Jorge Mart¨ªnez y Manuel Perera, dos grandes de la noviller¨ªa, una emocionante competencia
Los j¨®venes toreros protagonizaron una intensa final del Circuito de Novilladas de Andaluc¨ªa
Si en las corridas de toros se viviera la mitad de la emoci¨®n que se palp¨® el pasado domingo en el mano a mano entre los novilleros Jorge Mart¨ªnez y Manuel Perera, la tauromaquia atravesar¨ªa una etapa feliz y en plena ebullici¨®n.
Se celebraba en la plaza granadina de Atarfe la final del Circuito de Novilladas de Andaluc¨ªa, ese proyecto promovido por la Fundaci¨®n Toro de Lidia para potenciar j¨®venes valores, carentes hoy de posibilidades para abrirse camino vestidos de luces.
En los chiqueros, cuatro escogidos novillos de Torrestrella y El Torero, que resultaron c¨®modos y nobles en exceso, y dos de Ana Romero, radicalmente distintos, ¨¢speros, inciertos, listos, que presentaron serias dificultades a los toreros.
Y en el patio de cuadrillas, dos chavales, Jorge y Manuel, de 21 y 19 a?os, respectivamente, muy serios ambos, con el semblante endurecido por la responsabilidad, conscientes, sin duda, de que esa tarde ser¨ªa trascendental en sus vidas.
Los dos se ganaron con creces el triunfo a pesar de la decisi¨®n del jurado
Desde que se abri¨® la puerta de toriles qued¨® claro que en el ruedo hab¨ªa dos toreros de una pieza, la mirada tensa, la sonrisa perdida, los ojos abiertos como platos, el coraz¨®n a borbotones, dispuestos ambos a morir si fuera necesario para alcanzar la meta de ser el triunfador del festejo.
La tensi¨®n de una intensa y feroz competencia se palpaba en el caluroso ambiente de la plaza cubierta, y cada cual abri¨® de par en par el libro de sus escasos conocimientos en una entrega sin l¨ªmites que se irradiaba por unos tendidos entusiasmados ante el espect¨¢culo de los dos chavales
Jorge Mart¨ªnez, de aspecto severo, hier¨¢tico y distante, bebe en las fuentes del clasicismo y maneja con soltura y elegancia los enga?os; le cuesta, quiz¨¢, conectar con el tendido y peca de frialdad.
Manuel Perera persigue el ¨¦xito con acelerada pasi¨®n; variado con capote y muleta, siempre decidido y entregado, prefiere perder esencia en favor del espect¨¢culo.
Los dos protagonizaron una tarde cargada de emoci¨®n, triunfaron con los toros artistas que les permitieron gozar de su zona de confort, pasaron fatigas con los novillos de Santa Coloma, y lo dieron todo. A fin de cuentas, acaban de empezar, les queda toda una vida por delante y una enciclopedia para aprender y corregir defectos.
El momento de la verdad lleg¨® cuando se conoci¨® el veredicto del jurado que, por unanimidad, design¨® triunfador del Circuito a Jorge Mart¨ªnez.
Inapelable el criterio de los jueces, pero a la norma que rige este ¡°concurso¡± le falt¨®, quiz¨¢, la sensibilidad necesaria para captar que los dos chavales, distantes en su concepci¨®n, pero unidos en su entrega, decisi¨®n y amor propio, eran acreedores del triunfo.
Perera fue la cara de la derrota, y un novillero con sus agallas, su afici¨®n y su entereza no la merec¨ªa.
Los apoderados -Ruiz Manuel y, en especial, Juan Jos¨¦ Padilla- ofrecieron un triste espect¨¢culo
Ni uno ni otro tiene edad para entender que la vida es muy larga y est¨¢ cargada de sorpresas. Ni el triunfo de ahora garantiza el de ma?ana ni la decepci¨®n de hoy es un obst¨¢culo para ser figura. Son muy j¨®venes, han optado por la profesi¨®n m¨¢s dif¨ªcil, tienen condiciones, saben lo que es el sacrificio y la renuncia, y tienen ya el cuerpo magullado a volteretas. Y los dos se ganaron con creces el triunfo final a pesar de la decisi¨®n del jurado.
Hubiera sido la mejor soluci¨®n, la m¨¢s justa, el premio a una vida corta, pero cuajada de esfuerzo y sinsabores a la b¨²squeda de ese sue?o casi imposible de ser un maestro en el arte del toreo.
Por cierto, los dos novilleros est¨¢n apoderados por dos toreros retirados: Ruiz Manuel rige la carrera de Jorge Mart¨ªnez, y Juan Jos¨¦ Padilla, la de Manuel Perera.
Ambos deben hacer cuanto antes un cursillo r¨¢pido sobre los contenidos fundamentales de su labor para no cometer de nuevo los grav¨ªsimos errores que evidenciaron en la plaza de Atarfe.
Un apoderado es un representante ante las empresas, un consultor, un maestro que ense?a y corrige defectos en los entrenamientos, pero nunca un protagonista en el callej¨®n, que persigue, vocifera, reprende y presiona al torero.
Ambos lo hicieron, Ruiz Manuel ¡ªm¨¢s comedido¡ª, y Padilla, que estuvo especialmente desafortunado.
Juan Jos¨¦ Padilla, tan ejemplar y admirado como torero y persona, tuvo una mala tarde; con sus gritos al torero y su enfado permanente se erigi¨® en protagonista y se ridiculiz¨® a s¨ª mismo. Su enfrentamiento con un espectador que hab¨ªa realizado alg¨²n comentario contra Perera fue la gota que colm¨® el vaso de sus errores.
No se debe confundir el cari?o con la pasi¨®n ni el consejo oportuno con la presi¨®n constante a la vista de todos. Ya se sabe que de lo sublime a lo rid¨ªculo no hay m¨¢s que un paso.
Por fortuna, la censurable actuaci¨®n de los apoderados no impidi¨® la leal competencia de los novilleros que engrandeci¨® la fiesta de los toros.
La pena es que la tarde pudo acabar con los dos toreros sonrientes y triunfantes, y no fue as¨ª.
Jorge Mart¨ªnez mantuvo su semblante serio a pesar del trofeo, y Perera no pudo ocultar su decepci¨®n.
Una l¨¢stima que las normas del Circuito no contengan la sensibilidad necesaria para levantar en hombros a dos incipientes figuras que llegaron a Atarfe dispuestos a jugarse la vida de verdad.
Y esa actitud s¨ª que merece un premio.
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