El tesoro de Wilson
El escritor guatemalteco Rodrigo Fuentes nos gu¨ªa por Ciudad de Guatemala de la mano de un recogedor de basura en una cr¨®nica que contin¨²a una serie de reportajes concebidos para el proyecto Cuenta Centroam¨¦rica
Wilson se mueve por la Ciudad de Guatemala a pie, en bicicleta y en camiones de basura.
Su primera vez en una ruta de basura fue a los diecis¨¦is a?os, cuando un recogedor conocido lo invit¨® a acompa?arlo. El sueldo era escaso pero el potencial enorme: pod¨ªan esculcar los desechos de los barrios m¨¢s exclusivos, incluyendo La Ca?ada, con sus embajadas y las mansiones de la ¨¦lite guatemalteca.
Lo mejor era al final del recorrido, cuando Wilson y sus compa?eros se transformaban en arque¨®logos de la basura. Fue durante una de esas madrugadas, mientras bland¨ªa en el cami¨®n su herramienta predilecta ¡ªuna peque?a linterna¡ª, cuando Wilson abri¨® una bolsa y se encontr¨® con un libro titulado La genealog¨ªa de la moral, de un tal Friedrich Nietzsche.
En la oscuridad de una ciudad apenas iluminada, entre el traqueteo del camino al vertedero municipal, Wilson hall¨® palabras que en un inicio lo intrigaron y pronto lo dejaron encandilado. Algo se hab¨ªa abierto, un portal que Wilson atraves¨® ese d¨ªa para nunca regresar. Era como si Nietzsche le estuviera hablando a ¨¦l mismo, dice Wilson, o como si las ideas que encontraba en esas p¨¢ginas hubieran estado ya en su propia cabeza, esperando solo las palabras del fil¨®sofo.
Llegados a este punto, empieza a recitar Wilson en la Plaza del Papa, no reprimo un suspiro y una ¨²ltima confianza. ?Qu¨¦ es lo que me resulta, precisamente a m¨ª, enteramente insoportable? ?Aquello que yo solo no logro superar, que me hace ahogarme y desfallecer? ?Aire viciado, aire viciado! ?Algo que ha salido mal se me acerca; tengo que oler las entra?as de un alma que ha salido mal!...?Cu¨¢nto no se soporta, en otras ocasiones, de necesidad, carencias, mal tiempo, enfermedad, trabajos, soledad!
Lo ha soltado de corrido, sin apenas separar una palabras de la siguiente; no como una cita sino m¨¢s bien como una letan¨ªa, una incantaci¨®n. Quiz¨¢s sea porque el mismo Wilson quer¨ªa ser Nietzsche, como explica, se sent¨ªa Nietzsche, se sab¨ªa, en cierta forma, Nietzsche. Tal vez es porque su memoria prodigiosa le permite mantenerse enraizado al mundo a trav¨¦s de las palabras, sobre todo cuando ese mismo mundo insiste en sacudirse a Wilson de encima, una y otra vez.
*
Bueno, dice entonces Wilson, vamos al abismo.
Empezamos a salir de la Plaza del Papa en la Zona 14 (ese barrio de embajadas y tesoros desechados), y emprendemos el descenso hacia la Colonia Santa Fe. Las ¨¢reas jardinizadas y las mansiones tras muros y alambre tipo razor desaparecen al cruzar la avenida Hincapi¨¦. El camino se vuelve irregular y angosto mientras bajamos entre casitas y comercios de block, pronto de l¨¢mina, con Tuc Tucs zumbando junto a nosotros y vendedores que desbordan sus enseres sobre las callejuelas.
Wilson menciona a Aldous Huxley, habla de Las puertas de la percepci¨®n, lo que lo remite a su pasi¨®n juvenil por The Doors y Jim Morrison (es como los patojos de ahora con Bad Bunny, ?no?, dice). Entonces suelta al aire que ¨¦l no sabe realmente qu¨¦ es la percepci¨®n:
?Qu¨¦ es la percepci¨®n, pues?
Para entonces ya estamos frente a una pared formada por l¨¢minas de zinc y Wilson descansa en el suelo los pesados bidones que hemos cargado desde la casa de un vecino, la ¨²nica fuente de agua para su hogar.
Esta es la puerta a mi abismo, dice con una sonrisa discreta y orgullosa, invit¨¢ndonos a pasar.
Sorprende de inmediato el peque?o espacio a cielo abierto, el suelo de tierra sembrado de cachivaches y despojos que Wilson ha ido atesorando en su tr¨¢nsito por la ciudad. Pocos pasos m¨¢s all¨¢, el precipicio. El terreno se aferra con u?as y dientes a un barranco de un verdor terrible.
Al acercarnos a la orilla, Wilson se?ala el pantano que apenas se vislumbra al fondo, a unos doscientos metros en ca¨ªda casi vertical. V¨¦rtigo.
Cuando mir¨¢s al abismo, dice Wilson, el abismo tambi¨¦n mira dentro de vos.
Luego cuenta que varias personas han ca¨ªdo ah¨ª, algunos sin querer, otros por tristes.
Pero el pantano se traga los cuerpos, explica, el pantano y los lagartos.
?Hay lagartos ah¨ª abajo?
No lagartos, responde Wilson: ?lagartones!
*
Los barrancos en la Ciudad de Guatemala son una vitrina de la estratificaci¨®n social de la ciudad. Arriba, los edificios dominan el valle de la Ermita; mientras se baja por las laderas escarpadas, las condiciones de vida tambi¨¦n se deslavan. Las lluvias que Wilson a?ora cada a?o para completar su cuota de agua son las mismas que pasan llev¨¢ndose hogares como el suyo.
En el fondo est¨¢n las aguas negras, la basura, la gente que la ciudad escupe cada d¨ªa. Los barrancos son formaciones geol¨®gicas y por lo tanto parecen estar ah¨ª desde siempre; lo mismo podr¨ªa decirse de las marcadas jerarqu¨ªas econ¨®micas en el pa¨ªs, si bien estas son resultado en gran medida del tipo de c¨²pula empresarial que manda en Guatemala.
Wilson procede a guiarnos por su breve e ins¨®lito reino, donde adem¨¢s de dos casetas de l¨¢mina ¡ªen una duerme ¨¦l, en la otra su madre, a quien ¨¦l cuida¡ª conviven en el suelo cabezas de maniqu¨ªes, botellas vac¨ªas, tijeras de jardinero oxidadas, hierros y maderos, pl¨¢sticos de origen indescrifrable. Se mueve con soltura entre esos mont¨ªculos, levantando unos objetos y apartando otros. Queda claro que esa es su arcilla, el material con que Wilson el memorioso se convierte en Wilson el artista.
Regresa al cabo de un momento y acomoda sobre el suelo una especie de lienzo, una tabla rectangular que es a la vez un muestrario de cabellos sint¨¦ticos que consigui¨® en una est¨¦tica cercana. Hay ah¨ª mechones negros, casta?os, marrones, rojizos. A lo largo y ancho del tabl¨®n, Wilson ha pegado el tape del Ministerio P¨²blico que delimita escenas del crimen: cada fleco adquiere entonces el horror y la dignidad de la evidencia, de esos cuerpos de mujeres que acaban en barrancos como el que se abre a pocos metros de nosotros.
Su obra tambi¨¦n sugiere las coordenadas de otro crimen, el que los est¨¢ndares de belleza perpetran sobre los cuerpos. Wilson explica entonces que su hermana ha pasado cinco a?os en la c¨¢rcel, que cuando la visita ella solo le pide que le lleve champ¨² y productos de pelo, y que a veces pareciera que ah¨ª adentro le importa m¨¢s su pelo que la libertad.
De pronto se cimbra como un alambre de p¨²as y salta hacia uno de los mont¨ªculos, recoge una cabeza de maniqu¨ª rosada y regresa para acomodarla sobre el lienzo. Ahora s¨ª, dice observ¨¢ndolo con el ce?o fruncido, casi consternado al advertir lo que acaba de crear.
Nos va mostrando otras obras desperdigadas por el terreno y en alg¨²n momento parece activarse; sale con pasos apresurados a su cuarto de l¨¢mina para regresar con una camiseta de la selecci¨®n nacional de Guatemala que intervino, nos dice, durante lo peor de la pandemia.
En la espalda, la camiseta lleva el 19. Toma un momento ver que el n¨²mero est¨¢ precedido por la palabra Covid: si Argentina tiene el 10 de Maradona, Guatemala tiene el Covid-19 de Wilson.
Luego nos cuenta de su deriva por la ciudad con la camiseta puesta y de sus paradas frente a distintos edificios del Estado ¡ªel Palacio Nacional, el Seguro Social, el Ministerio P¨²blico¡ª, donde ped¨ªa a los peatones que lo fotografiaran. Se sonre¨ªan, se confund¨ªan, se asustaban.
Un mi performance, dice Wilson, porque tanto que el gobierno dec¨ªa Guatemala por aqu¨ª y Guatemala por all¨¢, pero los muertos de covid le pelaban. Y encima, agrega Wilson, me robaron las fotos.
?C¨®mo as¨ª?
Las terminaron presentando en una expo sin decirme nada, dice encogi¨¦ndose de hombros, se las hueviaron, pues.
No son palabras menores para alguien que entiende como pocos lo que es el reciclaje, cuya subsistencia y arte dependen, precisamente, de aquello que antes pertenec¨ªa a otros.
En un taller en la municipalidad me dijeron una vez que en el arte todo se puede usar, dice Wilson, y tambi¨¦n que la ficci¨®n y no ficci¨®n son lo mismo, que todo est¨¢ ah¨ª para poder usarse. Pero para m¨ª esa es pura casaca para poder hueviar.
Le prepar¨¦ una obra por su visita, dice entonces, y me lleva a una pared de block junto al barranco: contra ella ha acomodado una m¨¢quina de escribir oxidada sobre un pedestal, todo enmarcado por un afiche de letras y palabras incongruentes que parecen subir como humo al cielo.
Es una obra de arte y a la vez es un altar. En el suelo hay un bote vac¨ªo de pintura que al voltearse se convierte en asiento. Es f¨¢cil sentarse frente a la m¨¢quina y poner las manos sobre teclas que han sobrevivido a la lluvia y al ¨®xido y al tiempo. Es f¨¢cil teclear unas cuantas palabras invisibles, pedirle prestado un poco de su vida a Wilson, robarle algo de tiempo e intentar contarse a s¨ª mismo que la vida est¨¢ para escribirse.
Wilson se acerca entonces con un gesto t¨ªmido y a la vez p¨ªcaro. Ojal¨¢ le quede bien su texto, me dice. Porque yo una vez encontr¨¦ en la basura una novela er¨®tica de una autora reconocida. La le¨ª, pero la verdad es que mis t¨ªas son m¨¢s er¨®ticas que esa novela.
Ciudad de Guatemala, mayo 2022
Esta cr¨®nica forma parte del proyecto Cuenta Centroam¨¦rica, en el cual tres escritores y escritoras de Iberoam¨¦rica, participantes en el Festival Centroam¨¦rica Cuenta 2022, escribieron sobre sitios y personajes emblem¨¢ticos de Ciudad de Guatemala.