El chocolate espa?ol, ese oscuro objeto de deseo
La pintura de bodeg¨®n del siglo XVIII se empez¨® a llenar de este producto considerado un ¡°alimento de los dioses¡±, tra¨ªdo de Am¨¦rica y que solo sal¨ªa en contadas ocasiones fuera de Espa?a
Todo est¨¢ listo en Bodeg¨®n con cofre de ¨¦bano de Antonio Pereda para que comience el espect¨¢culo de una merienda aristocr¨¢tica espa?ola del siglo XVII. Con el chocolate americano como indiscutible protagonista, y en un despliegue casi teatral, desfila ante nuestra vista el distinguido elenco para este evento social, que demuestra, adem¨¢s, las ...
Todo est¨¢ listo en Bodeg¨®n con cofre de ¨¦bano de Antonio Pereda para que comience el espect¨¢culo de una merienda aristocr¨¢tica espa?ola del siglo XVII. Con el chocolate americano como indiscutible protagonista, y en un despliegue casi teatral, desfila ante nuestra vista el distinguido elenco para este evento social, que demuestra, adem¨¢s, las amplias redes comerciales del imperio espa?ol: la chocolatera de mano y su molinillo, el gran terr¨®n de az¨²car, una bandeja de bizcochos, las tres j¨ªcaras de Delf, China o Manises, la jarra de Talavera, un b¨²caro (quiz¨¢s de Tonal¨¢) o una vasija con engastes de plata de factura europea. Toda esta parafernalia se exhibe ante los ojos del espectador, que queda fascinado hasta el punto de no darse cuenta de un significativo detalle: ?d¨®nde est¨¢ el protagonista de semejante espect¨¢culo? ?D¨®nde est¨¢ el chocolate?
La respuesta, con casi total seguridad, se encuentra encerrada bajo llave en los cajones del delicado cofre que centra la composici¨®n y que muestra tanto como esconde. Podr¨ªa parecernos una alegor¨ªa, tan com¨²n entre los artistas del Barroco, y, sin embargo, todo apunta a que este cuadro tiene m¨¢s de documento que de met¨¢fora: fueron precisamente los guardajoyas de la corte espa?ola los que atesoraron por primera vez en Europa, como ha demostrado la historiadora Carmen Sim¨®n, las remesas de este ¡°alimento de los dioses¡±. As¨ª, junto a las piedras preciosas y las joyas procedentes de las Indias occidentales, se conservaba este producto que llegaba de Am¨¦rica y que, durante d¨¦cadas, solo sali¨® en contadas ocasiones fuera de Espa?a, a veces de la mano de las hijas de los reyes que se casaban en cortes extranjeras, como Mar¨ªa Teresa de Austria, hija de Felipe IV, que endulz¨® su desdichada estancia en Versalles junto a Luis XIV con los chocolates preparados por su dama Molina e introdujo as¨ª de paso la bebida en Francia.
Pero, adem¨¢s del celo de sus due?os en Espa?a, otra raz¨®n puede explicar la omisi¨®n realizada por Pereda: el miedo a mostrar expl¨ªcitamente un alimento que generaba controversia, cuando no rechazo, dentro de la Iglesia. Desde que se hab¨ªa tenido conocimiento de este producto en tierras americanas, el clero se mostraba preocupado porque el oscuro brebaje parec¨ªa incitar a los fieles a cometer dos pecados capitales: la gula, dado su desmedido consumo (incluso dentro de las iglesias), y la lujuria, debido a su car¨¢cter vigorizante y a que, como confirmaba Bernal D¨ªaz del Castillo, el mism¨ªsimo Moctezuma lo consum¨ªa ¡°para tener acceso con mujeres¡±. Con todo, lo que m¨¢s preocupaba a la Iglesia era la posibilidad de que los devotos quebrantaran el ayuno cat¨®lico al consumirlo con el pretexto de ser una bebida. Lejos de ser una an¨¦cdota, esta pol¨¦mica hizo correr r¨ªos de tinta y se invoc¨® a los padres de la Iglesia para justificar posturas, hasta que el cardenal Brancaccio, en una decisi¨®n salom¨®nica, sentenci¨® aquello de liquidum non frangit jejunum y apel¨® a la conciencia del consumidor para decidir si lo que tomaba era bebida o comida.
Una buena prueba de que estos recelos pudieron influir en la eliminaci¨®n del chocolate no solo en el cuadro de Pereda, sino en la pr¨¢ctica totalidad de las representaciones de esta tem¨¢tica en el siglo XVII, es que, precisamente, una vez finalizada la controversia, los bodegones comienzan a llenarse del producto, bien en forma de pastillas, como en el Bodeg¨®n con servicio de chocolate y bollos (1770) de Mel¨¦ndez, bien rebosando en sensuales tazas, como en el Bodeg¨®n de fresas y chocolate (ca. 1775) de Juan Bautista Romero. Adem¨¢s, tambi¨¦n aparecen por primera vez sus orgullosos comensales, que, ya sin remordimientos, se dejan retratar degustando su merienda favorita.
Con la llegada del siglo XVIII, su consumo se dispara y, para hacer frente a la demanda, se toman medidas ambiciosas, como la creaci¨®n de la Compa?¨ªa Guipuzcoana de Caracas (1728-1785), fundada por Felipe V con el objetivo de afianzar el negocio de los productos coloniales y acabar con el contrabando, lo que se tradujo en el monopolio absoluto del comercio de cacao venezolano durante los 57 a?os de su existencia y en un suministro constante a la Pen¨ªnsula.
Pero la generalizaci¨®n de su consumo no signific¨® que todas las capas de la sociedad tomasen el mismo producto. Mientras que las tazas de los m¨¢s pudientes se llenaban con los m¨¢s selectos cacaos procedentes de los puertos de Venezuela y Guayaquil, los chocolates populares sufrieron frecuentes adulteraciones a lo largo del siglo XIX, con el fin de abaratar los costes y vender un producto m¨¢s econ¨®mico, pero de peor calidad. Fueron numerosos los estudios publicados en la ¨¦poca que alertaban sobre las manipulaciones que sufr¨ªa este alimento y que inclu¨ªan desde la adici¨®n de sustancias ajenas a la receta, como almid¨®n y f¨¦cula de patata, hasta mantecas animales y diversos tipos de harinas, cuyo color blanquecino se disimulaba fatalmente con minio, almagre, cinabrio, el llamado ¡°pavonazo¡± (un per¨®xido de hierro de color rojo oscuro) e, incluso, ladrillo molido.
La segunda amenaza para el chocolate espa?ol en el siglo XIX lleg¨® con la inminente p¨¦rdida de sus colonias americanas y, con ello, de buena parte de este lucrativo negocio. Pero Espa?a, como otras potencias, ya ten¨ªa puesta la vista en una tierra que promet¨ªa ser un segundo hogar para el cacao: ?frica. De esta forma, los territorios espa?oles en el golfo de Guinea comenzaron a albergar las primeras plantaciones en torno a 1850 y, en pocas d¨¦cadas, sus frutos llegaron a convertirse no solo en el principal producto exportado por Guinea, sino tambi¨¦n en la base de la pujante industria chocolatera espa?ola. Espoleados adem¨¢s por los avances t¨¦cnicos de Van Houten, Robert Lindt o Henry Nestl¨¦, el sector se frotaba las manos.
Sin embargo, las precarias infraestructuras en la colonia, la dram¨¢tica falta de mano de obra y la disputa constante entre los distintos implicados en el negocio, mermaron las opciones del chocolate patrio. Para suplir la end¨¦mica falta de calidad y promover su consumo, vinieron al rescate los nacientes medios de comunicaci¨®n de masas, primero en forma de carteles publicitarios y despu¨¦s con jingles de radio y anuncios televisivos que todav¨ªa sobrevuelan el imaginario colectivo espa?ol (dif¨ªcil no empezar a tararear aquello de ¡°Yo soy aquel negrito del ?frica tropical¡±).
Con la independencia de Guinea Ecuatorial en 1968, Espa?a qued¨® definitivamente despojada de su papel protagonista en la historia del chocolate. No sucedi¨® as¨ª con otras potencias, como Francia, Inglaterra o B¨¦lgica que, pese a las respectivas independencias de sus colonias, convirtieron al continente africano en un infatigable surtidor de cacao. Al menos, hasta ahora. Porque las noticias que llegan de aquel continente en los ¨²ltimos meses resultan preocupantes para los amantes de este alimento. Factores como la especulaci¨®n, la crisis clim¨¢tica, la compleja situaci¨®n de los productores y el crecimiento de la demanda en pa¨ªses asi¨¢ticos han aumentado el precio del producto m¨¢s de un 250% en el ¨²ltimo a?o, convirti¨¦ndose as¨ª en un verdadero oro marr¨®n que, quiz¨¢s, si nadie le pone remedio, tengamos que volver a conservar como un tesoro en nuestros preciados guardajoyas.