El estofado taurino
La lidia es cruel. Solo falta mirar al toro a los ojos, ver la sangre chorreando, que le llega hasta las pezu?as
Un estofado. Una carnicer¨ªa. La lidia es cruel. Solo falta mirar al toro a los ojos, mirar al animal aturdido, ver la sangre chorreando, que le llega hasta las pezu?as. Y entonces siguen las ver¨®nicas, los pases de tulipanes, como si el ruedo fuera un campo de flores, los pases de pecho, hasta que el coraz¨®n revienta. Las plazas est¨¢n en agon¨ªa, aunque all¨ª ya no caben ni alfileres. Y as¨ª siguen los t¨®picos, hasta la n¨¢usea. Unos agitan el trapo ante el gent¨ªo, otros abuchean, de pronto todo se llena de griter¨ªo.
Los toros siempre han dividido. En contra, Quevedo, Jovellanos o Unamuno. A favor, Goya, Lorca o Bergam¨ªn. Y as¨ª m¨¢s all¨¢ de los Pirineos y por las Am¨¦ricas. Cada uno le echa los sapos que quiere en el puchero, perejil, abanicos, todas las peinetas y casta?uelas sobre la Espa?a negra caben en la olla, la Espa?a negra, la que ri?e a garrotazos, la que revienta al son de una zarzuela. Pero mejor sigamos a lo nuestro, con la juerga y el cubata, con el estribillo f¨¢cil, el que se te cuela por todos los o¨ªdos.
Sin embargo, las ganader¨ªas suponen econom¨ªas, en esa misma Espa?a vac¨ªa y vaciada que unos y otros lloriquean sin encontrarle arreglo. Las corridas llenan los palcos, dan lugar a algunos de los m¨¢s grandes romanceros de nuestra literatura. Por si fuera poco, la cr¨ªa del toro bravo regenera las dehesas, mantiene abiertos los espacios, sin que se nos cuelen por todas las colinas colmenas de e¨®licas. Y el toro vive como un virrey, en medio de los olivos, pre?a a las hembras, mientras los bueyes se van derechitos al matadero, sin apenas tener tiempo de aspirar y expulsar un pu?ado de alientos.
A veces en las plazas ocurre algo. Un Caravaggio espeluznante, a ¨¦l tambi¨¦n le llamaron de todo. Si hoy pintara, lo abuchear¨ªamos por proxeneta. Y ah¨ª tienes, cada d¨ªa, casi 20.000 personas pecando su gran culpa en la plaza de toros, 20.000 mordiendo en la manzana prohibida del toreo. Lo que hacen es quitarse las milongas de encima, se sacuden los piojos, se quitan la mugre de encima, y bailan al son del sol, con la alegr¨ªa puesta encima, la que te hace crear, amar, crecer.
A veces eso nos toca, entrar a vivir, como se entra a matar. Valent¨ªa, osad¨ªa, eso hacen algunos que buscan la belleza, aunque su verdad duela, aunque la letra, el lienzo, la partitura les sangre. Eso dec¨ªa Francis Bacon cuando pintaba, tengo el sabor a sangre en los ojos. Porque existen los que son de pacotilla, los que calzan los anzuelos, y los que buscan algo que se resiste, algo que no se muera nunca, ll¨¢mese una poes¨ªa, una pintura, o una estocada. El arte es colocarse delante del morro, entre los pitones, es arriesgar lo que te hierve en las venas, soltar ese duende, dir¨ªa Lorca, que llevas dentro, cueste lo que cueste.
Empujas el peto, a las palabras le metes ca?a, buscas un ¨¢ngulo, un contrapunto, para que el estribillo no se muera, para que el lienzo no se apague. Le metes ri?ones a la vida, no importan que los a?os te achiquen, que se te atraganten. Muerdes en la manzana. Despeinas el viento. A hombros la muerte te la quieres sacar por la puerta grande, que se entere de una vez. Y as¨ª embistes, como un enamorado, que sabe que todo se acaba, que un d¨ªa te llegar¨¢ la mandona, la que te enfilar¨¢ con la guada?a. Y ser¨¢ ella la que sacuda la pa?olada, y diga se acab¨®, sal del ruedo.
Lo dem¨¢s son bambalinas. Algunos se pasean por los plat¨®s, emplatan un libro, le meten mano a un lienzo, juegan con la coleta para el decoro, para que suba el contador de la cuenta en las redes sociales. Y as¨ª vamos dando los premios, condecorando a diestra y siniestra, el grandull¨®n, la ninfa, el que sea, mientras suben las burbujas por las flautas, por las cuentas, mientras se alistan los seguidores. Entonces que no te duelan los que pecan con la encerrona fallera, los que se van de romer¨ªa. Los quemaremos en la higuera, como anta?o hac¨ªamos con los melenudos, porque ellos son unos irrecuperables, de esos que tienen los ojos que arden cuando la espada se entierra en la carne, porque ellos tiemblan cuando el otro se traga la muerte.
Un d¨ªa nos percatamos de que nos quedan un pu?ado de tercios. Un d¨ªa nos percatamos de que se enfriar¨¢n los pa?uelos. As¨ª que mientras, con el anillo puesto en los ojos, disfrutemos de ese sol que calienta, del tendido que revienta, entremos a vivir. Eso nos dice el toreo, eso nos dice cada lidia, el tiempo corre, la corrida enfila hacia la noche que ahora pronto caer¨¢ a plomo, y entonces habremos vivido, de pronto habremos sabido que cada d¨ªa es una vida.