La prueba del alcohol literario
Dylan Thomas fue adorado en vida y destruido a medias por el ¨¦xito y el alcohol
Nadie sabe si entre el alcohol y la creaci¨®n literaria existen vasos comunicantes, pero es un lugar com¨²n asimilar a Hemingway con el daiquir¨ª, a Scott Fitzgerald con el martini, a Dylan Thomas con la pinta de cerveza, a Fernando Pessoa con la cazalla, a Faulkner y a Graham Greene con el whisky, a los existencialistas franceses con el calvados y m¨¢s all¨¢ a Rimbaud y a Verlaine con la absenta, que tambi¨¦n era el brebaje favorito de Edgar Allan Poe y de Baudelaire. Entre nuestros escritores, los primeros que supieron tomar un gin tonic haciendo rodar el hielo con el dedo fueron los de gauche divine de la escuela de Barcelona, a?os sesenta, mientras los realistas de la Generaci¨®n del 50 en Madrid, Ignacio Aldecoa y compa?¨ªa, solo beb¨ªan chatos de vino tinto en tabernas con el mostrador de m¨¢rmol mojado. ?Qui¨¦n de ellos obligado a soplar en un control de la polic¨ªa habr¨ªa superado la prueba?
Faulkner no consigui¨® el sue?o de ser piloto militar, lo ¨²nico a lo que aspiraba. Para compensar ese deseo frustrado un d¨ªa le regal¨® una avioneta a su hermano Dean, quien apenas aprendi¨® a volar se mat¨® con ella. Tambi¨¦n muri¨® una de sus hijas a poco de nacer y ese d¨ªa fue el ¨²nico que no se emborrach¨®. Este caballero del sur ten¨ªa el alma dividida entre el puritanismo y el delirium tremens: en ese momento ve¨ªa ratas por las paredes y o¨ªa voces superpuestas que expresaban pasiones brutales, po¨¦ticas, misteriosas de un mundo fenecido. Faulkner muri¨® de un ataque al coraz¨®n. Muy ebrio, dos d¨ªas antes se hab¨ªa ca¨ªdo del caballo.
Fernando Pessoa beb¨ªa en el caf¨¦ Martinho da Arcada, bajo los soportales de la plaza del Comercio de Lisboa, con otros escritores y periodistas bohemios, d¨ªa y noche. Los camareros sab¨ªan los gustos de su h¨ªgado. Nada de whisky o de cerveza. Simplemente cazalla, el aguardiente duro que llega m¨¢s directo al alma de los poetas para calentar sus sue?os. ¡°Animal, mam¨ªfero, placentario, megal¨®mano, con rasgos dips¨®manos, poeta, con vocaci¨®n de escritor sat¨ªrico, ciudadano universal, fil¨®sofo idealista. Soy un degenerado superior¡±. As¨ª se defin¨ªa cuando estaba muy borracho.
Dylan Thomas a los 20 a?os gan¨® el premio Poetry Book y fue esta la primera puerta de la gloria que penetr¨® sin ser la de un bar. En ese tiempo se alimentaba de berberechos, dejaba sola a su mujer en casa y se iba a cantar a la taberna con sus amigos marineros. All¨ª acodado en la barra frente a una pinta de cerveza proclam¨® la primera verdad del periodismo. Dijo: ¡°Lo primero que tiene que procurar un periodista es ser bien recibido en el dep¨®sito de cad¨¢veres¡±. No se sabe si para hacerse amigo del forense, del embalsamador, del enterrador, del polic¨ªa o simplemente para coger hielo del congelador para el whisky, como sucede en la pel¨ªcula Primera plana de Billy Wilder.
La primera vez que fui a Nueva York me hosped¨¦ en el Hotel Chelsea, situado en la calle 23. Me fij¨¦ que en la fachada estaba la placa que recordaba que all¨ª un d¨ªa de noviembre de 1953 Dylan Thomas fue arrebatado por un delirium tremens despu¨¦s de una fiesta en que se bebi¨® 30 cervezas seguidas de un solo envite por una apuesta. Sucedi¨® en una de las habitaciones que daban atr¨¢s, cuando estaba en brazos de su amante, Liz Reitell. De all¨ª lo llevaron al hospital St. Vincent, donde muri¨® tres d¨ªas despu¨¦s. Hab¨ªa quedado exhausto como un caballo de carreras despu¨¦s de una victoria arrebatada a la muerte. El cad¨¢ver fue devuelto a su casa de Gales y durante el entierro su mujer, Caitlin, bail¨® borracha sobre el f¨¦retro como una venganza por el abandono al que tuvo sometidos a ella y a sus hijos.
Dylan Thomas fue adorado en vida y muri¨® v¨ªctima del ¨¦xito m¨¢s que del alcohol, ¨¦xito que se deb¨ªa a sus charlas por la BBC donde sus poemas causaban una explosi¨®n bajo el bosque l¨¢cteo y en sus conferencias hab¨ªa parte del p¨²blico cogido de las l¨¢mparas. Despu¨¦s de su muerte a los 39 a?os qued¨® convertido en un poeta de culto. Un joven jud¨ªo, un tal Robert Allen Zimmerman, que andaba por entonces rasgando su primera guitarra, cambi¨® su nombre y en su homenaje en adelante se hizo llamar Bob Dylan. A su lugar de nacimiento, en Laugharne, comenzaron a llegar peregrinos y muy pronto empez¨® a establecerse un negocio de recuerdos. La reliquia que desde el principio tuvo m¨¢s ¨¦xito fue una jarra de cerveza con el rostro de Dylan Thomas estampado, con un pitillo mediado en la boca, cuando su nariz no era todav¨ªa un bulbo rojo ni sus ojos ten¨ªan el aire vidrioso. El hecho de que esta jarra fuera el recuerdo preferido por sus admiradores plantea el dilema que dividi¨® la biograf¨ªa de nuestro h¨¦roe: saber si la enorme fama que le acompa?¨® en vida fue debida a que era un gran poeta o un magn¨ªfico borracho. Muchos creen que bebiendo cerveza en una de esas jarras se llega al alma del poeta mucho antes que leyendo sus versos.
Babelia
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