Los futuros

El cap¨ªtulo final de ¡®El mundo entonces¡¯ cuenta qu¨¦ futuros imaginaban los hombres y mujeres de 2022. Les preocupaba la deriva ambiental, pol¨ªtica, econ¨®mica: para la mayor¨ªa, el porvenir no era promesa sino amenaza

Un aparcamiento de Barcelona reconvertido en dep¨®sito de ata¨²des durante la pandemia, en abril de 2020.
Un aparcamiento de Barcelona reconvertido en dep¨®sito de ata¨²des durante la pandemia, en abril de 2020.Emilio Morenatti (AP)
Mart¨ªn Caparr¨®s

En esos d¨ªas el mundo sal¨ªa de un per¨ªodo que entonces le pareci¨® absolutamente excepcional: lapandemia global. Desde principios de 2020 hasta mediados de 2022, entre seis y quince millones de personas ¡ªen un mundo tan cuantificado, esas cifras resultaban sospechosamente imprecisas¡ª hab¨ªan muerto por la agresi¨®n de aquel virus que atacaba la respiraci¨®n, originado, como casi todo, en una ciudad china (ver cap.7). La vida de contacto f¨ªsico que entonces primaba se sum¨® a la proliferaci¨®n de los transportes globales para lograr una gran velocidad de difusi¨®n: en pocos d¨ªas no quedaba rinc¨®n del mundo sin contagio. Pero lo que la t¨¦cnica favoreci¨®, la t¨¦cnica dom¨®: un desarrollo inusitadamente r¨¢pido ¡ªpara la ¨¦poca¡ª de varias vacunas consigui¨® limitar las v¨ªctimas y contener al fin la peste.

Ya hemos comentado algunos de sus efectos: la exposici¨®n de estructuras y mecanismos que muchos trataban de no ver, la fragilidad de ese mundo que parec¨ªa tan s¨®lido, la desmaterializaci¨®n de tantas actividades, la ca¨ªda en la miseria de millones, la desigualdad extrema en el reparto de recursos sanitarios, lo global que se hab¨ªa vuelto el planeta, la importancia de los estados en ciertas circunstancias y su fracaso en muchas, ciertos cambios en las prioridades de los que pod¨ªan definirlas, esas im¨¢genes de millones de caras escondidas tras las m¨¢scaras, la conciencia de que la vida cotidiana tal como la hab¨ªan vivido hasta entonces no era ¡°natural¡± ni irreversible.



Y, quiz¨¢, sobre todo, la peste enfrent¨® a millones y millones de personas con la presencia siempre esquivada de la muerte (ver cap.7): les hizo imposible ignorar que estaba ah¨ª, que siempre estaba ah¨ª ¡ªy les mostr¨® que, para evitarla, aceptar¨ªan hacer cosas que nunca hab¨ªan imaginado. Sobrevivir fue entonces la consigna ¨²nica: millones y millones hicieron lo que fuera para conseguirlo. Para sobrevivir soportaron que sus estados los obligaran a encerrarse, que sus trabajos se licuaran, que sus vidas cambiaran tan brutales. En esos meses las personas volvieron a ser lo que siempre fueron, eso que se manifestaba en los momentos ma?s extremos: unidades mi?nimas de supervivencia, organismos intentando persistir. Fue el gran momento de los cuerpos: para cuidarlos, para preservarlos, millones los escamotearon, los extrajeron de sus lugares habituales, los aislaron y excluyeron, los trataron como un estorbo y un peligro. Un punto de inflexi¨®n: si el cuerpo era la amenaza, hab¨ªa que limitarla todo lo posible. Visto cu¨¢nto pesaban, los cuerpos empezaron a pesar cada vez menos. Ahora sabemos lo que result¨®.

Una mujer entrega alimentos a otra sobre una valla que delimita dos zonas de Wuhan (China), en marzo de 2020.
Una mujer entrega alimentos a otra sobre una valla que delimita dos zonas de Wuhan (China), en marzo de 2020.Stringer (Getty Images)

(Aunque los efectos de lapandemia siguieron una curva peculiar: en cuanto pareci¨® acabarse, la mayor¨ªa de las sociedades hizo todo lo posible por volver sin m¨¢s al estado anterior, pensar la peste como un par¨¦ntesis cerrado y recuperar todos sus modos, sus aciertos y errores. Fue, para muchos, una decepci¨®n. Pero, a mediano plazo, las consecuencias fueron apareciendo.)



Entre esos efectos que cobrar¨ªan relieve con el tiempo se destac¨® la evidencia ¡ªtenue, primero¡ª de que el espantajo de la guerra o el terrorismo bacteriol¨®gicos se volver¨ªa parte de esas vidas. Otro, m¨¢s inmediato y difundido, m¨¢s intuitivo ¡ªy quiz¨¢ contradictorio con el anterior¡ª, fue la convicci¨®n de que la naturaleza ten¨ªa recursos para vengarse de los malos tratos humanos y reclamar¨ªa sus derechos con violencia. Si, ya antes de la peste, la amenaza ambiental era una de las preocupaciones principales en el MundoRico, despu¨¦s ¡ªante esa supuesta prueba de la capacidad de revancha de lo natural¡ª se volvi¨® una obsesi¨®n.

(Obsesi¨®n es la palabra: historiadores y meteor¨®logos del momento llegaron a atribuir a variaciones en el clima ¡ªque nadie hab¨ªa registrado entonces¡ª la Peste Negra de 1348 y la Revoluci¨®n Francesa de 1789, entre otros muchos acontecimientos. O a ¡°olvidar¡± episodios importantes: la historia, por ejemplo, de c¨®mo, hacia el a?o 4.000 a.C, el sur de la Mesopotamia, sometido a un s¨²bito aumento de la temperatura y escasez de lluvias, se sec¨®. Por eso los granjeros que viv¨ªan de esas tierras pantanosas debieron dejarlas, migrar a las ciudades incipientes, desarrollarlas como nunca antes, formar grupos capaces de construir canales e irrigar los campos, crear la civilizaci¨®n que conocemos. Todo, porque el cambio clim¨¢tico los oblig¨® a cambiar.

Nada muestra mejor el triunfo de una idea que ese momento en que la historia se reescribe para adaptarla a ella.)



El movimiento ¡°ecologista¡± hab¨ªa empezado a ocupar cierto espacio social y cultural del MundoRico unas d¨¦cadas antes: a partir de los a?os 1960. Entonces lo compon¨ªan sobre todo grupos antisistema, cruza de hippismo y cierta izquierda, que reprochaban al capitalismo, entre otras cosas, su prepotencia para apropiarse y arruinar las creaciones de la Madre Naturaleza: modificarlas, aprovecharlas, ensuciarlas, desvirtuarlas. Aquellos ecologistas no solo se preocupaban por la supervivencia de bosques y de arroyos y la mugre generalizada y el riesgo de accidente de las centrales nucleares; tambi¨¦n criticaban ¡ªy peleaban contra¡ª la concentraci¨®n de poder que produc¨ªan esas centrales, donde un solo bot¨®n controlaba el suministro de energ¨ªa de millones de personas. Su combate era, todav¨ªa, contra el sistema econ¨®mico y sus mecanismos de poder.

Varios manifestantes en una protesta contra el cambio clim¨¢tico, en Roma (Italia) en marzo de 2023.
Varios manifestantes en una protesta contra el cambio clim¨¢tico, en Roma (Italia) en marzo de 2023. Luca Bruno (AP)

Eso cambi¨® en las d¨¦cadas siguientes. A principios del siglo XXI el ecologismo se hab¨ªa convertido en un eje decisivo de los debates y las conductas en el MundoRico: hab¨ªa diluido su sesgo antisistema y anticapitalista y se hab¨ªa vuelto un dogma o una doxa, algo que nadie pod¨ªa contradecir.



Hay discursos que se imponen tanto que terminan por no decir nada. Nadie est¨¢ a favor de las enfermedades. Y en esos d¨ªas, por supuesto, nadie pod¨ªa decir s¨ª, avancemos contra el medio ambiente. Con lo cual decir lo contrario termin¨® por no significar gran cosa. Lo proclamaban sin descanso las mismas empresas que lo destru¨ªan: les serv¨ªa para mejorar su imagen. Eran variantes de un procedimiento que, entonces, llamaron ¡°green washing¡±, lavado verde ¡ªporque el verde era el color que representaba el cuidado ecol¨®gico y, m¨¢s en general, todo lo ¡°sensible¡±. Si hay que representar esos a?os de alg¨²n modo, quiz¨¢s el verde sea su s¨ªmbolo: un color secundario, producto de la mezcla de otros dos, el m¨¢s presente en la naturaleza, la adici¨®n m¨¢s reciente a la simbolog¨ªa crom¨¢tica pol¨ªtica, el signo del islam y la esperanza, que se hab¨ªa transformado en un salvoconducto universal: si es verde, es bueno. Fueron, mirados desde lejos, a?os verdes; despu¨¦s madurar¨ªan.



Seg¨²n la ciencia ecologista, el mecanismo central del deterioro era la poluci¨®n causada por la humanidad: el uso desaforado de combustibles f¨®siles ¡ªcarb¨®n, sobre todo, y petr¨®leo¡ª lanzaba a la atm¨®sfera tanto di¨®xido de carbono que esas part¨ªculas en suspensi¨®n reten¨ªan el calor de la Tierra y aumentaban su temperatura: era el famoso ¡°efecto invernadero¡±. Cient¨ªficos informaban que la progresi¨®n no era lineal: que, en 1650, la Tierra ten¨ªa unos 540 millones de habitantes y unas 280 mol¨¦culas de CO2 por mill¨®n de mol¨¦culas de aire (PPM) y que, en 2022, ten¨ªa 8.000 millones de habitantes y unas 420 PPM. O sea: que all¨ª donde la poblaci¨®n se hab¨ªa multiplicado por 15, la basura en al aire s¨®lo se hab¨ªa multiplicado por 1,5. O sea: que ¨¦ramos bastante malos produciendo CO2 o, por lo menos, ¨¦ramos mucho mejores produciendo personas. Pero, m¨¢s all¨¢ de comentarios de ocasi¨®n, la temperatura aumentaba. Y hubo quienes postularon que esa situaci¨®n inauguraba una nueva era geol¨®gica que, en el a?o 2000, un qu¨ªmico holand¨¦s, Paul Crutzen, llam¨® ¡°Antropoceno¡±.

El Antropoceno se consider¨® la primera era geol¨®gica causada por la acci¨®n del hombre; la defin¨ªa el hecho de que las emisiones de gases estaban cambiando tanto la Tierra que correspond¨ªa pensar ese momento como una etapa nueva, cuyo inicio pod¨ªa fecharse hacia fines del siglo XVIII, con la m¨¢quina de vapor y la revoluci¨®n industrial. Y que su efecto central consistir¨ªa en aumentar entre dos y tres grados la temperatura media del planeta entre 2000 y 2100: el calentamiento global.

Que traer¨ªa como consecuencia el tan mentado Cambio Clim¨¢tico. Esos aumentos, dec¨ªan, producir¨ªan la licuaci¨®n de hielos polares y el aumento de m¨¢s de un metro del nivel medio de los mares ¡ªy el hundimiento de muchos sitios costeros¡ª, la desertificaci¨®n de grandes superficies agr¨ªcolas, la p¨¦rdida de espacios habitables que provocar¨ªa extinciones animales y vegetales importantes, migraciones humanas, hambrunas y revueltas.

Icebergs flotando cerca de la costa de Groenlandia, en mayo de 2021.
Icebergs flotando cerca de la costa de Groenlandia, en mayo de 2021.NurPhoto (NurPhoto via Getty Images)

Tras un lapso de incredulidad y cuestionamientos, la idea se impuso: la ¡°comunidad cient¨ªfica¡± le dio su visto bueno y casi nadie se atrevi¨® a negar su realidad anunciada. As¨ª, el Cambio Clim¨¢tico ¡ªla amenaza del cambio clim¨¢tico¡ª se convirti¨® en uno de esos principios organizadores que relacionan y justifican casi todo: si llov¨ªa, si hac¨ªa fr¨ªo, si hac¨ªa calor, si hab¨ªa migrantes, si los reprim¨ªan, si hab¨ªa hambre, si tal o cual, todo pod¨ªa ser explicado por el Cambio Clim¨¢tico. Los hombres segu¨ªan adictos a eso que siempre los hab¨ªa fascinado: un Principio que lo explicara Todo. Y fue, por un tiempo, la forma de dar sentido al sinsentido, l¨®gica al azar, posible soluci¨®n a lo de siempre.



(El cambio clim¨¢tico fue el segundo apocalipsis de factura humana. Durante milenios, los hombres hab¨ªan confiado a sus dioses la capacidad de acabar con los mundos que hab¨ªan creado. Ya en el siglo XX, tan antropoc¨¦ntrico, los hombres recuperaron esa funci¨®n: hacia 1945 su dominio de la energ¨ªa nuclear les permiti¨®, por primera vez en la historia, la posibilidad real de destruir el planeta (ver cap.22). La decadencia por el di¨®xido de carbono fue la segunda tentativa ¡ªcuando nadie recordaba aquella m¨¢xima de Iago Amicus que afirmaba que ¡°los apocalipsis, como los viruses, saben que no pueden buscar la destrucci¨®n completa de su v¨ªctima: si lo lograran, perder¨ªan su sustento y desaparecer¨ªan¡±.)



M¨¢s all¨¢ del desarrollo posterior que tan bien conocemos, ya entonces el temor ambiental se impuso. Era una amenaza cierta, pero se difundi¨® en un mundo que sufr¨ªa amenazas tanto m¨¢s urgentes y brutales: mil millones de personas que no com¨ªan suficiente, sin ir m¨¢s lejos (ver cap.8). Es posible que debiera su preferencia a un rasgo que lo distingu¨ªa de las dem¨¢s preocupaciones posibles: no era humanitario. Es decir: no se ocupaba, por compasi¨®n o culpa o generosidad, del malestar de otros. All¨ª donde los pobres, los hambrientos, los despreciados, los reprimidos sol¨ªan ser ajenos y lejanos, ¡°otros¡±, la amenaza ecol¨®gica amenazaba a todos, a ¡°nosotros¡±. Un mundo poluido era un peligro para ¡°nuestras vidas, nuestros hijos, nuestro legado¡± ¡ªy hab¨ªa que solucionarlo. En esos a?os la activista m¨¢s exhibida contra el cambio clim¨¢tico era una adolescente sueca que insist¨ªa mucho en que el mundo que los mayores estaban arruinando era el suyo, el de ella y su generaci¨®n. ¡°Nos est¨¢n arruinando nuestro futuro¡±, dec¨ªa ¡ªy millones asent¨ªan cariacontecidos.

(Sus discursos ¡ªy la mayor¨ªa¡ª se centraban en que era urgente ¡°salvar al planeta¡±. La falacia parec¨ªa evidente pero no sol¨ªa se?alarse. El planeta no estaba en riesgo: lo estaba nuestra capacidad de vivir en ¨¦l. El planeta Tierra ha pasado por todo tipo de cambios en sus 4.000 millones de a?os y aqu¨ª sigue, espl¨¦ndido, cambiante. Glaciaciones brutales, calentamientos s¨²bitos, continentes nuevos, oc¨¦anos nuevos, explosiones, meteoritos, lo que se nos ocurra, y aqu¨ª est¨¢. S¨ª era probable que un planeta con cinco grados m¨¢s de media fuese mucho m¨¢s hostil para la vida humana. Pero la consigna omnipresente de ¡°salvar al planeta¡± era otro equ¨ªvoco intencionado, de los que tanto abundaban en la pol¨ªtica de aquellos tiempos. Y era bueno, pegadizo: simulaba altruismo cuando era puro ego¨ªsmo. La verdad, si acaso, era: ¡°Salvemos nuestro uso del planeta¡±. Pero ese habr¨ªa sido un lema mucho menos contagioso, sin ninguna m¨¢scara de generosidad.)



En esos d¨ªas la cuesti¨®n ecol¨®gica se volvi¨® el centro de inn¨²meros discursos: ya ning¨²n pol¨ªtico ¡ªde ¡°izquierda¡±, de ¡°derecha¡±, de ¡°centro levemente desplazado¡±, de ¡°centroizquierda suave¡±¡ª pod¨ªa candidatearse para presidente de un pa¨ªs o alcalde de un pueblito sin explicar c¨®mo la enfrentar¨ªa. Las iglesias y dem¨¢s corporaciones mostraban su preocupaci¨®n e implicaci¨®n en esos temas, los vendedores de todas las cosas entendieron que las vender¨ªan mucho m¨¢s si las presentaban como ¡°org¨¢nicas¡± o ¡°naturales¡± o ¡°eco¡±, los manipuladores de todo tipo convenc¨ªan a otros de hacer lo que quer¨ªan con el argumento irrefutable de cuidar el medioambiente. M¨¢s green washing.

¡°La justa lucha contra el cambio clim¨¢tico ha conseguido ese status de causa noble que ya nadie puede cuestionar ¡ªo casi nadie¡±, escribi¨® en esos d¨ªas un autor levemente an¨®nimo. ¡°El cambio clim¨¢tico, ahora, es como el c¨¢ncer: ?qui¨¦n va a decir que est¨¢ a favor? ?Qui¨¦n va a decir qu¨¦ bueno que la Tierra se degrade? Siempre desconfi¨¦ de esas causas incuestionables, que no dejan la posibilidad del desacuerdo. Son ¡ªsuelen ser¡ª el modo en que ciertos sectores con poder le hacen creer al resto que sus problemas son los suyos; son ¡ªsuelen ser¡ª la m¨¢s burda y eficiente de las trampas¡±.

Aquel cr¨ªtico acordaba, aparentemente, con esa corriente que defin¨ªa a la ecolog¨ªa como ¡°la forma m¨¢s prestigiosa del conservadurismo. La forma m¨¢s actual, m¨¢s activa, m¨¢s juvenil, m¨¢s poderosa del conservadurismo. O, sintetizado: el conservadurismo cool, el conservadurismo progre, el conservadurismo moderno. Es, en sentido estricto, un esfuerzo por conservar ¡ªlos bosques, los r¨ªos y monta?as, los p¨¢jaros, las plantas, la pureza del aire¡ª y eso, tras tantos a?os de suponer que lo bueno era el cambio, debe ser muy tranquilizador. Fant¨¢stico haber encontrado una forma de participaci¨®n que no suponga riesgos, beneficie directamente a cada quien y proponga la conservaci¨®n de lo conocido. Fant¨¢stico poder sentir que uno est¨¢ haciendo algo por el mundo, defendiendo al mundo de los malos, tratando de que s¨®lo cambie lo necesario para que nada cambie. Fant¨¢stico que lleve incluso cierto tinte de insatisfacci¨®n con la forma en que el mundo funciona ¡ªcapitalismo despiadado, grandes corporaciones¡ª, tan ligero que puede ser compartido por los capitalistas despiadados, por las grandes corporaciones. Fant¨¢stico haber dado con una causa com¨²n, tan aparentemente noble, tan indiscutible ¡ªen el sentido estricto de la palabra indiscutible¡ª, tan unificadora que pueda ser enarbolada por una joven nigeriana que cocina con le?a o el rey de Inglaterra o mi t¨ªa P¨²pele o la banca Morgan¡±.

Y que, adem¨¢s, desalentaba a grandes sectores: ciertas encuestas de la ¨¦poca, tomadas en varios pa¨ªses, muestran que casi la mitad de los m¨¢s j¨®venes cre¨ªa que no ten¨ªa ning¨²n futuro porque la humanidad estaba condenada. As¨ª, la conciencia clim¨¢tica no era una base para la acci¨®n sino para la desesperanza.



La amenaza ambiental era, lo sabemos, bien real. Lo que no ten¨ªa sentido, si acaso, o suficiente desarrollo eran las formas de encararla y de frenarla.



Y consegu¨ªa, en esos d¨ªas, otra meta: convencer a tantos de que ten¨ªan la culpa. Es cierto que, de alg¨²n modo, todos eran culpables: lo que importaba era ver en qu¨¦ medida lo era cada uno. Entonces, como casi siempre ¡ªun poco m¨¢s claro que casi siempre¡ª, la generalizaci¨®n de la culpa supon¨ªa la disoluci¨®n de la culpa, un caso de estad¨ªstica: aquello de que si un hombre mataba dos pollos y otro hombre no mataba ning¨²n pollo, las estad¨ªsticas dir¨ªan que cada hombre hab¨ªa matado un pollo.

Porque estaba claro que la contribuci¨®n al calentamiento global era tan desigual como el resto de los factores de aquel mundo. En esos d¨ªas el uno por ciento m¨¢s rico de la poblaci¨®n mundial ¡ªunos 80 millones de personas¡ª produc¨ªa m¨¢s gases de efecto invernadero que los 4.000 millones que formaban la mitad m¨¢s pobre.

Veh¨ªculos circulando en una autov¨ªa de Dallas (Texas, Estados Unidos), en mayo de 2018.
Veh¨ªculos circulando en una autov¨ªa de Dallas (Texas, Estados Unidos), en mayo de 2018.Joe Sohm (Universal Images Group / /VISIONS OF AMERICA / Getty)

El estado norteamericano de Texas, por ejemplo, con 30 millones de habitantes, lanzaba la misma cantidad de di¨®xido de carbono que todo el ?frica negra y sus 1.200 millones: cada texano contaminaba 40 veces m¨¢s que un africano. Y la China, apresurada por recuperar el terreno perdido, lanzaba tsunamis de di¨®xido a la atm¨®sfera: de las 25 ciudades del mundo que m¨¢s contaminaban con CO2, 23 estaban en su territorio. Los pa¨ªses desarrollados occidentales ya hab¨ªan hecho su desarrollo sucio y pod¨ªan darse el lujo de cuidarse un poco m¨¢s. A¨²n as¨ª, los Estados Unidos todav¨ªa produc¨ªan el 14 por ciento de las emisiones mundiales: casi 6.000 millones de toneladas de di¨®xido de carbono al a?o. Australia, entonces, produc¨ªa 16 toneladas por persona y por a?o; Brasil 1,76 toneladas; N¨ªger, 0,1. Las diferencias eran extraordinarias.

Pero la culpa ¡ªnos dec¨ªan¡ª era de la humanidad.



Esa difuminaci¨®n de la culpa produc¨ªa todo tipo de efectos, muchos paradojales: ese ejemplo curioso en que muchos gobiernos municipales de la llamada ¡°izquierda¡±, preocupados por la poluci¨®n en sus ciudades, empezaran a prohibir la circulaci¨®n de los coches m¨¢s viejos, que contaminaban mucho m¨¢s (ver cap.17). O sea: que solo los ricos que ten¨ªan coches nuevos caros, el¨¦ctricos o h¨ªbridos, pod¨ªan acceder a los centros urbanos ¡ªy todo en nombre de la humanidad y salvar al planeta y las pol¨ªticas de redistribuci¨®n.

O que los pa¨ªses ricos que llenaban la atm¨®sfera de gases porque sus f¨¢bricas produc¨ªan y ganaban mucho y sus ciudadanos consum¨ªan sin parar, pagaran a los pa¨ªses pobres que gaseaban tanto menos unos ¡°bonos de carbono¡±, primas para que esos pobres mantuvieran sus selvas y llanuras ¡ªque no produc¨ªan nada pero compensaban lo que arruinaban los que s¨ª. O sea: que los pobres siguieran siendo pobres manteniendo su naturaleza improductiva para que los ricos pudieran ser m¨¢s ricos produciendo m¨¢s. O, de la misma manera, les pagaran para que recibieran los millones de toneladas de basura pesada ¡ªmetales, vidrios, ordenadores, minerales varios¡ª que esos ricos no quer¨ªan tirar en sus propios territorios para no arruinarles la vista y el olor.



El Antropoceno, dir¨ªan poco despu¨¦s, deber¨ªa haberse llamado Capitalceno.



La amenaza clim¨¢tica era una met¨¢fora perfecta del funcionamiento del poder: millones, miles de millones pod¨ªan estar preocupados por el problema, interesados en su soluci¨®n, pero no ten¨ªan forma de conseguirlo porque todas las medidas posibles deb¨ªan ser decididas y concretadas por gobiernos y organizaciones internacionales que no les hac¨ªan caso.

Un pantano seco en Vilanova de Sau, en abril de 2023.
Un pantano seco en Vilanova de Sau, en abril de 2023.Anadolu Agency / Getty Images

Porque ya entonces parec¨ªa claro que la forma de reducir en serio las emisiones de gases invernadero y llevarlas al punto en que ya no se considerar¨ªan peligrosas consist¨ªa en cambiar radicalmente las formas de vida y producci¨®n de los pa¨ªses ricos, primero, y de todos los dem¨¢s en consecuencia. Empezaban a aparecer las voces que insist¨ªan en que si el mundo volv¨ªa a una econom¨ªa de provisi¨®n de las necesidades b¨¢sicas y dejaba de lado el resto ¡ªtodo lo que conformaba su sistema econ¨®mico globalizado, todo ese despilfarro de cosas in¨²tiles, consumos innecesarios, avidez sin sentidos (ver cap.13)¡ª, el calentamiento global dejar¨ªa de ser una amenaza. La idea, en s¨ªntesis, de volver a lo ¨²til y lo frugal, desechar la acumulaci¨®n y centrarse en el disfrute de esas pocas cosas que realmente producen la felicidad de una vida sencilla.

Ya conocemos los resultados de esa pr¨¦dica.

* * *

Val¨ªa la pena detenerse en la preocupaci¨®n ambiental porque representa la forma m¨¢s habitual de representarse el futuro en esos d¨ªas: como amenaza.

Algunos escritos de la ¨¦poca ya empezaban a debatir esa idea. Dec¨ªan que hubo, a lo largo de la historia, etapas en que cada sociedad fue capaz de imaginar un futuro que quer¨ªa construir ¡ªy de pelear para hacerlo¡ª y otras etapas en que, logrado o agotado o malversado ese proyecto de futuro, a¨²n no consegu¨ªa imaginar el siguiente. Es esa alternancia triste y radical entre ¨¦pocas que viven el futuro como promesa y ¨¦pocas que lo viven como amenaza.

La que nos ocupa era, sin duda, una de las segundas. Y la amenaza ambiental no era la ¨²nica. Las personas entonces tem¨ªan posibles guerras ¡ªen medio del per¨ªodo m¨¢s pac¨ªfico que la humanidad hubiera conocido. Tem¨ªan la explosi¨®n demogr¨¢fica y su aumento del gasto de recursos naturales ¡ªcuando estaba claro que los que desperdiciaban la mayor¨ªa de los recursos del planeta eran esos ricos que lo dominaban y que se reproduc¨ªan mucho menos que los pobres. Tem¨ªan, con m¨¢s l¨®gica, el devenir pol¨ªtico: el avance chino parec¨ªa abrir una era dura ¡ªaunque el siglo norteamericano no hab¨ªa sido un paseo. Pero una dictadura de partido ¨²nico, gran control social, represi¨®n y censura sin pudores, desigualdades cada vez mayores, hab¨ªa demostrado su eficacia y pasado, en medio siglo, de la peor hambruna al mejor ¨¦xito econ¨®mico. Por eso muchos, entonces, sospecharon que diversas sociedades intentar¨ªan reproducir el modelo y ponerlo en marcha en sus pa¨ªses. Ya sabemos lo que sucedi¨®.



Mientras tanto, aquellas sociedades s¨ª imaginaban una forma de futuro: pensaban en la t¨¦cnica. Supon¨ªan los aparatos y pro-gramas y m¨¢quinas que seguir¨ªan inventando, que influir¨ªan de maneras dif¨ªciles de predecir en las vidas de los hombres: que las mejorar¨ªan en muchos aspectos. Pero incluso all¨ª la amenaza segu¨ªa siendo el modo principal: arreciaba, como ya hemos visto, la sensaci¨®n de que las m¨¢quinas dejar¨ªan sin trabajo a tantas personas (ver cap.15) y, sobre todo, que ciertos avances ¡ªla ¡°inteligencia artificial¡±, la ¡°singularidad¡± (ver cap.19)¡ª los avasallar¨ªan y les impondr¨ªan su poder.

Era otra constante de la historia: tantos se hab¨ªan sentido amenazados por la imprenta de tipos m¨®viles de Gutenberg o las primeras vacunas de Jenner o el aeroplano de los hermanos Wright. Y, de todos modos, la imaginaci¨®n de un futuro t¨¦cnico era otro privilegio del MundoRico. En el Pobre el futuro era algo a¨²n m¨¢s impreciso, pensado ¡ªen el mejor de los casos¡ª como un presente con un poquito m¨¢s de lo m¨¢s necesario. O impensable: uno de los efectos m¨¢s brutales de la miseria consist¨ªa en reducir el horizonte del deseo, impedir que sus v¨ªctimas pudieran siquiera imaginar un ma?ana mejor.



La Tercera D¨¦cada era, como suele decirse, un tiempo sin futuro.



El mundo entonces se sent¨ªa desfallecer. Y aquellas personas se sent¨ªan, como todas en todas las ¨¦pocas, una culminaci¨®n. No hay sociedad que no se piense como lo que es: el momento hist¨®rico m¨¢s avanzado que la humanidad ha conocido. No hay sociedad que se piense como lo que es: un paso m¨¢s en ese camino continuado que llamamos historia. Ellos, como todos los dem¨¢s, no cre¨ªan en la historia. Sufr¨ªan de ese mal tan com¨²n de suponer que su ¨¦poca ser¨ªa distinta de todas las dem¨¢s: que ser¨ªa el momento en que todo se arruinar¨ªa de una vez por todas. No pensaban ¡ªno quer¨ªan pensar¡ª que el mundo y sus sucesivos habitantes viven en el tiempo, en un proceso de cambio constante; cre¨ªan, por un lado, que nada iba a cambiar realmente y, al mismo tiempo, que todo iba a cambiar tanto que se desplomar¨ªa por completo.

Y sufr¨ªan esa ilusi¨®n que tantas sociedades han sufrido: suponer que su forma de organizaci¨®n es inmutable. Lo ¨²nico claro que la historia ense?a es que ninguna lo es ¡ªpero todas, en alg¨²n momento, se lo creen. As¨ª, la enorme mayor¨ªa de los hombres y mujeres de esos tiempos no pod¨ªan siquiera imaginar una reforma radical del sistema en que viv¨ªan. Como dec¨ªan entonces: les resultaba m¨¢s f¨¢cil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo.



(Tantos hombres y mujeres no quer¨ªan recordar que todo siempre cambia porque ¡ªpor definici¨®n y por fortuna¡ª los hombres y las mujeres siempre creen que podr¨ªan estar mejor que lo que est¨¢n, y buscan las maneras. Pero pensar que todo siempre cambia y el tiempo nunca se detiene obliga a pensar en mundos donde uno ¡ªcada individuo¡ª no va a estar.)



Eran, queda dicho, como todos, tiempos complicados. Que mostraban, entre otras cosas, que cuando no hay una idea fuerte para pensar futuros, cuando no hay un proyecto que pueda ser com¨²n, lo que ocupa el espacio son esas lealtades religiosas, ¨¦tnicas, gen¨¦ricas que no necesitan proyecto porque son en s¨ª mismas, por s¨ª mismas. Para funcionar, esas movidas esencialistas, excluyentes, deben rechazar la mezcla, buscar raras purezas, encontrar definiciones basadas en la ¡°identidad¡±: no importa qui¨¦n quieres ser sino qui¨¦n eres.

Fue, ya lo hemos visto, ¨¦poca de luchas de las identidades: g¨¦neros, or¨ªgenes, razas, religiones. Sectores que quisieron ¡ªy consiguieron, a menudo¡ª asentar sus derechos, ser plenamente quienes eran. Confirmarse, no construirse: ser, instalarse en esa ontolog¨ªa.

Lo cual comparte un rasgo fuerte con la ecolog¨ªa: no es ¡°humanitario¡± en el sentido de que no se ocupaba, por compasi¨®n o culpa o generosidad, del malestar de otros. Los movimientos identitarios se ocupaban del propio colectivo, de s¨ª mismos. No eran j¨®venes peleando por los relegados y los maltratados y los oprimidos de sus sociedades; eran j¨®venes reclamando su propio derecho ¡ªincuestionable¡ª a manejar sus cuerpos, a elegir sus g¨¦neros, a conservar y potenciar sus culturas, a vivir mejor.



(Quiz¨¢ lo que termine de definir a una ¨¦poca sea su idea de la felicidad: qu¨¦ significa, en cada momento, ser feliz. Aquellos tiempos hab¨ªan sido muy eficientes en la construcci¨®n de su felicidad: los habitantes de los pa¨ªses m¨¢s ricos y seguros se sent¨ªan m¨¢s felices. Y se aceptaba que ¡°la felicidad¡± pod¨ªa basarse en la salud personal ¡ªpropia y de los m¨¢s cercanos¡ª, un cierto quantum de afecto ¡ªque variaba seg¨²n edades y culturas¡ª, la pr¨¢ctica de un trabajo satisfactorio y bien pagado y la comodidad material conformada por una buena alimentaci¨®n, una casa, sus m¨¢quinas, si acaso algun veh¨ªculo. La idea de la felicidad ¡ªuna noci¨®n de la que cada vez se hablaba m¨¢s¡ª no inclu¨ªa instancias o deseos colectivos, comunes: era una b¨²squeda individual, la concreci¨®n de una serie de necesidades personales. Eso era, quiz¨¢, el retrato m¨¢s preciso de esos a?os verdes.)



Es cierto, pese a todo, que hab¨ªa quienes trataban de imaginar futuros diferentes. Pero estaban disgregados, divididos: todav¨ªa no hab¨ªan conseguido recorrer ese largo camino necesario para que un conjunto diverso y disperso de imaginaciones y deseos se constituya en un cuerpo coherente, cristalice en una idea que muchos decidan sostener.

No era f¨¢cil: nunca lo fue. En esos d¨ªas hab¨ªa, como en tantos momentos de la historia, personas que se preocupaban por los destinos y futuros de todos y much¨ªsimas que se preocupaban por sus propios destinos y futuros: por vivir su vida ¡°lo mejor posible¡±. El miedo contribu¨ªa: un discurso muy difundido repet¨ªa ¡ªen todo tipo de pa¨ªses¡ª que los j¨®venes iban a vivir ¡°tanto peor que sus padres¡±, para decir que carecer¨ªan de ciertas facilidades materiales. Ese eslogan era la mejor forma de desanimarlos, de empujarlos al s¨¢lvese quien pueda, de convencerlos de contentarse con cositas. A ver si por lo menos me puedo conseguir alg¨²n empleo, dec¨ªan, porque va a ser muy dif¨ªcil tener uno seguro como mi pap¨¢.

As¨ª, el problema principal del cambio social parec¨ªa ser que no hab¨ªa tanta gente que lo quisiera. Quer¨ªan tener un poco m¨¢s, vivir ¡°mejor¡±, pero no cre¨ªan que para eso hubiera que conseguir nuevas estructuras sino un buen trabajo. Eran, aparentemente, la mayor¨ªa, y eso, por supuesto, desesperaba a los que trataban de imaginar sociedades colectivamente mejores. Es dif¨ªcil, cuando alguien se ha pasado la vida pensando en los destinos de la humanidad, aceptar que la mayor parte de la humanidad piensa en su propio destino. Era ¡ªy es¡ª dif¨ªcil y molesto y desalentador y todas esas cosas.

Porque lo m¨¢s dif¨ªcil siempre fue imaginar salvaciones comunes. La salvaci¨®n individual no requiere mucha imaginaci¨®n: su formato viene dado por default, se aprende sin saber que se lo aprende. La gran mayor¨ªa funcionaba seg¨²n ese modelo individual: se hab¨ªa convencido de que lo que necesitaba era comida, casa, un buen trabajo, una buena pareja, unos hijos si acaso, alg¨²n rato de esparcimiento, quiz¨¢s un coche o incluso, si se pod¨ªa, vacaciones; buena salud, pocas preocupaciones, pol¨ªticos que no jodieran demasiado. Primaba aquella idea tan central del ¡°¨¦xito¡±. El ¨¦xito es lo contrario del futuro: hacer mejor que otros lo que todos hacen, repetir el pasado confirmado.

Era el ¨¦xito de la ideolog¨ªa del ¨¦xito: la idea de conseguir m¨¢s de lo que fuera que tuvieras. El ¨¦xito es la cristalizaci¨®n del individualismo: cada individuo peleando por su lado para mejorar su posici¨®n. En cambio la salvaci¨®n colectiva es una construcci¨®n compleja y confusa, llena de rasgos y premisas que no van de suyo. Un proyecto social es encontrar algo distinto para hacer ¡ªy muchas veces no supone un ¡°¨¦xito¡±, porque el mundo todav¨ªa no est¨¢ preparado para apreciarlo y llevarlo adelante.



?C¨®mo se sabe cu¨¢ndo s¨ª lo est¨¢?

Despu¨¦s, siempre despu¨¦s. Lo cual no significa que no haya que buscarlo. Para saber si estaba preparado, haberlo intentado es condici¨®n indispensable.

Sabiendo, por supuesto, que a menudo no est¨¢.



As¨ª que eran tiempos ambiguos, como suelen serlo los que no imaginan su futuro. Ahora es m¨¢s f¨¢cil hacer sentido con todo aquello; entonces, nadie sab¨ªa qu¨¦ significaba, hacia d¨®nde llevaba ese camino a esos pobres caminantes. Ahora, cuando casi todos est¨¢n muertos, sabemos d¨®nde iban.

Y entendemos que ya en esos d¨ªas muchos hombres y mujeres, aqu¨ª y all¨¢, empezaban a pensar formas de resolver el problema del poder: que la pol¨ªtica ya no fuera la pelea de algunos por conseguirlo sino la b¨²squeda de formas de organizarse para vivir mejor sin necesidad de l¨ªderes o jefes, y que la democracia no consistiera en entregarse a esos patrones sino en trabajar juntos hacia metas comunes. Y otros pensaban cu¨¢nto trabajo ser¨ªa necesario si se repart¨ªan mejor los ingresos que tanta tecnolog¨ªa muy nueva produc¨ªa. Y otros, en las mejores formas de distribuir lo que hubiera para que nadie tuviera demasiado y todos lo que necesitaran. Y otros, en cu¨¢l ser¨ªa la mejor forma de crear comunidades que no dependieran de razas o dioses o banderas. Y as¨ª, hasta que al fin pudieron converger y producir este mundo raro, imperfecto, intolerable, siempre maravilloso en que vivimos.

El mundo entonces

Una historia del presente

MART?N CAPARR?S

El mundo Caparr¨®s

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