El hombre alegr¨ªa
El escritor franc¨¦s Christian Bobin ha fallecido a los 71 a?os. En Espa?a era un autor desconocido. Y, sin embargo, era uno de los m¨¢s importantes de su generaci¨®n, comparable a Pascal Quignard o Pierre Michon
La vida es de altaner¨ªa: abres la jaula, naces, nacemos, como p¨¢jaros, como si fu¨¦ramos gorriones, halcones, mirlos, canarios, lo que sea, y saltamos, fuera de los nidos, nos esparcimos por los cielos, hacia lo alto. A eso le llamamos los a?os, con suerte las d¨¦cadas, volar, crecer, vivir, dando volteretas, coleando, atrapando lo que sea, la cabeza del aire, los labios del cielo. Y luego est¨¢ la otra, la que se lo lleva todo, la que cierra la jaula, la que da un portazo, borra el cielo, apaga el d¨ªa, lo hace con hambre, con desgarro, con rabia, porque es voraz, porque nunca da tregua. Ella, de...
La vida es de altaner¨ªa: abres la jaula, naces, nacemos, como p¨¢jaros, como si fu¨¦ramos gorriones, halcones, mirlos, canarios, lo que sea, y saltamos, fuera de los nidos, nos esparcimos por los cielos, hacia lo alto. A eso le llamamos los a?os, con suerte las d¨¦cadas, volar, crecer, vivir, dando volteretas, coleando, atrapando lo que sea, la cabeza del aire, los labios del cielo. Y luego est¨¢ la otra, la que se lo lleva todo, la que cierra la jaula, la que da un portazo, borra el cielo, apaga el d¨ªa, lo hace con hambre, con desgarro, con rabia, porque es voraz, porque nunca da tregua. Ella, de golpe, con el pu?o, esparce todo ese jilguero, acalla toda esa pajarer¨ªa, basta ya de risas, de infancias, que venga la carne blanca, y nos estruja como estropajos.
Y lo hace, ver¨¢s, de mala manera, sin avisar, siempre, hunde las manos en la carne, y, recto, va hasta el fondo, arranca el coraz¨®n, y se lo lleva, bien r¨¢pido, chorreando, como si nada. Y, adem¨¢s, para colmo, no lo hace una sola vez, sino miles de veces a lo largo de una vida que, con suerte, se alarga, se estira hacia el centenario. Es un sin cesar, y por muchas jaulas que se abran, por muchas vidas que nazcan, vuelen, se esparzan, ah¨ª est¨¢n esas manos que siempre nos alcanzan, estemos donde estemos. No importan los cielos, ellas, esas manos, van recto al coraz¨®n y lo estrujan, aprietan, se lo llevan, un coraz¨®n bien vivo, que apenas unas horas antes era todo latir, saltaba, daba brincos, amaba. Y as¨ª, te despiertas, un d¨ªa, de golpe, acabas de llegar del fin del mundo, y la noticia te pilla de repente, en medio de una comida, todav¨ªa te quedaba el postre, y entonces llega la mano, de un tir¨®n seco, brusco, te revienta, te quedas aturdido, como un estornino, baleado: Christian Bobin ha muerto. Se acab¨® su vuelo.
Ocurri¨® este mismo 24 de noviembre de 2022, apenas un mes despu¨¦s del tambi¨¦n inmenso, tambi¨¦n franc¨¦s, tambi¨¦n fallecido, pintor Pierre Soulages, al que Bobin, su amigo, dedic¨® dos libros magn¨ªficos, imparables, infinitos: La noche del coraz¨®n (publicado y traducido por La Cama Sol, en Espa?a, en 2020) y Pierre, (que tambi¨¦n publicar¨¢ La Cama Sol en 2023). Christian Bobin es, en Espa?a, un desconocido, y, sin embargo, es, era, hasta hace unos d¨ªas, sin duda uno de los escritores vivos m¨¢s importantes de su generaci¨®n, comparable a Pascal Quignard o Pierre Michon. En Espa?a, sin embargo, apenas un rengl¨®n, aqu¨ª, all¨ª, apenas una rese?a. El motivo de crear La Cama Sol ha sido en parte darlo a conocer a este lado de los Pirineos, uno de los primeros libros publicados por la editorial fue suyo, Un asesino blanco como la nieve (2017). Seguir¨¢n muchos m¨¢s. El magn¨ªfico, irrepetible, El hombre alegr¨ªa, con las obras de Jos¨¦ Mar¨ªa Sicilia; Soberan¨ªa del vac¨ªo (2019), con las obras de Diego Ben¨¦itez; El encanto sencillo (2020), con las obras de Cristina Almod¨®var; El otro rostro (2021), con las ilustraciones de Jaume Plensa; Un ruido de columpio (2021), con las obras de Jer¨®nimo Elespe; y el ¨²ltimo, una novela, Una mujer en ciernes (2022), con las obras de la pintora Anka Moldovan.
Vida de ermita?o
?l viv¨ªa como un ermita?o, en un pueblo de la Francia profunda, ese pa¨ªs tambi¨¦n de pueblos vac¨ªos, achicados, pegados a un r¨ªo o atrapados, encajados entre dos montes. Le Creusot era el nombre de ese lugar, el suyo, d¨®nde naci¨® y vivi¨® pr¨¢cticamente toda su vida. Dif¨ªcilmente lo encontrar¨¢s en los mapas, pero all¨ª naci¨®, hace 71 a?os, y all¨ª tambi¨¦n ha muerto. Y luego est¨¢n tambi¨¦n otros pueblos que ¨¦l ador¨®, en particular Conques, donde se qued¨® unos d¨ªas, que fueron meses, que fueron a?os, deslumbrado por los vitrales, negros y blancos, casi un centenar, de Pierre Soulages. En esa abad¨ªa, cerca de Rodez, en un pueblo medieval bello como los que tenemos por aqu¨ª, va a nacer uno de los libros m¨¢s bellos de Bobin, La noche del coraz¨®n, que acompa?amos en su traducci¨®n en espa?ol con las obras del pintor Juan Usl¨¦, convertido para la ocasi¨®n en uno de sus lectores m¨¢s vibrantes (¨¦l me llamar¨ªa, para decirme que era el libro m¨¢s bello que hab¨ªa hecho, al igual que Bobin me llamar¨ªa para decirme que El hombre alegr¨ªa, con la obra de Jos¨¦ Mar¨ªa Sicilia, creada para la ocasi¨®n, era como volar en lo alto, como lo hace un ¨¢guila).
A lo largo de su vida public¨® m¨¢s de setenta libros, algunos de ellos apenas unos folletos, pero el tama?o, como bien sabemos, no importa. Cada uno de ellos son pepitas de oro. Basta con abrirlos para quedar deslumbrados, pasmados, como si fu¨¦ramos, de pronto, reyes, inmortales. Ah¨ª est¨¢n ellos, rupestres, erguidos como d¨®lmenes, libros de piedra, de roca caliza, que quedan, que quedar¨¢n. Y as¨ª ocurre con la muerte: ella nos arranca el coraz¨®n, se lo lleva como un ladr¨®n, pero, a la vez, cada separaci¨®n, cada robo, nos deja m¨¢s vac¨ªos, y m¨¢s acribillados tambi¨¦n, m¨¢s deslumbrados, aturdidos por la vida misma. Y es la gran paradoja: la muerte nos arranca el coraz¨®n, as¨ª es, pero, a la vez, nos lava, nos quita la mugre, lo sucio, lo in¨²til, de pronto vamos al grano, solo importa lo esencial, la savia, solo importa esa pura locura del vivir. Todo se queda m¨¢s limpio, en su sitio, cada segundo encaja, cada minuto, brilla como oro. Y eso hace la muerte, sin cesar, nos despierta, nos recuerda que cada d¨ªa es una vida, que no demos nada por sentado, que todo es en balde, pero que nada, nadie, es diminuto.
La vida tiene as¨ª dos rostros, uno lleno de luz y otro lleno de oscuridad, uno que arranca y otro que ilumina. Tan pronto el rostro terrible de la noche nos cae encima, que entonces, como para salvarnos, aparece el otro rostro, el que irradia, de pronto el sol te cae tambi¨¦n encima, te parte, te abre, como un rel¨¢mpago, y te vuelve a levantar, en el mismo movimiento, en el mismo instante. Lo que nos queda de una persona es bien poco, es apenas un halo, un gesto, una manera muy suya, muy sutil, de ser ella. A eso le llamamos la presencia, una nota muy ¨²nica de ser, de habitar el mundo, algo que no tiene parang¨®n, que es incomparable, no se parece a ninguna otra partitura. Una manera de andar, de sentarse, de levantarse, de escribir, de pintar, de tocar, de lo que sea. Y as¨ª de Bobin, muchas risas atraviesan sus libros, los rajan, como si las p¨¢ginas fueran vidrio, cada uno es un encuentro, un reencuentro. Y eso ocurre en muy pocas ocasiones, dar con un rostro, una voz, una luz, en tu vida. Cuando mis ojos se cierren, dec¨ªa Bobin, ser¨¢n una inmensa biblioteca, donde estar¨¢n en las estanter¨ªas todos esos rostros que me han atravesado, alcanzado, iluminado.
Su arte, su escritura, sus libros nos quedan ahora. Son, algo muy singular, ¨²nico, m¨¢s valiosos que pepitas de oro, porque se abren y se cierran, tienen alas, te hacen volar. Ah¨ª est¨¢n, ellos, y ¨¦l tambi¨¦n, el brillo de sus ojos, que eran de ni?o travieso, de infancia nunca perdida, un brillo de columpios, de canicas. ?l ten¨ªa una risa muy suya, llena de carcajadas, una risa limpia, nada de postureo, de apalancarse por encima del hombre, de agacharse por detr¨¢s de una m¨¢scara. Eso era: un hombre alegr¨ªa que celebr¨® lo min¨²sculo, lo diminuto, lo muy alto, a la vez, en un mismo movimiento, un poema ryokan o un pensamiento de San Francisco de As¨ªs, y, al siguiente paso, la eclosi¨®n, el revent¨®n, de una flor, el rojo vivir de una amapola en un campo que estornuda. Muchos de sus libros llevan de hecho nombres de flores, El cristo de las amapolas, y, el ¨²ltimo, El tordo rojo. Pero no nos equivoquemos: cada uno de sus libros revienta, acuchilla, no te deja ileso, cada uno de ellos te despierta, a tortas, a pu?etazos, porque nos pasamos, a menudo, la vida olvidando, adormecidos por los oficios, por las agendas, por el sin parar, por todo esto que hace ruido y no sirve.
Libros m¨¢s grandes que la vida
Entonces abres un libro. Uno de los suyos, cualquiera, por el principio, por el final, a medias, y lo atraviesas, de norte a sur, de este a oeste. Y entonces te pones a respirar m¨¢s alto, de verdad, te acuerdas del destello de una mirada, piensas en esos labios, en lo que sea que te ha hecho m¨¢s vivo. Y eso hacen los que mueren: no dejan, no paran de crecer, de hacerse cada vez m¨¢s grandes en nuestras vidas. Ese crecer de los que ya no est¨¢n, de los que se han ido, es algo muy singular, que no deja de sorprender. Como si la vida nunca acabara, como si incluso bajo tierra hubiese un cielo que sigue su rumbo. Y ese ser que se ha ido no deja de cambiar ¨¦l tambi¨¦n con el tiempo, como nosotros vamos cambiando. Nos acompa?a, vayamos d¨®nde vayamos, all¨ª est¨¢ ¨¦l, ella, el que fuera, el que sigue con nosotros. Los que se han ido siguen en nuestro caminar, a cada paso que damos, ah¨ª est¨¢n ellos, en estas patas de gallo, en estas ojeras, que se te meten entre la carne, ellos mezclan sus rostros con los nuestros, y con el tiempo se apresuran con nosotros, nos llevan de calle en calle.
La muerte tiene muchas virtudes, una de ellas es que nos despierta, nos hace m¨¢s vivos, nos recuerda lo esencial, lo que de verdad importa, la esencia. Y entonces vamos al grano. Dejamos de husmear, de correr de punta a punta, de subir, bajar, de un avi¨®n, de meternos en una reuni¨®n, otra m¨¢s que no llevar¨¢ a ning¨²n sitio. Nos despertamos, y escuchamos entonces esa carcajada que nos limpia, abrimos los ojos con sorpresa, pasmados: el hombre alegr¨ªa se ha ido, pero, en realidad, aqu¨ª est¨¢, en estos pliegues, en esta piel que se va ella tambi¨¦n arrugando, achicando, aqu¨ª est¨¢ ¨¦l, en estos libros que nos deja, as¨ª que leamos, vayamos hacia ellos, nos los dejemos en la mesita, en la estanter¨ªa, para otro d¨ªa, porque otro d¨ªa puede que nunca sea, porque cada d¨ªa es toda una vida, eso nos dice Christian Bobin, a cada p¨¢gina que abres. Y ahora toca volver a leerlo, cerrar de una vez, esta hora, este d¨ªa, que era in¨²til, y que de pronto se abre con la lectura, como un cielo, ah¨ª est¨¢ ¨¦l, Bobin, volteando, con el sol de proa.