El esp¨ªa que se ocultaba en un yacimiento arqueol¨®gico
Hugh Borthwick, el escoc¨¦s que habit¨® y salv¨® del expolio la isla del Fraile (Murcia), vigilaba en realidad a los barcos alemanes
Llegaron a ?guilas (Murcia) a finales del XIX en vagones de madera arrastrados por las m¨¢quinas de vapor de la compa?¨ªa The Great Southern of Spain Railway Company Limited (GSSR). Eran los ingenieros brit¨¢nicos que iban a explotar las minas de hierro de la sierra de Filabres. Las traviesas de aquel tren minero acababan justo en el embarcadero de Hornillos, donde los barcos alemanes, ingleses y con bandera neutral llenaban sus bodegas co...
Llegaron a ?guilas (Murcia) a finales del XIX en vagones de madera arrastrados por las m¨¢quinas de vapor de la compa?¨ªa The Great Southern of Spain Railway Company Limited (GSSR). Eran los ingenieros brit¨¢nicos que iban a explotar las minas de hierro de la sierra de Filabres. Las traviesas de aquel tren minero acababan justo en el embarcadero de Hornillos, donde los barcos alemanes, ingleses y con bandera neutral llenaban sus bodegas con el precioso cargamento f¨¦rrico que ser¨ªa indispensable en la inminente Primera Guerra Mundial. Frente al muelle, la peque?a isla del Fraile; y sobre el islote, el noble escoc¨¦s Hugh Pakenham Borthwick, con sus sirvientes. Una de las mujeres que atend¨ªa su casa dej¨® grabada en cinta magnetof¨®nica en los pasados a?os ochenta la vida cotidiana del arist¨®crata, que lleg¨® en 1912 a la isla y la abandon¨® en 1920, poco despu¨¦s de terminar la Gran Guerra que destruy¨® Europa. Borthwich no prest¨® nunca atenci¨®n al entorno arqueol¨®gico que pisaba, lo que permiti¨® que el yacimiento se salvara del expolio. Y que, ahora, el ?rea de Arqueolog¨ªa de la Universidad de Murcia y el Museo Arqueol¨®gico de ?guilas, con la colaboraci¨®n del Ayuntamiento, excaven en busca de un aut¨¦ntico tesoro: posibles restos de un edificio monumental, monedas, un asentamiento romano y una necr¨®polis isl¨¢mica con un enterramiento infantil. A Borthwick nunca le interes¨®, porque estaba ocupado con su propio misterio. Solo miraba hacia un lugar: el muelle con los buques cargados de hierro. Iba apuntando el nombre de las naves y sus banderas.
Mar¨ªa Abell¨¢n Ruiz, entonces de unos 12 a?os, su madre y su abuela eran tres de las asistentas que cuidaban la vivienda que Borthwick habitaba en la isla. Jos¨¦ Asensio, profesor y colaborador de isabadell.cat, es el nieto de Mar¨ªa. En 1983, grab¨® lo que, la ya anciana, recordaba de la vida del escoc¨¦s. ¡°No ten¨ªa relaci¨®n con la colonia inglesa. ?l era su peri¨®dico, su correspondencia¡ Siempre estaba leyendo. Recib¨ªa muchas cartas. Pero nunca las guardaba. Las destru¨ªa despu¨¦s de leerlas. Los peri¨®dicos s¨ª que los guardaba. Se acostaba muy temprano, siempre con su revolver debajo de la almohada, pero no le ten¨ªa miedo a nada. Nunca nos explic¨® por qu¨¦ ten¨ªa el arma¡¡±.
Historiadores, testigos y archivos coinciden en que el esp¨ªa avisaba a su enlace cuando un barco alem¨¢n o de un pa¨ªs neutral cargaba mineral de hierro. El operativo de alerta estaba bien dise?ado porque, tras la advertencia, la nave carguera era hundida por los submarinos brit¨¢nicos. ¡°Aunque las habladur¨ªas lo se?alan¡±, aclara Asensio, ¡°como desertor de la guerra, la verdad es que su misi¨®n era espiar a los alemanes desde su situaci¨®n privilegiada en la isla del Fraile¡±.
En 1992 el escritor Juan Navarro, en su libro Huellas del pasado, record¨® que ¡°don Hugo, como le llamaban los aguile?os, se instal¨®, adem¨¢s de en la isla, en la localidad, en dos viviendas que a¨²n existen¡±.
La poblaci¨®n brit¨¢nica en ?guilas, a principios del XX, era muy importante y su manera de vivir hab¨ªa calado entre el vecindario. De hecho, los ingleses crearon el primer equipo de f¨²tbol local (donde jug¨® Borthwick), introdujeron el rugby y el tenis y hasta condujeron el primer coche de motor por las calles del municipio. Trajeron tambi¨¦n su propia arquitectura, su ingenier¨ªa y, por supuesto, su idioma. ¡°En aquella ¨¦poca hab¨ªa vecinos en ?guilas que no sab¨ªan escribir, pero que hablaban ingl¨¦s por el contacto diario con los extranjeros¡±, explica Juan de Dios Hern¨¢ndez, arque¨®logo municipal.
La isla ¨Da solo 100 metros de la costa¨D era propiedad del banquero escoc¨¦s John Gray (Juan Gray), que se la vendi¨® en 1910 al teniente coronel del Ej¨¦rcito brit¨¢nico Alexander Borthwick. Y este, con la excusa de la explotaci¨®n de una cantera sobre ella, se la traspas¨® a su hijo Hugo.
El joven Borthwick, gracias a la fortuna de su familia, hab¨ªa estudiado en Oxford, donde fue reclutado por el servicio secreto brit¨¢nico. A los 25 a?os, y con la isla a su nombre, ya estaba en ?guilas listo para cumplir su misi¨®n. La escritora holandesa Jacqueline Sorel, que est¨¢ preparando una obra sobre ¨¦l, recuerda que fue destinado como esp¨ªa a ?guilas cuando los alemanes descubrieron a su antecesor. ¡°Hubo un incidente con un submarino alem¨¢n en Cartagena y el agente que le preced¨ªa fue descubierto. Digamos que ya no serv¨ªa para nada y el servicio secreto tuvo que cambiar de hombre r¨¢pidamente¡±, explica por tel¨¦fono.
Seg¨²n los testimonios de la ¨¦poca, recogidos por Asensio, ¡°en una ¨¦poca donde la pobreza era extrema en ?guilas, don Hugo representaba el estereotipo de joven atractivo. Alto y con ojos azules, fumaba en pipa y vest¨ªa siempre de negro, aunque algunas veces se le ve¨ªa con un traje blanco impoluto y su sombrero. Su ropa era lavada y planchada cada d¨ªa por su obsesi¨®n con la limpieza¡±,
Siempre se mostr¨® muy amable con sus empleados ¨Dcontaba con guardaespaldas, ch¨®fer y criados¨D e intent¨® ense?ar a leer y a escribir a sus sirvientes, incluso les dio nociones de ingl¨¦s. Aunque apenas se relacionaba con sus compatriotas en p¨²blico, s¨ª recib¨ªa, en cambio, visitas de diferentes brit¨¢nicos. ¡°Gente muy bien vestida, con joyas y sombreros, algo completamente inimaginable para los vecinos de ?guilas de principios de siglo. Era un aut¨¦ntico shock¡±, explica Juan de Dios Hern¨¢ndez.
¡°Fue un hombre bueno¡±, dej¨® grabado Mar¨ªa Abell¨¢n en 1983. ¡°Le daba mucha l¨¢stima la pobreza, amaba a los ni?os y les repart¨ªa importantes cantidades de dinero para la ¨¦poca. A veces les daba 15 pesetas, que era m¨¢s de lo que ganaban algunos de sus sirvientes. As¨ª, se corri¨® la voz de la humanidad de don Hugo y se acercaban muchos pobres a pedir¡±.
Borthwick desapareci¨® como lleg¨®: sin avisar. Se cas¨® en Inglaterra y a su muerte, en 1950, su esposa visit¨® ?guilas e intent¨® contactar con sus sirvientes, pero muchos ya hab¨ªan fallecido o no conocieron su llegada.
¡°Don Hugo merece¡±, dice Asensio, ¡°estar presente para siempre en el nomencl¨¢tor aguile?o. Me gustar¨ªa que el mirador del Hornillo [el embarcadero al que el escoc¨¦s no quitaba ojo y que va a ser restaurado en breve] lleve su nombre y que se rehabiliten las viviendas de la isla donde ¨¦l residi¨® y se cree, adem¨¢s, all¨ª una exposici¨®n permanente¡±. Todo, para el hombre que vigilaba el muelle y que no expoli¨® el tesoro arqueol¨®gico (restos de ¨¦poca romana e isl¨¢mica) sobre el que habitaba, la isla del Fraile, que ahora causa la admiraci¨®n de los arque¨®logos.