Rachel Kushner: ¡°Para entender nuestra historia con los conquistadores no necesitamos una estatua de ellos¡±
La escritora estadounidense habla con El PA?S sobre su nuevo libro, la colonizaci¨®n espa?ola y el debate sobre retirar o no las estatuas de generales confederados americanos o colonizadores espa?oles.
Es el final de la tarde de un viernes de octubre y la escritora norteamericana Rachel Kushner va a leer un cuento de ficci¨®n sobre la conquista espa?ola en un peque?o pueblo de Oaxaca (M¨¦xico) llamado Teotitl¨¢n del Valle, donde la mayor¨ªa de la poblaci¨®n es ind¨ªgena y la lengua materna es el zapoteco. Kushner est¨¢ ah¨ª para la entrega del premio de literatura Aura Estrada, en la inauguraci¨®n de la Feria del Libro del Estado, cuyo tema es Or¨ªgenes. En su versi¨®n de 1492, todo ...
Es el final de la tarde de un viernes de octubre y la escritora norteamericana Rachel Kushner va a leer un cuento de ficci¨®n sobre la conquista espa?ola en un peque?o pueblo de Oaxaca (M¨¦xico) llamado Teotitl¨¢n del Valle, donde la mayor¨ªa de la poblaci¨®n es ind¨ªgena y la lengua materna es el zapoteco. Kushner est¨¢ ah¨ª para la entrega del premio de literatura Aura Estrada, en la inauguraci¨®n de la Feria del Libro del Estado, cuyo tema es Or¨ªgenes. En su versi¨®n de 1492, todo le sali¨® mal a Crist¨®bal Col¨®n. En el cuento, cuando el conquistador fue a pedirle carabelas a la reina de Espa?a, pensaba que la tierra ten¨ªa la forma de un viol¨ªn o de una pera ¡ªpero estaba tan borracho ese d¨ªa que le dijo a la reina que la tierra ten¨ªa la forma del seno de una mujer¡ª. ¡°Ese seno ten¨ªa una protuberancia, al oriente, donde el agua era c¨¢lida y tumultuosa¡±, dice el borracho. No import¨® el error y la reina, excitada por la imagen, acept¨® que se fuera. Pero Col¨®n lleg¨® a una isla del Caribe y termin¨® cocinado por un grupo ind¨ªgena que le regal¨® su cuerpo a los cerdos. Ah¨ª hubiera podido terminar toda esta historia. Pero antes de ser cocinado Col¨®n alcanz¨® a escribirle una carta a la reina, en la que le dec¨ªa de las tierras a las que hab¨ªa llegado. All¨ª, en esa protuberancia del seno, ¡°todo era usable, vendible, fundible, enviable, comible, potable, fumable¡±. Y Europa decidi¨® devorarlo todo.
Kushner (1968, Oregon) es novelista ganadora de diversos premios por sus libros sobre norteamericanos en Cuba antes de la revoluci¨®n (Telex desde Cuba, 2008), artistas en Nueva York e Italia en los a?os setenta (Los Lanzallamas, 2013) y mujeres en las prisiones de California, el Estado americano con uno de los mayores ¨ªndices de encarcelamiento (La Sala Marte, 2018). Acaba de publicar este a?o The Hard Crowd, un libro que a¨²n no tiene versi¨®n en espa?ol y que recopila una serie de ensayos que ella escribi¨® en las ¨²ltimas dos d¨¦cadas sobre momentos o artistas que le han impactado: de sus a?os adicta a las motocicletas a su admiraci¨®n por la escritora Clarice Lispector. EL PA?S la entrevist¨® sobre el nuevo libro, el cuento de Col¨®n, su activismo en las c¨¢rceles de California, y el debate sobre derrumbar estatuas de los conquistadores.
Pregunta. Anoche ley¨® en Teotitl¨¢n su cuento La gran excepci¨®n, en el que reimagina el momento en que Crist¨®bal Col¨®n conquista las islas del Caribe. ?Qu¨¦ inspir¨® esta nueva versi¨®n de la historia?
Respuesta. Escrib¨ª este cuento cuando estaba empezando a estudiar un tema que para m¨ª se sent¨ªa gigante, el de la Revoluci¨®n Cubana. Mi primera novela es sobre los a?os justo antes de la revoluci¨®n, y sobre una comunidad de Estados Unidos, en la regi¨®n de Oriente, dominada por la United Fruit Company. En esa zona fue donde crecieron Fidel y Ra¨²l Castro, y mi madre vivi¨® all¨ª tambi¨¦n cuando era chica. Esa tambi¨¦n fue la zona a la que lleg¨® Crist¨®bal Col¨®n, esa zona del este de la isla, antes de que fuera a Am¨¦rica Latina. Ese era mi punto de entrada para empezar a pensar esta ficci¨®n. ?Qu¨¦ vio ¨¦l? ?Y qui¨¦n estaba all¨ª antes de que llegara? Pero la novela no ten¨ªa espacio para eso, as¨ª que necesitaba otro [espacio] para darle una versi¨®n a mis narrativas sobre ese momento colonial.
Tambi¨¦n estaba leyendo un libro de [el historiador] Daniel Boorstin que presupone que todo lo que se conoce como ¡®progreso¡¯ en la civilizaci¨®n occidental es bueno. ?l habla del primer navegante, Enrique el Navegante, de Portugal, que llev¨® a cabo un proyecto colonial que subyug¨® a muchas personas en el supuesto Nuevo Mundo ¡ªpor supuesto, sabemos que no era nuevo ese mundo¡ª. As¨ª que leyendo ese libro me dije: ¡°Hace falta algo ac¨¢¡±. Empec¨¦ a contar mi propia historia con un personaje que yo llamo ¡°el explorador¡±, que es una versi¨®n de Crist¨®bal Col¨®n, y que es muy ingenuo. No tiene idea de d¨®nde est¨¢, pero en vez de ¨¦l triunfar en la isla y subyugar a todos, empec¨¦ contando: ¡°Sus dedos fueron cocinados aparte del resto del estofado¡±. Ya, desde el principio, sabes lo que le ocurri¨® a Col¨®n.
P. Busca reescribir otro desenlace de esa historia colonial.
R. S¨ª. Cuando pienso en historias como la de Moctezuma y Hern¨¢n Cort¨¦s, por ejemplo, creo que hay una narrativa sobre el desacuerdo entre los dos: Cort¨¦s cree esto de Moctezuma, Moctezuma cree tal cosa sobre Cort¨¦s, y eso resulta en una cat¨¢strofe para el imperio azteca. Pero si unos pocos elementos se pudieran reescribir, todo hubiera podido haber terminado distinto, y en vez de ser derrotado, con toda su grandeza, Moctezuma hubiera podido triunfar.
P. Hace poco la estatua de Col¨®n fue retirada en Ciudad de M¨¦xico para ser reemplazada por la de una mujer ind¨ªgena. [Kushner sonr¨ªe al escuchar esto y levanta sus dos pulgares en signo de aprobaci¨®n]. Este debate sobre Col¨®n y las estatuas est¨¢ tambi¨¦n en Estados Unidos, sobre todo con las estatuas de los generales confederados que se opon¨ªan a abolir la esclavitud en el siglo XIX. ?Qu¨¦ opina de esa forma de reinterpretar la historia derrumbando estatuas?
R. Este debate de las estatuas es bastante din¨¢mico. El verano pasado en Estados Unidos tuvimos protestas enormes despu¨¦s de que fuera asesinado George Floyd y muchas estatuas fueron derribadas, entre esas una de Col¨®n y Jun¨ªpero Serra ¡ªyo soy de San Francisco y ah¨ª muchas cosas tienen el nombre de este conquistador espa?ol¡ª. Algunas personas dicen: ¡°Pero es que estas estatuas son parte de nuestra herencia¡±. Y est¨¢ bien que se pregunten eso. Pero lo importante es entender en qu¨¦ contexto fue puesta all¨ª una estatua, esa es la clave. Por ejemplo, en el caso de los [generales] confederados, muchas de esas estatuas no se construyeron al final de la guerra civil, sino mucho despu¨¦s, incluso durante los a?os de las protestas por los derechos civiles. Es decir, 1956 a 1960. As¨ª que fueron estatuas construidas para que la gente afroamericana del sur sintiera un profundo terror. Sobre los conquistadores, pues creo que para entender nuestra historia con los conquistadores no necesitamos una estatua de ellos.
Hace un tiempo escrib¨ª un art¨ªculo para la revista October sobre un bajorrelieve que est¨¢ a cinco calles de mi casa y muy cerca a la zona de cortes penales en Los ?ngeles. Ese bajorrelieve es una celebraci¨®n de la guerra M¨¦xico-Estados Unidos [de 1846], muestra un batall¨®n en caballos ondeando banderas americanas. Cuando escrib¨ªa el art¨ªculo estaba siguiendo al mismo tiempo un caso legal, para mi libro La Sala Marte, que involucra a cuatro chicos latinoamericanos menores de 18 a?os a quienes les iban a dar una sentencia de por vida en una corte que era para adultos. Al ver a personas caminar debajo de este bajorrelieve, en ese momento, empec¨¦ a darme cuenta de que esa imagen nos mira desde arriba como celebrando el robo de California a Am¨¦rica Latina. Ser un escritor de ficci¨®n es ver esa textura, ver los detalles ¡ªtienes que ver lo que est¨¢ detr¨¢s del ambiente, eso que se siente como m¨²sica de fondo y al que no se le presta atenci¨®n¡ª.
P. Para La Sala Marte usted se comprometi¨® activamente en la campa?a para acabar la crisis de encarcelamiento masivo en Estados Unidos. ?Sigue trabajando en este tema?
R. S¨ª, pero estoy involucrada a un nivel muy individual. En realidad yo no llamo a esto trabajo, sino que es parte de mi vida entera, mi vida incluye a esas personas que est¨¢n pagando condenas de por vida. Esas relaciones son muy personales para m¨ª. Soy un recurso que tienen amigos m¨ªos dentro de una prisi¨®n: me pueden llamar si necesitan ayuda investigando algo, o si quieren que les escriba una carta para una audiencia, o yo les env¨ªo libros, o si ellos est¨¢n trabajando en escritos me env¨ªan sus borradores. O quiz¨¢s no tienen a alguien a quien llamar, y por eso yo soy una amiga, alguien con quien pueden compartir problemas muy ¨ªntimos. Hay una soledad profunda al estar en una prisi¨®n, porque cuando est¨¢s all¨ª hay partes de ti que debes suprimir para poder sobrevivir cada d¨ªa en un ambiente tan dif¨ªcil. Y necesitas a alguien a quien puedes llamar y contar c¨®mo te sientes. No todo el mundo puede con este tipo de activismo. Algunas personas no quieren hacer eso, es demasiado emocional, es un compromiso muy grande dejar que la gente se sienta segura alrededor tuyo para exponerse ante ti. Pero uno no puede abandonar ah¨ª a las personas.
P. El primer ensayo de su nuevo libro, The Hard Crowd, es sobre su pasi¨®n por las motos en Baja California, en M¨¦xico, pero tambi¨¦n sobre algo que cambi¨® para usted en una carrera en particular.
R. Cuando hice esa carrera de motos, la Cabo 1000 ¡ªque en ese momento la llamaban la carrera de la carretera ilegal¡ª, empezaba desde la frontera de San Diego-Tijuana hasta el cabo San Lucas, al sur. Son 1.160 millas [1.866 kil¨®metros], y debes hacerlos en un d¨ªa.
Yo hab¨ªa comenzado a ir a Baja California desde que era una adolescente, porque ten¨ªa un amigo que estaba obsesionado con las motos y su madre ten¨ªa una casa en Puertecitos, cerca a San Felipe, y nos ¨ªbamos juntos a mercados a comprar cosas para las motos. Pero el ambiente en ese lugar era muy extra?o, era un pueblo lleno de americanos expatriados que no apreciaban la cultura mexicana, y algunas personas creo que estaban ah¨ª porque no pod¨ªan volver a entrar a Estados Unidos. Eran americanos que hab¨ªan cometido cr¨ªmenes y se hab¨ªan ido del pa¨ªs. Ese lugar me impact¨®.
Luego volv¨ª con esta carrera que tampoco era respetuosa con la gente de Baja California. Es sobre la carretera 1, donde hab¨ªa campesinos en camiones que ten¨ªan solo una luz instalada arriba del techo, y tienen que cruzarse con estas personas odiosas en motos que van a 150 millas por hora [240 kms por hora]. En esa ¨¦poca hab¨ªa 29 motociclistas, y solo 3 eran mujeres. No recuerdo en ese momento ser consciente de eso, porque creo que nunca me dijeron que yo estaba limitada por mi g¨¦nero. Mi madre nunca me lo dijo, ese pie de p¨¢gina nunca se me ley¨® en voz alta. A las mujeres motociclistas se nos trat¨® con mucho respeto porque ¨¦ramos consideradas como hombres honorarios. Si estabas en el grupo quer¨ªa decir que eras una motociclista muy h¨¢bil, preparada para la carrera. As¨ª que creo que ten¨ªa mucha presi¨®n, los hombres cre¨ªan que yo era mejor motociclista de lo que yo era realmente, porque necesitaban a mujeres como fichas que pueden ser como ellos. Pero despu¨¦s de esa carrera empec¨¦ a ver c¨®mo la carrera era muy violenta contra las personas de Baja, y contra todos los pueblos por los que pasa.
P. Tambi¨¦n tiene dos ensayos en este libro sobre Marguerite Duras y Clarice Lispector. ?Qu¨¦ le interesaba de la experiencia de esas dos escritoras en un mundo literario tan masculino?
R. Me parecen interesantes, pero no creo que ninguna de esas dos mujeres se hubieran llamado feministas. Creo que eran mujeres que, por la raz¨®n que fuera, se sent¨ªan con el permiso de escribir lo que quisieran en la forma en que quisieran. Creo que a Duras le interesaban otras mujeres, tuvo un espect¨¢culo de televisi¨®n que menciono en el ensayo, se llama Dim Dam Dom, en el que entrevistaba a muchas personas, como a la guardia de una prisi¨®n o a una prostituta. Pero ella era como una criatura especial porque se dio la autorizaci¨®n de ser lo que ella quisiera. Ella amaba a los hombres y amaba la atenci¨®n sexual, y socialmente, de lo que pude entender, le interesaba m¨¢s eso que socializar con otras mujeres. Pero ella ten¨ªa una voz femenina muy fuerte.
A Lispector la llam¨¢bamos La Esfinge por una raz¨®n. Ella era alguien que ten¨ªa como un conocimiento ontol¨®gico sin haber sido entrenada como una fil¨®sofa. Y la filosof¨ªa no tiene una restricci¨®n de g¨¦nero, ella no hizo ¡®filosof¨ªa femenina¡¯, es sencillamente filosof¨ªa. Uno podr¨ªa argumentar que el canon de la filosof¨ªa es masculina porque no sabemos de muchas mujeres fil¨®sofas, ya que no han sido entrenadas ni se les ha dado un espacio para hablar. Pero Lispector es como si hubiera aparecido de repente y lo hubiera logrado, y eso me parece incre¨ªblemente particular.
P. Hay una frase central en el ensayo que le da el t¨ªtulo al libro, en el que usted dice que uno en su vida primero ¡°est¨¢ ocupado naciendo, en el largo ascenso de la vida, y luego, despu¨¦s de una cumbre, uno est¨¢ ocupado muriendo¡±. Y usted parece estar en el segundo momento en este nuevo libro.
R. S¨ª, creo que en la vida hay un punto de inflexi¨®n para muchas personas, cuando has vivido m¨¢s de la mitad de tu vida y sigues en di¨¢logo con las personas y experiencias que te transformaron o marcaron, que se quedan contigo. As¨ª esas escenas y esas personas ya no est¨¦n contigo. Uno luego se la pasa clasificando y reflexionando sobre lo aprendido, cargando personas que se fueron y escenas que se fueron. Marcel Proust habla de esto de forma hermosa, de la experiencia como algo inmaterial porque est¨¢ en el pasado y uno solo se conecta con ella a trav¨¦s de la memoria. Creo que llega ese momento en la vida en el que te vuelves mucho m¨¢s reflexivo. Pero cuidado, uno en ese momento a¨²n quiere estar aprendiendo de las cosas y de la gente. Por eso digo ¡°ocupado¡±, porque est¨¢s haciendo esa clasificaci¨®n, y as¨ª naciendo, de nuevo, de otra forma.