Placeres de verano | Leer un tocho: lo que se lee en el verano se queda en el verano
El est¨ªo es propicio para la lectura de libros gordos, donde prime la trama al estilo, que no sean demasiado densos y no cuenten demasiadas penas. Hay quien se agarra a las novelas polic¨ªacas; los m¨¢s motivados, a los cl¨¢sicos grecolatinos
Leer es, por lo general, lo que hacemos cuando no hay nada mejor que hacer. Por eso la gente, no hace tanto, le¨ªa en el metro, en la cama o en la sala de espera del dentista. Ahora la cosa es m¨¢s complicada, porque ahora siempre hay algo mejor que hacer. O sea, mirar el m¨®vil. De modo que, encadenados como estamos a la libertad, encontrar el momento para la lectura tiene su enjundia. En verano, sin embargo, la gente sigue leyendo, porque ser¨ªa una indecencia pasarse las vacaciones haciendo lo mismo que uno hace la parte restante y sobrante del a?o. O sea, mirando el m¨®vil. La vida se convertir¨ªa en un continuo siniestro y amorfo de tuits, stories y vicios como el periodismo y el porno. Pero ah¨ª entra, salv¨ªfica, la literatura.
Hace unos a?os, justo antes de comenzar aquel viaje a Cuba, perd¨ª mi smartphone en un bar de copas del madrile?o barrio de Lavapi¨¦s, as¨ª que tuve que embarcarme sin tel¨¦fono. Si estuve en la isla unos 20 d¨ªas, pude leer unos 13 libros (en formato electr¨®nico, claro), y eso que durante esas semanas no dej¨¦ de visitar cayos, de hablar con cubanos de eso que se habla siempre en Cuba, de comer frijoles y de coger almendrones para ir de un sitio a otro. Fue la magia lectora que sucede cuando intersecan el tiempo libre y la ausencia de distracciones digitales. Por cierto, para no verme imbuido de la propaganda del R¨¦gimen, dejarme barba y echarme a la Sierra Maestra, utilic¨¦ algunas lecturas antag¨®nicas y delirantes a modo de ant¨ªdoto: Memoria del comunismo, de Federico Jim¨¦nez Losantos, y Espa?a vertebrada, el libro-entrevista en el que Fernando S¨¢nchez Drag¨®, recientemente fallecido, a la vez apadrina y vacila a un d¨®cil Santiago Abascal, que por entonces empezaba a asomar la zarpa electoral.
El verano, como se ve, es el momento en el que uno puede leer esos libros que nunca se leer¨ªa durante el resto del a?o, como si las vacaciones significasen un tiempo de vida extra, una dimensi¨®n paralela, un sidecar existencial en el que pudi¨¦semos ser lo que no somos en la realidad cotidiana, disfrazarnos de otro lector, u otros lectores, asomarnos a otros mundos (ya sea la ultraderecha o la fantas¨ªa medieval) y leer de inc¨®gnito. Quiz¨¢s en septiembre lo contemos en la oficina, pero tambi¨¦n es posible que nunca lo hagamos, porque lo que se lee en verano se queda en verano, como lo que sucede en Las Vegas, que ¨ªdem.
James Joyce en chanclas, Marco Aurelio para criptobros
¡°Los lectores demandan libros que sean entretenidos; m¨¢s ligeros si van a viajar mucho, m¨¢s gruesos si se van a tumbar a la playa¡±, explica la legendaria librera Lola Larumbe, de la librer¨ªa madrile?a Rafael Alberti, ¡°escritores solventes, buena escritura, pero muchas veces prefieren que no sean demasiado densos: es verano y no estamos para que nos cuenten las penas. Hay otros que se agarran a los cl¨¢sicos¡±.
As¨ª, la can¨ªcula es propicia para emprender grandes obras, ya sea por su tama?o, dificultad o estatus, que no es razonable abordar en d¨ªas laborables. Por ejemplo, un cl¨¢sico pendiente de esos que da verg¨¹enza no haber le¨ªdo, pero para el que nunca hay oportunidad en el cotidiano fluir de las novedades ineludibles, los libros del a?o y los fen¨®menos editoriales. A veces pasearse por el camping mirando los libros vecinos es como darse un paseo por lo mejor de la cultura grecolatina, sobre todo ahora que est¨¢ de moda el estoicismo, sin obviar algunos chispazos de modernismo anglosaj¨®n. James Joyce en chanclas, Marco Aurelio para criptobros. Abundan las expectativas demasiado elevadas y las obras de Nietzsche, en edici¨®n baratera, tristes y abandonadas junto a esa bola de papel albal arrugado que una vez contuvo un bocata.
Tambi¨¦n se puede abordar ese tochazo que siempre da pereza, pero que podemos ir amortizando poco a poco entre chapuz¨®n, paella y ataque de medusa; a poder ser uno en el que el estilo no sea demasiado exigente (y sea, pues, compatible con la mirada entrecerrada por el sol y el sopor del Tour de Francia) y en el que la trama (una novela hist¨®rica, una historia de esp¨ªas, un romance sobrecalentado) sea sencilla y a la vez trepidante, tanto que a veces den ganas de bajar a la hamaca solo para iniciar un nuevo cap¨ªtulo, ajeno a los alaridos de los ni?os que corretean peligrosamente por el borde de la piscina. Curiosamente, seg¨²n la organizaci¨®n estadounidense Wordsrated, el grosor de los superventas publicados en Estados Unidos entre 2011 y 2021 cay¨® de media 51,5 p¨¢ginas (de 437,5 a 386). Un encogimiento libresco del 11,8%. Es el incre¨ªble caso del best seller menguante.
Una cosa extra?a y hermosa de los libros vacacionales es el acelerado deterioro f¨ªsico que sufren, como si fueran presidentes del gobierno, los pobres, obligados a trasladarse en diferentes maletas, mochilas y bolsos, siempre atravesados y requemados por el sol, azorados por el salitre y la crema solar, el agua y el constante manoseo, tal vez alguna mancha de sangr¨ªa. Son como el retrato de Dorian Grey: se van volviendo cada vez m¨¢s viejos y decr¨¦pitos para que, a cambio, uno sea a cada p¨¢gina una persona mejor y m¨¢s le¨ªda. Dependiendo, claro est¨¢, de si uno lee algo edificante o, por el contrario, se pierde en esas lecturas culpables que no revelar¨¢ nunca, ni bajo la m¨¢s cruel tortura. Lo que se lee en el verano, se queda en el verano.
Algunos tochos de ayer y de hoy
En busca del tiempo perdido (Alianza Editorial), de Marcel Proust. Son siete tomos que pueden considerarse una sola obra de 9.609.000 caracteres (contando los espacios). La llama inmortal de Stephen Crane (Seix Barral), de Paul Auster. 1044 páginas. Ulises (Lumen), de James Joyce. 960 páginas. Castillos de fuego (Seix Barral), de Ignacio Martínez de Pisón. 704 páginas. El hombre sin atributos (Seix Barral), de Robert Musil. 1568 páginas. La broma infinita (Literatura Random House), de David Foster Wallace. 1216 páginas. Noche. Sueño. Muerte. Las estrellas (Alfaguara), de Joyce Carol Oates. 800 páginas. Los destrozos (Literatura Random House), de Bret Easton Ellis. 680 páginas. Trilogía M (Alfaguara), de Antonio Scurati. Tres tomos que suman 1856 páginas.
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