La ¨²ltima ronda corre a cargo de Nick Lowe
El m¨²sico brit¨¢nico, mayor y sin tanto br¨ªo como anta?o, toc¨® en Madrid y consigui¨® regalar cierta alegr¨ªa contagiosa y ense?ar que no merece la pena sufrir por algunas derrotas
Es un trago amargo saber que una vez fuiste primero en casi todo y ahora, hermano, eres el ¨²ltimo de la cola, incluso puede que no cuentes. Debe serlo a no ser que seas Nick Lowe, o, al menos, si no lo eres, que suceda que este tipo de tupe cano plateado y gafas de pasta se mantenga a¨²n en pie cantando esas letras que todav¨ªa reverberan para ti con un eco especial en la barra del bar. En la noche del martes en Madrid, Lowe, el compositor que, con permiso de su disc¨ªpulo ...
Es un trago amargo saber que una vez fuiste primero en casi todo y ahora, hermano, eres el ¨²ltimo de la cola, incluso puede que no cuentes. Debe serlo a no ser que seas Nick Lowe, o, al menos, si no lo eres, que suceda que este tipo de tupe cano plateado y gafas de pasta se mantenga a¨²n en pie cantando esas letras que todav¨ªa reverberan para ti con un eco especial en la barra del bar. En la noche del martes en Madrid, Lowe, el compositor que, con permiso de su disc¨ªpulo Elvis Costello, simboliza mejor que nadie el br¨ªo irrepetible de la new wave brit¨¢nica, record¨® a un pu?ado de fieles -la mayor¨ªa entrados en a?os- que no hay que amargarse tanto con algunas derrotas.
Nick Lowe supo como pocos lo que es adelantarse cuando los tiempos ped¨ªan cambios. All¨¢ por los primeros setenta, cuando el pop-rock necesitaba nuevos incentivos ante el fracaso de la contracultura, apareci¨® este cantante desgarbado en Reino Unido para ponerse al frente de Brinsley Schwarz, un tr¨ªo de car¨¢cter mod e influenciado por el soul norteamericano que buscaba hacer bailar hasta el ¨²ltimo solitario del bar. Una banda esencial para entender una no-escena fascinante en Londres que se dio en llamar pub-rock y que devolv¨ªa el toque primigenio del rock¡¯n¡¯roll de vieja escuela a los escenarios. Brinsley Schwarz fueron gloria bendita, pero Lowe, su mayor hacedor, adem¨¢s fue el primer artista en editar un disco en la legendaria Stiff Records, el sello que impuls¨® el punk brit¨¢nico, y en producir el primer single del punk a The Damned y, luego, apoyar los comienzos de The Pretenders y Elvis Costello. Sin tanto renombre como otros pesos pesados, Nick Lowe es, en definitiva, un cl¨¢sico.
Los cl¨¢sicos tienen algo que les hace distintos. En el caso de Lowe, m¨¢s all¨¢ de su sonrisa imperecedera y sus buenos modales de gentleman brit¨¢nico, es su aura de hombre sabio. Alguien que no se complica la vida para recordar los cimientos de una buena canci¨®n. Siempre en perfecta sinton¨ªa consigo mismo, este m¨²sico de 73 a?os ha demostrado en las ¨²ltimas tres d¨¦cadas que su madurez es distinguida con discos tan bellamente sencillos como The Impossible Bird (1994), The Convincer (2001), At My Age (2007), The Old Magic (2011) o Walkbout (2020). Palabras mayores para un mundo con prisas.
Hay una frase manida en los textos musicales y, m¨¢s a¨²n, en tipos como ¨¦l: es un m¨²sico que envejece como los buenos vinos. El grato anciano, que llevaba m¨¢s de un lustro sin pisar tierra espa?ola, no ha dejado de demostrar un garbo sin igual. No solo es uno de los m¨²sicos m¨¢s importantes de la m¨²sica popular brit¨¢nica, sino que adem¨¢s es uno de los m¨¢s elegantes del mundo entero. En la ¨²ltima entrevista que concedi¨® a este peri¨®dico, dijo que le gustaba que la m¨²sica le hiciese ¡°sentir humano¡±. Y casi se dir¨ªa que es a lo que apelan sus canciones.
Sentirse humano es encontrarse con arrugas. En su concierto en Madrid, se vio a un Lowe que est¨¢ mayor, al que le falta un punto de ¨ªmpetu y al que tampoco le ayudaba el irregular sonido de la sala But. Algunas canciones como Without Love o Lay It On Me Baby no llegaron a donde deber¨ªan. Con los hombros m¨¢s encorvados de lo que se vio en anteriores visitas, hab¨ªa menos br¨ªo en ese entusiasmo vital que guardan sus mejores composiciones. Si bien es cierto que no rebaj¨® la calidad de interpretaciones dignas, gracias al inestable apoyo de The Straitjackets, no consegu¨ªa que su voz, poderosa arma de soul blanco, llenase la estancia como se esperaba, como ya se conoc¨ªa. Y, con todo, todav¨ªa masticaba bien las palabras, sin tanta fuerza, pero con destreza, como ese abuelo que todav¨ªa conserva el gracejo de la vida y, h¨¢bil en el escenario existencial, se convierte en un camarada de barra del bar.
Con su camisa punteada, Nick Lowe es ese abuelo del bar que, adem¨¢s, tiene algo de Buddy Holly. Sus gafas de pasta no son casuales y es como si se llevase a Buddy a la taberna londinense a oler el serr¨ªn de la barra. Hay menos de preciosismo pop en su m¨²sica, pero, con su rock nervioso de garito, ofrece sonidos que se asocian con esas charletas de madrugada que se juntan con la invitaci¨®n del camarero. De alguna manera, si la vida pasa y el tiempo se agota, Lowe, el m¨²sico que vimos en la noche del martes en Madrid, nos recuerda que somos gente m¨¢s oxidada de lo que deseamos. Sus canciones profundas buscan agrandarse en el escenario, pero no siempre lo consiguieron. Y, con todo, nunca dejaron de establecer un v¨ªnculo real entre ellas y su p¨²blico. Porque Nick Lowe es el m¨²sico perfecto para saber a qu¨¦ ritmo puede latir un coraz¨®n cansado, o quiz¨¢ bastante menos entusiasta que en los a?os dorados.
El mundo se derrumba y nosotros escuchamos a Nick Lowe. El mundo nos expulsa y nosotros buscamos los viejos discos. Son tareas que ya nada tienen que ver con la vida que est¨¢ pasando. Cuando Lowe abandona el escenario, compruebas que el mundo de afuera ya cambi¨® como t¨² -el padre, el t¨ªo o el nuevo hu¨¦rfano que eres-, sin darte cuenta. Solo The Straitjackets, con sus descargas instrumentales de ritmo trepidante, bastardo y ejecutado como un disparo de viejo western, te recuerdan que hasta los viejos edificios todav¨ªa tienen escaleras para llegar a contemplar las vistas desde la azotea. Los bises son un buen ejemplo.
Ah¨ª, suenan seguidas Cruel to Be Kind y (What¡¯s So Funny ¡®Bout) Peace, Love And Understanding. Se acopla inc¨®modamente una guitarra y un par de borrachos, superados la cincuentena, no paran de hablar. Maldita desgracia cuando, en el fondo, te conformas con tan poco. Da igual. Nick Lowe, el hombre mayor y sabio y autor de estas dos catedrales sonoras, canta con cierta alegr¨ªa contagiosa y es de los que ense?a que no merece la pena sufrir por algunas derrotas.
Cuando parece que el tel¨®n ha ca¨ªdo definitivamente, Lowe vuelve a coger la guitarra y canta When I Write a Book, esa locura divina de Rockpile de cuando el rock era una promesa, y tambi¨¦n esa canci¨®n a la que Elvis Costello le chut¨® m¨¢s adrenalina para hacerla estallar en m¨¢s o¨ªdos juveniles. Suena sin tanta fuerza, pero con la misma dignidad que esperabas y piensas: todos tendr¨ªamos un libro que escribir y que nadie leer¨ªa. Bien, colega, es cierto. Al menos, Nick Lowe es el tipo de la barra que escuchar¨ªa todo lo que necesitas contar y acabar¨ªa pagando la ¨²ltima, esa ronda que te recuerda que tienes que regresar a casa, pero que todav¨ªa te hace revivir un est¨²pido e imbatible momento: aquel en el que una vez fuiste el primero. O quiz¨¢ solo lo sentiste. Qu¨¦ m¨¢s daba si la m¨²sica lo era todo.