¡°Siempre viene uno de fuera a joder la marrana¡±
Siguen las aventuras de Enrique Notivol en La Ca?ada, donde ha ido a buscar la autenticidad y la comuni¨®n con la naturaleza
Los primeros d¨ªas hubo pocos incidentes. Hab¨ªa algo de temor y tensi¨®n, pero est¨¢bamos bien de ¨¢nimo. Ahora todo el mundo vive como nosotros hemos vivido siempre, dijo mi t¨ªa, que sabe encontrar el lado bueno de las cosas.
Aun as¨ª, se notaba una tranquilidad infrecuente. No es que La Ca?ada fuera Nueva York antes de la pandemia (aunque la latitud es la misma, 40,7 norte, por eso segu¨ªa con especial atenci¨®n la gesti¨®n de Cassio y Cuomo), pero ya no se o¨ªan las mulas mec¨¢nicas por las ma?anas, ni los tractores, o los vendedores ambulantes. La contaminaci¨®n hab¨ªa desaparecido, no hab¨ªa aglomeraciones en la calle mayor. Ya antes de la alarma dejamos de ver a los turistas que ven¨ªan a rellenar garrafas, con sus herm¨¦ticos con tortilla, y luego se iban a buscar setas al monte. Es verdad que no se o¨ªa el ruido de los ni?os por las calles. En realidad no se o¨ªa nunca porque casi no hay ni?os, pero si te paras a pensarlo impresiona.
Para nosotros no era una novedad que la naturaleza reclamara, como se dec¨ªa en las ciudades, terreno a los humanos: no hac¨ªa falta m¨¢s que ver las masadas abandonadas. Aun as¨ª, un d¨ªa, al ver a unos jabal¨ªes cerca del lavadero, a Ramiro, tesorero de la asociaci¨®n de cazadores y campe¨®n de tiro, se le saltaban las l¨¢grimas por la oportunidad perdida. (Yo hab¨ªa sacado a pasear a Yanis, ¨¦l hab¨ªa ido a pasear a Santi, su perro de caza preferido.)
En vista de la situaci¨®n, cuando empez¨® el confinamiento, me fui a casa de Lourdes, encima del bar, en vez de la de mi t¨ªa. Su ubicaci¨®n era m¨¢s c¨¦ntrica, ven¨ªa mejor para las emergencias que pod¨ªa generar la crisis sanitaria.
Los s¨¢bados ve¨ªa las comparecencias del presidente del Gobierno. A primera hora me iba al punto de cobertura que hab¨ªa en las eras para leer lo que Eva Belmonte escrib¨ªa sobre el BOE y con eso me iba orientando.
Habl¨¦ con los empresarios locales: el due?o de la serrer¨ªa (y jefe de la oposici¨®n), el jefe de la queser¨ªa (un solo empleado), Lourdes (bar de la carretera) y Roberto (bar de Roberto), Juan Manuel (secadero de jamones) y Silvina Domingo (la gerente del Shangh¨¢i, el puticlub). Les expres¨¦ mi preocupaci¨®n y mi apoyo.
Para poner en valor la importancia de la cultura, imprescindible para el desarrollo de una ciudadan¨ªa con sentido cr¨ªtico, pens¨¦ en organizar sesiones de Instagram Live. Pero como la conexi¨®n en el pueblo es tan floja (uno de los proyectos que ha aplazado la covid-19, pero no me rindo), las jotas de Paca se o¨ªan m¨¢s por la ventana que por los ordenadores o los m¨®viles.
Que se comi¨® un pangol¨ªn
aquel chino una ma?ana.
Desde entonces a mi novio
lo veo por la ventana.
Fue emocionante el d¨ªa que le contest¨® Rogelio desde el balc¨®n de su casa, en la plaza:
Aunque te pongas mascarilla
no te creas que me inquieta:
si no te veo la cara
te conozco por las tetas.
A pesar de que la letra ten¨ªa algunos aspectos problem¨¢ticos desde una perspectiva de g¨¦nero, fue un momento hermoso, casi m¨¢gico. Uno sent¨ªa claramente la comunidad amenazada, la sensaci¨®n de que est¨¢bamos unidos, protegi¨¦ndonos unos a otros.
Alguna cosa pas¨®¡ El lunes, la guardia civil par¨® a Juan el Garroso cuando iba a dar de comer a las ovejas. El martes, lo volvieron a parar. El mi¨¦rcoles volvieron a pararlo cuando regresaba. El jueves a la ida. Al t¨ªo Francisco lo pararon cuando iba a regar la huerta tres veces la primera semana. El t¨ªo M¨¢ximo, precavido, se trajo a una de las ovejas a casa y dec¨ªa que la llevaba de paseo. (Parece que, por lo que contaba, esto gener¨® un desconcierto especial en uno de los agentes, a quien en el pueblo empezaron a llamar teniente Colombo.) Yo no quer¨ªa ponerme paranoico, pero el n¨²mero de detenciones y sanciones por habitante hac¨ªa pensar que La Ca?ada era m¨¢s o menos Baltimore. Empec¨¦ a preguntarme si habr¨ªa algo de racial profiling en esas actuaciones de la guardia civil: eran todos hombres blancos de m¨¢s de sesenta a?os de edad, con boina, alpargatas y un gayato.
Al margen de estas an¨¦cdotas, la situaci¨®n era bastante tranquila. En realidad el primer problema serio se produjo un par de semanas despu¨¦s, casi al caer la tarde. Se cumpli¨® la ley de hierro de la t¨ªa Michela: ¡°Siempre viene uno de fuera a joder la marrana¡±.
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