerlo; el mundo, los mundos, es el de los cuarteles de la Guardia Civil, el de los juzgados, el de los procedimientos de la investigaci¨®n policial, el de las vidas de los guardias civiles destinados en un territorio siempre hostil y con frecuencia letal, el de los protocolos que garantizan al mismo tiempo el mantenimiento estricto de la legalidad y la persecuci¨®n del delito. Como en cualquier novela cl¨¢sica de misterio, lo que desata la trama es el hallazgo de un cad¨¢ver, el de alguien que ha tenido una muerte inexplicada pero no accidental, un hombre desnudo de unos 60 a?os muerto a golpes en una playa de Formentera. La figura can¨®nica del detective resulta ser la de un subteniente de la Guardia Civil, marcado por la misma ambivalencia que casi todos los dem¨¢s personajes y todas las situaciones de la historia, un guardia civil al mismo tiempo improbable y convincente, con el cual los lectores de Silva est¨¢n familiarizados desde hace muchos a?os y bastantes novelas: uruguayo de origen, integrado en una organizaci¨®n muy jer¨¢rquica, pero tambi¨¦n algo ex¨®tico, con inquietudes intelectuales, con una inclinaci¨®n observadora y reflexiva que en alg¨²n momento puede convertirse en cauce evidente de las opiniones de su autor.
Lorenzo Silva pone en el retrato de las interioridades de la Guardia Civil un cuidado semejante al de Le Carr¨¦ cuando escribe sobre el espionaje brit¨¢nico. Hace falta haberse fijado y empapado mucho. Hay que sumar las cualidades imaginativas a las de la observaci¨®n. Hay que lograr que el esfuerzo de la documentaci¨®n no pese, sino que nutra las vidas visibles e interiores de los personajes. El misterio propulsa la narraci¨®n hacia adelante: pero la flecha del tiempo narrativo, como el de las indagaciones de la polic¨ªa judicial, puede volverse hacia el pasado, el de la biograf¨ªa personal del narrador que investiga y el del pa¨ªs siempre convulso en el que vive y trabaja, en el que tom¨® la chocante decisi¨®n de hacerse guardia civil y la m¨¢s rara todav¨ªa de presentarse voluntario para ir al Pa¨ªs Vasco en los a?os de mayor carnicer¨ªa y desolaci¨®n, de chantaje social, de sumisi¨®n apacible y vileza. El pasado irrumpe en el presente como esas bombas de guerras antiguas que mutilan a un inocente muchos a?os despu¨¦s. La arquitectura de la ficci¨®n se corresponde con la de un devenir hist¨®rico demasiado cercano como para que vislumbremos su sentido, el reparto justiciero de honores y culpas. El testimonio de lo real sostiene la fuerza de la f¨¢bula. El desenlace est¨¢ a la altura del misterio. La historia contin¨²a m¨¢s all¨¢ del libro, despu¨¦s del final de la novela.
El mal de Corcira. Lorenzo Silva. Destino, 2020. 544 p¨¢ginas. 21,90 euros.
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