?Qui¨¦n es una persona?
La escritora mexicana Brenda Navarro explora la vida de las trabajadoras del hogar de Madrid y reflexiona sobre la migraci¨®n y la dignidad en una cr¨®nica realizada para el festival Centroam¨¦rica Cuenta
?Qu¨¦ es una ficci¨®n? Es un hecho inventado, producto de la imaginaci¨®n, algo que se construye en un determinado espacio y tiempo. ?Y qu¨¦ es una persona? Es una suerte de m¨¢scara o disfraz que da singularidad a un ser humano. Es todo aquel que mediante su imaginaci¨®n crea complejas redes sociales, pol¨ªticas, econ¨®micas y afectivas para habitar el mundo. Sin humanidad no hay ficci¨®n. Somos cirqueros del mundo. Bufones que hacen re¨ªr a la autoridad. Y la autoridad, ?qu¨¦ es la autoridad sino todo aquello que busca la subordinaci¨®n?
Pienso en esto mientras leo en la Constituci¨®n espa?ola que entr¨® en vigor el veintiocho de agosto de mil novecientos setenta y ocho, dentro de su T¨ªtulo I De los derechos y deberes fundamentales, en su cap¨ªtulo primero, de los espa?oles y extranjeros, y, espec¨ªficamente, en su art¨ªculo 13, lo siguiente: ¡°1. Los extranjeros gozar¨¢n en Espa?a de las libertades p¨²blicas que garantiza el presente T¨ªtulo en los t¨¦rminos que establezcan los tratados y la ley¡±. Y: ¡°2. Solamente los espa?oles ser¨¢n titulares de los derechos reconocidos en el art¨ªculo 23, salvo lo que, atendiendo a criterios de reciprocidad, pueda establecerse por tratado o ley para el derecho de sufragio activo y pasivo en las elecciones municipales¡±.
Desde la concepci¨®n del Estado espa?ol, asumido como un estado democr¨¢tico, se manifiesta que, salvo que nazcan espa?olas o puedan obtener la nacionalidad cumpliendo las normativas establecidas para ello, todas las dem¨¢s personas que habiten dentro del territorio que compete, carecer¨¢n de derechos fundamentales y se considerar¨¢n de rango inferior por el simple hecho de no tener la nacionalidad espa?ola. La ficci¨®n que niega, que aparta, que crea m¨¢scaras y act¨²a en consecuencia para beneficio de s¨ª misma.
I.
Son las diez y cuatro de la ma?ana, viernes. Recorro la l¨ªnea cinco del metro de Madrid desde N¨²?ez de Balboa hasta la estaci¨®n de La Latina. El tiempo de espera entre un tren y otro es de aproximadamente diez minutos. Calculo mal, as¨ª que aviso por mensajer¨ªa que llegar¨¦ retrasada. Culpa del metro de Madrid. Ese metro, orgullo de los habitantes de la ciudad, que desde hace ya tiempo ofrece un servicio ineficiente y cada vez m¨¢s deteriorado. No es casualidad que en esta l¨ªnea se vean muchas caras con el mismo color que el m¨ªo. Cabezas con cabellos negros, largos en las j¨®venes, un poco m¨¢s recortados en las se?oras. Vamos, danzantes de una estaci¨®n a otra, coloreando el paisaje de trenes, pasillos y escaleras. M¨¢scaras de colores y diferentes tama?os que aceleran y son parte de la celeridad de las ma?anas madrile?as. Por eso llego cuatro minutos tarde al barrio de La Latina, donde qued¨¦ de verme con Adilia de las Mercedes, presidenta de la Asociaci¨®n Mujeres de Guatemala (AMG), jurista y docente especializada en derechos humanos e investigadora del feminicidio y la violencia sexual en escenarios de conflicto.
Voy corriendo hacia el port¨®n de madera y busco el n¨²mero. Lo olvido, as¨ª que saco el tel¨¦fono m¨®vil para saber la direcci¨®n exacta, hasta que veo que una mujer delgada, de cabello oscuro, mismo color de piel y m¨¢s o menos mi estatura, toca el n¨²mero que yo estoy buscando. Inmediatamente confirmo que vamos al mismo lugar. No me cabe duda, as¨ª que quiero romper el hielo y digo alguna tonter¨ªa. Ella me ve entre desconcertada y reacia, pero me sonr¨ªe. Nos abren la puerta desde el telefonillo y subimos juntas rumbo al despacho donde pasaremos el siguiente par de horas, conversando.
II.
Dos d¨ªas m¨¢s tarde, al sur de la ciudad, con la misma prisa del viernes, voy hacia el Centro de Empoderamiento de Trabajadoras de Hogar y Cuidados (CETHYC), en donde qued¨¦ de verme con Carolina El¨ªas, coordinadora del Centro y presidenta del Servicio Dom¨¦stico Activo, (SEDOAC). De antemano sabemos que ser¨¢ una conversaci¨®n r¨¢pida, solo para poner algunos puntos sobre las ¨ªes, porque en esta ocasi¨®n lo importante es que pueda presenciar uno de los talleres que toman trabajadoras dom¨¦sticas, como parte de las actividades del centro.
Carolina, sonriente y mesurada, me da la bienvenida y me pide unos minutos pues tiene que atender las necesidades del centro. Me quedo esper¨¢ndola en la entrada, que asumo es la principal del edificio, y por la cual van entrando otras mujeres hacia un sal¨®n que me queda de frente. Varias de ellas me sonr¨ªen, por sus gestos s¨¦ que se preguntan qui¨¦n soy y qu¨¦ hago ah¨ª, as¨ª que estoy por presentarme cuando una de ellas ¡ªintuyo que es la encargada de la actividad que est¨¢ a punto de realizarse¡ª me pregunta si soy participante del encuentro de mujeres feministas. No entiendo bien la pregunta y les informo que espero a Carolina El¨ªas, entonces ellas s¨ª que entienden todo y me indican, con acento espa?ol, que mis compa?eras ¡°las trabajadoras dom¨¦sticas, est¨¢n al fondo, en otro lado¡±. Asumo mi error y me despido.
III.
¡°El problema con el Estado espa?ol es que le falta humildad, no quieren aprender de los discursos de las personas a las que consideran inferiores, quieren reflejarse siempre en Suecia y Dinamarca y, bueno, probablemente es verdad que estos pa¨ªses son el mejor reflejo donde puede mirarse ahora Espa?a, porque el hecho de que la extrema derecha haya cogido tal auge en esos pa¨ªses s¨ª es un indicador de hacia d¨®nde quiere ir en temas de pol¨ªticas migratorias¡±, me dice Adilia de las Mercedes con esa firmeza y experiencia de a?os que la caracterizan mientras me cuenta el caso de petici¨®n de asilo de Emilia, a quien le da un nombre ficticio para no entorpecer su proceso legal de petici¨®n de asilo y con quien ya he intercambiado algunas frases que nos permite establecer una relaci¨®n de igualdad de condiciones al ejercer la palabra.
Conforme avanza la conversaci¨®n, todas las presentes en la mesa damos por hecho que la persona extranjera que busca ejercer sus derechos dentro de Espa?a necesita desmontar el estereotipo de inferioridad y desigualdad que la propia constituci¨®n espa?ola remarca. El pez que se muerde la cola: para que podamos otorgarte un espacio de representaci¨®n ciudadana, tienes que aprender a representarte, no como eres, sino como necesitamos que seas, ser parte de la ficci¨®n que se ha creado.
En el caso de las trabajadoras dom¨¦sticas y de cuidados el problema es similar, la exigencia de sus derechos laborales tiene un largo recorrido, que parte de los mismos hechos: hay empleadoras que miran a las trabajadoras latinoamericanas con un sesgo deshumanizante. En aquella actividad de arte de la que soy testiga, puedo escucharlas contar c¨®mo es que alguna vez tuvieron que enfrentarse a hechos tales como que pensaban que no sab¨ªan usar un cuarto de ba?o, o hacerlas trabajar m¨¢s de diecis¨¦is horas al d¨ªa continuas, con jornadas laborales sin d¨ªas de descanso, o exigirles cuidar a ni?os y ni?as a cambio de contratos en los que se establece, de manera informal, que no pueden ejercer su derecho a la reagrupaci¨®n familiar con los hijos e hijas propias, porque no podr¨ªan ser capaces de hacer su trabajo. La ficci¨®n que el Estado espa?ol crea alrededor de esta deshumanizaci¨®n es que todas ellas tienen que ganarse el derecho a vivir en un lugar mejor que aquel del que provienen. ¡°?D¨®nde vas a vivir mejor que en Espa?a? Por eso quieres venir a vivir aqu¨ª. Esa es la postura que tienen instituciones y sociedad. Y entonces Espa?a se convierte en la c¨¢rcel de una enorme cantidad de personas. La gente se siente prisionera¡±. Explica de las Mercedes respecto a la pol¨ªtica de asilo o la condici¨®n que se exige para solicitar regularizar los papeles migratorios mediante el arraigo, porque ambas tienen, como requisito, el que no se puede salir del territorio, al menos los primeros a?os.
IV.
De acuerdo a las teor¨ªas de la ficci¨®n, en todo relato narrado debe de existir la verosimilitud. Pablo Maurette, en su libro Por qu¨¦ nos creemos los cuentos (Clave Intelectual, 2021), explica que la verosimilitud ¡°ayuda a dirigir la atenci¨®n hacia el universo interno que la obra inaugura (...) algo veros¨ªmil, parece verdadero¡±. Dentro del mundo de las leyes, sucede algo similar, los estados de derecho se construyen conforme a un relato que parece o pretende ser verdadero, aunque no lo sea. La democracia, como concepto unificador europeo, conforma la verosimilitud misma de los derechos que se pretenden y pronuncian como universales y que, sin embargo, niega a toda persona no europea/no espa?ola. No hay cabida para otras verdades, por lo tanto, no es veros¨ªmil y por ello se les desconoce.
Carolina El¨ªas, como una de las representantes con mayor reconocimiento p¨²blico de las luchas de trabajadores dom¨¦sticas y de cuidados, entiende muy bien el lenguaje que necesita utilizar para ser escuchada. A?os de lucha personal y comunitaria le han ense?ado el camino que tiene que caminar para avanzar en sus objetivos. Su discurso es conciliador. Suele adoptar un lenguaje corporal sereno y pac¨ªfico que da confianza. La he escuchado hablar en distintos espacios y en la mayor¨ªa logra cautivar. Carolina llama a la empat¨ªa, a reconocer la humanidad de las trabajadoras dom¨¦sticas y de cuidados y a darles su lugar social y legalmente, mediante el ejercicio de los derechos laborales. Los colectivos a los que representa y acompa?a, han ganado algunas batallas, pero no todas. Faltan cosas importantes por hacer y la mayor¨ªa de ellas se basan precisamente en que, para materializarse la posibilidad del ejercicio de todos los derechos, se tiene que considerar como verdaderas a todas las personas migrantes. En aquella actividad de la que fui testiga presenci¨¦ personas, no personajes, que estaban atravesadas por tantas violencias que las obligaban a mantenerse an¨®nimas, sin nombre. Y no estaban todas, siempre hacen falta aquellas mujeres que debido a sus propias condiciones materiales o a sus estatus migratorios se mantienen al margen del relato para no ser m¨¢s vulnerables ante un estado que exige la construcci¨®n de mentiras para ser consideradas como solicitantes del derecho a ser personas.
V.
¡°La pr¨¢ctica y nuestras propias vivencias nos demuestran que no hay mayores autores de denuncias falsas que la polic¨ªa y esos son datos que deber¨ªamos de conoce¡±, dice Adilia de las Mercedes, que desde su trabajo acompa?a a mujeres como Emilia, quien, a su vez, acompa?a a otras mujeres, tanto en territorio espa?ol como en sus pa¨ªses de origen y as¨ª en una cadena casi infinita. Si es la autoridad la que crea una mentira que afecta y condiciona el ejercicio de una vida digna, ?c¨®mo vamos a romper esa ficci¨®n basada en mentiras? Nombrando otras ficciones, otras y otras m¨¢s, hasta ser tan verdaderas que la ficci¨®n espa?ola oficial deje de ser veros¨ªmil.
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