En el foso: nueva entrega de las cr¨®nicas de Emmanuel Carr¨¨re desde el juicio por los atentados de Par¨ªs
Esta semana, supervivientes del Bataclan cuentan la matanza. Y es una pesadilla
Cap¨ªtulo 7
Lo que a m¨ª me gusta de los conciertos es mirar las caras de la gente. Aquella noche estaban alegres, todos est¨¢bamos bien. Buena energ¨ªa (Clarisse). El foso estaba lleno, hab¨ªa quiz¨¢ mil personas dentro, cuando empez¨® el tiroteo nos aplastamos contra las barreras. Me alcanz¨® una bala, no s¨¦ cu¨¢l de los tres la dispar¨® (Aur¨¦lie). Como yo estaba delante del escenario, miraba a los m¨²sicos, vi su p¨¢nico, los vi huir por los bastidores. Al principio pens¨¦: es un tarado que ha venido a tirar al azar (Lydia). Intent¨¦ decirme, van a tomar rehenes, si hacemos lo que nos piden todo ir¨¢ bien, pero no, est¨¢ claro que han venido a matarnos y pens¨¦, es totalmente demencial, voy a morir en un concierto de rednecks californianos por el que he pagado 30,70 euros mi entrada (Clarisse). Quise saltar una barrera, pero todo el mundo empujaba, me encontr¨¦ atrapada por la pierna, pregunt¨¦ si alguien ten¨ªa un cuchillo para cort¨¢rmela (Lydia).
Lo que m¨¢s duele es que te pisoteen (Amandine). Lanc¨¦ a mi mujer al suelo, me arroj¨¦ encima, todo el mundo en el foso se tumb¨®. Despu¨¦s de las primeras r¨¢fagas vi a un hombre atl¨¦tico que disparaba hacia el suelo. Avanzaba tranquilo, uno o dos pasos y un tiro, uno o dos pasos un tiro. No llevaba capucha. Al darme cuenta de esto, de que ten¨ªa la cara al descubierto, comprend¨ª que todos ¨ªbamos a morir (Thibault). Enseguida me vi dentro de una charca de sangre caliente, no comprend¨ªa c¨®mo pod¨ªa haber tanta, tan r¨¢pido (Amandine). Supe que me hab¨ªan herido gravemente cuando quise retirar de la cara el zapato de una persona que estaba encima de m¨ª. Percib¨ª que mi mejilla se me hab¨ªa desgajado entera y me colgaba a lo largo de la cara. Met¨ª la mano derecha dentro de la boca para recoger los dientes y evitar trag¨¢rmelos porque as¨ª corr¨ªa el riesgo de toser y llamar la atenci¨®n de los terroristas (Ga?lle).
Pens¨¦: ya est¨¢, es aqu¨ª, es ahora. Esta respiraci¨®n es la ¨²ltima vez que respiro. Lo ¨²nico que me calmaba era pensar que no ten¨ªa hijos (Thibault). Hab¨ªan encendido todas las luces y yo dir¨ªa que sent¨ªan cierto gusto al matar a la gente (Amandine). Eran muy j¨®venes, serenos. Hubo un momento en que a uno de ellos debi¨® de encasquill¨¢rsele el cargador y otro le ayud¨® a desatascarlo bromeando, como un buen compa?ero en el pol¨ªgono de tiro (Edith). Pararon para recargar y despu¨¦s de eso fue menos seguido, m¨¢s directo a un blanco: bala a bala, apuntando. Un grito un tiro, otro grito otro tiro, un tiro cada vez que sonaba un m¨®vil (Pierre-Sylvain).
Yo ya no quer¨ªa sufrir, acept¨¦ la idea de que iba a morir a los treinta y dos a?os, en medio de gente de mi edad que ten¨ªa igual que yo una hermosa vida por delante, asesinada por hombres que disfrutaban disparando (Amandine). Un hombre se levant¨® y dijo: ¡°Basta ya, ?por qu¨¦ hacen esto?¡± Lo mat¨® uno de los tiradores (Edith). Le o¨ª decir ¡°Pues para vengar a nuestros hermanos en Siria, echad la culpa a vuestro presidente Hollande¡±, y yo no s¨¦ lo que pasa en Siria, yo estoy aqu¨ª para pasar un buen rato con Nick, que es el amor de mi vida, y le pregunto: ¡°?Te han dado?¡± S¨ª, en el vientre, le duele, le duele al respirar y entonces le meto mi boca en la suya para darle aire y luego ¨¦l se muere (Helen).
Solt¨® este discursito sobre Siria como si le importara un bledo, como una lecci¨®n que has aprendido y en la cual no crees, lo ¨²nico que les excitaba era dispararnos. Lamentable (Edith). Si te mueves mueres. Fingimos que estamos muertos. Los m¨®viles suenan sin parar, con esos sonidos tan reconocibles de iPhone y que me hielan la sangre seis a?os despu¨¦s (Lydia). El que disparaba con el arma en la cadera baj¨® el ca?¨®n, se la puso al hombro y empez¨® a apuntar hacia abajo, cada vez a una diana concreta, para matarnos uno por uno. Me hirieron. Mir¨¦ a H¨¦l¨¨ne. Ya no ten¨ªa nariz y ten¨ªa un agujero en el lugar del ojo derecho (Pierre-Sylvain).
Consegu¨ª subir al palco, hab¨ªa un hombre detr¨¢s de la fila del fondo, me escondi¨® debajo del asiento (Edith). Yo llevaba una camiseta blanca, pesaba 120 kilos, una diana estupenda. Me puse delante de Edith pensando que as¨ª quiz¨¢ la proteger¨ªa (Bruno). O¨ªa la matanza sin verla, acurrucada detr¨¢s de Bruno en postura fetal, aguardando la muerte. Vi que se abr¨ªa la puerta en un extremo del palco. El tipo estaba a tres o cuatro metros, muy tranquilo, con unas zapatillas de deporte blancas (Edith). Yo me dije, vaya, qu¨¦ pancho est¨¢, parece tranquilo. Y luego levant¨® el brazo y dispar¨® desde el palco hacia el foso (Bruno). Y entonces hubo aquella explosi¨®n espantosa. Era ya espantosa, yo pensaba que no podr¨ªa haber otra m¨¢s espantosa, pero aquello era un grado a¨²n m¨¢s alto del horror, me dije que era como el 11 de septiembre: el primer avi¨®n y, despu¨¦s, el segundo avi¨®n (Aur¨¦lie).
Hab¨ªa pingajos de carne por todas partes. Pens¨¦ que ya no quedaba leche en la nevera y que no hab¨ªa pagado el comedor escolar de mi hija (Edith). Vi volar lentamente al caer sobre nosotros unas plumas que comprend¨ª enseguida que eran las plumas de su anorak (Amandine). Recuerdo el pantano viscoso en el que chapote¨¢bamos, el olor a p¨®lvora y a sangre y despu¨¦s la explosi¨®n, los pedazos del kamikaze que empezaron a caernos encima. Vi en una alucinaci¨®n a mi hijo diciendo: ¡°Mam¨¢, tienes que levantarte, tienes que salir¡± (Ga?lle). Un amigo de Bruno vino a nuestro encuentro, le dijo que la situaci¨®n se calmaba un poco, que era el momento de huir. Bruno me dijo que me fuera con ellos. Yo le dije que no pod¨ªa moverme y ¨¦l dijo: ¡°Vale, me quedo contigo¡±. Y se qued¨® conmigo. Con una perfecta desconocida. Chap¨®, Bruno (Edith).
O¨ª gritar a los polic¨ªas: ¡°Evac¨²en a los sanos¡±, y un hombre que se levantaba me vio la pierna y me dijo que lo sent¨ªa much¨ªsimo pero que no pod¨ªa ayudarme (Amandine). Fue al incorporarme cuando vi la carnicer¨ªa. La luz cegadora, blanca. El mont¨®n de cuerpos, de un metro de alto, me record¨® las im¨¢genes de la matanza de Guayana. Todo el foso cubierto de cuerpos enmara?ados, imposible distinguir entre muertos y vivos. Y encima de ellos las volutas de humo: una imagen imposible de asimilar, incomprensible (Pierre-Sylvain). Un chico me ayud¨® a incorporarme, me ayud¨® a caminar hasta el exterior y luego volvi¨® al Bataclan para ayudar a otros supervivientes (Aur¨¦lie). Nos hicieron levantarnos y caminar hacia la salida en fila india, con las manos sobre la cabeza, y nos dijeron que no mir¨¢semos, pero yo no pude evitarlo. La enorme charca de sangre negra y espesa. Todos aquellos cad¨¢veres que una hora antes estaban bebiendo y bailando. Vi el cuerpo de una muchacha rubia, preciosa, lo ¨²nico es que ten¨ªa los miembros mal colocados. El polic¨ªa me dijo: ¡°Siga adelante, ya no hay nada que hacer¡± (Edith).
Yo apretaba mi bolso, ten¨ªa mucho miedo de perderlo porque dentro llevaba mi tarjeta sanitaria y la necesitar¨ªa cuando estuviese en el hospital (Coralie). Supe m¨¢s tarde que el joven cirujano que me orient¨® hacia el quir¨®fano con la esperanza de que me reconstruyeran la cara era un amigo de la infancia: no me reconoci¨® (Ga?lle). Cuando sal¨ª, vi a Bruno quitando trozos de carne del pelo de una mujer que lloraba (Edith)- Entramos tres y salimos cuatro: solo cosas positivas (Bruno). M¨¢s tarde, justo antes de morir, mi padre me dijo: ¡°T¨² y yo consolamos a los dem¨¢s de las desgracias que nos suceden¡±. Yo habr¨ªa preferido no tener que consolaros (Amandine).
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