Palos de ciego desoyendo a Wagner
La nueva producci¨®n de Dmitri Tcherniakov de ¡®El anillo del nibelungo¡¯ para la Staatsoper de Berl¨ªn llega a su fin con un ¡®Ocaso de los dioses¡¯ desenfocado y pobremente ensamblado con las jornadas anteriores
De domingo a domingo, la Staatsoper unter den Linden de Berl¨ªn ha obrado la proeza de, en estos tiempos, llevar a escena una nueva producci¨®n de El anillo del nibelungo, el mayor reto imaginable para cualquier teatro de ¨®pera. Lo ha hecho, adem¨¢s, sin la participaci¨®n del que era y estaba llamado a seguir siendo su principal art¨ªfice, Daniel Barenboim, el mayor director wagneriano vivo y principal responsable, al mismo tiempo, de que la Staatsoper, a cuya direcci¨®n lleg¨® solo tres a?os despu¨¦s de la ca¨ªda del Muro de Berl¨ªn, haya alcanzado el m¨¢s alto nivel de excelencia de su historia ...
De domingo a domingo, la Staatsoper unter den Linden de Berl¨ªn ha obrado la proeza de, en estos tiempos, llevar a escena una nueva producci¨®n de El anillo del nibelungo, el mayor reto imaginable para cualquier teatro de ¨®pera. Lo ha hecho, adem¨¢s, sin la participaci¨®n del que era y estaba llamado a seguir siendo su principal art¨ªfice, Daniel Barenboim, el mayor director wagneriano vivo y principal responsable, al mismo tiempo, de que la Staatsoper, a cuya direcci¨®n lleg¨® solo tres a?os despu¨¦s de la ca¨ªda del Muro de Berl¨ªn, haya alcanzado el m¨¢s alto nivel de excelencia de su historia y se haya convertido en un teatro europeo de referencia. Lo que iba a ser un regalo anticipado por su inminente octog¨¦simo cumplea?os ha debido de convertirse para ¨¦l en un motivo de frustraci¨®n de un alcance inimaginable. Esto dio a entender elegantemente justo antes de que comenzara el domingo por la tarde la representaci¨®n de G?tterd?mmerung, la ¨²ltima jornada de la tetralog¨ªa, el intendente de la Staatsoper, Matthias Schulz, que dese¨® una r¨¢pida recuperaci¨®n al director y pianista argentino. Su brev¨ªsima intervenci¨®n se vio seguida de un largu¨ªsimo aplauso.
Como cab¨ªa augurar despu¨¦s de Siegfried, Dmitri Tcherniakov no guardaba ning¨²n as en la manga, o ning¨²n conejo en la chistera, para intentar dotar de sentido e inter¨¦s a su propuesta esc¨¦nica, quiz¨¢ porque ¨¦l mismo se hab¨ªa autoimpuesto tantas restricciones, tanta fidelidad a una idea motriz cuyas limitaciones hab¨ªan pasado a resultar cada vez m¨¢s evidentes, que su margen de maniobra era m¨ªnimo, por no decir inexistente. En Das Rheingold ya qued¨® patente c¨®mo, de forma un tanto confusa, hab¨ªa decidido trasladar la acci¨®n a lo que bautiz¨® como Centro de Experimentaci¨®n Cient¨ªfica de la Evoluci¨®n Humana, E.S.C.H.E. por su acr¨®nimo ingl¨¦s (un gui?o al fresno del mundo del relato mitol¨®gico): un plano detallado de las instalaciones de este Forschungszentrum nos ha acompa?ado fielmente a lo largo del pr¨®logo y las tres jornadas. En El oro del Rin se sucedieron incansablemente peque?os escenarios de este centro de investigaci¨®n comandado por Wotan. En uno de ellos, la sala de reuniones donde negocia con los gigantes Fasolt y Fafner, seis bustos dorados en la pared del fondo incid¨ªan en esta misma l¨ªnea cient¨ªfica: San Alberto Magno (hombre de ciencia adem¨¢s de te¨®logo), Pierre-Louis Maupertuis (primer presidente de la Academia Prusiana de las Ciencias), Charles Darwin, Alexander von Humboldt, Gregor Mendel y Gregory Bateson (experto en cibern¨¦tica). Sin embargo, diecis¨¦is horas despu¨¦s de haber conocido E.S.C.H.E., al final de G?tterd?mmerung, siguen sin comprenderse las implicaciones pr¨¢cticas de este despliegue de cientifismo y este name-dropping o, si se prefiere, porque los nombres no estaban escritos por ninguna parte, bust-dropping.
Como muchos de sus colegas, Tcherniakov se olvida de que sus espectadores, adem¨¢s de ver sus invenciones u ocurrencias sobre el escenario, tambi¨¦n escuchan inevitablemente el texto original. Y aunque centenares de libretos pueden criticarse ¡ªcon toda justicia¡ª por irrelevantes, rutinarios, formalistas o apegados a una tradici¨®n no siempre deseable, de ese saco no forman parte ciertamente los poemas de los dramas de Wagner, a los que concedi¨® una importancia primordial y cuya autor¨ªa siempre se arrog¨®. Su segunda mujer, Cosima, escribi¨® incluso a un cantante lo siguiente: ¡°Si hay que sacrificar algo, es la m¨²sica la que debe sacrificarse al texto y no el texto a la m¨²sica¡±. Al director Felix Mottl le confes¨®: ¡°La tendencia de nuestro arte procede del drama. El escenario de Bayreuth nos ofrece el drama transfigurado por la m¨²sica¡±. El cr¨ªtico musical Heinrich Porges, por su parte, incidi¨® en la importancia del texto, del drama: ¡°No era sino aqu¨ª donde Wagner consegu¨ªa absolutamente su objetivo, en el hecho de que, como ¨¦l dice, el lenguaje orquestal m¨¢s rico no deber¨ªa, hasta cierto punto, o¨ªrse o repararse en ¨¦l, sino que deber¨ªa crecer con el drama de manera org¨¢nica hasta formar un todo¡±. Lo que nos lleva de nuevo, para concluir el peque?o excurso, a Cosima (que es como decir Wagner) y a la trascendencia del texto y la acci¨®n esc¨¦nica: ¡°No puedo evitarlo: una buena orquesta y unos buenos coros est¨¢n muy bien, pero si la acci¨®n en el escenario no hace que nos olvidemos de todo lo dem¨¢s, entonces la representaci¨®n es un fracaso, por m¨¢s que canten y toquen como los ¨¢ngeles en el cielo¡±.
Tcherniakov consigue justo lo contrario: que nos refugiemos en la m¨²sica y en el canto porque el drama, el verdadero drama al que aspiraba Wagner, tras pasar por su laboratorio y sus creativas metamorfosis, se vuelve descafeinado, incoherente, salpicado de peque?as gracietas innecesarias (?por qu¨¦ ese af¨¢n de hacer re¨ªr cuando el humor est¨¢ por completo fuera de lugar?) y, lo que es peor, ineficaz. G?tterd?mmerung es, como Das Rheingold, una obra violenta y negra, muy negra. A estas alturas, ya hemos renunciado a que Tcherniakov confiera una m¨ªnima relevancia al elemento natural, ausente por completo de la concepci¨®n esc¨¦nica, por m¨¢s que sea absolutamente esencial en la concepci¨®n de Wagner. Sus tres nornas resultan ser aquellas dobles de las hijas del Rin que llevaban acompa?¨¢ndonos desde el pr¨®logo, siempre mudas y hier¨¢ticas. Para ellas tambi¨¦n ha pasado el tiempo y ahora se nos presentan viejas, achacosas, ajadas, delante del gran plano de E.S.C.H.E., despu¨¦s de que hayamos visto durante el preludio instrumental a Siegfried y Br¨¹nnhilde en la cama, en el mismo apartamento que antes lo hab¨ªa sido de Sieglinde y Hunding, en Die Walk¨¹re, y de Mime y Siegfried, en la segunda jornada del Anillo. No hilan, por supuesto, y bastante hacen con mantenerse en pie, aunque aqu¨ª la gracia, cuando el destino del mundo est¨¢ en juego, consiste en que la tercera norna se queda adormilada sentada en una silla port¨¢til: de tanto como parece incomodarle, Tcherniakov vuelve a zafarse de cualquier resabio mitol¨®gico de un plumazo.
A continuaci¨®n, tras el di¨¢logo de Siegfried y Br¨¹nnhilde, ¨¦l se va con Grane (que ya sab¨ªamos que era un diminuto y colorido caballito de peluche) sobre su cabeza a modo de sombrero (el en¨¦simo chistecillo extempor¨¢neo), incidiendo as¨ª de nuevo en la visi¨®n que tiene Tcherniakov del h¨¦roe como un ni?o grande y, m¨¢s que ingenuo, un tanto simpl¨®n, cuando no directamente memo. En la corte de los gibichungos reaparecen los mismos espacios ya conocidos de E.S.C.H.E., pero el paso del tiempo ha sustituido las maderas por m¨¢rmoles y ahora es un neutral gris el color dominante. Las sillas del auditorio semicircular ya no son tampoco de madera, sino de pl¨¢stico naranja. Hay que imaginar que, en ausencia de Wotan, es ahora Gunther quien est¨¢ al frente del centro de investigaci¨®n, pero este particular se antoja tambi¨¦n irrelevante. Hagen tiene una tremenda petequia alrededor del ojo derecho, cabe imaginar que para acentuar su maldad y su aspecto repulsivo, pero casi todo pierde fuerza situado en estos espacios impersonales, iluminados con luces fluorescentes, incluso en la crucial escena del sue?o de Hagen con la memorable y postrera aparici¨®n de su padre Alberich.
M¨¢s tarde, el encuentro de Siegfried en el tercer acto con las hijas del Rin (de nuevo transmutadas en enfermeras) se desarrolla en un as¨ª llamado ¡°laboratorio de estr¨¦s¡±, que da paso en la segunda escena del tercer acto a algo a¨²n peor: un entrenamiento de baloncesto improvisado en la recepci¨®n de E.S.C.H.E. (la canasta est¨¢ encima de la puerta) en vez de la partida de caza original. All¨ª, ataviados todos los gibichungos con pantal¨®n corto, calcetines blancos, zapatillas deportivas, camisetas verde esmeralda (con los nombres de Siegfried, Hagen y Gunther en sus respectivas espaldas, otra muestra de autorreferencialidad innecesaria) y gorras del mismo color, se produce la muerte de Siegfried a manos de Hagen, desprovista de cualquier atisbo de grandeza o dramatismo y con sonoras inconsistencias ¡ªaut¨¦nticas detonaciones para cualquier espectador atento¡ª, entre lo que se escucha y lo que se ve. El cad¨¢ver de Siegfried se depositar¨¢ luego en la camilla del peque?o laboratorio de estr¨¦s, por donde ir¨¢n desfilando sucesivamente todos: nornas, hijas del Rin, Wotan (con el mismo aspecto f¨ªsico de Der Wanderer en Siegfried) e incluso una Erda ahora tambi¨¦n repentinamente envejecida.
No se ven, como es natural, los cuervos a los que se refiere Hagen justo antes de matar a Siegfried en plena cancha de baloncesto, pero lo que es de todo punto inconsecuente es que Br¨¹nnhilde los env¨ªe a informar a Wotan, su se?or, cuando ¨¦l, por caprichosa decisi¨®n de Tcherniakov, se encuentra presente en escena durante el largo mon¨®logo de la valquiria. ?Es esto, como a veces se nos hace creer, otorgar la m¨¢xima primac¨ªa y fijarse en los m¨¢s m¨ªnimos detalles del texto? ?No se trata m¨¢s bien de incongruencias perfectamente evitables? Al final, sin fuego (y sin los rotuladores que lo hab¨ªan simulado hasta ahora), vemos a Br¨¹nnhilde, sola, con una peque?a bolsa de viaje, en el escenario vac¨ªo y a oscuras mientras al fondo se proyecta el texto del conocido como final de Schopenhauer, losm versos conclusivos del mon¨®logo de Siegfrieds Tod que Wagner reescribi¨® en 1856 tras el impacto del descubrimiento de la filosof¨ªa de su compatriota. Su ¨²ltimo verso, ¡°enden sah ich die Welt¡± (¡°yo vi el fin del mundo¡±), fue el utilizado por Deryck Cooke para titular su estudio de la tetralog¨ªa y aqu¨ª esa proyecci¨®n, en el cl¨ªmax por antonomasia de toda la tetralog¨ªa, vuelve a funcionar ¨²nicamente como un gui?o pseudointelectual para iniciados y desprovisto de toda relevancia dramat¨²rgica.
Por si todo esto fuera poco (y la lista podr¨ªa alargarse considerablemente), Tcherniakov nos tiene a¨²n reservadas dos peque?as bengalas de fogueo m¨¢s: la aparici¨®n en solitario de Erda durante el ep¨ªlogo instrumental haciendo aletear a la avecilla mec¨¢nica que hab¨ªa manejado el P¨¢jaro del bosque en Siegfried, hay que imaginar que como s¨ªmbolo de la clarividencia reci¨¦n adquirida de Br¨¹nnhilde, que levanta su brazo mientras se proyecta, por en¨¦sima vez, el plano de las instalaciones de E.S.C.H.E., que, por fin, se disuelve en una explosi¨®n de p¨ªxeles, aunque el infausto centro de investigaci¨®n (que tantas expectativas hab¨ªa generado en un principio, pero que luego va deshaci¨¦ndose inexorablemente como un azucarillo) ya llevaba en la pr¨¢ctica mucho tiempo muerto, y m¨¢s que muerto, a todos los efectos.
Los m¨²sicos salieron una vez m¨¢s en auxilio de los estropicios esc¨¦nicos. Andreas Schager y Anja Kampe (ella cantaba tambi¨¦n el domingo por primera vez la Br¨¹nnhilde del Ocaso) volvieron a ser los triunfadores. Como son humanos, en ambos era perceptible el cansancio acumulado de los esfuerzos y las exigencias de d¨ªas anteriores, pero ya en el pr¨®logo atacaron, practicamente en fr¨ªo, pero sin miedo y con determinaci¨®n, el ¡°Heil!¡± conclusivo (un La Bemol ¨¦l, un Do ella). Tcherniakov no les permite profundizar mucho en la psicolog¨ªa de sus personajes, aunque la composici¨®n de ella logra transmitir m¨¢s matices, ya que el Siegfried del ruso, como se ha apuntado, es casi siempre un bobalic¨®n anclado en sus tiempos de ni?o salvaje y na¨ªf en medio del bosque junto a Mime. En su escena final, Kampe demostr¨® aut¨¦ntica grandeza y extrajo toda la expresividad posible (siendo las circunstancias las que eran) de su mon¨®logo final.
En el bando contrario de gibichungos y nibelungos, en su tercer papel en el Anillo, tras Fasolt y Hunding, Mika Kares dio vida a un Hagen m¨¢s temible por su aspecto que por su negrura vocal: a¨²n tiene que recorrer un buen trecho para transmitir todos los recovecos del personaje, mucho m¨¢s complejo y exigente que los dos anteriores. Tampoco Lauri Vasar estuvo a la altura de su Donner en Das Rheingold y a su Gunther le faltaron maldad, sutileza y colores m¨¢s oscuros. Con todo, las mayores debilidades del tr¨ªo fueron las de Mandy Fredrich como Gutrune, inaudible en no pocos momentos y con un timbre poco grato: su personaje, que tampoco es el perfilado con mayor nitidez por Wagner, pas¨® pr¨¢cticamente inadvertido. La veterana Violeta Urmana fue una Waltraute con muchos problemas vocales, sobre todo por un vibrato ya dif¨ªcil de controlar, demasiados cambios de color y un alem¨¢n demasiado confuso. Mucho mejor que cualquiera de ellos, a pesar de lo breve de su intervenci¨®n, fue el Alberich de Johannes Martin Kr?nzle, pr¨¢cticamente desnudo y convincente en cualquiera de sus gestos corporales, por m¨ªnimo que fuera, deslumbrante en la intencionalidad que sabe imprimir a cada palabra (cada s¨ªlaba, incluso) y con un estilo wagneriano para ense?ar en las escuelas. Cantantes como ¨¦l hacen grande una representaci¨®n, aunque todo lo que lo rodee deje mucho que desear. Cumplidoras, y poco m¨¢s, las tres nornas, superadas en todo por las hijas del Rin, entre las que volvi¨® a brillar Anna Laprovskaia. Aun sin abrir la boca, Michael Volle volvi¨® a ser el centro de todas las miradas como Wotan en la tercera escena del tercer acto: ¨¦l y Kr?nzle, como grandes veteranos, y Schager y Kampe, como wagnerianos de la siguiente hornada y ya muy avezados, han deparado las mayores alegr¨ªas de esta semana tan intensa. Los cuatro son, con sobrados merecimientos, los m¨¢s que leg¨ªtimos due?os de este nuevo Anillo.
Christian Thielemann volvi¨® a mostrarse irregular y, tambi¨¦n el domingo, le cost¨® ir elevando la temperatura y la intensidad de la representaci¨®n, reserv¨¢ndose otra vez las mejores esencias para el tercer acto, con una gran marcha f¨²nebre, nada aparatosa, y una intensa escena final, aunque antes los juramentos del segundo acto, ambios magn¨ªficos, hab¨ªan sido dirigidos con excelente pulso y car¨¢cter (el de Siegfried es grabado est¨²pidamente con sus m¨®viles en alto por los gibichungos). El Pr¨®logo, en cambio, son¨® anodino y con las mismas blanduras que en muchos momentos de Das Rheingold, aunque hay que decir en su descargo que las trivialidades que se ven en escena ejerce de cualquier cosa menos de inspiraci¨®n para quien est¨¦ al mando en el foso. La orquesta le sigui¨® con la misma entrega, y mostrando id¨¦ntica extraordinaria calidad en todas sus secciones, que en las tres representaciones anteriores y debe recordarse una vez m¨¢s que Thielemann se ha incorporado al proyecto en el ¨²ltimo momento, por lo que la autor¨ªa musical de los resultados es suya ¨²nicamente en parte. Al final tuvo un gesto que lo honra, como fue hacer subir con ¨¦l a toda la orquesta al escenario en la tanda de aplausos, como es pr¨¢ctica com¨²n de Daniel Barenboim: era una manera de volver a recordar al h¨¦roe ausente sin palabras y de ensalzar a la que sabe que es su orquesta, sus m¨²sicos, enlazando de este modo, adem¨¢s, con la peque?a alocuci¨®n de Matthias Schulz m¨¢s de seis horas antes y cerrando un c¨ªrculo emotivo que nos hab¨ªa tocado inevitablemente a todos, m¨¢s a¨²n despu¨¦s de la nota que hizo p¨²blica Daniel Barenboim el pasado martes.
Lo que parec¨ªa que iba a ser un Anillo evolucionista, con hondas reflexiones sobre el paso del tiempo o la manipulaci¨®n de seres humanos, se ha quedado en un montaje confuso, superficial y, a la postre, frustrante, sin apenas fuelle desde el final de Die Walk¨¹re y con demasiados cabos sueltos o, si se prefiere, irresueltos. Lo mejor es que, tras tanto coquetear con el naufragio, y sorteando las mayores incertidumbres durante meses, este Anillo al final se ha hecho realidad, coronando un proyecto largamente gestado y con el teatro lleno las cuatro tardes. El tiempo dictar¨¢ mejor sentencia y con menos premura que estas l¨ªneas. El resto es silencio.