Carlos P¨¦rez Siquier, siempre anclado en su Mediterr¨¢neo
El placer del gran fot¨®grafo, que ha fallecido a los 90 a?os, era esa luz del mar por la que se aferro a una c¨¢mara y por la que permaneci¨® siempre en su costa
Me esfuerzo en comprender la constante permanencia de Carlos P¨¦rez Siquier en Almer¨ªa y entiendo que aquel ¡°hombre apostado a una pared de cal¡± en realidad estaba anclado a la orilla de su mar, por amor a lo visible. Su placer era esa luz del Mediterr¨¢neo. Por ello se hizo fot¨®grafo y permaneci¨® para siempre en su costa, sin echar de menos las metr¨®polis modernas ni los viajes ex¨®ticos. Tanta fue su pasi¨®n por la fotograf¨ªa y la fidelidad a su mar, que llev¨® la monta?a a Mahoma, haciendo de la nada el grupo Afal, un colectivo de la mejor fotograf¨ªa en el peor momento de la cultura espa?ola, y de Almer¨ªa el eje alrededor del que hizo girar la fotograf¨ªa espa?ola.
Un fot¨®grafo es su realidad. Esa revelaci¨®n es cegadora y no se olvida por m¨¢s que d¨¦ vueltas la vida. Todo se entiende por los ojos. Un fot¨®grafo no es la impostura de sus temas, ni la est¨¦tica que los maquilla. La obra de un fot¨®grafo es su vida foto a foto, como un cuaderno de notas. No se sabe de d¨®nde le vino esa obsesi¨®n a Carlos, el porqu¨¦ de esa pulsi¨®n hiperactiva por la mirada, esa afici¨®n a hacer consciente y gozoso el acto autom¨¢tico de ver, que todos, o la mayor¨ªa, hemos ejercido gratis y de manera inconsciente por el hecho de haber nacido. En Carlos fue sobrenatural. Hubo en ¨¦l una fuerza vital que lo empuj¨® a ser fot¨®grafo, por encima de todas las dificultades, m¨¢s all¨¢ de su pobre contexto esquinado de una desheredada provincia de posguerra. Una fuerza ligada a la juventud, al impulso vital, a la sorpresa de los d¨ªas, a estar desnudo en las playas v¨ªrgenes del Cabo de Gata, a la discusi¨®n vehemente sobre jazz y literatura con los amigos, a las tardes de ternura con las novias. Por eso nunca dej¨® de ser joven, ni de ser fot¨®grafo: hizo de eso su manera de vivir.
Esa fuerza de la luz penetraba por la vista a trav¨¦s de un color vivo, iluminado con vigor por el sol de mediod¨ªa, que imped¨ªa hacer dram¨¢ticas las situaciones m¨¢s crudas. Siempre ligero. No hab¨ªa iron¨ªa ni trastienda, ¡°las cosas, como son¡±. Sus objetos, expl¨ªcitos, agitados por una vanguardia fuera de las corrientes de moda, nos empujaban a interpretar, a dar explicaciones sobre todo aquello que en su entorno pasaba a ser parte de su iconograf¨ªa: perros de porcelana, azulejos multicolores, la gente com¨²n ataviada para la fiesta, toallas estampadas, grafitis y carteles, p¨®steres, anuncios de peluquer¨ªas¡ Su obra es la sorpresa ante lo visible, la luz. ¡°Mi alimento: la mirada¡±, dec¨ªa. Y as¨ª era. La conversaci¨®n pausada en las tardes del cortijo se nutr¨ªa de posar la vista entre la buganvilla y el horizonte de naranjos. No hab¨ªa actividad m¨¢s l¨²dica que el ver. Y cuando la voluntad consent¨ªa, sacaba su fot¨®metro y med¨ªa una vez la luz incidente, otra vez la luz reflejada y, a partir de ese momento, lentamente, encuadraba casi siempre en contrapicado, con el cielo azul presente. Y, como quien no quiere la cosa, variaba los diafragmas, obligado por las pocas nubes, por las breves sombras del paisaje. ¡°Una buena foto al a?o, que muchas no es posible¡±. Muchos a?os coleccionando. Todo un archivo para recorrer.
?Tantas veces brome¨® con su ¨²ltimo momento! Siempre improvisando met¨¢foras para relacionarlo con el fen¨®meno de la luz. ¡°Mientras mi sombra se proyecte contra el suelo, querr¨¢ decir que estoy vivo¡±. No le gustaban los ocasos ni los crep¨²sculos trascendentes, ni la melancol¨ªa de los fundidos a negro, ni el declinar de la luz. Su final tendr¨ªa que ser como fue: un corte decidido, como el l¨ªmite vivo, a sangre, de una imagen contra el margen del papel.
Carlos, como el Mediterr¨¢neo de Serrat, te vas pensando en volver. Para quienes hayan aprendido a vivir la realidad visible contigo, cada parpadeo al sol ser¨¢ una imagen tuya. La gran lecci¨®n de la vida que nos das es no rehuir la muerte, llegar hasta el final con los ojos bien abiertos, no importa si llevamos una c¨¢mara al cuello o no. Solo por el placer de mirar.
Laura Terr¨¦ es historiadora de la fotograf¨ªa.
Babelia
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