El demonio de Jerry Lee Lewis
Lo esencial de este m¨²sico: aporreando un piano, cantando a su modo vehemente, era una locomotora, un frenes¨ª, una fiera reci¨¦n liberada
Lo esencial de Jerry Lee: aporreando un piano, cantando a su modo vehemente, era una locomotora, un frenes¨ª, una fiera reci¨¦n liberada. Hay un directo de 1964, Live at the Star Club, Hamburg, donde incluso consigue que sus acompa?antes, una tibia banda brit¨¢nica llamada los Nashville Teens, parezcan tocados por la varita divina.
Que conste que aprendi¨® a controlarse, especialmente cuando gir¨® su m¨²sica hacia el country, aunque el mensaje pod¨ªa ser igualmente turbulento, como en su himno a la cerveza: ¡°Lo que ha hecho a Milwaukee famoso, me convirti¨® en un perdedor¡±. No era una composici¨®n propia, pero retrataba su dilema: pecador impenitente, en constante lucha consigo mismo, como hac¨ªa su primo, el famoso telepredicador Jimmy Swaggart, que ignoraba regularmente el sexto mandamiento y era pillado in fraganti.
Existe una grabaci¨®n de una conversaci¨®n con Sam Phillips, fundador del sello Sun Records y uno de los primeros padrinos del rock & roll. Jerry Lee, que tambi¨¦n se est¨¢ beneficiando de la moda de los nuevos ritmos, intenta convencer al empresario de que est¨¢n transgrediendo los mandatos de la Biblia y deben volver a la m¨²sica de iglesia. Un arrebato que Phillips desarma con habilidad: lo que est¨¢n grabando es nada menos que Great Balls of Fire.
En realidad, Jerry se mor¨ªa de envidia contemplando c¨®mo otro artista que debut¨® en Sun, Elvis Presley, supo encontrar el equilibrio entre la m¨²sica profana y el g¨®spel. Una noche de 1976, intent¨® forzar la entrada a la mansi¨®n de Elvis con una pistola y una botella de champ¨¢n. Fue arrestado hasta que se le pas¨® la borrachera. Digamos que Jerry Lee gozaba de una ben¨¦vola impunidad, que le sac¨® de problemas a¨²n mayores, como la muerte de su quinta esposa en circunstancias sospechosas. Cuando la revista Rolling Stone revel¨® el caso, se qued¨® boquiabierto: ¡°?No se supon¨ªa que Rolling Stone era de los nuestros?¡±.
Ese era el mundo de Jerry Lee: ellos contra nosotros. Sure?os contra norte?os, hedonistas contra ciudadanos convencionales, pentaconstales contra el resto de las iglesias. Ven¨ªa de las profundidades de Luisiana, una reserva de rednecks (paletos) pobres y sab¨ªa que se le perdonar¨ªan muchos deslices. Hasta pudo torear a la Hacienda federal, mientras otros colegas (especialmente, negros) terminaban en la c¨¢rcel por delitos similares. Despu¨¦s de todo, era un ejemplar de una especie en v¨ªa de extinci¨®n: el estadounidense salvaje, ajeno a ideolog¨ªas e ignorante de fronteras musicales. ?Su lema? ¡°Llevarme hasta el piano y podr¨¦ explicarlo todo¡±.
Babelia
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