Bashevis Singer: ¡°Ning¨²n avance tecnol¨®gico es capaz de mitigar la desilusi¨®n del hombre moderno¡±
'Babelia' recuerda el discurso que el escritor pronunci¨® al recibir el premio Nobel de Literatura en 1978, coincidiendo con la publicaci¨®n de 'El hu¨¦sped', relato in¨¦dito sobre los supervivientes del Holocausto que crearon el barrio neoyorquino de Williamsburg
En 1978, la Academia Sueca justific¨® el Nobel de Literatura para Isaac Bashevis Singer con unos cuantos argumentos, entre ellos: "Por su apasionado arte narrativo que, con sus ra¨ªces en la tradici¨®n cultural polaco-jud¨ªa, otorga vida a las condiciones humanas universales". Cuatro d¨¦cadas despu¨¦s, este legado que supera las fronteras de lo literario revive con la publicaci¨®n de El hu¨¦sped (N¨®rdica Libros), un relato in¨¦dito del escritor sobre los supervivientes del Holocausto que emigraron y crearon el conocido barrio neoyorquino de Williamsburg. Bashevis Singer usaba el yidis para, seg¨²n dijo, "relatar las cosas de los jud¨ªos, que siempre han oscilado entre la vida y la muerte. Para los jud¨ªos, la muerte s¨®lo puede mencionarse en yidis". En este cuento, descubierto en 2018 por la revista The New Yorker, el escritor narra el destino de los supervivientes del Holocausto a trav¨¦s de dos personajes con distinta fortuna.
Coincidiendo con la publicaci¨®n de esa obra, Babelia recuerda el discurso que el escritor pronunci¨® en 1978 al recoger el Nobel de Literatura.
En nuestra ¨¦poca, como en cualquier otra, el narrador y poeta debe ser un artista del esp¨ªritu en el amplio sentido de la palabra, no solamente pregonero de ideales sociales o pol¨ªticos. Ni hay un para¨ªso para los lectores aburridos ni excusas para una literatura tediosa que no intrigue al lector, lo estimule y le ofrezca el placer y la v¨ªa de escape que brinda el arte verdadero. Sin embargo, tambi¨¦n es cierto que al escritor serio de nuestra ¨¦poca deber¨ªan preocuparle profundamente los problemas de su generaci¨®n. No puede pasarle inadvertido que el poder de la religi¨®n, especialmente la creencia en la revelaci¨®n, es hoy m¨¢s d¨¦bil de lo que fue en ninguna otra ¨¦poca de la historia humana. Cada vez m¨¢s ni?os crecen sin fe en Dios, sin creer en la recompensa y el castigo, en la inmortalidad del alma e incluso en la validez de la ¨¦tica.
El escritor aut¨¦ntico no puede pasar por alto el hecho de que la familia est¨¢ perdiendo su fundamento espiritual. A partir de la Segunda Guerra Mundial, todas las l¨²gubres profec¨ªas de Oswald Spengler se han hecho realidad. Ning¨²n avance tecnol¨®gico es capaz de mitigar la desilusi¨®n del hombre moderno, su soledad, su sentimiento de inferioridad y su temor a la guerra, la revoluci¨®n y el terror. Nuestra generaci¨®n no solo ha perdido la fe en la Providencia, sino en el propio hombre, en sus instituciones y a menudo en aquellos que est¨¢n m¨¢s cerca de ¨¦l.
Presos de la desesperaci¨®n, no pocos de quienes han perdido su confianza en el liderazgo de nuestra sociedad han puesto sus ojos en el escritor, el maestro de las palabras. Esperan contra toda esperanza que el hombre de talento y sensibilidad tal vez sea capaz de rescatar a la civilizaci¨®n. Quiz¨¢ el artista tenga algo de profeta despu¨¦s de todo.
Como hijo de un pueblo que ha recibido los peores golpes que la locura humana puede infligir, me veo obligado a reflexionar sobre los peligros venideros. Me he resignado en muchas ocasiones a no encontrar nunca una verdadera soluci¨®n. Pero una nueva esperanza surge siempre que me digo que no es todav¨ªa demasiado tarde para que hagamos balance y tomemos una decisi¨®n. Me educaron para creer en el libre albedr¨ªo. Aunque he llegado a dudar de toda revelaci¨®n, no he sido nunca capaz de aceptar la idea de que el universo es un accidente f¨ªsico o qu¨ªmico, un resultado de la ciega evoluci¨®n. A pesar de que he aprendido a reconocer las mentiras, los lugares comunes y las idolatr¨ªas de la mente humana, sigo aferr¨¢ndome a algunas verdades que creo que llegaremos a aceptar alg¨²n d¨ªa. Ha de existir un camino para que el hombre pueda disfrutar de todos los posibles placeres, de todas las posibilidades y todo el conocimiento que la naturaleza pone a su disposici¨®n, y seguir sirviendo a Dios: un Dios que habla con hechos, no con palabras, y cuyo vocabulario es el cosmos.
No me averg¨¹enza admitir que me cuento entre quienes fantasean con que la literatura es capaz de aportar nuevos horizontes y nuevas perspectivas: filos¨®ficas, religiosas, est¨¦ticas e incluso sociales. A lo largo de la historia de la antigua literatura jud¨ªa nunca existi¨® ninguna diferencia fundamental entre el poeta y el profeta. Nuestra antigua poes¨ªa a menudo pas¨® a convertirse en ley y en forma de vida.
Algunos de mis camaradas de la cafeter¨ªa cercana al Jewish Daily Forward en Nueva York me tienen por pesimista y decadentista, pero la resignaci¨®n siempre esconde un rescoldo de fe. Encontr¨¦ consuelo en pesimistas y decadentistas como Baudelaire, Verlaine, Edgar Allan Poe y Strindberg. Mi inter¨¦s por la investigaci¨®n psicol¨®gica me hizo encontrar un b¨¢lsamo en algunos m¨ªsticos como vuestro Swedenborg y nuestro rabino Nachman Bratzlaver, as¨ª como en el gran poeta de nuestro tiempo, mi amigo Aaron Zeitlin, que muri¨® hace algunos a?os y dej¨® un legado literario de alt¨ªsimo nivel, la mayor parte escrito en yidis.
El pesimismo de las personas creativas no es decadentismo, sino que se trata de una enorme pasi¨®n por la redenci¨®n del hombre. Al mismo tiempo que entretiene, el poeta prosigue su b¨²squeda de las verdades eternas, de la esencia del ser. A su manera trata de resolver el enigma del tiempo y del cambio, de hallar una respuesta al sufrimiento, de poner de manifiesto el amor en el abismo de la crueldad y la injusticia. Por muy extra?as que resulten estas palabras, a menudo juego con la idea de que cuando colapsen todas las teor¨ªas sociales, cuando las guerras y las revoluciones dejen a la humanidad en la oscuridad m¨¢s absoluta, el poeta ¡ªa quien Plat¨®n expuls¨® de su Rep¨²blica¡ª se alzar¨¢ para salvarnos a todos.
El gran honor que me concede la Academia Sueca es tambi¨¦n un reconocimiento al idioma yidis: un idioma del exilio, sin tierra, sin fronteras, sin el respaldo de ning¨²n Gobierno; un idioma que carece de palabras para armas, munici¨®n, ejercicios militares, t¨¢cticas de guerra; un idioma que fue despreciado a la vez por gentiles y por jud¨ªos emancipados. Lo cierto es que aquello que predicaban las grandes religiones, el pueblo hablante de yidis lo practicaba d¨ªa tras d¨ªa en los guetos. Fue la gente del Libro, en el sentido m¨¢s estricto de la palabra. No conocieron mayor gozo que el estudio del hombre y las relaciones humanas, al que llamaron Tor¨¢, Talmud, Musar, C¨¢bala. El gueto no era solamente un refugio para una minor¨ªa perseguida, sino un gran experimento de paz, autodisciplina y humanismo. Como tal sigue existiendo y se resiste a rendirse a pesar de toda la brutalidad que lo rodea.
Yo me eduqu¨¦ entre esas gentes. El hogar de mi padre en la calle Krochmalna en Varsovia era una casa de estudios, un tribunal de justicia, una casa de oraci¨®n, un lugar donde se contaban historias, adem¨¢s de un lugar para bodas y banquetes jas¨ªdicos. De ni?o escuch¨¦ de boca de mi hermano mayor y maestro, I. J. Singer, que m¨¢s tarde escribir¨ªa Los hermanos Ashkenazi, todos los razonamientos que los racionalistas, desde Spinoza a Max Nordau, publicaron contra la religi¨®n. He escuchado de mi padre y mi madre todas las respuestas que la fe en Dios puede ofrecer a quienes dudan y buscan la verdad. En nuestro hogar y en muchos otros hogares las preguntas eternas eran m¨¢s reales que las ¨²ltimas noticias del peri¨®dico yidis. A pesar de todas las desilusiones y de todo mi escepticismo creo que las naciones pueden aprender mucho de esos jud¨ªos, de su forma de pensar, de su forma de educar a los hijos, de la felicidad que encuentran donde otros no ven m¨¢s que miseria y humillaci¨®n.
Para m¨ª el idioma yidis y la conducta de quienes lo hablan son la misma cosa. Se pueden encontrar en el idioma yidis y en el esp¨ªritu yidis expresiones de j¨²bilo piadoso, ansias de vivir, anhelo del Mes¨ªas, paciencia y un profundo aprecio por la individualidad humana. Hay en el yidis un humor sereno y una gratitud por cada d¨ªa de la vida, por cada pizca de ¨¦xito, por cada contacto amoroso. La mentalidad yidis no es altiva. No da la victoria por sentada. No exige ni ordena, sino que sale del paso como puede, se cuela entre las fuerzas destructivas, a hurtadillas, con la certidumbre de que en alg¨²n sitio el plan de Dios para la Creaci¨®n no ha hecho m¨¢s que comenzar.
Hay quien califica al yidis de lengua muerta, pero lo mismo hicieron con el hebreo durante dos mil a?os. Se ha recuperado en nuestra ¨¦poca de una forma sorprendente, casi milagrosa. El arameo fue ciertamente una lengua muerta durante siglos, pero luego sac¨® a la luz el Zohar, una obra m¨ªstica de sumo valor. Es un hecho que los cl¨¢sicos de la literatura yidis son tambi¨¦n los cl¨¢sicos de la literatura hebrea moderna. El yidis a¨²n no ha dicho su ¨²ltima palabra. Contiene tesoros que todav¨ªa no se han expuesto a los ojos del mundo. Fue una lengua de m¨¢rtires y santos, de so?adores y cabalistas, cargada de humor y de una memoria que la humanidad no deber¨ªa olvidar jam¨¢s. En sentido figurado, el yidis es la sabia y humilde lengua de todos nosotros, el idioma de la asustada y esperanzada humanidad.
'El hu¨¦sped'
Autor: Isaac Bashevis Singer
Traductor: Andr¨¦s Catal¨¢n
Editorial: N¨®rdica Libros
Formato: Tapa blanda o bolsillo. 64 p¨¢ginas
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